sábado, 19 de abril de 2025

92 años de tomar partido

Publica hoy el escritor argentino Martín Caparrós en El País un diagnóstico terrible sobre los partidos políticos: "Se puede tomar partido, y eso te pone de un lado o del otro... Esta idea de “partido” se inventó, dicen, en Francia y en el Renacimiento para decir que una cantidad de personas —entonces una cantidad de hombres— se unía en pos de un objetivo compartido... Ahora, en todo caso, los partidos son las unidades en que se organiza el descalabro de nuestra vida pública, ese tótem sin cabeza que solemos llamar democracia. Por una de esas piruetas tontas de la historia los partidos políticos, que eran el resultado dinámico y enérgico de la voluntad de esas personas que se reunían para adaptar el mundo a sus ideas, ahora son estructuras muy duras, muy constituidas, donde ingresan personas para adaptar sus ideas al mundo. Los partidos ya no son espacios vocacionales para que los jóvenes empiecen a desarrollar sus pasiones políticas; son, si acaso, la vía para una carrera en la política —que es lo menos político que se puede pensar... Por eso, también, la desconfianza de tantos ciudadanos hacia los partidos. Es un círculo vicioso: por esa desconfianza los mejores no se integran y porque los mejores no se integran crece esa desconfianza —y estamos como estamos. Los partidos, ahora, son estructuras viciadas por las querellas y reyertas de poder, donde lo importante es anotarse en el bando correcto, pegarse al ganador, serle leal y útil y, sobre todo, no meterse en líos. La carrera política es un largo aprendizaje de los trucos y recursos necesarios para no joder al que no hay que joder y gustar al que sí hay que gustar, y mandar más. Y así los políticos, a medida que triunfan en sus partidos, se van alejando más del resto de los ciudadanos, se vuelven más y más piezas del aparato, van olvidando —si alguna vez lo recordaron— que se supone que están ahí para servir a los demás, buscan las formas de servirse de ellos... Por eso, entre otras cosas, ahora los partidos no usan esos ladrillos que llamaban programas: identidades sólidas, propuestas bien diferenciadas que hacían que votarlos mantuviera un sentido."

Soy de los que cree en el "pesimismo de la inteligencia" y en mantener una necesaria lucidez en la vida política. Por tanto, comparto el diagnóstico de Caparrós. Pero también soy de los que se apoya en el "optimismo de la voluntad", que debe combinarse con ese pesimismo, en la fórmula de Romain Rolland que gustaba de citar Antonio Gramsci, para no sucumbir en el nihilismo. Esta idea la desarrolló en la filosofía contemporánea, entre otros, Ernst Bloch, para quien la "utopía concreta" no es un sueño inalcanzable, sino una anticipación de un futuro mejor y una crítica a la realidad actual.

Yo soy socialista, partido que está hoy de aniversario 92, lo que no es poca cosa y permite la mirada de los tiempos largos. Partí mi militancia adolescente en los años setenta en la izquierda revolucionaria desgajada del socialismo, me alejé de ella e ingresé a la Convergencia Socialista en 1980, que se integró al Partido Socialista en 1985, y contribuí a su reunificación en 1989. Fui parte de su dirigencia durante 20 años (período más que suficiente, como se podrá observar). Mantengo la satisfacción de haber contribuido con un grano de arena a recuperar la democracia junto a las multitudes movilizadas -imperfecta, pero democracia al fin- y a mantener las banderas igualitarias y libertarias del socialismo en lucha ardua contra los defensores activos o pasivos del orden heredado de una dictadura horrorosa. Interrumpí mi militancia en el PS entre 2016 y 2024 por discrepancias políticas y éticas, empujando la conformación de una nueva coalición de izquierda de sello amplio y con vocación de colaboración con el centro progresista. Esa tarea ya se consolidó en lo principal, por lo que he retomado mi militancia en el PS, que ahora la apoya y es de esperar que lo haga como opción de largo plazo, en derrotas y victorias. Me digo que su trayectoria lo hace un canal necesario para las tareas de emancipación de las opresiones y explotaciones existentes, frente a las cuales no basta ni de cerca ni de lejos el liberalismo político y, a la vez, se debe mantener una expresa vigilancia democrática para evitar toda deriva autoritaria en su nombre. Esa trayectoria está enraizada en la historia chilena con figuras excepcionales como la de Salvador Allende y con el sacrificio de quienes, como José Tohá, Carlos Lorca, Michelle Peña, Carolina Wiff y tantas otras personas, dieron su vida por la causa de la libertad real para todos, aunque el corto plazo sea de tonalidad gris.

Las preguntas pertinentes no son siempre las del corto plazo, sino también las referidas a si tiene o no sentido luchar contra las oligarquías que concentran el poder y la riqueza en Chile y en el mundo, aquellas que buscan sin escrúpulos mantener a toda costa el orden desigual y depredador basado en privilegios ilegítimos. ¿Como no seguir bregando a favor de las libertades, de los derechos de los que viven de su trabajo y de quienes son discriminados, así como de las actuales y nuevas generaciones amenazadas por el deterioro ambiental? ¿Como no seguir empujando la capacidad social de actuar contra los despotismos, la desigualdad de riqueza e ingresos y el crecimiento solo para unos pocos, la inequidad de género y la depredación, mediante la socialización del bienestar, el acceso plural a la cultura y la construcción de un futuro dinámico económicamente pero sostenible social y ecológicamente? En estas circunstancias, no se puede no tomar partido.

Salud, socialistas.

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