¿Está sobrecalentada la economía?

 En La Mirada Semanal

No existe evidencia suficiente de un “sobrecalentamiento”, pero lo que molesta a los ortodoxos por razones ideológicas es que el consumo de los hogares esté aumentando y sosteniendo la expansión de la economía por efecto de la mayor liquidez provista por los retiros de fondos de las AFP y por el llamado IFE universal.
Los economistas ortodoxos en versión chilena suelen opinar, las más de las veces sin mayor fundamento, en una lógica de manada convenientemente amplificada por los medios. Ahora circula la idea del “sobrecalentamiento de la economía”.
Precisemos que una economía está sobrecalentada cuando su nivel de demanda excede de modo generalizado las capacidades productivas, lo que provoca inflación y desequilibrio externo. Desde enero, la inflación en ritmo anual ha aumentado desde 3,1% a 4,5% (ver el gráfico). Pero el IPC de los bienes no sujetos al comercio internacional ha aumentado solo de 2,1% a 3,0% anual, aunque el incremento de precios de frutas y verduras ha sido sensible (llegó a 17,5% en ritmo anual en enero, mientras en julio ya bajó a un 6,7% anual).
La inflación puede provenir de presiones de costo o de demanda. La aceleración reciente de la inflación ha ocurrido por situaciones puntuales de escasez, por la devaluación del peso desde marzo, que encarece las importaciones, y por el aumento del precio externo de los combustibles. Las presiones de demanda no son generalizadas y exceden la oferta en el caso de ciertos bienes que han tenido cuellos de botella de abastecimiento de manera temporal (algunos alimentos y materiales de construcción, en particular).
Así, han incidido primordialmente las turbulencias de la economía internacional y de la pandemia. Estas turbulencias no han afectado el ritmo de recuperación de la producción y tampoco de las exportaciones nominales, en un contexto de incremento sustancial del precio del cobre respecto a los años previos que no augura problemas mayores de balanza de pagos. El déficit en la cuenta corriente fue de -3,3% del PIB en el segundo trimestre, lo que está en rangos razonables.
El nivel de producción en el segundo trimestre de 2021 fue similar al del cuarto trimestre tanto de 2019 como de 2020, y algo inferior a este último. La producción en el segundo trimestre aumentó a un ritmo de 1% respecto al trimestre previo (un 4,1% anualizado), mientras la demanda interna lo hizo en un 1,6%, en términos desestacionalizados. Las remuneraciones reales, por otro lado, han mantenido un buen ritmo de recuperación en la actual crisis y no están siendo carcomidas por la inflación (ver el gráfico). Los que la sufren más son los trabajadores informales, pero a ellos están llegando las ayudas monetarias.
Así, han incidido primordialmente las turbulencias de la economía internacional y de la pandemia. Estas turbulencias no han afectado el ritmo de recuperación de la producción y tampoco de las exportaciones nominales, en un contexto de incremento sustancial del precio del cobre respecto a los años previos que no augura problemas mayores de balanza de pagos. El déficit en la cuenta corriente fue de -3,3% del PIB en el segundo trimestre, lo que está en rangos razonables.
El nivel de producción en el segundo trimestre de 2021 fue similar al del cuarto trimestre tanto de 2019 como de 2020, y algo inferior a este último. La producción en el segundo trimestre aumentó a un ritmo de 1% respecto al trimestre previo (un 4,1% anualizado), mientras la demanda interna lo hizo en un 1,6%, en términos desestacionalizados. Las remuneraciones reales, por otro lado, han mantenido un buen ritmo de recuperación en la actual crisis y no están siendo carcomidas por la inflación (ver el gráfico). Los que la sufren más son los trabajadores informales, pero a ellos están llegando las ayudas monetarias.
Este tipo de fluctuaciones del IPC general no es desconocido en el período reciente. En 2015, el PIB creció en 3,2% con una inflación de cerca de 5% anual, la que luego declinó, sin mayores consecuencias.
En suma, no existe evidencia suficiente de un “sobrecalentamiento”, por lo que parece pertinente enunciar la hipótesis según la cual lo que molesta a los ortodoxos, pero por razones ideológicas, es que el consumo de los hogares esté aumentando y sosteniendo la expansión de la economía por efecto de la mayor liquidez provista por los retiros de fondos de las AFP y por el llamado IFE universal. La idea que la política económica debe buscar el pleno empleo y estimular la demanda para sostener el dinamismo de la oferta, de modo de usar al máximo las capacidades instaladas e inducir su expansión (enfoque hoy en algún sentido aplicado por el gobierno obligado por la crisis), contrasta con el enfoque centrado en la economía de la oferta. En este enfoque, todo estaría determinado por los costos empresariales, lo que lleva a los economistas ortodoxos chilenos a centrar su esfuerzo intelectual en repetidas propuestas de contención salarial y tributaria, sin ninguna preocupación por el pleno empleo en el corto plazo, el que vendría algún día indeterminado si las empresas tienen muchas utilidades y se expanden.
Además, exponen una fobia sistemática al gasto público, el que, junto a tener un efecto multiplicador para sostener la demanda en situación de subempleo de recursos, está más que demostrado que, en tanto expanda las infraestructuras e incremente las capacidades humanas (especialmente mejore la capacitación y salud de la fuerza de trabajo), es altamente beneficioso para el crecimiento en el mediano y largo plazo. Su rol es, además, proveer bienes públicos y realizar transferencias a las familias, que son indispensables para el bienestar de la población. Pero estos son temas siempre secundarios para nuestros ortodoxos, para no hablar del medioambiente.
El problema con ellos es que sistemáticamente recomiendan medidas recesivas de la demanda (contrariamente a lo que hace la FED norteamericana, a la que debieran seguir más de cerca), pues se inspiran en un enfoque macroeconómico simplista e inadecuado. Esto ocurrió en 2008, por ejemplo: frente al aumento de los precios de los alimentos a nivel internacional, que llevó la inflación al 9,9% anual, el Banco Central entró en pánico y aumentó la tasa de interés incluso en septiembre de 2008, en plena crisis financiera que precedió la mayor crisis mundial en 70 años y no las bajó sustancialmente sino hasta enero de 2019, meses después de desencadenada la crisis. Este absurdo ayudó a precipitar a la economía chilena en una recesión evitable de -1,6% del PIB en 2009, contrariamente a los vecinos (Perú, Bolivia, Ecuador, Uruguay no experimentaron una recesión), que actuaron de manera más inteligente. Algo parecido ocurrió en 1999, cuando el Banco Central aumentó drásticamente la tasa de interés y precipitó otra recesión evitable. Hoy como nunca es necesario no dejarse llevar por la cifra de un mes y considerar que se debe sostener una demanda interna vigorosa al menos hasta absorber los 900 mil empleos aún no recuperados luego de la crisis.
Una inflación mensual y anual como la registrada en agosto no justifica tomar medidas monetarias y fiscales recesivas, sino seguir situándose en un horizonte de 3% de inflación anual, pero no en el corto plazo sino en los próximos 24 meses, como es la política adecuadamente fijada por el Banco Central.
Fuente: Instituto Nacional de Estadísticas.
Fuente: Instituto Nacional de Estadísticas.


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