Mediciones del crecimiento y del desarrollo

 En la Mirada Semanal.

La evidencia de los efectos del cambio climático global, perceptible en Chile con la prolongada sequía que sufre el país, así como de las malas decisiones de inversión que alteran ecosistemas específicos, como en el caso del proyecto minero Dominga en la región de Coquimbo, ponen en el tapete la necesidad de avanzar a mediciones más amplias del bienestar humano que la sola producción de mercado (PIB).

Si se deja de lado la idea de desarrollo como expansión permanente e ilimitada de la producción de bienes sin consideraciones sociales ni ambientales, y si se reemplaza por la noción de logro y preservación de grados suficientes de bienestar individual y colectivo, con componentes materiales además de culturales, sociales y de vínculo con la naturaleza, entonces el PIB por habitante no logrará ser un cuadro de evaluación de políticas para obtenerlos y preservarlos. Este solo mide los flujos económicos de valor agregado de mercado sin considerar el trabajo doméstico, el acceso digital a bienes no transados en mercados o la disminución de las existencias de recursos naturales que esos flujos incluyen. 

La medición del bienestar individual y colectivo, inevitablemente parcial pues nunca podrá considerar plenamente sus fundamentales componentes cualitativos, deberá incluir diversos indicadores. Los indicadores sintéticos multidimensionales integran diversas dimensiones más allá del valor monetario de la producción o de los ingresos. El más conocido es la versión básica del Índice de Desarrollo Humano del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que desde 1990 pondera por tercios el Ingreso Nacional Bruto (el cual corrige el PIB por los flujos de ingresos de residentes y no residentes y los términos del intercambio), los años promedio y esperados de educación, y la esperanza de vida al nacer de la población. El índice es la media aritmética de los índices normalizados de cada una de las tres dimensiones. Siempre manteniendo la lógica de un índice sintético para ordenar un ranking de países, este esfuerzo ha incluido posteriormente correcciones por desigualdad de ingresos y de género. Por su parte, la investigación de Stiglitz, Fitoussi y Sen identificó las siguientes dimensiones clave a considerar: estándar material, salud, educación, actividades personales (incluido el trabajo), voz política y gobernanza, conexiones sociales y relaciones, medio ambiente e inseguridad. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos ha recogido estas recomendaciones y elabora el Índice para una Vida Mejor, que incluye 38 países y 11 dimensiones, y permite realizar las ponderaciones de aquellas que se estimen pertinentes.

En cambio, tanto los Objetivos de Desarrollo del Milenio, de 2000, como los Objetivos de Desarrollo Sostenible, de 2015, tienen valor en sí mismos para evaluar las brechas en relación con determinadas metas y entre países en cada una de las dimensiones planteadas. El Índice de Cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, inspirado por Jeffrey Sachs y otros, toma desde 2016 las metas establecidas por la Organización de las Naciones Unidas con 39 indicadores y las brechas de cada país respecto de ellas. Al considerar dimensiones muy disímiles con igual ponderación, su valor analítico, más allá de trazos gruesos, termina, sin embargo, siendo escaso.

Con los datos disponibles, se puede y debe construir cuadros de evaluación sintética de la situación de los países, más allá de un solo índice compuesto. En el caso de la situación económica, además de incluir el PIB por habitante a paridad de poder de compra de los países y su respectiva participación en el PIB mundial (como están compilados en las bases de datos del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial), cabe incorporar la tasa de desempleo (para apreciar el grado de logro del objetivo de pleno empleo), la presión tributaria(para apreciar las capacidades de acción fiscal del gobierno, el porcentaje de gasto en investigación y desarrollo sobre el PIB y el grado de concentración de las exportaciones para observar los esfuerzos y resultados en la diversificación productiva e indirectamente  los niveles de autonomía en la inserción en la economía mundial). Se puede construir, además, cuadros de evaluación sintética de la situación social. Junto con incluir la esperanza de vida al nacer como expresión de la situación sanitaria de la población como componente clave del bienestar, la mortalidad infantil como un indicador directo de carencias de acceso a capacidades básicas de satisfacción de necesidades y a la atención de salud. Es ilustrativo incluir mediciones de pobreza monetaria o multidimensional, no obstante las distorsiones que provocan las diversas convenciones utilizadas que llevan a resultados altamente variables según los criterios escogidos. Cabe considerar, además, los años esperados de educación de niños/niñas y jóvenes, o indicadores de resultados de aprendizaje, como los que compila el Banco Mundial en su Índice de Capital Humano; el porcentaje de jóvenes que no estudian ni trabajan, como indicador de exclusión, y la tasa de homicidios, como indicador de criminalidad, además de la cobertura de las pensiones. 

En materia de desigualdad, cabe considerar los coeficientes de distribución de ingresos de Palma (que relaciona los ingresos del 10% más rico y los del 40% más pobre, a partir de la observación según la cual el 50% restante suele tener una participación cercana a la mitad de los ingresos en la mayoría de las economías nacionales) y de Gini (indicador sintético de la distancia promedio con una situación igualitaria de distribución de ingresos que va de 0 a 100, que puede no reflejar diferencias importantes entre los muy ricos y los muy pobres). Cabe incluir, por su importancia para apreciar las relaciones sociales en cada país, el índice compuesto de desigualdad de género (entre 0 y 1, que pondera indicadores de salud, de disparidad de ingresos y de representación política) que confecciona el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo.

Cabe también considerar indicadores de evaluación de la situación ambiental de los países, utilizando datos recogidos por Naciones Unidas como el porcentaje en la generación final de energía de las fuentes renovables (convencionales, como la hidroelectricidad tradicional, y no convencionales, como las solares, eólicas y geotérmicas), las emisiones de dióxido de carbono por habitante y la cobertura del suelo total por bosques y su tasa de variación. Es ilustrativo utilizar el indicador de biocapacidad (en hectáreas generales, que mide la capacidad biológica del área cubierta por cada país con coeficientes de conversión según el tipo de territorio divididas por la población) y otro de “huella ecológica”, que mide el uso de los recursos para satisfacer los consumos y absorber los residuos, como el confeccionado por el Global Footprint Network. 

Lo principal es no restringir, como suele ocurrir con frecuencia, la idea del desarrollo de un país a simplemente alcanzar un cierto nivel de Producto Interno Bruto por habitante o de Ingreso Nacional Bruto por habitante (el promedio de los países de más altos ingresos o el de Estados Unidos, por ejemplo) y en función de ese parámetro establecer las brechas a colmar. Las brechas existen en diversas dimensiones y los indicadores deben reflejarlas.

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