jueves, 5 de enero de 2023

¿Qué está pasando con el empleo y las remuneraciones?

En La Mirada Semanal

La ocupación experimentó una impresionante caída de dos millones de personas en el segundo trimestre de 2020, en el peor momento de la crisis. Al final de 2020 se había recuperado un millón de esos puestos de trabajo y hacia el segundo semestre de 2021 el empleo presentaba un importante dinamismo, pero desde entonces aumentó a un ritmo decreciente. La tasa de desempleo desestacionalizada subió en noviembre de 2022 por sexto mes consecutivo y cayeron las remuneraciones reales por octavo mes consecutivo.

Analizar las tendencias del empleo y de las remuneraciones supone aludir una serie abigarrada de indicadores cuantitativos, por lo que habrán de perdonarnos quienes leen esta columna.  Partamos por señalar que en noviembre de 2022, último dato disponible, se registró un 3,8% de incremento anual de la ocupación. Esta es una buena tasa de expansión, pero menor que la de los trimestres previos. La ocupación total alcanzó a 8,88 millones de personas, a comparar con los 8,56 millones de hace un año. No obstante, este volumen es todavía inferior al nivel previo a la crisis de la pandemia. Había 9,05 millones de personas ocupadas en noviembre de 2019 y 9,06 millones en febrero de 2020. En cambio, la producción recuperó su nivel previo ya en el cuarto trimestre de 2020.



Para entender mejor la evolución en curso, hay que acercarse a la composición de la ocupación. El empleo asalariado formal es la principal categoría de empleo en Chile (un 65% del total) y sumó en septiembre (últimas cifras disponibles) unos 5,77 millones de personas registradas como cotizantes dependientes por la Superintendencia de Pensiones. Este volumen es superior al de 5,41 millones de tres años atrás y al de 5,52 millones de febrero de 2020. En agosto de 2021, este tipo de empleo ya había recuperado su nivel previo a la crisis pandémica, con un dinamismo que persistió hasta el último trimestre del año. Pero en 2022 se evidencia una tendencia al estancamiento. Este indicador sigue muy de cerca el de la producción, como se observa en el gráfico.

Los ocupados por cuenta propia, en cambio, disminuyeron su número como consecuencia de la crisis. En el trimestre terminado en noviembre de 2019, se desempeñaban en esa condición 1,85 millón de personas, mientras tres años después lo hacían solo 1,81 millón. Es la evolución de este segmento, en el que se encuentra buena parte del trabajo informal, la que explica el retraso en la recuperación de la ocupación total en la economía chilena previa a la crisis. La ocupación informal ha disminuido de 29,1% del total en noviembre de 2019 a 27,3% en el mismo trimestre de 2022 y sumó 2,42 millones de personas. Los subsidios a la contratación establecidos durante la crisis han ayudado a contener la informalidad en el segmento de trabajadores asalariados, que sumó unas 835 mil personas en esta condición a noviembre. Pero en esta situación también ha influido la disminución del empleo por cuenta propia.

Por otro lado, el aumento reciente de la ocupación total ha sido menor que el de la fuerza de trabajo (ocupados más personas cesantes que buscan trabajo) y alcanzó un 4,3% anual en noviembre. Se siguen incorporando nuevos contingentes al mercado de trabajo, pues la población de más de 15 años crece al 1% al año y, a medida que el empleo crece, más personas inactivas desean trabajar. Pero este mercado, en el que la demanda de trabajo la constituyen las empresas, las administraciones públicas y las familias, no está siendo capaz de incorporarlos en la actualidad, lo que obliga a pensar en más programas de empleo al margen del mercado, por ejemplo en tareas de cuidado y de mejoramiento urbano y ambiental. En efecto, la tasa de ocupación (la relación entre la población ocupada y la población en edad de trabajar) bajó de 58,4% hace tres años a solo 55,1% en noviembre de 2022. A su vez, la tasa de ocupación femenina pasó de 48,4% a 45,8% en el mismo período.

Otra consecuencia de esta evolución es que, a pesar de la recuperación del empleo, el número de desempleados aumentó de 697 mil a 767 mil en un año, dado que más personas buscan ahora trabajo. Por su parte, el número de ellas dispuestas a trabajar pero que no buscan empleo activamente (“fuerza de trabajo potencial”), pasó de 844 mil a 854 mil. La suma de los desempleados y de los trabajadores desalentados pasó en un año de 1,54 millones de personas a 1,62 millones, unas 80 mil personas adicionales, dato que evidencia el problema estructural y coyuntural de desempleo que afecta a la economía chilena. Hace tres años, la suma alcanzaba a 1,36 millones de personas.

Un segundo gran problema es que las personas de entre 15 y 24 años que no trabajan ni estudian (conocido como grupo NiNi) pasaron de 345 mil hace un año a 384 mil en el trimestre móvil terminado en noviembre de 2022, siempre según la encuesta de empleo del INE.

Como resultado de las tendencias descritas, la tasa de desempleo de la fuerza de trabajo (estacionalmente ajustada) aumentó de 7,6% en el trimestre final de 2021 a 8,2% en el trimestre terminado en noviembre. Se completó así un período de 6 meses de deterioros consecutivos de este indicador (desde el trimestre móvil terminado en junio). Entre los trimestres terminados en diciembre de 2021 y mayo de 2022, esta tasa se había mantenido estable en 7,6%, el nivel más bajo desde la salida de la crisis pandémica. Hace tres años, la tasa de desempleo desestacionalizada alcanzaba un 7,3% de la fuerza de trabajo.

Si se suma a los desocupados las mencionadas personas dispuestas a trabajar pero que no buscan empleo activamente, la “tasa combinada de desocupación y fuerza de trabajo potencial” calculada por el INE alcanzó un 15,8% en el trimestre terminado en noviembre. Esta cifra es el doble de la tasa convencional de desempleo no desestacionalizada, que registró en el mismo período un 7,9% de la fuerza de trabajo. Hace tres años, antes de la crisis pandémica, esta tasa combinada alcanzaba un 14,2% de la fuerza de trabajo.

Por otro lado, las remuneraciones reales, según la muestra del INE entre las empresas de más de cinco trabajadores, resistieron la etapa de marzo 2020 a enero 2022 sin grandes sobresaltos. Incluso al iniciarse 2022 estas eran un 1,1% superiores a las de dos años atrás, en la etapa previa al inicio de la crisis. Pero han experimentado un deterioro que ya suma -2,6% entre febrero y octubre de 2022 (última cifra disponible).

Si se suma a los desocupados las mencionadas personas dispuestas a trabajar pero que no buscan empleo activamente, la “tasa combinada de desocupación y fuerza de trabajo potencial” calculada por el INE alcanzó un 15,8% en el trimestre terminado en noviembre. Esta cifra es el doble de la tasa convencional de desempleo no desestacionalizada, que registró en el mismo período un 7,9% de la fuerza de trabajo. Hace tres años, antes de la crisis pandémica, esta tasa combinada alcanzaba un 14,2% de la fuerza de trabajo.

Por otro lado, las remuneraciones reales, según la muestra del INE entre las empresas de más de cinco trabajadores, resistieron la etapa de marzo 2020 a enero 2022 sin grandes sobresaltos. Incluso al iniciarse 2022 estas eran un 1,1% superiores a las de dos años atrás, en la etapa previa al inicio de la crisis. Pero han experimentado un deterioro que ya suma -30% entre febrero y noviembre de 2022 (última cifra disponible).

Esto se explica por el nuevo choque inflacionario en materia de alimentos y combustibles provocado por la guerra de Ucrania, que se sumó a la inflación de 2021 originada en los problemas de oferta en las cadenas globales de suministro y en la fuerte expansión de la demanda interna estimulada por los retiros de fondos de pensiones y el déficit fiscal. Así, la inflación anual pasó de 3,0% en 2020 a 7,2% en 2021, pero con una inflación de bienes transables internacionalmente de 8,6%, que revela la importancia decisiva de la inflación importada en todo el período. A la inflación se agrega una situación general de débiles mecanismos de indexación salarial y el reseñado aumento del desempleo que debilita la capacidad negociadora de los asalariados en las empresas.

Lo ocurrido con las remuneraciones reales ha contribuido a la desaceleración de la economía y de la creación de empleo en 2022, empujada por el encarecimiento del crédito desde junio de 2021 y la caída de -25% del gasto público en 2022. Este contexto general se ha traducido en la disminución de la actividad en -0,1% en el trimestre móvil terminado en noviembre. Un nuevo dato negativo del Imacec en diciembre implicará que la economía chilena habrá entrado en “recesión técnica” al completar caídas del PIB en los dos últimos trimestres del año.



La recesión y la inflación

En La Tercera digital

La actividad económica cayó en -0,8% en noviembre respecto a octubre en términos desestacionalizados. Esta es una mala noticia, luego del cese de la secuencia de caídas de producción entre abril y julio y el buen crecimiento promedio que se verificó entre agosto y octubre. Esta tendencia había permitido abrigar alguna esperanza de una mayor resiliencia de la economía frente al encarecimiento del crédito y la política de brusco ajuste fiscal en aplicación durante 2022.

La cifra se explica en buena medida por una caída de -4,3% de la minería en noviembre, luego de un fuerte crecimiento de 6,9% en el mes previo. Este es un sector internacionalizado y de enclave, con una oferta que se programa a mediano y largo plazo pero que está sujeta a fluctuaciones de corto plazo por las contingencias técnicas y sociales de las faenas de extracción. Pero también la actividad industrial se ha contraído, en este caso por segundo mes consecutivo. En contraste con esta preocupante trayectoria en la producción de bienes (su nivel conjunto es hoy inferior al de 2018), el suministro de servicios sigue mostrando un cierto dinamismo. Pero si el Imacec de diciembre fuera otra vez negativo, se completarían dos trimestres de caída de la producción (el tercero y el cuarto del año 2022), lo que configuraría una “recesión técnica”.

¿Sequirán manifestándose en los meses venideros los efectos en el consumo, la inversión y las exportaciones de las alzas de las tasas de política monetaria del Banco Central, de las caídas de los salarios reales, de la disminución del gasto público de -25% en 2022 y de una coyuntura internacional incierta? ¿O bien el crecimiento del gasto público de 4,2% previsto para 2023, un eventual fin del deterioro de los salarios reales ayudados por una revaluación del peso y una menor inflación externa, así como un mejor desempeño de China, permitirán acaso una recuperación de la economía y evitar una recesión prolongada? La resiliencia mostrada por el suministro de servicios es por ahora el único factor de cierto optimismo.

En todo caso, con el Banco Central no se puede contar para una política antirecesiva que incluya disminuciones prontas de la tasa de interés, pues esta entidad sostiene que una recesión es necesaria para bajar la inflación, a pesar de su origen predominantemente importado. Este es el caso directamente de los bienes que son objeto de comercio exterior y cuyos precios se fijan fuera del país, que aumentan en pesos adicionalmente en episodios de devaluación de la moneda nacional, o indirectamente al aumentar los costos de producción -especialmente los combustibles- de los bienes y servicios no transables internacionalmente.

El premio Nobel Joseph Stiglitz ha descrito recientemente lo que se podría denominar el “síndrome del martillo” en la conducta de los bancos centrales: “es bien conocida la frase del psicólogo Abraham Maslow según la cual, ‘si lo único que tienes es un martillo, todos los problemas te parecen clavos’. Que la Reserva Federal de los Estados Unidos tenga un martillo no quiere decir que tenga que salir a destruir la economía a martillazos”.

El martillo en este caso es la fijación de la tasa de interés de refinanciamiento del crédito de la banca que compete a la autoridad monetaria y su utilización como herramienta de control de la inflación. Un crédito más caro disminuye la demanda de inversión y de consumo en caso de un exceso de ambas en relación a la oferta disponible de bienes. El problema es que la inflación no solo se produce por un exceso de demanda, también puede provenir de presiones y ajustes de costos y de tasas de utilidades que se repercuten sobre el consumidor, lo que depende de situaciones sectoriales y de los poderes de mercado de los agentes económicos en los procesos periódicos de adaptación de los precios relativos, además de eventuales cambios en las preferencias de los consumidores. Es decir, de otros clavos que no están al alcance del martillo del Banco Central.

La política monetaria interna debía, en la salida de crisis, hacerse más restrictiva y buscar contener con moderación y cautela el exceso de demanda proveniente de los retiros inorgánicos de fondos de pensiones y del enorme déficit fiscal del segundo semestre, en pleno período electoral. Pero hacer pasar la tasa de política monetaria de 0,5% en junio de 2021 a 5,5% en febrero de 2022 estuvo en el límite de la imprudencia. Y lo que se situó fuera de toda lógica racional fue el incremento totalmente excesivo de la tasa de interés y llevarla mes a mes hasta 11,25%, una vez que se produjo el inesperado efecto de la guerra de Ucrania sobre los precios de los combustibles y los alimentos a partir de marzo de 2022. Entre tanto, la demanda de consumo y de inversión se habían moderado en el país, sin ya constituir una presión inflacionaria mayor frente a la expansión de las capacidades de suministro de servicios y la más lenta recuperación de la producción interna de bienes, con capacidades productivas excedentarias en muchos sectores de la economía. Esperemos que el martillo deje de ser usado a la brevedad, pues evitar una recesión prolongada es posible y ciertamente deseable.








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