jueves, 30 de abril de 2020

Lo que vendrá después


Hace algunos días, nos sorprendió la declaración del presidente de los empresarios, Juan Sutil, insinuando que tal vez en el futuro habría que pensar en un modelo socialdemócrata para Chile. No sé si sabrá que esos modelos tienen dos características esenciales: un amplio sistema de tributación progresiva que es proporcionalmente del orden del doble y más que el chileno -esta tributación elevada se utiliza para financiar un amplio Estado de Bienestar- y que las negociaciones colectivas son centralizadas y con sindicatos fuertes y respetados. No parece tan seguro que cuando se documente más sobre el tema mantendrá esa declaración.Si así fuera, bienvenido sea.

En todo caso, aunque estos no son tiempos de optimismo, la pandemia de Covid-19 obliga a repensar las prioridades que presiden la organización de la vida colectiva, lo que ya venía en proceso de creciente cuestionamiento en Chile con el hito de gran envergadura histórica de la rebelión social de octubre-diciembre de 2019.

¿Qué se puede pensar sobre el futuro, además de lograr a la brevedad una nueva institucionalidad que nazca de la soberanía popular y consagre un cambio en las formas de gobierno hacia una democracia eficaz, descentralizada, proba, basada en un verdadero Estado de derecho al servicio de la mayoría?

¿Por qué no pensar en una nueva economía moderna y compleja orientada al bienestar equitativo y sostenible, en vez del modelo de producción depredadora de los seres humanos y de la naturaleza, de consumo desenfrenado y de inequidad estructural de orden productivo, social y de género que muestra ya un agotamiento irremediable?

Esto supone avanzar a una estrategia de reconversión productiva y de crecimiento-decrecimiento. ¿Qué es eso, se preguntarán?

Se trata de una estrategia que debe incluir un gran crecimiento de la producción de alimentos saludables, de las energías renovables, de los objetos reparables, de larga duración y de bajo consumo de energía, de los servicios a las personas y de los servicios a la producción innovadora y compatible con la resiliencia de los ecosistemas. Y que debe incentivar el decrecimiento liso y llano de la energía basada en hidrocarburos, de la alimentación industrial no saludable, de la producción con obsolescencia programada, del sobre-endeudamiento que sobrecarga el presupuesto de los hogares con intereses sobre intereses y de finanzas que lesionan a las empresas productivas, junto a servicios básicos entregados con rentabilidades monopólicas que no tienen justificación alguna y alimentan la concentración económica. Se trata de dejar de medir la actividad con un PIB por habitante que no considera el bienestar, la distribución y la sostenibilidad social y ambiental, y cuyo monto no deberá ser lo importante per se, sino su capacidad de sostener un bienestar equitativo y resiliente a lo largo del tiempo.

Deberá existir un sector de alta productividad articulado con las grandes cadenas globales, de minería o no, pero con plena captación nacional de las rentas y utilizando tecnología verde de punta, que contribuya a sostener las formas sociales de producción, empleo y subsistencia, la cobertura de riesgos sociales y las inversiones verdes que la reconversión necesitará en gran volumen.

Los instrumentos deberán ser tarifarios, tributarios, financieros y reglamentarios, con formas mixtas de propiedad, con mercados regulados y también con una amplia prestación pública de bienes y servicios al margen del mercado. Y con cadenas territoriales de abastecimientos básicos con alta capacidad de integración social y de respuesta sanitaria en los territorios, junto a ciudades eco-productivas, con transporte público de calidad y amplio espacio para el teletrabajo y la educación digital. Y con una economía que no discrimine por género ni origen social o nacional y un cuidado infantil y de los adultos mayores que saque a las mujeres de la sobrecarga inequitativa actual mediante amplias redes sociales de cuidado en cada territorio. Y con una educación que prepare con rigor a cada cual para desarrollar libremente sus proyectos de vida y promueva los valores básicos que la sociedad decida democráticamente compartir.

Economistas contra salubristas: un falso dilema


Un sondeo reciente preguntó a economistas calificados en Estados Unidos si acaso el Gobierno debía invertir más en acelerar el testeo por COVID-19 y para lograr una vacuna. Obviamente todos estuvieron de acuerdo.
El sondeo también preguntó, lo que es menos obvio, si abandonar las cuarentenas mientras permanece el riesgo de nuevos brotes de infección llevaría a un mayor daño económico. Ninguno estuvo en desacuerdo
Conclusión: los paneles de economistas que procuran atenerse a hechos razonablemente comprobables, piensan que para salvar la economía hay que hacerles caso a los expertos en salud pública y no relajar medidas hasta que no existan una serie de condiciones, a la espera de la vacuna. Entre ellas, un transporte público reacondicionado para mantener el distanciamiento y la sanitización, una mucho mayor capacidad de testeo del contagio, un gran contingente en los servicios de salud y en la salud primaria para el monitoreo de personas contagiadas sin síntomas y recuperadas y el aislamiento de las zonas de tratamiento por COVID-19 en los hospitales. En Chile, como la mayoría de los economistas trabajan para intereses empresariales, opiniones de este tipo no se expresarán demasiado y habrá solo voces aisladas planteando lo razonable.
El tema a considerar es que hay muchas incógnitas con el comportamiento de la pandemia que nos aqueja. Los científicos y los gobiernos navegan en muchos sentidos a ciegas. Pero más vale hacerles caso a los científicos, aunque también se equivoquen, pues tienen por formación el reflejo de estar abiertos a reconocer y enmendar el error, como ocurrió con el uso de mascarillas. En contraste, Trump recomendando tomar desinfectante y las payasadas de Bolsonaro están ahí para ilustrar los extremos en el desvarío de algunos gobiernos.
Retomar la actividad económica y educacional requiere de medidas sanitarias fuertes, como están recomendando los salubristas, con resistencia de la autoridad política en nuestro país y de un ministro de Salud que no se sabe si prioriza el control de la pandemia o minimizar las suspensiones de actividad. Su posición sobre la suspensión de clases fue insólita para quien ostenta esa responsabilidad.
El problema es que en la mayoría de los casos, las empresas y entidades educacionales no están en condiciones de cumplir las restricciones sanitarias a cabalidad. El riesgo de rebrotes diversos es real. ¿Cuántas personas, por temor, dejarán de ir o irán muy poco a restaurantes, centros comerciales, cines, peluquerías, talleres de reparación, y otras actividades no esenciales si se relajan en exceso las medidas sanitarias y el virus sigue circulando sin barreras suficientes? Las clínicas privadas vacías están ahí para demostrar que esa conducta de precaución espontánea estará presente en el corto y mediano plazo. Entonces no se trata solo de decretar un grandilocuente "retorno seguro" para salvar la economía.
Hay que asumir que se debe por un cierto tiempo, que puede ser largo, preservar lo esencial de los abastecimientos a la población y su logística respectiva y concentrar ahí la mantención de la actividad en condiciones rigurosas de distanciamiento físico, de testeo y de monitoreo de lugares de infección y de infectados. Y cuando sea posible, mantener o reiniciar otras actividades con alta automatización y baja concentración humana. Y desde luego aprovechar todas las posibilidades de trabajo a distancia.
Ya que el Gobierno no puso en práctica un esquema de mantención general de ingresos vía créditos y subsidios suficientes, que era lo más apropiado para evitar el derrumbe económico, y optó por un esquema de alivio tributario y crediticio que privilegia a las grandes empresas (no hay que olvidarse de quiénes son los que nos gobiernan), se plantea con urgencia el tema de un ingreso básico de emergencia equivalente al salario mínimo y hasta 500 mil pesos por familia.
Este debe cubrir a la brevedad a todas las familias que lo necesiten y mientras lo necesiten, financiado con reorientaciones de gasto público, uso de reservas fiscales y endeudamiento (por qué esto no es una catástrofe ni mucho menos, está explicado en este enlace). Esto no solo es indispensable para sostener las medidas sanitarias que no pueden funcionar si no se preserva a las familias y personas del hundimiento económico, sino que también será una condición de mantención del poder de compra para hacer funcionar las cadenas de abastecimiento básico y el empleo en ellas. El control de la pandemia y evitar el colapso de la economía van de la mano.

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