¿Qué es ser socialista hoy día?

En estas semanas se elegirá en el PS una nueva dirección. Tal vez sea la ocasión para debatir sobre su desdibujada identidad y sobre la pérdida de la mitad de su caudal electoral, situación sobre la que también tenemos opinión algunos de nosotros que militamos por décadas en el PS y hoy estamos fuera de su orgánica. No nos reconocemos en ella ni por sus políticas ni por sus prácticas, pero mantenemos nuestras ideas socialistas y libertarias. Este texto reelabora en parte lo escrito tiempo atrás en una red de socialistas de dentro y de fuera de la orgánica.

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La vigencia del socialismo

La vigencia del socialismo perdura en el tiempo en tanto es un proyecto y un movimiento político plural contemporáneo que proviene del mundo del trabajo y de la cultura y que aspira a construir una sociedad en la que: 

1) se haga efectiva la libertad de cada cual en el respeto de la convivencia plural y equitativa en la sociedad; 

2) no exista la explotación económica de unos sectores sociales por otros y todos concurran según sus capacidades a crear y mantener un bienestar socialmente igualitario y ecológicamente sostenible, lo que requiere cambiar las estructuras que crean y reproducen desigualdades injustas e incitan la depredación del medioambiente; 

3) se hayan abolido las discriminaciones de género y cualquier otra discriminación arbitraria.

Ese es en lo esencial el horizonte igualitario y libertario que históricamente se ha propuesto proyectar universalmente el socialismo desde su nacimiento en el siglo XIX y que cabe actualizar periódicamente, en nuestro caso considerando el estado del mundo, de América Latina y de la sociedad chilena. ¿Está esta perspectiva obsoleta? En tanto perdure la desigualdad estructural y la depredación de los ecosistemas propios del capitalismo, las ideas socialistas mantendrán su vigencia.

No obstante, la historia del siglo XX y sus tragedias desdibujó la dimensión emancipatoria de la corriente socialista. El socialismo no puede ser sino libertario y rechazar siempre toda forma despótica de gobierno, junto a desprenderse sistemáticamente de lógicas burocráticas que busquen acaparar posiciones en el Estado al margen de la representación de la mayoría social. Cuando es auténtico, el socialismo solo acepta regirse por un régimen político que evite la opresión política de cualquier grupo de poder sobre la ciudadanía y en el que los gobernantes son revocables y se eligen por mayoría democrática y de forma periódica. Acepta, por tanto, la diversidad política y la alternancia en el poder, incluso a favor de sus adversarios. No se debe olvidar a Rosa Luxemburgo y sus premonitorias palabras desde la cárcel en 1918, poco antes de morir asesinada, al criticar a Lenin y Trotsky cuando disolvieron la asamblea constituyente recién elegida luego de la revolución rusa: “sin elecciones generales, una prensa no cohibida, la libertad de asociación y la libre lucha de las opiniones, la vida de toda institución pública desaparece, se convierte en una vida ficticia en la que la burocracia se mantiene como el único elemento activo. La vida pública comienza a adormecerse, unas docenas de líderes de partido, de energías inagotables e idealismos sin límites, dirigen y gobiernan, debajo de ellos hay una docena de cabezas sobresalientes que dirigen de verdad y una élite de obreros, convocada de vez en cuando a las asambleas, para aplaudir los discursos de los líderes, aprobar en forma unánime las resoluciones presentadas, es decir, en el fondo, una sociedad de camarillas – de hecho una dictadura, aunque no la dictadura del proletariado, sino la dictadura de un puñado de políticos - una dictadura en el sentido burgués puro, en el sentido del dominio de los jacobinos …. Se trata de una ley predominante, objetiva, una ley a la que ningún partido político podrá escapar”. 

Tampoco se debe olvidar a Eugenio González, que sostuvo desde los años 1940, anticipando la posterior "vía chilena al socialismo", que el socialismo es revolucionario por sus fines y democrático por sus métodos y que “no se puede llegar al socialismo sacrificando la libertad de los trabajadores, en cuanto instrumento genuino de toda creación revolucionaria y garantía indispensable para resistir las tendencias hacia la burocratización, la arbitrariedad y el totalitarismo”, pues “ningún fin puede obtenerse a través de medios que lo niegan: la educación de los trabajadores para el ejercicio de la libertad tiene que hacerse en un ambiente de libertad”.

Estas son definiciones medulares, por lo que en virtud de ellas el socialismo debe mantener lógicas y conductas democráticas en toda circunstancia y situarse a la izquierda del espectro político para avanzar en la superación del capitalismo oligárquico, aunque, desde su identidad, pueda pactar con otros sectores en circunstancias específicas. Y se decanta con un enfoque internacionalista siempre en contra de cualquier dictadura y a favor de la soberanía de los pueblos, privilegiando en el caso chileno la fraternidad latinoamericana.


Una historia de la que dar cuenta

Para algunos, el socialismo se asimila a la experiencia soviética, lo que es un error histórico. Ésta experiencia, a pesar de algunos méritos, colapsó en medio de una gran descrédito pues fracasó en dar una respuesta emancipatoria alternativa a la explotación económica y diseñó un sistema económico basado en centralizar las empresas en el Estado, eliminar toda propiedad privada de los medios de producción y establecer una determinación estatal de precios y cantidades en la producción de bienes y servicios a través de la llamada planificación central.

Esa centralización devino en un reforzamiento sin límites de la opresión política. Como previó premonitoriamente Trotsky al comentar los acontecimientos rusos de 1905 y criticar a los bolcheviques -a los que se unió sin embargo en 1917 para hacer posible la revolución obrera y campesina frente al derrumbe de la monarquía zarista- la idea del partido de clase que toma el poder en su nombre incuba el riesgo de pasar rápidamente a la dictadura del partido -y no de la clase que supuestamente representa- y finalmente a la dictadura del jefe del partido sobre el partido, sobre el orden político y sobre la sociedad. No otra cosa terminó haciendo Stalin en la Unión Soviética, y Trotsky a la postre cayó asesinado por el desvarío despótico del régimen que contribuyó a construir en un país sin tradiciones democráticas.

La estatización de la economía (en vez de su socialización), junto al nombramiento central de jefes de empresas (en vez de formas cooperativas y de control obrero, pues solo cabía la disciplina vertical) sujetos a un plan anual pero sin garantía de disponer de los recursos para cumplirlo, devino, salvo durante los períodos de guerra en que toda la producción se concentra en pocos objetivos, en una economía burocratizada e ineficaz. Se construyó un régimen económico de penuria, en la expresión del economista Janos Kornai, sin estímulos para permitir la innovación productiva y lograr una coordinación dinámica de los factores de la producción.

La conducta de los socialistas en Chile en materia política y económica después de la experiencia soviética nunca fue mejor enunciada que por Eugenio González en 1947: “la política inicial de socialización del poder económico se fue convirtiendo en una mera estatización que condujo progresivamente a un régimen de capitalismo de Estado, dirigido por una burocracia que ejerce el poder de forma despótica, sometiendo a una verdadera servidumbre a la clase trabajadora" escribió sobre la Unión Soviética, y agregó que "el socialismo revolucionario lucha fundamentalmente por el establecimiento de un nuevo régimen de vida y de trabajo en el que se den las mayores posibilidades de expansión de la personalidad humana. Medio indispensable para alcanzarlo es la socialización de los instrumentos de producción, de cambio. Pero en ningún caso acepta la estatización burocrática del poder económico, porque ello conduce necesariamente a la esclavitud política de la clase trabajadora". Los comunistas chilenos post Recabarren se alinearon con el estalinismo y la política del Estado soviético, no obstante se comportaron con un gran lealtad hacia Allende y su proyecto y mantuvieron una raigambre popular y obrera afincada en la cultura nacional. No siguieron a los chinos que rompieron en 1960 con la URSS ni al eurocomunismo de los años 1980. 

Los socialistas chilenos reafirmaron en los años 1950 las tradiciones libertarias para las que el socialismo debe ser democrático si no quiere desmentirse a sí mismo. Repensaron en Chile el proyecto político y la economía socialista mediante reformas estructurales en democracia, lo que Allende tuvo la enorme audacia de hacer con la consecuencia que sabemos con su original "vía chilena al socialismo", que la implacable guerra fría se encargó de aplastar en medio de la incapacidad para contrarrestarla de la izquierda chilena de entonces para construir una alianza estable entre los sectores populares y los sectores medios que defendiera la democracia y los cambios estructurales, lo que debía empezar por valorarla a cabalidad.

El intento de la Unidad Popular en 1970-73 tuvo una justificación histórica en el sentido de insistir en reformas estructurales indispensables, como la reforma agraria, la nacionalización de las riquezas básicas y el control del crédito para reorientar la economía hacia la satisfacción del consumo popular como nueva base de acumulación. Pero fue dubitativo en sostener una base productiva en funcionamiento en base a un área de propiedad social industrial y agrícola acotada y al no poner desde el principio y claramente el límite entre lo público, lo privado y lo cooperativo y mantener los incrementos salariales y el gasto público (desfinanciado, además, por una oposición que se negaba a subir impuestos desde el parlamento pero aprobaba los gastos) en niveles sostenibles en el tiempo, en medio de crecientes problemas de abastecimiento de bienes básicos. Releer los textos de Pedro Vuskovic durante y después de la UP, cuyas posiciones económicas se han deformado totalmente, es muy ilustrativo sobre el desorden que se fue incubando más allá de la voluntad del gobierno. Desde el PS y el MAPU (y desde el MIR fuera del gobierno) se tendió a actuar con el enfoque de que todo lo que fuera desplazar cualquier tipo de propiedad privada debía ponerse en práctica, porque eso era construir el socialismo. Este enfoque poco racional e inconsistente para consolidar el proceso de cambios contribuyó a polarizar la sociedad y desorganizar la economía, a la vez que facilitó la pérdida de la mayoría que la izquierda obtuvo en las elecciones municipales de 1971. No se logró enfrentar con este enfoque un boicot norteamericano y oligárquico implacable y económicamente muy dañino contra el gobierno de la Unidad Popular, el que, a la vez, careció de un apoyo soviético alternativo, pues éste estaba concentrado en Cuba y desconfiaba de las formulaciones democráticas del proyecto de Allende. La guerra fría fue el gran condicionante que frustró ese proyecto.


Hacia una democracia social moderna

Luego de la derrota y la masacre de la izquierda en Chile vino la necesaria reformulación en el proceso de rescate y renovación del socialismo, como lo llamó y conceptualizó Jorge Arrate: valorizar la democracia en toda circunstancia y afincarla en los territorios y en la base, ampliar las alianzas y plantear que la economía socialista no debe consistir en estatizar sino en socializar el excedente y las rentas de los recursos naturales, dinamizar la inversión estructurante, redistribuir ingresos y otorgar derechos económicos e ingresos básicos a toda la población. Sin excedente económico no hay dinamismo productivo de largo plazo. Una parte de él debe socializarse y orientarse a las inversiones en bienes públicos y mixtos (infraestructura, protección del ambiente, conocimiento, acceso a las redes digitales, educación, salud) sin los cuales la economía tampoco funciona o lo hace mal, mientras debe redistribuirse parte de las utilidades públicas y privadas y de los salarios para lograr el aseguramiento de la cobertura de riesgos sociales (desempleo, enfermedad, vejez sin ingresos) y la garantía del acceso a un empleo y a ingresos básicos. La capacidad productiva debe sostenerse mediante un sistema mixto de propiedad: estatal en áreas estratégicas, un fuerte sector de economía social y cooperativa junto a un sector privado con fines de lucro desconcentrado y regulado social y ambientalmente. Esto requiere de un Estado productor y regulador no clientelista y definir una condición asalariada con derechos, incluyendo el de participar en la definición de las condiciones de trabajo y en la orientación y las utilidades de las empresas cuando tienen fines de lucro.

Por otro lado, había que constatar que la planificación central de precios y cantidades funciona bien en situaciones de guerra (de hecho los estudios recientes muestran que la planificación soviética se inspiró de la planificación de guerra zarista), como también ocurrió en EE.UU en la segunda guerra mundial, en que la economía funcionó con un fuerte control de precios y cantidades producidas. Pero en situaciones normales la centralización no está en condiciones de gestionar la información requerida de manera adecuada y continua para realizar una planificación efectiva, incluso con las tecnologías de la información actuales, ni incentivar la innovación. Siguiendo a Charles Bettelheim, se debe dejar funcionar el sistema de precios y la competencia de mercado regulada en diversos ámbitos para asegurar, junto a una redistribución progresiva por vía de impuestos y transferencias, una asignación descentralizada de recursos en economías que hoy son tecnológica y organizacionalmente mucho más complejas que en los siglos XIX y XX. Y, agreguemos, organizadas en cadenas globales de valor en la manufactura de alta productividad, con sistemas de producción crecientemente digitalizados y robotizados, basados en la información y su procesamiento en grandes volúmenes con uso de inteligencia artificial. De paso, convengamos que el mercado siempre ha existido en las economías centralizadas, pero como mercado negro ilegal, por lo que no tiene sentido intentar suprimir los mercados sino que deben ser apropiadamente regulados para cautelar el interés general.

El proyecto de una "economía social mixta", que tiene esbozos en diversas experiencias, es ampliamente preferible al capitalismo de la desigualdad norteamericano, al capitalismo oligárquico ruso actual, al neocapitalismo chino y vietnamita (que sin embargo ha logrado éxitos notables en el cambio de la condiciones de vida de las mayorías) y al inmovilismo cubano, que recién está dando pasos hacia la racionalidad económica con grandes costos para la población, en medio de un inaceptable bloqueo norteamericano por décadas. Para no hablar de la Venezuela de Chávez-Maduro, que es un proyecto de poder en manos de una burocracia civil-militar que se aferra a la renta del Estado petrolero y ha provocado la emigración de millones de sus ciudadanos, proceso también agravado por las recientes sanciones norteamericanas. O de la dinastía de control omnímodo y autárquico de Corea del Norte, que produce hambrunas periódicas junto a una ambición nuclear persistente. Los socialdemócratas europeos, por su parte, se afincaron en la democracia representativa y buscaron adaptar el capitalismo regulándolo para expandir el bienestar de los trabajadores con dispositivos redistributivos, de seguridad social, de acceso a la educación y de incorporación de la mujer, en lo que lograron importantes éxitos, especialmente en Escandinavia, aunque más tarde fueron desdibujados por la deriva social-liberal de tipo blairista que acompañó una nueva ola de aumento de las desigualdades en el capitalismo contemporáneo.

La respuesta para renovar las esperanzas en un mundo más libre y más justo es insistir pacientemente en construir una democracia social participativa y paritaria que supere el control del poder por minorías oligárquicas y patriarcales. Esto requiere conformar un Estado social y democrático de derecho y una economía social mixta que reduzca y progresivamente termine con las desigualdades estructurales que provoca el dominio del capital sobre el trabajo (incluyendo sus modernas formas digitales) y con las depredaciones ambientales que derivan de la primacía del capital sobre la naturaleza y ponen en peligro a las nuevas generaciones. El socialismo económico es el que socializa democráticamente en beneficio colectivo las palancas básicas de la producción material y garantiza derechos sociales sin suprimir los mercados, burocratizar la economía o impedir la innovación, cautelando la eficiencia en la asignación de recursos y guiando la justicia en su distribución.

Y en la coyuntura, cabe seguir luchando por terminar de dejar atrás el estancamiento producido por un régimen político que desde 1990 no logró pasar el estadio de "democracia no soberana", a pesar del esfuerzo de muchos y de logros significativos en materia de libertades y derechos, de creación de empleos, de aumento de la esperanza de vida, de ampliación de la educación y de inversión social y productiva. En ese proceso prevalecieron los que hicieron de necesidad virtud y, en vez de seguir luchando por una democracia política y social plena,  se amoldaron al predominio oligárquico sobre la sociedad. Se terminó por consolidar por tres décadas la anulación de la voluntad mayoritaria en el sistema político. Esto fue fruto del dispositivo de senadores designados y del sistema de elección binominal y, luego de las reformas de 2005 y 2015, de la persistencia del resto de candados como los altos quórum de aprobación de la ley y un Senado y un tribunal constitucional de bloqueo. El objetivo oligárquico fue siempre hacer persistir una economía no suficientemente regulada, que alcanzó niveles inusitados de concentración, y un sistema de derechos sociales privatizados. Esto es lo que la mayor parte de la sociedad terminó rechazando radicalmente a partir de 2019. 

Y también es indispensable terminar de dejar atrás el deterioro progresivo de las prácticas políticas, incluyendo el clientelismo y el financiamiento ilegal de campañas por el poder económico y la resultante subordinación del sistema político a sus intereses. 

Estas tareas requieren ahora trabajar por la conformación y consolidación de una coalición de izquierda amplia que trabaje con consistencia, con el debido espíritu de crítica constructiva, por el éxito del gobierno de Gabriel Boric y la aprobación y puesta en práctica de la nueva Constitución.

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