Los conflictos recientes en la izquierda

La izquierda es una corriente política, social y cultural portadora de un proyecto de emancipación de las opresiones, explotaciones y discriminaciones existentes en las sociedades actuales. Pone desde hace dos siglos el acento en la igualdad de los seres humanos en su dignidad y derechosConsidera que la igualdad real de oportunidades y la socialización de parte de la economía son una condición para que el ejercicio de la libertad se extienda a toda la sociedad y no solo a las posiciones sociales dominantes, sin perjuicio de valorar la retribución justa del esfuerzo, la diversidad individual, y la variedad de enraizamientos culturales. 

Esta consideración choca y entra en conflicto con la herencia colonial y neocolonial en América Latina, sujeta al afán de hegemonía de Estados Unidos desde la llamada doctrina Monroe, que ha hecho de este continente el más violento y desigual del mundo (por encima de África), dominado por oligarquías que controlan el poder económico y mediático y buscan extenderlo al poder político, con frecuencia mediante dictaduras, con el crimen organizado y la economía ilegal como actor que emana cada vez con más fuerza de la descomposición del capitalismo periférico y de las sociedades desiguales y anómicas. 

La tarea de la izquierda es, en este contexto, y en primer lugar, consolidar instituciones democráticas plenas, plurales y participativas, que expresen la soberanía popular por sobre el poder de unas u otras oligarquías y vayan más allá de la reactividad social sin proyecto. Debe ser parte lealmente de esas instituciones, respetando la alternancia en el gobierno según sea la voluntad ciudadana para, simultáneamente, construir un proyecto emancipador de largo aliento de tipo nacional-popular y latinoamericanista, que logre transformaciones sociales perdurables. El sujeto potencial de este proyecto es el que reúne al mundo del trabajo, de la cultura y de las categorías sociales excluidas, que chocan con los intereses de la acumulación ilimitada y concentrada de capital y con las hegemonías imperiales a nivel global,  a través de un amplio bloque por los cambios. 

Procurar representar a esos mundos no es fácil y menos lo es conducirlo a la construcción progresiva de un horizonte común, que avance por etapas y por saltos históricos.  Su finalidad última es construir una sociedad de bienestar equitativo y sostenible, en la que cada cual aporte todos sus esfuerzos y capacidades y simultáneamente prevalezca una igualdad efectiva de derechos y oportunidades. Este bienestar requiere la preservación de los bienes comunes, la provisión suficiente de bienes públicos, mínimos universales de existencia digna, la cobertura del riesgo de desempleo y enfermedad y de pensiones, junto a la igualdad de acceso a la educación y a las posiciones públicas, sin discriminaciones de género, sociales, étnicas o de pertenencia a diversidades. Y de una práctica culturalmente hegemónica de articulación de intereses diversos en el presente y del presente con el futuro,  que es la clave de la política de izquierda. Los conceptos clave son "consistencia y persistencia", alejados de las prisas de las posturas inmediatistas, de las soluciones supuestamente fáciles a problemas complejos sobre la base de halagar emociones, y del oportunismo centrado en intereses de corto plazo y en la adaptación a los poderes fácticos existentes. Un camino a evitar es sumar reivindicaciones dispersas y estados de ánimo circunstanciales para conformar mayorías electorales efímeras sin proyecto y bajo la conducción de caudillos. Esto da lugar a procesos inestables y/o personalistas o al acceso al poder de grupos cerrados que buscan eternizar un poder burocrático, aunque en algunos casos se recubran de pasadas glorias revolucionarias. La izquierda es la que construye paso a paso un Estado democrático y social de derecho. Ya no es izquierda aquella que se transforma en casta dominante o cuyos métodos están imbuidos de autoritarismo. O de esa cultura individualista que lleva a insertarse en la acción política para acceder a espacios de poder personal a través de algún partido y de la dinámica de escalar a unas u otras posiciones en las instituciones públicas de representación y de gobierno. Quien está al lado, se transforma en competidor y en rival potencial y no en parte de un mismo colectivo con propósitos comunes. A algunas personas esta concepción las lleva a actuar sin demasiados escrúpulos. Y en ocasiones sin ninguno. 

Cuando en la izquierda se pierde el sentido de pertenencia a un colectivo que es político y a la vez social y cultural porque es portador de un proyecto histórico, aunque esté en una necesaria  evolución y adaptación permanentes, entonces sus políticas y organizaciones entran en crisis más o menos larvadas, más o menos evidentes.

Esto ocurrió en Chile en la etapa de la derrota de 1973 y, luego de la recomposición de los años 1980, durante la larga transición democrática. La declinación de la izquierda tradicional, luego de la consolidación de conductas de financiamiento ilegal de la política y de complicidades con diversos poderes fácticos, dio espacio a su reemplazo alternativista desde 2010 mediante un discurso duro de recambio generacional y de superioridad moral. La edad en los procesos políticos nunca ha tenido mayor importancia y la superioridad moral se puede derrumbar con gran facilidad, habida cuenta que en todo grupo humano en algún momento emergen conductas éticamente cuestionables, en donde lo fundamental es la manera en que el corazón de esos grupos reacciona frente a ellas para aislarlas y erradicarlas.  Ese derrumbe le está ocurriendo ahora al Frente Amplio con el descubrimiento del intento de uso indebido de recursos del Estado para fundaciones afines. Y con la asistencia de algunos de sus ministros, junto a varios de otras corrientes e incluso presidentes de partido, a reuniones opacas en la casa de un lobbista de la UDI con representantes privados para tratar temas de política gubernamental, dígase lo que se diga. Esto, por supuesto, no es ni normal ni aceptable, pues como bien señaló el ministro Mario Marcel "es un juicio que cada uno tiene que hacer y para eso los ministros tienen criterios. Todos sabemos que cuando hablamos con alguien no lo estamos haciendo como personas naturales, sino como ministros”. El diálogo de autoridades con representantes de intereses particulares es propio de una sociedad abierta y democrática, pero en condiciones de transparencia y formalidad.

El senador Espinoza había tomado un camino de cobrarse revancha de lo que al parecer consideró ofensas de personeros del Frente Amplio que se involucraron en lo que considera sus espacios de poder territorial, en este caso insultando a un ministro clave, hoy fuera del gobierno. La respuesta extemporánea de éste último es llevar en estos días el tema a los tribunales. Esto dio lugar a defensas corporativas y ha escalado a una especie de conflicto general entre el PS y el Frente Amplio.

El pequeño detalle es que ambas fuerzas, junto al PC, son el eje del gobierno actual. Este se está recuperando de dos años iniciales para el olvido, retomando fuelle político después de la derrota que la sociedad le infligió a las oligarquías el 17 de diciembre pasado. Podría tener, además, un mejor año económico que le permitiría enfrentar y eventualmente derrotar otra vez a las fuerzas conservadoras en los eventos electorales próximos de nivel local y nacional, en una suerte de contraofensiva exitosa para hacer avanzar los intereses de la mayoría social. Nada menos.

Por eso es urgente detener el conflicto que se ha desencadenado en la izquierda en el peor momento y que no tiene nada de sustancial, salvo ser la expresión del individualismo negativo y de los intereses menores de grupo que corroe al sistema político chileno actual.

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