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Del fracaso del boicot tecnológico de Estados Unidos a China a los anuncios proteccionistas de Trump

La economía de Estados Unidos, dominante desde el siglo XX, fue artífice y beneficiaria de la globalización iniciada en la posguerra. Esta ya no solo puso a las periferias a abastecer de materias primas a los centros, sino que incluyó en la dinámica de la acumulación de capital a partes más complejas de las cadenas de producción internacionalizadas que se instalaron en países luego llamados emergentes, aprovechando menores costos, regulaciones más laxas y accesos a mercados internos de cierta importancia. En especial, luego del primer impulso de Japón y los tigres asiáticos, China planificó desde los años 1980 la instalación en su territorio de una manufactura de ensamblaje simple con inversión extranjera y orientación exportadora, para luego expandirse hacia las esferas de las cadenas de valor más cercanas a la frontera tecnológica de alta rentabilidad, con empresas propias o mixtas. Esto permitió a su economía lograr una mayor competitividad sistémica y disputar la hegemonía industrial de punta a las empresas basadas en Estados Unidos, Europa y Japón. En la etapa más reciente, nuevas fábricas con costos competitivos han ayudado a impulsar las ventas chinas de productos vinculados a la transición energética y a dominar esos mercados en todo el mundo. La energía fotovoltaica, las baterías y los vehículos eléctricos son, en el lenguaje chino, las “tres novedades” que dejan atrás a las “tres antigüedades”, es decir la producción textil y la ropa, los muebles y los electrodomésticos de baja gama. Para impulsar esas nuevas cadenas de producción, es esencial para China no quedar atrás en las tecnologías de la información, los microprocesadores y la inteligencia artificial.

El gobierno estadounidense ha intentado evitar que las empresas chinas tengan acceso a los chips más avanzados, esenciales para los sistemas de inteligencia artificial y las aplicaciones militares modernas. Para ello ha bloqueado la venta de chips de IA de compañías como Nvidia a China y ha presionado a empresas japonesas y neerlandesas para que detengan la venta de maquinaria especializada necesaria para fabricar estos chips, piezas diminutas de silicio con miles de millones de circuitos grabados en su superficie que alimentan desde iPhones hasta autos eléctricos.

Según reseña The New York Times, en octubre de 2023 el gobierno de Estados Unidos también impuso restricciones de venta a China a la empresa tecnológica taiwanesa TSMC, que provee la mayoría de los chips de computadora más avanzados del mundo. Gran parte de los ingresos de la tecnológica taiwanesa provienen de las compras de las norteamericanas Apple y Nvidia. Sin embargo, empresas chinas como Baidu, un gigante tecnológico que desarrolla sistemas de inteligencia artificial, y Horizon Robotics, especializada en software para conducción autónoma, también compran chips a TSMC. Las regulaciones no prohíben completamente que TSMC fabrique chips para China, pero establecen que debe verificar que sus clientes chinos no soliciten chips con capacidades avanzadas. El descubrimiento reciente de uno de esos chips en un dispositivo de la tecnológica Huawei llevó a un nuevo plan para detener y revisar pedidos de compradores chinos. Los ingresos de TSMC provenientes de esas ventas se han reducido casi a la mitad desde que el gobierno de los Estados Unidos comenzó a restringir las exportaciones de chips a China. En abril, TSMC recibió ayudas por 6,6 mil millones de dólares para construir una fábrica en Arizona, según el plan del gobierno de Biden de instalación subsidiada de empresas tecnológicas en Estados Unidos. Pero Trump declaró antes de ser elegido que los subsidios estadounidenses para empresas taiwanesas eran una mala idea, ya que Taiwán domina la industria de chips supuestamente a expensas de sus rivales estadounidenses. Se propone, además, eliminar parte de los subsidios internos a la electromovilidad en beneficio de altos aranceles comerciales.

Las prohibiciones contra Huawei, especialmente en el uso de aplicaciones y chips, son más antiguas y fueron puestas en práctica por primera vez durante la administración Trump. Afectaron con el tiempo sus mercados y sus ganancias. Los funcionarios estadounidenses han buscado, además, hacer imposible el desarrollo de chips avanzados en China y han intentado que no se venda maquinaria relacionada para evitar que la empresa china SMIC, especializada en chips y parcialmente estatal, reemplace sus herramientas más obsoletas y fabrique el tipo de chip que Huawei ahora necesita. Huawei logró avanzar el año pasado y lideró el mercado de teléfonos inteligentes en China al lanzar el Mate 60 Pro, un dispositivo que incluye un chip de computadora más sofisticado que cualquier otro producido anteriormente por una empresa china. Ahora ha dado un paso adicional y lanzará el Mate 70, diseñado para competir con el iPhone de Apple, probablemente utilizando chips fabricados por SMIC. Este dispositivo funciona con el sistema operativo desarrollado por Huawei, que conecta el teléfono con otros productos de la marca como autos eléctricos, altavoces inteligentes y relojes, lo que ha reforzado su imagen de líder nacional triunfante frente a las restricciones impuestas por Estados Unidos. Huawei ha ampliado su gama de productos, desarrollado tecnologías de inteligencia artificial y trabajado durante años para posicionarse como sinónimo de la industria tecnológica de China, como Apple lo es de Silicon Valley.

Los chips utilizados en los smartphones de Huawei se han convertido en un símbolo de la lucha entre China y Estados Unidos por el control de la tecnología avanzada. Los consumidores en China se han mostrado proclives a adquirir un teléfono con componentes de última generación fabricados completamente en el país. Huawei logró atraer a clientes que probablemente habrían optado por comprar iPhones, afectando así al mercado más importante de Apple fuera de Estados Unidos. Según un informe de Canalys, en 2022 tres cuartas partes de los teléfonos inteligentes de gama alta vendidos en China eran iPhones. Este año, esa cifra se redujo a la mitad, mientras que la participación de Huawei se duplicó. En adelante, siempre según The New York Times, el éxito comercial del Mate 70 dependerá de la capacidad de Huawei para garantizar un suministro constante de chips. SMIC abastece también a las empresas competidoras de Huawei, las también chinas Xiaomi y Oppo, lo que pondrá una gran presión sobre su capacidad de sostener la provisión de chips de última generación, desafío que las prohibiciones estadounidenses no hicieron más que acelerar.

El hecho es que el avance tecnológico en China ya no consiste solo en asimilar propiedad intelectual extranjera. Las principales universidades chinas publican artículos de investigación de alto impacto al nivel de las estadounidenses, y lo mismo ocurre con sus registros de patentes. En algunos campos están por delante, como en ciencia de los materiales. China no solo produce los paneles solares más baratos, sino también los más eficientes, y su industria automotriz lidera la transición hacia el modo de transporte del futuro, con modelos que superan, por ejemplo, a los fabricantes alemanes en tecnología y costos. Volkswagen, el mayor productor de automóviles en el mundo, está invirtiendo en sus fábricas de autos eléctricos instaladas en China y disminuyendo su producción local.

Por su parte, Trump ha insistido en que las empresas extranjeras pagan los aranceles, pero en realidad son pagados por la empresa que importa los productos. En muchos casos, estos costos se transfieren a los consumidores antes que ser absorbidos por la empresa mediante disminuciones de utilidades. Los recientes anuncios proteccionistas de Trump respecto a los tres principales actores del comercio exterior de Estados Unidos que son China, Canadá y México -en el caso de estos últimos dos países para evitar una mayor instalación de empresas chinas en las fronteras con cero arancel- tal vez fortalecerán el empleo en una parte de la industria local, pero aumentarán los costos de aquella que usa insumos externos de manera amplia. Para no hablar de poner en entredicho el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, que se debe revisar en 2026.

El 16% de los vehículos vendidos en Estados Unidos provienen de México y el 7% de Canadá. La industria automotriz depende en gran medida de los insumos y los repuestos originados en los dos países fronterizos: cualquier imposición de aranceles, y más aún de un monto de 25%, afectaría rápidamente los precios de venta, como también lo haría el anunciado incremento de 10% adicional a los aranceles de bienes provenientes de China. Trump ya impuso aranceles altos en 2017, incluidos gravámenes de hasta el 25 % sobre el acero y el aluminio y una variedad de productos provenientes de China. Un estudio gubernamental encontró que los aranceles sobre el acero y el aluminio aumentaron la producción estadounidense de esos metales en 2,2 mil millones de dólares en 2021, pero las manufacturas estadounidenses que utilizaban esos metales para fabricar autos, empaques de alimentos y electrodomésticos tuvieron que asumir costos más altos y terminaron con una reducción de 3,5 mil millones de dólares en su producción.

Con las nuevas medidas proteccionistas, de llevarse a la práctica, los productos manufacturados norteamericanos serán más caros y, sobre todo, no impedirán que China siga sustituyendo tecnologías avanzadas, fortaleciendo su competitividad y, eventualmente, utilizando como represalia en el corto plazo el arma de la devaluación de su moneda para incrementarla aún más.

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