jueves, 11 de enero de 2024

Crecimiento e impuestos

En La Mirada Semanal

Los grandes empresarios han iniciado el año sin grandes complejos: han propuesto una baja de los impuestos que pagan las empresas de mayor tamaño y sus accionistas. Aunque no está en su propuesta formal, ven con simpatía financiarla haciendo que más personas hoy exentas por sus bajos ingresos empiecen a pagar el impuesto a la renta, además del IVA que entregan al Estado cada vez que compran algún bien de consumo. La CPC propone “reducir el impuesto de primera categoría de 27% al 23%” y “avanzar en la reducción del impuesto total que paga el capital, de manera que converja desde el tope actual de 44,45% a 35%”.  Sin ruborizarse, como si Chile no fuera un país altamente desigual con una carga tributaria, como se detalla más abajo, inferior a la de muchos países de la OCDE, lo que entre cosas limita el crecimiento. Su enfoque es que las inversiones de hoy son los empleos y los ingresos fiscales de mañana y que las inversiones solo se producen si se maximiza todo el tiempo y en toda circunstancia las utilidades de las empresas (y los ingresos personales de sus dueños). Nada de subir impuestos a las empresas, a pesar de que usan bienes públicos en abundancia, ni menos a sus dueños. Lo que había que demostrar. 

Es muy poco probable que un crecimiento adicional pudiera ocurrir por el arte de magia de otra liberalización abrupta de los mercados. Baste recordar que el PIB creció menos en una dictadura que los desreguló todos, que en la década previa y mucho menos que en las décadas posteriores, que ampliaron regulaciones y aumentaron impuestos. 

Por su parte, el informe encargado por el ministro de Hacienda Mario Marcel a una comisión concluyó que «para analizar la relación entre el crecimiento económico y el espacio fiscal se simuló el impacto de una expansión anual de 1% del PIB por encima de la proyección base. Por cada punto de crecimiento adicional, los ingresos fiscales aumentarían en 0,24 puntos del PIB, pero la holgura fiscal sólo lo haría en 0,16 puntos, dado el aumento que tendrían los gastos asociados a remuneraciones«. Dado que el crecimiento del PIB de largo plazo es estimado actualmente en una cifra del orden de 2% anual, si se supusiera de manera muy optimista que un paquete de medidas de desregulación liberal llegara a duplicar esa cifra, entonces habría una recaudación adicional que no puede calificarse sino de marginal para abordar las tareas públicas. 

Ha quedado cuantificado que apostar sólo por un mayor crecimiento no es suficiente para gastar más en seguridad, como clama el propio empresariado, ciencia y tecnología, reconversión energética, infraestructuras y vivienda, salud primaria y hospitalaria para terminar con las listas de espera, educación y formación profesional para una mejor inserción en el empleo, una pensión universal más cercana al salario mínimo, programas de cuidados a la infancia y a las personas de mayor edad y más apoyos a las familias de bajos ingresos (devolviéndoles el pago del IVA en bienes básicos, por ejemplo), entre otras tareas para lograr un bienestar más equitativo y sostenible.

El presidente de la comisión declaró paradojalmente que «a la larga subir impuestos es un pésimo negocio, es lo que más afecta el crecimiento”. Si eso fuera cierto, se habría sabido. La carga tributaria es hoy en Chile de 22% del Producto Interno Bruto (del orden de 28% con las cotizaciones obligatorias a privados que la OCDE no contabiliza), mientras en la OCDE el promedio es de 34%, con Dinamarca en 47% y Francia en 45%, lo que no les ha impedido contarse entre los países de más altos ingresos. Lo que considera la literatura especializada es que más impuestos no necesariamente afectan el crecimiento, pues depende del tipo de impuestos que se aplican. Algunos no modifican o muy poco la conducta de los agentes económicos (como el IVA y los impuestos indirectos) y otros lo hacen en cierta magnitud (como impuestos marginales a los ingresos del capital y del trabajo muy altos), afectando eventualmente las conductas de ahorro e inversión y el arbitraje trabajo-ingresos/actividad no remunerada-descanso, es decir pueden producir eventuales desincentivos a la inversión y al trabajo. El tema es su magnitud, que está condicionada por la elasticidad ingreso de la oferta en cada caso. 

En segundo lugar, el impacto depende del uso que se dé a los recursos tributarios: si se gastan primordialmente en infraestructuras, salud y educación, podrían eventualmente contribuir al crecimiento en una magnitud mayor que el costo en crecimiento que pudieran tener los impuestos con los que se financian, y ese caso se justificarían desde el punto de vista del bienestar agregado. Cabe además considerar que aquellos gastos públicos que cubren emergencias y la vida en la vejez aumentan la disposición a arriesgar e innovar en la vida activa, y que los gastos en redistribución progresiva de ingresos aumentan la estabilidad social, lo que en ambos casos estimula el crecimiento. 

Se puede afirmar con bastante certeza que los efectos balanceados anteriores son los que explican que el período de crecimiento más alto de las economías occidentales haya sido el de 1945-1975, cuando los impuestos aumentaron sustancialmente, con tasas marginales a los tramos de ingresos más altos de hasta 90%. Y que luego crecieron menos, al empezar la baja a los impuestos a los más ricos y a limitarse el Estado de bienestar en la era Reagan-Thatcher. El PIB por habitante de Estados Unidos (US$76,3 mil en 2022), con 27% sobre PIB de carga tributaria, es hoy inferior al de Noruega (US$ 78 mil, a paridad de poder de compra, mientras sin esa corrección es mucho mayor), con 42% sobre PIB de carga tributaria. En los países con altos impuestos, amplios servicios públicos y menor desigualdad, la economía y la inversión no están bloqueadas por el peso de la tributación, ni menos están llenos de desempleados que deambulan por las calles por falta de actividad privada: son aquellos con mayor bienestar humano en el mundo, por sobre el de Estados Unidos (ver los Índices de Desarrollo Humano). El sector privado es dinámico en estos países, dicho sea de paso, precisamente porque cuenta con capacidades humanas avanzadas. 

La conclusión es que, con políticas bien diseñadas, en el contexto de economías mixtas, disminuir la desigualdad distributiva y aumentar la movilidad social no tiene un costo económico agregado sustancial, y en diversos casos tiene un efecto económico beneficioso. Más aún, la experiencia histórica muestra que la curva del impuesto progresivo al ingreso tiene una correlación positiva con la tasa de crecimiento del producto y no al revés, como postulan los partidarios de bajar impuestos a los grupos de altos ingresos.

Chile enfrenta dos opciones gruesas para el mediano y largo plazo. La primera es subir gradualmente su gasto público, y la correspondiente presión tributaria, en especial de los grupos de más altos ingresos, en al menos un 5% y hasta un 10% del PIB en una década. De ese modo se alcanzaría un gasto público sobre PIB del orden de aquel de los países intermedios de la OCDE, como Nueva Zelandia, Canadá o España, que están lejos de caerse a pedazos por el peso aplastante de los impuestos y, por el contrario, exhiben niveles promedio de crecimiento y de bienestar satisfactorios (la comparativa completa se puede ver en la base de datos de la OCDE,). Esto requiere un estímulo del crecimiento sostenible en base a mayor y mejor inversión en infraestructuras, a más investigación y apoyo a la innovación y más educación y formación continua pertinente. Chile debe seguir cerrando la brecha de productividad que mantiene con las economías avanzadas, lo que no será posible bajando impuestos y debilitando la provisión de bienes públicos indispensables para un mayor crecimiento con estabilidad social. La segunda opción es permanecer como un país sin un desarrollo suficiente de las capacidades de las personas («capital humano») y de sus infraestructuras («capital físico»), sin aumentar su crecimiento potencial y sin capacidad de disminuir las desigualdades y la inseguridad, ni tampoco invertir en sostenibilidad ambiental. Dos opciones, dos modelos.

Los conflictos recientes en la izquierda

La izquierda es una corriente política, social y cultural portadora de un proyecto de emancipación de las opresiones, explotaciones y discriminaciones existentes en las sociedades actuales. Pone desde hace dos siglos el acento en la igualdad de los seres humanos en su dignidad y derechosConsidera que la igualdad real de oportunidades y la socialización de parte de la economía son una condición para que el ejercicio de la libertad se extienda a toda la sociedad y no solo a las posiciones sociales dominantes, sin perjuicio de valorar la retribución justa del esfuerzo, la diversidad individual, y la variedad de enraizamientos culturales. 

Esta consideración choca y entra en conflicto con la herencia colonial y neocolonial en América Latina, sujeta al afán de hegemonía de Estados Unidos desde la llamada doctrina Monroe, que ha hecho de este continente el más violento y desigual del mundo (por encima de África), dominado por oligarquías que controlan el poder económico y mediático y buscan extenderlo al poder político, con frecuencia mediante dictaduras, con el crimen organizado y la economía ilegal como actor que emana cada vez con más fuerza de la descomposición del capitalismo periférico y de las sociedades desiguales y anómicas. 

La tarea de la izquierda es, en este contexto, y en primer lugar, consolidar instituciones democráticas plenas, plurales y participativas, que expresen la soberanía popular por sobre el poder de unas u otras oligarquías y vayan más allá de la reactividad social sin proyecto. Debe ser parte lealmente de esas instituciones, respetando la alternancia en el gobierno según sea la voluntad ciudadana para, simultáneamente, construir un proyecto emancipador de largo aliento de tipo nacional-popular y latinoamericanista, que logre transformaciones sociales perdurables. El sujeto potencial de este proyecto es el que reúne al mundo del trabajo, de la cultura y de las categorías sociales excluidas, que chocan con los intereses de la acumulación ilimitada y concentrada de capital y con las hegemonías imperiales a nivel global,  a través de un amplio bloque por los cambios. 

Procurar representar a esos mundos no es fácil y menos lo es conducirlo a la construcción progresiva de un horizonte común, que avance por etapas y por saltos históricos.  Su finalidad última es construir una sociedad de bienestar equitativo y sostenible, en la que cada cual aporte todos sus esfuerzos y capacidades y simultáneamente prevalezca una igualdad efectiva de derechos y oportunidades. Este bienestar requiere la preservación de los bienes comunes, la provisión suficiente de bienes públicos, mínimos universales de existencia digna, la cobertura del riesgo de desempleo y enfermedad y de pensiones, junto a la igualdad de acceso a la educación y a las posiciones públicas, sin discriminaciones de género, sociales, étnicas o de pertenencia a diversidades. Y de una práctica culturalmente hegemónica de articulación de intereses diversos en el presente y del presente con el futuro,  que es la clave de la política de izquierda. Los conceptos clave son "consistencia y persistencia", alejados de las prisas de las posturas inmediatistas, de las soluciones supuestamente fáciles a problemas complejos sobre la base de halagar emociones, y del oportunismo centrado en intereses de corto plazo y en la adaptación a los poderes fácticos existentes. Un camino a evitar es sumar reivindicaciones dispersas y estados de ánimo circunstanciales para conformar mayorías electorales efímeras sin proyecto y bajo la conducción de caudillos. Esto da lugar a procesos inestables y/o personalistas o al acceso al poder de grupos cerrados que buscan eternizar un poder burocrático, aunque en algunos casos se recubran de pasadas glorias revolucionarias. La izquierda es la que construye paso a paso un Estado democrático y social de derecho. Ya no es izquierda aquella que se transforma en casta dominante o cuyos métodos están imbuidos de autoritarismo. O de esa cultura individualista que lleva a insertarse en la acción política para acceder a espacios de poder personal a través de algún partido y de la dinámica de escalar a unas u otras posiciones en las instituciones públicas de representación y de gobierno. Quien está al lado, se transforma en competidor y en rival potencial y no en parte de un mismo colectivo con propósitos comunes. A algunas personas esta concepción las lleva a actuar sin demasiados escrúpulos. Y en ocasiones sin ninguno. 

Cuando en la izquierda se pierde el sentido de pertenencia a un colectivo que es político y a la vez social y cultural porque es portador de un proyecto histórico, aunque esté en una necesaria  evolución y adaptación permanentes, entonces sus políticas y organizaciones entran en crisis más o menos larvadas, más o menos evidentes.

Esto ocurrió en Chile en la etapa de la derrota de 1973 y, luego de la recomposición de los años 1980, durante la larga transición democrática. La declinación de la izquierda tradicional, luego de la consolidación de conductas de financiamiento ilegal de la política y de complicidades con diversos poderes fácticos, dio espacio a su reemplazo alternativista desde 2010 mediante un discurso duro de recambio generacional y de superioridad moral. La edad en los procesos políticos nunca ha tenido mayor importancia y la superioridad moral se puede derrumbar con gran facilidad, habida cuenta que en todo grupo humano en algún momento emergen conductas éticamente cuestionables, en donde lo fundamental es la manera en que el corazón de esos grupos reacciona frente a ellas para aislarlas y erradicarlas.  Ese derrumbe le está ocurriendo ahora al Frente Amplio con el descubrimiento del intento de uso indebido de recursos del Estado para fundaciones afines. Y con la asistencia de algunos de sus ministros, junto a varios de otras corrientes e incluso presidentes de partido, a reuniones opacas en la casa de un lobbista de la UDI con representantes privados para tratar temas de política gubernamental, dígase lo que se diga. Esto, por supuesto, no es ni normal ni aceptable, pues como bien señaló el ministro Mario Marcel "es un juicio que cada uno tiene que hacer y para eso los ministros tienen criterios. Todos sabemos que cuando hablamos con alguien no lo estamos haciendo como personas naturales, sino como ministros”. El diálogo de autoridades con representantes de intereses particulares es propio de una sociedad abierta y democrática, pero en condiciones de transparencia y formalidad.

El senador Espinoza había tomado un camino de cobrarse revancha de lo que al parecer consideró ofensas de personeros del Frente Amplio que se involucraron en lo que considera sus espacios de poder territorial, en este caso insultando a un ministro clave, hoy fuera del gobierno. La respuesta extemporánea de éste último es llevar en estos días el tema a los tribunales. Esto dio lugar a defensas corporativas y ha escalado a una especie de conflicto general entre el PS y el Frente Amplio.

El pequeño detalle es que ambas fuerzas, junto al PC, son el eje del gobierno actual. Este se está recuperando de dos años iniciales para el olvido, retomando fuelle político después de la derrota que la sociedad le infligió a las oligarquías el 17 de diciembre pasado. Podría tener, además, un mejor año económico que le permitiría enfrentar y eventualmente derrotar otra vez a las fuerzas conservadoras en los eventos electorales próximos de nivel local y nacional, en una suerte de contraofensiva exitosa para hacer avanzar los intereses de la mayoría social. Nada menos.

Por eso es urgente detener el conflicto que se ha desencadenado en la izquierda en el peor momento y que no tiene nada de sustancial, salvo ser la expresión del individualismo negativo y de los intereses menores de grupo que corroe al sistema político chileno actual.

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