jueves, 26 de agosto de 2021

¿Está sobrecalentada la economía?

 En La Mirada Semanal

No existe evidencia suficiente de un “sobrecalentamiento”, pero lo que molesta a los ortodoxos por razones ideológicas es que el consumo de los hogares esté aumentando y sosteniendo la expansión de la economía por efecto de la mayor liquidez provista por los retiros de fondos de las AFP y por el llamado IFE universal.
Los economistas ortodoxos en versión chilena suelen opinar, las más de las veces sin mayor fundamento, en una lógica de manada convenientemente amplificada por los medios. Ahora circula la idea del “sobrecalentamiento de la economía”.
Precisemos que una economía está sobrecalentada cuando su nivel de demanda excede de modo generalizado las capacidades productivas, lo que provoca inflación y desequilibrio externo. Desde enero, la inflación en ritmo anual ha aumentado desde 3,1% a 4,5% (ver el gráfico). Pero el IPC de los bienes no sujetos al comercio internacional ha aumentado solo de 2,1% a 3,0% anual, aunque el incremento de precios de frutas y verduras ha sido sensible (llegó a 17,5% en ritmo anual en enero, mientras en julio ya bajó a un 6,7% anual).
La inflación puede provenir de presiones de costo o de demanda. La aceleración reciente de la inflación ha ocurrido por situaciones puntuales de escasez, por la devaluación del peso desde marzo, que encarece las importaciones, y por el aumento del precio externo de los combustibles. Las presiones de demanda no son generalizadas y exceden la oferta en el caso de ciertos bienes que han tenido cuellos de botella de abastecimiento de manera temporal (algunos alimentos y materiales de construcción, en particular).
Así, han incidido primordialmente las turbulencias de la economía internacional y de la pandemia. Estas turbulencias no han afectado el ritmo de recuperación de la producción y tampoco de las exportaciones nominales, en un contexto de incremento sustancial del precio del cobre respecto a los años previos que no augura problemas mayores de balanza de pagos. El déficit en la cuenta corriente fue de -3,3% del PIB en el segundo trimestre, lo que está en rangos razonables.
El nivel de producción en el segundo trimestre de 2021 fue similar al del cuarto trimestre tanto de 2019 como de 2020, y algo inferior a este último. La producción en el segundo trimestre aumentó a un ritmo de 1% respecto al trimestre previo (un 4,1% anualizado), mientras la demanda interna lo hizo en un 1,6%, en términos desestacionalizados. Las remuneraciones reales, por otro lado, han mantenido un buen ritmo de recuperación en la actual crisis y no están siendo carcomidas por la inflación (ver el gráfico). Los que la sufren más son los trabajadores informales, pero a ellos están llegando las ayudas monetarias.
Así, han incidido primordialmente las turbulencias de la economía internacional y de la pandemia. Estas turbulencias no han afectado el ritmo de recuperación de la producción y tampoco de las exportaciones nominales, en un contexto de incremento sustancial del precio del cobre respecto a los años previos que no augura problemas mayores de balanza de pagos. El déficit en la cuenta corriente fue de -3,3% del PIB en el segundo trimestre, lo que está en rangos razonables.
El nivel de producción en el segundo trimestre de 2021 fue similar al del cuarto trimestre tanto de 2019 como de 2020, y algo inferior a este último. La producción en el segundo trimestre aumentó a un ritmo de 1% respecto al trimestre previo (un 4,1% anualizado), mientras la demanda interna lo hizo en un 1,6%, en términos desestacionalizados. Las remuneraciones reales, por otro lado, han mantenido un buen ritmo de recuperación en la actual crisis y no están siendo carcomidas por la inflación (ver el gráfico). Los que la sufren más son los trabajadores informales, pero a ellos están llegando las ayudas monetarias.
Este tipo de fluctuaciones del IPC general no es desconocido en el período reciente. En 2015, el PIB creció en 3,2% con una inflación de cerca de 5% anual, la que luego declinó, sin mayores consecuencias.
En suma, no existe evidencia suficiente de un “sobrecalentamiento”, por lo que parece pertinente enunciar la hipótesis según la cual lo que molesta a los ortodoxos, pero por razones ideológicas, es que el consumo de los hogares esté aumentando y sosteniendo la expansión de la economía por efecto de la mayor liquidez provista por los retiros de fondos de las AFP y por el llamado IFE universal. La idea que la política económica debe buscar el pleno empleo y estimular la demanda para sostener el dinamismo de la oferta, de modo de usar al máximo las capacidades instaladas e inducir su expansión (enfoque hoy en algún sentido aplicado por el gobierno obligado por la crisis), contrasta con el enfoque centrado en la economía de la oferta. En este enfoque, todo estaría determinado por los costos empresariales, lo que lleva a los economistas ortodoxos chilenos a centrar su esfuerzo intelectual en repetidas propuestas de contención salarial y tributaria, sin ninguna preocupación por el pleno empleo en el corto plazo, el que vendría algún día indeterminado si las empresas tienen muchas utilidades y se expanden.
Además, exponen una fobia sistemática al gasto público, el que, junto a tener un efecto multiplicador para sostener la demanda en situación de subempleo de recursos, está más que demostrado que, en tanto expanda las infraestructuras e incremente las capacidades humanas (especialmente mejore la capacitación y salud de la fuerza de trabajo), es altamente beneficioso para el crecimiento en el mediano y largo plazo. Su rol es, además, proveer bienes públicos y realizar transferencias a las familias, que son indispensables para el bienestar de la población. Pero estos son temas siempre secundarios para nuestros ortodoxos, para no hablar del medioambiente.
El problema con ellos es que sistemáticamente recomiendan medidas recesivas de la demanda (contrariamente a lo que hace la FED norteamericana, a la que debieran seguir más de cerca), pues se inspiran en un enfoque macroeconómico simplista e inadecuado. Esto ocurrió en 2008, por ejemplo: frente al aumento de los precios de los alimentos a nivel internacional, que llevó la inflación al 9,9% anual, el Banco Central entró en pánico y aumentó la tasa de interés incluso en septiembre de 2008, en plena crisis financiera que precedió la mayor crisis mundial en 70 años y no las bajó sustancialmente sino hasta enero de 2019, meses después de desencadenada la crisis. Este absurdo ayudó a precipitar a la economía chilena en una recesión evitable de -1,6% del PIB en 2009, contrariamente a los vecinos (Perú, Bolivia, Ecuador, Uruguay no experimentaron una recesión), que actuaron de manera más inteligente. Algo parecido ocurrió en 1999, cuando el Banco Central aumentó drásticamente la tasa de interés y precipitó otra recesión evitable. Hoy como nunca es necesario no dejarse llevar por la cifra de un mes y considerar que se debe sostener una demanda interna vigorosa al menos hasta absorber los 900 mil empleos aún no recuperados luego de la crisis.
Una inflación mensual y anual como la registrada en agosto no justifica tomar medidas monetarias y fiscales recesivas, sino seguir situándose en un horizonte de 3% de inflación anual, pero no en el corto plazo sino en los próximos 24 meses, como es la política adecuadamente fijada por el Banco Central.
Fuente: Instituto Nacional de Estadísticas.
Fuente: Instituto Nacional de Estadísticas.


sábado, 21 de agosto de 2021

El futuro de las transferencias de ingresos

En La Tercera

En su apogeo, bajo Augusto (27 a.c. -14 d.c), Roma contaba con un millón de habitantes. Para resolver su aprovisionamiento, los gobernantes se ocupaban de la distribución de cereales a los panaderos, pero también los distribuían gratuitamente para la subsistencia de 200 mil personas, un quinto de la población. Para mantener, además, su ejército, debían levantar los impuestos necesarios. Las reservas de alimentos en los tambos y qullqas imperiales Incas, basadas en la mita (impuesto en trabajo), cumplían una función semejante. Así, la distribución gratuita de recursos por el gobierno a una parte de la población no es ninguna novedad. Su forma moderna más desarrollada es el Estado de bienestar.

El hipercapitalismo chileno y su paradigma de la focalización se han traducido en que mientras en 2019 en la OCDE el gasto público en transferencias a las familias alcanzó un 2,1% del PIB (y un 3,4% en Suecia, el país de más alto gasto en la materia), en Chile llegó a solo 1,7%. El gasto público en discapacidad fue de 2% del PIB en la OCDE (y  de 4,9% en Dinamarca) y de solo 0,7% en Chile. El gasto público en desempleo representó un 0,6 % del PIB (y un 1,9% en Finlandia) y  en Chile alcanzó solo un 0,1%. El total del gasto público social representó un 20,0% del PIB en la OCDE (y  31,0 % en Francia, el país de más alto gasto social) y solo un 11,4% en Chile. Esta situación explica la rebelión social de 2019, cuando una parte significativa de la población terminó por expresar su hastío con que el crecimiento de las últimas décadas no sacara de la inseguridad económica a las familias y una pequeña minoría prosperara de manera hipertrofiada. 

Durante 2020, la resistencia gubernamental a establecer transferencias a las familias para compensar las medidas sanitarias y la explosión del desempleo llevó a que el costo fiscal de las medidas Covid-19 fuera de 6,4 mil millones de dólares, un 2,5% del PIB, apenas un cuarto de las reservas fiscales. La cercanía de elecciones decisivas y los tres retiros de fondos de las AFP autorizados por 2/3 de los parlamentarios, llevaron al gobierno en mayo de 2021 a anunciar un plan de 14,6 mil millones de dólares con bonos para las pymes y un Ingreso Familiar de Emergencia Universal para 16 millones de personas hasta septiembre. Este fue luego ampliado hasta noviembre, junto a un subsidio a quienes encuentren un empleo formal durante 2021, con un costo adicional de 7 mil millones de dólares. El gasto fiscal crecerá en un año en cerca de un tercio, la cifra más alta en la historia reciente. El gasto público superará así el 30% del PIB en 2021 (desde el 26% de 2019). Este será un monto aún lejano al 38% de Estados Unidos y muy lejano al 55% de Francia o el 53% de Finlandia, los de mayor gasto público en la OCDE en 2019. 

¿Se debe volver a la situación previa o estabilizar una mayor gasto público, manteniendo un alto nivel de transferencias a las familias? Es razonable optar por mantener una transferencia al menos al 40% de las familias por un monto similar al actual y amplios programas de creación de empleo. Tal vez la emergencia del COVID será el punto de quiebre para terminar con una focalización absurda, que no debe confundirse con la necesaria priorización del gasto público en lo más urgente y lo más necesario en cada coyuntura. Disminuir el gasto público en 2022 sería un error macroeconómico, pero deberá reacomodarse y financiarse (junto a los programas adicionales que resulten de los compromisos de un nuevo gobierno) mediante una reforma tributaria significativa. 


jueves, 19 de agosto de 2021

Mediciones del crecimiento y del desarrollo

 En la Mirada Semanal.

La evidencia de los efectos del cambio climático global, perceptible en Chile con la prolongada sequía que sufre el país, así como de las malas decisiones de inversión que alteran ecosistemas específicos, como en el caso del proyecto minero Dominga en la región de Coquimbo, ponen en el tapete la necesidad de avanzar a mediciones más amplias del bienestar humano que la sola producción de mercado (PIB).

Si se deja de lado la idea de desarrollo como expansión permanente e ilimitada de la producción de bienes sin consideraciones sociales ni ambientales, y si se reemplaza por la noción de logro y preservación de grados suficientes de bienestar individual y colectivo, con componentes materiales además de culturales, sociales y de vínculo con la naturaleza, entonces el PIB por habitante no logrará ser un cuadro de evaluación de políticas para obtenerlos y preservarlos. Este solo mide los flujos económicos de valor agregado de mercado sin considerar el trabajo doméstico, el acceso digital a bienes no transados en mercados o la disminución de las existencias de recursos naturales que esos flujos incluyen. 

La medición del bienestar individual y colectivo, inevitablemente parcial pues nunca podrá considerar plenamente sus fundamentales componentes cualitativos, deberá incluir diversos indicadores. Los indicadores sintéticos multidimensionales integran diversas dimensiones más allá del valor monetario de la producción o de los ingresos. El más conocido es la versión básica del Índice de Desarrollo Humano del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que desde 1990 pondera por tercios el Ingreso Nacional Bruto (el cual corrige el PIB por los flujos de ingresos de residentes y no residentes y los términos del intercambio), los años promedio y esperados de educación, y la esperanza de vida al nacer de la población. El índice es la media aritmética de los índices normalizados de cada una de las tres dimensiones. Siempre manteniendo la lógica de un índice sintético para ordenar un ranking de países, este esfuerzo ha incluido posteriormente correcciones por desigualdad de ingresos y de género. Por su parte, la investigación de Stiglitz, Fitoussi y Sen identificó las siguientes dimensiones clave a considerar: estándar material, salud, educación, actividades personales (incluido el trabajo), voz política y gobernanza, conexiones sociales y relaciones, medio ambiente e inseguridad. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos ha recogido estas recomendaciones y elabora el Índice para una Vida Mejor, que incluye 38 países y 11 dimensiones, y permite realizar las ponderaciones de aquellas que se estimen pertinentes.

En cambio, tanto los Objetivos de Desarrollo del Milenio, de 2000, como los Objetivos de Desarrollo Sostenible, de 2015, tienen valor en sí mismos para evaluar las brechas en relación con determinadas metas y entre países en cada una de las dimensiones planteadas. El Índice de Cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, inspirado por Jeffrey Sachs y otros, toma desde 2016 las metas establecidas por la Organización de las Naciones Unidas con 39 indicadores y las brechas de cada país respecto de ellas. Al considerar dimensiones muy disímiles con igual ponderación, su valor analítico, más allá de trazos gruesos, termina, sin embargo, siendo escaso.

Con los datos disponibles, se puede y debe construir cuadros de evaluación sintética de la situación de los países, más allá de un solo índice compuesto. En el caso de la situación económica, además de incluir el PIB por habitante a paridad de poder de compra de los países y su respectiva participación en el PIB mundial (como están compilados en las bases de datos del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial), cabe incorporar la tasa de desempleo (para apreciar el grado de logro del objetivo de pleno empleo), la presión tributaria(para apreciar las capacidades de acción fiscal del gobierno, el porcentaje de gasto en investigación y desarrollo sobre el PIB y el grado de concentración de las exportaciones para observar los esfuerzos y resultados en la diversificación productiva e indirectamente  los niveles de autonomía en la inserción en la economía mundial). Se puede construir, además, cuadros de evaluación sintética de la situación social. Junto con incluir la esperanza de vida al nacer como expresión de la situación sanitaria de la población como componente clave del bienestar, la mortalidad infantil como un indicador directo de carencias de acceso a capacidades básicas de satisfacción de necesidades y a la atención de salud. Es ilustrativo incluir mediciones de pobreza monetaria o multidimensional, no obstante las distorsiones que provocan las diversas convenciones utilizadas que llevan a resultados altamente variables según los criterios escogidos. Cabe considerar, además, los años esperados de educación de niños/niñas y jóvenes, o indicadores de resultados de aprendizaje, como los que compila el Banco Mundial en su Índice de Capital Humano; el porcentaje de jóvenes que no estudian ni trabajan, como indicador de exclusión, y la tasa de homicidios, como indicador de criminalidad, además de la cobertura de las pensiones. 

En materia de desigualdad, cabe considerar los coeficientes de distribución de ingresos de Palma (que relaciona los ingresos del 10% más rico y los del 40% más pobre, a partir de la observación según la cual el 50% restante suele tener una participación cercana a la mitad de los ingresos en la mayoría de las economías nacionales) y de Gini (indicador sintético de la distancia promedio con una situación igualitaria de distribución de ingresos que va de 0 a 100, que puede no reflejar diferencias importantes entre los muy ricos y los muy pobres). Cabe incluir, por su importancia para apreciar las relaciones sociales en cada país, el índice compuesto de desigualdad de género (entre 0 y 1, que pondera indicadores de salud, de disparidad de ingresos y de representación política) que confecciona el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo.

Cabe también considerar indicadores de evaluación de la situación ambiental de los países, utilizando datos recogidos por Naciones Unidas como el porcentaje en la generación final de energía de las fuentes renovables (convencionales, como la hidroelectricidad tradicional, y no convencionales, como las solares, eólicas y geotérmicas), las emisiones de dióxido de carbono por habitante y la cobertura del suelo total por bosques y su tasa de variación. Es ilustrativo utilizar el indicador de biocapacidad (en hectáreas generales, que mide la capacidad biológica del área cubierta por cada país con coeficientes de conversión según el tipo de territorio divididas por la población) y otro de “huella ecológica”, que mide el uso de los recursos para satisfacer los consumos y absorber los residuos, como el confeccionado por el Global Footprint Network. 

Lo principal es no restringir, como suele ocurrir con frecuencia, la idea del desarrollo de un país a simplemente alcanzar un cierto nivel de Producto Interno Bruto por habitante o de Ingreso Nacional Bruto por habitante (el promedio de los países de más altos ingresos o el de Estados Unidos, por ejemplo) y en función de ese parámetro establecer las brechas a colmar. Las brechas existen en diversas dimensiones y los indicadores deben reflejarlas.

viernes, 13 de agosto de 2021

Los gobiernos regionales y la reconversión productiva

En El Regionalista

Un funcionamiento social-ecológico de la economía que mejore sustancialmente los resultados de bienestar después de los estragos sociales de la pandemia es factible incluso sin una ampliación sustancial del capital disponible en el corto plazo. Pero siempre que se inicie con urgencia una transformación de los regímenes de producción-distribución-consumo hacia una economía circular con reanimación del mercado interno y mayor creación local de valor en las cadenas productivas orientadas a la exportación.

Esto requiere un consumo responsable de materias primas y de recursos naturales de diversa índole y, por orden de prioridad, la prevención de la producción de desechos, especialmente a través de la reparación y reutilización de productos, y del reciclaje o la valorización de los desechos. Esto implica el estudio con publicidad y deliberación contradictoria de los impactos de los procesos productivos y actividades humanas mediante la cuantificación del uso de recursos (entradas), incluyendo agua, materias primas, energía, y de las emisiones (salidas) que impactan en el aire, agua, suelo y hábitat urbano y rural asociados a los sistemas de producción y distribución de bienes y servicios.

Evaluar el ciclo de vida de los productos

Toda extracción y producción debiera estar en el futuro sujeta a la evaluación del ciclo de vida de los productos (lo que incluye las normas internacionales ISO 14040 e ISO 14044 sobre principios, requisitos y directrices para el ACV). La apropiación social -a través de tributos y regalías- de las rentas monopólicas, urbanas y de extracción de recursos naturales será un instrumento central de financiamiento de los programas de inversión para una transformación productiva generalizada, lo que es una tarea que cabe coordinar al gobierno central. Pero su puesta en práctica con pertinencia le cabe a los gobiernos regionales y locales con instrumentos adaptados a los agentes económicos presentes en los territorios, en los circuitos cortos de producción/consumo que articulan en espacios social y geográficamente próximos la provisión de bienes y servicios para satisfacer necesidades cotidianas de las comunidades.

Los nuevos procesos de producción deben combinar el control de las contaminaciones del aire, las aguas y los suelos (especialmente el uso indiscriminado de productos fitosanitarios, pesticidas y herbicidas en detrimento del control biológico permitido por la biodiversidad) y de los espacios urbanos, la descarbonización, la intensificación del valor agregado por servicios a la producción (servicios creativos en base a las tecnologías de la información y la comunicación, automatización, trazabilidad, certificaciones), el escalamiento de la elaboración sostenible de recursos naturales y la diversificación sectorial, en particular hacia ciertos bienes de equipo y ciertos bienes de consumo masivo como los alimentos saludables y la construcción y equipamiento sostenible de la vivienda y edificación.

Transformar la agricultura

La actividad agrícola es parte significativa de las economías y es a la vez responsable de una parte importante de la emisión de gases de efecto invernadero (GEI). En la transformación de los ecosistemas agrícolas para cultivos de alimentos y ganadería se encuentran grandes potenciales para enfrentar diversos problemas socio-ambientales: disminuir  las emisiones de GEI; capturar GEI con técnicas agrícolas que conduzcan al aumento de la biomasa; mejorar el uso del agua (la agricultura consume el 70% de la misma); disminuir el uso de agroquímicos, combatiendo el desequilibrio de los ciclos de fósforo y nitrógeno y disminuyendo la contaminación del suelo y de las fuentes de agua, aminorando el gasto de energía fósil para la producción de nutrientes.

Una clave central es fortalecer la biodiversidad de los agroecosistemas como sustento de la actividad agrícola con protección de las especies de flora y fauna. La transformación de los ecosistemas agrícolas a través de muy diversos caminos se insinúa hoy como una de las estrategias con mayores potenciales para enriquecer los servicios ecosistémicos. Esto incluye la agricultura de precisión, la ecoeficiencia, la agricultura de conservación, la agricultura orgánica y los sistemas silvopastoriles intensivos sostenibles, disminuir las pérdidas en las cosechas, evitar el desperdicio de comida y cambiar diversos hábitos alimentarios (especialmente a través de la alimentación escolar).

Estas tareas seguramente llegarán a constituir un programa de transformación social y productiva de responsabilidad regional prioritaria como fuente inspiradora de la transición a un nuevo modelo de bienestar en el país y sus territorios.

 

jueves, 12 de agosto de 2021

¿Hay alternativas a la autodestrucción?

La especie humana se encuentra amenazada por el cambio climático de origen antropogénico si no se alcanza en 2050 la carbono neutralidad. Aún estamos a tiempo para cambiar el futuro que se nos escapa de las manos, pero se requiere de acciones globales y locales consistentes y sistemáticas.

El panel científico internacional IPCC ha confirmado en su nuevo informe autorizado por los gobiernos que está literalmente amenazada la especie humana por el cambio climático de origen antropogénico si no se alcanza en 2050 la carbono neutralidad. Se trata de lograr un nivel de emisiones de gases con efecto invernadero que sean absorbidas por las reservas de acopio constituidas por los bosques, ríos, lagos, humedales y océanos. En un contexto de acelerada pérdida de la biodiverdad, estas reservas están también fragilizadas. Incluso si los países comenzaran a reducir drásticamente sus emisiones hoy, el calentamiento global probablemente aumentaría en alrededor de 1,5 grados Celsius en las próximas dos décadas (ya lo ha hecho en 1,1 grado) respecto de los niveles preindustriales, según señala el IPCC.

Cabe agregar que la causa última de estos fenómenos es el tipo de industrialización y de generación de energía a partir de combustibles fósiles (carbón, luego petróleo y derivados y gas) desde la revolución industrial originada en Europa y Estados Unidos y la generalización en las últimas cinco décadas de un sistema económico basado en el predominio del interés privado y en la acumulación ilimitada de capital. Y todo esto para que un pequeño grupo acumule vastas sumas de riqueza (cuya impresionante concentración se encuentra detallada en la base de datos de desigualdad construida por Thomas Piketty y sus colaboradores).

Aún estamos a tiempo para cambiar el futuro que se nos escapa de las manos. Cabe seguir la recomendación frente al Informe del IPCC del reputado director del Instituto de Potsdam sobre los efectos del cambio climático, Johan Rockström: “hay que descarbonizar con toda urgencia y de manera muy radical nuestras sociedades y nuestras economías“. Esto requiere de acciones globales que impliquen un acuerdo de largo plazo entre Estados Unidos, Europa y China, los principales causantes del cambio climático dado su peso en las emisiones de gases con efecto invernadero, y giros drásticos en los procesos de producción, satisfacción de necesidades y acumulación de capital en todos los espacios nacionales y locales. Eso solo lo podrán lograr coaliciones sociales mayoritarias que encaminen transformaciones social-ecológicas (“Esto No Da Para Más”), además de realizar políticas de adaptación y mitigación, del tipo de las propuestas por la CEPAL frente a las perturbaciones irreversibles (como el aumento del nivel del mar) o duraderas (sequías prolongadas y eventos extremos). En efecto, se requiere una combinación de acciones colectivas de los gobiernos y de la sociedad organizada y también una ineludible mayor responsabilidad individual, que debe reforzarse tempranamente en los niños y jóvenes desde las escuelas, las familias y los barrios.

La primera tarea es cambiar los patrones de consumo, especialmente los de los sectores de altos ingresos, y pasar en plazos breves del consumo derrochador y la elevada pérdida de alimentos (el desperdicio alimentario es de un tercio y responsable del 7% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, mientras casi el 30% de la tierra agrícola del mundo se utiliza para producir alimentos que nunca serán consumidos) a un consumo funcional de bienes no durables y de bienes durables reparables sin obsolescencia programada. Debe existir, como complemento indispensable de la transformación ecológica, una transformación social que garantice un acceso universal a un consumo digno en especies (alimentación saludable a partir de las escuelas, vivienda con aislamiento térmico y energía distribuida, áreas verdes, servicios urbanos y culturales) y en transferencias monetarias (ingreso familiar básico).

En el plano de la producción, se requiere pasar de aquella que depreda recursos -y destruye ecosistemas sin internalizar sus costos- a la producción circular y al reciclaje generalizado, con una fuerte penalización reglamentaria y tributaria de esos costos. Se debe pasar de la globalización y deslocalización productiva acelerada de los años 1980 a 2008 -basada en aprovechar bajos salarios y el acceso no regulado a recursos- a cadenas globales de bajas emisiones y de comercio justo, especialmente en el acceso a los recursos naturales. Se debe privilegiar los circuitos cortos de producción/consumo, especialmente en la alimentación, el vestuario, la vivienda y la generación de energía. Se requiere el reemplazo a la brevedad de la producción de energía basada en hidrocarburos por energías renovables, cesar la deforestación, limitar la ganadería y la sobreexplotación pesquera, cuidar los océanos y los cursos de agua en las cuencas hidrográficas. Por tanto, se requiere reordenar las especializaciones de los territorios, ampliando sustancialmente las áreas protegidas terrestres y marinas y aumentando la productividad en el uso de los recursos para lograr hacer más con menos. Esto supone una fuerte inversión en investigación y desarrollo orientada a una nueva matriz productiva y de ordenamiento territorial.

Se debe transformar las ciudades y su actual dislocación de los espacios de vivienda y trabajo y el consiguiente aumento de los tiempos de transporte segmentado y contaminante, para pasar a un rediseño de la localización de muchos empleos y establecimientos educacionales y, por tanto, de los desplazamientos, junto a una electromovilidad que mejore la calidad del aire. Simultáneamente, cabe aumentar la calidad de los servicios de agua potable, de reciclaje y disposición de basura. Se requiere, además, establecer desde los gobiernos locales amplios programa de cuidado y reparación de los ecosistemas dañados para que recuperen su resiliencia, creando empleos social y ambientalmente útiles al margen del mercado, financiados por la captura pública de la renta de los recursos naturales y de las actividades hoy en manos de una oligarquía hiperconcentrada que se beneficia de economías de escala y de mercados segmentados y manipulados.

Como se observa, la alternativa a la autodestrucción es un vasto y urgente programa de responsabilidad con las actuales y nuevas generaciones que deberá estar en el centro de las agendas políticas.

¿Y en Chile? El informe del IPCC reporta para la zona sudamericana suroeste -incluyendo la zona norte costera de Chile- una disminución de las precipitaciones, el retroceso de la línea de la costa y una mayor frecuencia y gravedad de las sequías. Continuará el deshielo y pérdida de volumen de los glaciares en la Cordillera de Los Andes, lo que causará reducciones en el caudal de los ríos. Para la zona sur de Sudamérica se prevé un nivel de calentamiento global de 2ºC con sequía agrícola y ecológica para 2050, sobre el promedio global. Esto afectaría la disponibilidad de agua dulce, porque el abastecimiento proviene en gran parte de la nieve que se acumula, así como la producción frutícola que tiene una alta dependencia del riego y de una cierta cantidad de horas de frío. Habrá un desplazamiento del clima mediterráneo de la zona central hacia el sur y un desplazamiento del clima preferentemente lluvioso de la zona sur hacia Aysén y Magallanes.

¿Qué hace el gobierno? Ha planteado, pero no formalizado, llegar a una carbono neutralidad en 2050 y avanzado diseños técnicos, incluyendo un apoyo a una tecnología particular, la producción de baterías con pilas de hidrógeno verde, aunque nada se haya logrado en materia de producción nacional de baterías de ion-litio, en un resonante fracaso de CORFO en sus esquemas de contratos de explotación del litio por privados en el Salar de Atacama. Mientras tanto, el 6 de agosto, el Coordinador Eléctrico Nacional instruyó nada menos que la reapertura de la central a carbón Ventanas 1, en la más emblemática “zona de sacrificio” del país. ¿La razón? “La sequía obliga”. Este fenómeno, que se prolonga por más de una década en el país, está vinculado al cambio climático global provocado con particular intensidad por las emisiones de CO2 de las generadoras eléctricas a carbón. ¿Solución? Insistir precisamente en lo que provoca los diversos desarreglos climáticos y volver a hacer funcionar una central a carbón retirada en diciembre del año pasado. Y retrasar, además, la salida del sistema de otras dos centrales de este tipo. En la actualidad, el 45% de la generación eléctrica proviene del carbón. Es decir, responder a un problema intensificando aquello que lo provoca, en nombre de la ausencia de alternativas en el corto plazo. ¡Como si no existieran otras opciones! Estas son la aceleración de inversiones en energía renovable y en las redes de transmisión que las soportan y también establecer restricciones parciales en el consumo no indispensable mientras entran en funcionamiento las nuevas centrales eléctricas renovables en construcción. Existen hoy 144 proyectos en construcción cuya entrada en operaciones se estima para antes de febrero de 2023. La capacidad de las ERNC creció desde los 540 MW en 2011 a los 6.113 MW disponibles en 2021.

En este tema, como en tantos otros, la ciudadanía chilena tendrá la oportunidad próxima de dar un vuelco a una gestión del país signada hasta hoy por el manifiesto privilegio de los intereses del gran empresariado, que hoy domina la economía, los medios y la mayor parte del sistema político. Es de esperar que la aproveche y no termine presa de los temores al cambio.

jueves, 5 de agosto de 2021

La economía se recupera, el empleo queda rezagado

En La Mirada Semanal


Con cerca de un millón menos de ocupados se genera ahora una cantidad agregada de producción que es superior a la del inicio de la crisis y a la de hace dos años en la misma fecha. ¿Será éste un cambio estructural que acentuará la dualidad entre el trabajo formal dependiente e independiente que se recupera, por un lado, y el trabajo informal y por cuenta propia precario que queda rezagado, por el otro?

Puede tratarse solo de un efecto pasajero propio de la crisis de la pandemia de Covid-19, dado que aún no se lograría restablecer el efecto de arrastre de la actividad formal sobre la actividad informal de subsistencia y de baja productividad en servicios, habida cuenta de las restricciones sanitarias. Pero también puede estar en curso un proceso que va más allá de lo coyuntural.

El empleo, según el INE, ha caído en el segundo trimestre en – 0,7% respecto al trimestre previo, despejando la estacionalidad, mientras la producción creció en 0,7% en el mismo período, según el Banco Central. En la peor etapa de la crisis por la pandemia, en abril-junio del año pasado, se produjo la pérdida de 1,8 millones de empleos (un -19,7% de los empleos previamente existentes) respecto al trimestre anterior, siempre en términos desestacionalizados. El empleo inició una trayectoria de expansión entre el tercer trimestre de 2020 y el primer trimestre de 2021, hasta la reciente caída. Se ha recuperado al segundo trimestre de 2021 un total de 905 mil puestos de trabajo, un 51,6% de los que se perdieron en la crisis. En el caso de las mujeres, la recuperación ha sido aún más lenta, dado que los empleos perdidos fueron 848 mil en el segundo trimestre de 2020 y se han incrementado desde entonces solo en 390 mil, es decir en un 46,0% de lo perdido. Mientras a fines de 2019 las mujeres representaban un 42,3% del empleo total, en el segundo trimestre de 2021 representaban solo el 40,1% de ese universo.

La tasa agregada de desocupación (los que buscan empleo y no lo encuentran) más los que no buscan trabajo pero están dispuestos a trabajar, alcanzó a un 20,5% al del segundo trimestre de 2021, siempre según el INE. En el cuarto trimestre de 2019 esta tasa se había situado en 14,1%, aunque el nivel de producción fue inferior.

La hipótesis de un cambio estructural en el empleo en el período reciente se puede explorar considerando que en el segundo trimestre de 2021 en comparación a dos años atrás, es decir antes de los episodios de la revuelta social y de la pandemia de Covid-19, se registra un total de 880 mil ocupados menos en Chile, según la encuesta de empleo del INE. Pero el nivel de producción agregada es en el segundo trimestre un 0,7% superior, explicada por los servicios (la producción de bienes es un -1,1% inferior a la de dos años atrás). Los ocupados suman hoy algo más de 8 millones de personas y la actividad ha superado el nivel previo a la crisis, aunque el crecimiento ha ido perdiendo velocidad en los dos primeros trimestres del año (3,3 y 07% respecto al período previos en términos desestacionalizados, respectivamente).

Se constata en dos años una pérdida de 160 mil empleos en la agricultura, de 50 mil en la industria, de 25 mil en la minería y de 20 mil en la construcción. Hay así un total de 255 mil empleos menos en la producción de bienes, cuya completa recuperación en plazos breves es incierta. A esto se agrega una pérdida de 246 mil empleos en el comercio, 140 mil en los servicios domésticos, 130 mil en restaurantes y hoteles, 116 mil en enseñanza y 36 mil en transporte y almacenamiento. Estas actividades de servicios, en las que suele haber menores salarios promedio, suman cerca de 670 mil empleos menos. No obstante, poseen un potencial de recuperación más rápida una vez que disminuyan las restricciones sanitarias. Se registra, a su vez, 55 mil empleos menos en las actividades culturales y recreativas, sumando solo 67 mil en la actualidad, cuyo futuro es difícil de prever por los cambios de hábitos durante la pandemia.

En cambio, las comunicaciones e información sumaron 45 mil empleos (llegando a un total de cerca de 200 mil puestos de trabajo), lo que era esperable por la expansión del comercio electrónico y el trabajo y enseñanza remotos. Los otros servicios no sufrieron cambios significativos, incluyendo las prestaciones de salud y asistencia social, con un aumento de 13 mil empleos (sumando 547 mil puestos de trabajo en esta área).

Por su parte, el empleo formal (personas dependientes que cotizan en la seguridad social) ha alcanzando el nivel previo a la crisis, si se comparan los 5,44 millones de mayo de 2019 con los 5,53 millones de mayo de 2021, de acuerdo a los registros administrativos más recientes (el caso de las mujeres es similar). Los que no han vuelto a sus niveles previos son el empleo asalariado informal, el empleo por cuenta propia y los servicios domésticos, lo que afecta más a las mujeres en estos segmentos de empleo.

Este diagnóstico plantea la necesidad de ampliar las políticas de acceso y formalización del empleo. El subsidio al empleo tiene una buena presentación, pero su efecto económico es el de subsidiar las utilidades en los casos, la mayoría, en la que la decisión de contratación por parte del empleador tiene que ver primordialmente con sus previsiones de ventas. El subsidio al empleo a las mujeres y jóvenes sustituye unos empleos por otros (lo que puede ser válido) pero no aumenta el volumen global de empleo, que depende primordialmente de la evolución macroeconómica. Esto no impide complementar la política macro fiscal, monetaria y cambiaria con la creación directa de empleo mediante planes gubernamentales, como el incremento de la inversión pública y la creación de programas de inserción en el empleo o de prestación de servicios sociales, como el cuidado de personas, o de cuidado del ambiente, como programas de reforestación y recuperación de ecosistemas dañados. Pero eso ya supone un enfoque de política económica que deja de vincular el empleo exclusivamente con el mercado.

Entrada destacada

¿Nuevos recortes de gasto público'

  En   La Tercera Los administradores de organizaciones suelen pedir más personal y más presupuesto para cumplir sus funciones. A los direct...