Estados Unidos, Venezuela y el abismo
En Voces La Tercera
Los halcones del sistema político norteamericano han decidido actuar fuerte sobre la Venezuela de Maduro, buscando retomar el control sobre un país clave de América Latina y sobre su petróleo, nacionalizado en los años setenta. Buscan una acción drástica cerca de su territorio, que apunta a la vez a quitarle toda posibilidad de sobrevivencia al régimen cubano. No terminan de soportar el desafío a la hegemonía de Estados Unidos originado en los años sesenta por la revolución cubana. Una salida posible a la confrontación eterna que se perfiló en los acuerdos Obama-Castro es ahora cancelada, junto a toda posibilidad de evolución democrática soberana y pluralista de ese régimen acosado por décadas. En el corto plazo, los halcones detrás de Trump buscan sobre todo aprovechar el “eslabón débil” venezolano en la redefinición global del poder estratégico y económico con China, en especial, y también con Europa y Rusia. El problema es que este diseño está resultando bastante difícil de resolver a favor de los intereses de Estados Unidos en diversos escenarios de conflicto. A más largo plazo, la maniobra destinada a derrocar a Maduro y su grupo es que rompe diversas reglas básicas del derecho internacional construido hasta hoy, maniobra en la que Estados Unidos ha visto la ocasión de arrastrar parcialmente a Europa y a los gobiernos de derecha de América Latina.
Los halcones del sistema político norteamericano han decidido actuar fuerte sobre la Venezuela de Maduro, buscando retomar el control sobre un país clave de América Latina y sobre su petróleo, nacionalizado en los años setenta. Buscan una acción drástica cerca de su territorio, que apunta a la vez a quitarle toda posibilidad de sobrevivencia al régimen cubano. No terminan de soportar el desafío a la hegemonía de Estados Unidos originado en los años sesenta por la revolución cubana. Una salida posible a la confrontación eterna que se perfiló en los acuerdos Obama-Castro es ahora cancelada, junto a toda posibilidad de evolución democrática soberana y pluralista de ese régimen acosado por décadas. En el corto plazo, los halcones detrás de Trump buscan sobre todo aprovechar el “eslabón débil” venezolano en la redefinición global del poder estratégico y económico con China, en especial, y también con Europa y Rusia. El problema es que este diseño está resultando bastante difícil de resolver a favor de los intereses de Estados Unidos en diversos escenarios de conflicto. A más largo plazo, la maniobra destinada a derrocar a Maduro y su grupo es que rompe diversas reglas básicas del derecho internacional construido hasta hoy, maniobra en la que Estados Unidos ha visto la ocasión de arrastrar parcialmente a Europa y a los gobiernos de derecha de América Latina.
Los Estados reconocen en principio a Estados, no a gobiernos, salvo situaciones excepcionales. La nueva regla de los halcones de ultraderecha es ahora intentar reconocer como gobiernos a sus próximos en tal o cual lugar del mundo, aunque el poder estatal efectivo esté en otras manos. Arriesgan con esa lógica, de generalizase, un desorden internacional que podría tener graves consecuencias de gobernanza global de mediano y largo plazo. Es un salto al vacío, aunque se trate en este caso de buscar transformar en gobierno a una mayoría legítima del parlamento que ha sido ilegítimamente acosada. El detalle es que esto se busca provocar desde fuera de las fronteras de Venezuela presionando al poder militar y terminando de fracturar a una sociedad que no supo o no pudo manejar el conflicto histórico por el acceso a su enorme renta petrolera ni “sembrar el petróleo” (Arturo Úslar Pietri, 1936) y terminó en un régimen burocrático-autoritario.
La secuencia ahora ha sido la autoproclamación presidencial de Guaidó; luego el “plan de ayuda humanitaria” de EE. UU. de 20 millones de dólares, menor al de la Cruz Roja; el rechazo esperado de esta ayuda por parte de un Maduro recientemente reelegido con contendores menores (y con una oposición que se negó erróneamente a participar en la elección presidencial), secundado por un cuerpo militar cuya oficialidad es parte de un régimen político de vocación burocrático-autoritaria, apoyado en una ilegítima asamblea constituyente y en un poder judicial y de control a las órdenes del gobierno; y finalmente la “autorización” anunciada de Guaidó para un eventual ingreso de tropas de Estados Unidos a Venezuela para “permitir” la ayuda humanitaria. No sabemos si se concretará o no. Si así ocurre, volverá la doctrina intervencionista de Theodore Roosevelt, con una América Latina y el Caribe en permanente convulsión. Y si no ocurre, será una nueva acción errática de la administración Trump.
Siendo tan obvio e incierto en su simpleza el plan de Pompeo, Bolton, Abrams y los halcones norteamericanos protegidos por Trump, el gobierno de Chile debiera haber mantenido lo que todos llaman pomposamente “política de Estado”, consistente en este caso en apegarse al principio de autodeterminación, aunque manifestando todos los apoyos a los demócratas que resulten necesarios para el respeto de sus derechos (pero en todas partes, incluyendo Colombia, Honduras, Guatemala y un largo etcétera ¿no?).
Los que avalan la autoproclamación de Guaidó habrán de saber lo que apoyan: una amenaza de invasión norteamericana a un país latinoamericano, que podría ser otra de tantas en la historia, en este caso a título de un “corredor humanitario” y una confrontación sangrienta, con el trasfondo de búsqueda de control del petróleo venezolano (cuyas reservas son las mayores del mundo). En esto nadie puede declararse inocente o inadvertido de que lo que está en juego es el control estratégico de recursos escasos.
Los que nos consideramos parte de la izquierda democrática latinoamericana (y a ese título nos oponemos tanto a la intervención norteamericana como a esa supuesta izquierda que defiende regímenes burocrático-autoritarios que no favorecen los intereses ni la emancipación de la mayoría social) seguimos insistiendo en una salida negociada basada en la consulta al pueblo para una renovación concordada y simultánea de la presidencia y el parlamento. La acción internacional debiera comprometerse no a derrocar gobiernos sino a favorecer pactos democráticos internos y una fuerte ayuda externa para estabilizar la economía y detener la hiperinflación y la dificultad de acceso a bienes básicos que castiga día a día al pueblo venezolano. Es lo que también debiera promover Maduro, en vez de aferrarse a un poder quimérico en lo que se parece cada día más a un Estado fallido, evolución que, sin perjuicio de boicots norteamericanos crecientes y que merecen ser condenados, ha sido básicamente de su responsabilidad. Como lo es contribuir a buscar una salida a la situación actual que no sea la violencia ni la penalización de las condiciones de vida del pueblo venezolano.
Con los halcones norteamericanos aliados a una oposición insurreccional chocando frontalmente con el grupo de poder que controla Venezuela sin otra racionalidad que mantenerse día a día en el poder, lo más probable es una prolongación de la crisis y su deriva sangrienta. Esperemos que los acontecimientos no nos den la razón y prevalezca la búsqueda de una salida pactada y democrática como se lo merecen Venezuela y América Latina, y no esta alineación vergonzante de los gobiernos de derecha con la peor expresión del hegemonismo norteamericano de otra época.
Y debiera el gobierno actual considerar más ampliamente lo que un chileno escribió en 1822 aludiendo a la Doctrina Monroe: “Yo creo que todo esto obedece a un plan combinado de antemano; y ese sería así: hacer la conquista de América, no por las armas, sino por la influencia en toda esfera. Eso sucederá, tal vez hoy no; pero mañana sí. No conviene dejarse halagar por estos dulces que los niños suelen comer con gusto, sin cuidarse de un envenenamiento”. Ese chileno se llamaba Diego Portales.