Estados Unidos logró una industrialización rápida en el siglo XIX, combinando el proteccionismo con la expansión de los intercambios a partir de recursos naturales abundantes y una inmigración creciente. Se transformó en la economía dominante en el siglo XX, mientras después de la segunda guerra mundial fue artífice y beneficiaria del proceso de aceleración del comercio y de la internacionalización de las finanzas y las inversiones, en lo que se conocería como la globalización de la economía.
El resto de las periferias de la era de los imperios coloniales permaneció en el siglo XX en el rol de abastecedora de materias primas a los centros, siendo la del bloque soviético una realidad de otro orden, aunque una parte de la acumulación de capital se realizó, con el avance del transporte y las comunicaciones, mediante cadenas de producción internacionalizadas que incluyeron actividades en países que más tarde fueron llamados "emergentes". Estas cadenas, dominadas por empresas situadas en Estados Unidos, Europa y Japón, deslocalizaron parte de su actividad hacia lugares de menores costos, regulaciones más laxas y accesos directos a mercados internos de cierta importancia. Entre tanto, se produjo un impulso industrializador por sustitución de importaciones en diversas periferias, pero también exportador desde los años 1960 en el caso de los llamados "tigres asiáticos" (Corea del Sur, Taiwan, Singapur, Hong-Kong), territorios inicialmente marginales y pobres.
Por su parte, China, el país más poblado del mundo y la economía más importante antes de la revolución industrial, dejó atrás las convulsiones de la revolución iniciada en 1949 y logró planificar desde los años 1980 la instalación en su territorio de manufacturas de ensamblaje simple con inversión extranjera y orientación exportadora. Luego la expandió hacia la producción amplia de insumos y productos en cadenas de valor más cercanas a la frontera tecnológica de alta rentabilidad, con empresas mixtas o propias. Esto permitió a su economía lograr una mayor competitividad sistémica y disputar progresivamente en lo que va de siglo XXI la hegemonía industrial más avanzada a las empresas basadas en Estados Unidos, Europa y Japón.
En la etapa más reciente, nuevas fábricas con costos competitivos han ayudado a impulsar las ventas chinas de productos vinculados a la transición energética y a dominar esos mercados en el mundo. Los dispositivos fotovoltaicos, las baterías y los vehículos eléctricos son, en el lenguaje oficial chino, las “tres novedades” que dejan atrás a las “tres antigüedades”, es decir la producción textil y la ropa, los muebles y los electrodomésticos de baja gama. Para impulsar esas nuevas cadenas de producción, es esencial para China no quedar atrás en las tecnologías de la información, los microprocesadores y la inteligencia artificial, áreas en las que el gobierno y las empresas estatales y mixtas invierten en gran escala. India está recorriendo un camino semejante en materia tecnológica, con un sector de inteligencia artificial que aumenta en cerca de un 40% anual, para lo que cuenta con 5,4 millones de ingenieros especializados en desarrollo de software, soluciones en la nube, tecnologías emergentes y robótica. India aspira a convertirse en el mayor productor de semiconductores y otros chips, país en el que se está construyendo la primera fábrica de semiconductores de última generación, valorada en 15,2 mil millones de dólares.
Entre 2015 y 2023, tanto el PIB de India como el de China crecen a un promedio de 5,8% anual, expandiendo su capacidad tecnológica. La producción china representó en 2023 un 19% de la economía mundial a paridad de poder de compra, y la de India un 8%, mientras la de Estados Unidos representó un 15% y la de la Unión Europea un 14% (más un 2% de Reino Unido). La de América Latina y el Caribe sumó un declinante 7% del total mundial y Chile un 0,3%.
La reacción del gobierno de Estados Unidos en los últimos años ha sido intentar evitar que las empresas chinas tengan acceso a los chips más avanzados, piezas diminutas de silicio con miles de millones de circuitos grabados en su superficie que alimentan desde iPhones hasta autos eléctricos y son esenciales para los sistemas de inteligencia artificial y las aplicaciones militares modernas. Partió bloqueando el suministro a Huawei de las aplicaciones de Google desde 2019, afectando sus mercados, incluyendo los de telecomunicaciones (lo que también ocurrió en Chile con el proyecto de cable submarino suspendido por Piñera). Se prohibió a las estadounidenses Qualcomm e Intel proveer sus mejores semiconductores a Huawei, así como la venta de chips para inteligencia artificial de Nvidia a China.
Según reseña The New York Times, en octubre de 2023 el gobierno de Estados Unidos también impuso restricciones de venta de chips avanzados de TMSC a China, la empresa tecnológica taiwanesa que provee la mayoría de esos chips de computadora en el mundo. Gran parte de los ingresos de la tecnológica taiwanesa provienen de las compras de las norteamericanas Apple y Nvidia. Sin embargo, empresas chinas como Baidu, un gigante tecnológico que desarrolla sistemas de inteligencia artificial, y Horizon Robotics, especializada en software para conducción autónoma, también compran chips a TSMC. Las regulaciones no lo prohíben completamente, pero los clientes chinos no deben acceder a chips avanzados. El descubrimiento reciente de uno de esos chips en un dispositivo de la tecnológica Huawei llevó a un nuevo plan para detener y revisar pedidos de compradores chinos. Los ingresos de TSMC provenientes de esas ventas se han reducido casi a la mitad desde que el gobierno de los Estados Unidos comenzó a restringir las exportaciones de chips a China.
En abril, TSMC recibió ayudas por 6,6 mil millones de dólares para terminar una fábrica en Arizona, según el plan del gobierno de Biden de instalación subsidiada de empresas tecnológicas en Estados Unidos. Lo propio hizo el gobierno de Alemania con TSMC para un proyecto de 10 mil millones de euros, subsidiado a la altura de 5 mil millones. Pero Trump declaró antes de ser elegido que los subsidios estadounidenses para empresas taiwanesas eran una mala idea, ya que Taiwán domina la industria de chips supuestamente a expensas de sus rivales estadounidenses. Se propone eliminar parte de los subsidios internos a la electromovilidad y establecer altos aranceles de importación.
El gobierno de Estados Unidos ha buscado, además, hacer imposible el desarrollo de la producción de chips avanzados en China y ha intentado que no se venda maquinaria relacionada para evitar que la empresa china SMIC, especializada en chips y parcialmente estatal, reemplace sus herramientas más obsoletas y fabrique el tipo de chip que Huawei ahora necesita. Ha presionado a empresas japonesas y neerlandesas, como ASML, para que detengan la venta de maquinaria necesaria para fabricar estos chips.
Pero esto aumentó el volumen de pedidos a empresas chinas como SMIC, que ha acelerado sus innovaciones. Huawei logró el año pasado liderar el mercado de teléfonos inteligentes en China al lanzar Mate 60 Pro, un dispositivo que incluye un chip de computadora más sofisticado que cualquier otro producido anteriormente por una empresa china. Ahora ha dado un paso adicional y lanzará Mate 70, diseñado para competir con el iPhone de Apple. Este dispositivo funciona con el sistema operativo desarrollado por Huawei, que conecta el teléfono con otros productos de la marca como autos eléctricos, altavoces inteligentes y relojes, lo que ha reforzado su imagen de líder nacional triunfante frente a las restricciones impuestas por Estados Unidos. Huawei destina un cuarto de sus ventas a la innovación, ha ampliado su gama de productos, desarrollado tecnologías de inteligencia artificial y trabajado durante años para posicionarse como sinónimo de la industria tecnológica de China, como Apple lo es de Silicon Valley. Los chips utilizados en los smartphones de Huawei se han convertido en un símbolo de la lucha entre China y Estados Unidos por el control de la tecnología avanzada. Los consumidores en China se han mostrado proclives a adquirir un teléfono con componentes de última generación fabricados completamente en el país. Huawei logró atraer a clientes que probablemente habrían optado por comprar iPhones, afectando así al mercado más importante de Apple fuera de Estados Unidos. Según un informe de Canalys, en 2022 tres cuartas partes de los teléfonos inteligentes de gama alta vendidos en China eran iPhones. Este año, esa cifra se redujo a la mitad, mientras que la participación de Huawei se duplicó. En adelante, siempre según The New York Times, el éxito comercial del Mate 70 dependerá de la capacidad de Huawei y SMIC para garantizar un suministro constante de chips. SMIC abastece también a las empresas competidoras de Huawei, las también chinas Xiaomi y Oppo, lo que pondrá una gran presión sobre su capacidad de sostener la provisión de chips de última generación, desafío que las prohibiciones estadounidenses no hicieron más que acelerar.
El avance tecnológico en China ya no consiste solo en asimilar propiedad intelectual extranjera. Las principales universidades chinas publican artículos de investigación de alto impacto al nivel de las estadounidenses, y lo mismo ocurre con sus registros de patentes. En algunos campos están por delante, como en ciencia de los materiales. China no solo produce los paneles solares más baratos, sino también los más eficientes, y su industria automotriz lidera la transición hacia el modo de transporte del futuro, con modelos que superan en tecnología y costos, por ejemplo, a los fabricantes alemanes. Volkswagen, el mayor productor de automóviles en el mundo, está invirtiendo en sus fábricas de autos eléctricos instaladas en China, incluyendo la introducción de al menos ocho nuevos modelos eléctricos hacia 2030, y disminuyendo su producción local.
¿Qué efectos tendrán los recientes anuncios proteccionistas de Trump? Estos incluyen a los tres principales actores del comercio exterior de Estados Unidos que son China, Canadá y México (en el caso de estos últimos dos países para evitar una mayor instalación de empresas chinas en las fronteras con cero arancel). Es posible que fortalezcan el empleo en una parte de la industria local, pero aumentarán los costos de la que usa insumos externos y pondrán en entredicho el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, que beneficia a muchos otros sectores de la economía de Estados Unidos. Este tratado fue renegociado en 2020 y se debe revisar en 2026, en un contexto en el que un 16% de los vehículos vendidos en Estados Unidos provienen de México y el 7% de Canadá. La industria automotriz estadounidense depende en gran medida, a su vez, de los insumos y los repuestos originados en los dos países fronterizos: cualquier imposición de aranceles, y más aún si llegan al anunciado monto de 25%, afectaría rápidamente los precios de venta, como también lo haría el incremento de 10% adicional a los aranceles de bienes provenientes de China.
Trump ha insistido en que las empresas extranjeras pagarán los nuevos aranceles, pero en realidad estos son pagados por las empresas que importan los productos. Cuando la situación de mercado se lo permite (dependiendo de la elasticidad-precio de la demanda) estos costos se transfieren a los consumidores y no son absorbidos por las empresas mediante disminuciones de utilidades, lo que ocurre en la mayoría de los casos. Trump ya impuso aranceles altos en 2017, incluidos gravámenes de hasta 25% sobre el precio del acero y el aluminio y de 15% a una variedad de productos provenientes de China. Un estudio gubernamental encontró que los aranceles sobre el acero y el aluminio aumentaron la producción estadounidense de esos metales en 2,2 mil millones de dólares en 2021, pero las manufacturas estadounidenses que los utilizan para fabricar autos, empaques de alimentos y electrodomésticos tuvieron que asumir costos más altos y terminaron con una reducción de 3,5 mil millones de dólares en su valor de producción.
Si las nuevas medidas proteccionistas se concretan, se producirán represalias. Durante el primer mandato de Donald Trump, la Unión Europea, China, Canadá y otros gobiernos respondieron imponiendo aranceles a productos estadounidenses como soja, whisky, jugo de naranja y motocicletas, lo que llevó a que algunas exportaciones de Estados Unidos se desplomaran. Es probable que escenarios similares vuelvan a ocurrir en mayor escala si se implementan nuevas tarifas. Esto le podría servir a China, además, de justificación para devaluar su moneda y mejorar su posición comercial. Durante los años 2018 y 2019, China ya permitió que el renminbi se debilitara como respuesta a las políticas comerciales de Trump.
Estas medidas no impedirán que China siga aumentando su capacidad de producción interna con tecnologías avanzadas y fortalezca su competitividad, a pesar de sus recientes problemas en el sector financiero e inmobiliario, el lento crecimiento de su consumo interno y el aumento del desempleo juvenil. Perder parte del mercado de Estados Unidos llevará a China a derivar más productos al resto del mundo y a desplazar más industrias en muchas partes, en especial en Europa, aunque los países se beneficiarán de bienes tecnológicos más baratos para su transición energética. El World Economic Forum subraya que China, como principal socio comercial de más de 140 países, es uno de los mejor situados para definir el ritmo y la velocidad de la transición verde de las cadenas de suministro mundial. Esto aumentará su poder económico, y también en algún grado su influencia política en el mundo, mientras no es muy probable que la de Estados Unidos aumente demasiado.