Opciones de gobierno y transversalidad


En la elección del 21 de noviembre la participación alcanzó solo un 47%, reiterando la crisis de credibilidad democrática que vive el país. Y dejó un parlamento en el que los partidos o bloques de los candidatos que pasaron a la segunda vuelta son minoritarios, junto al dilema de elegir la continuidad radicalizada del actual gobierno o bien una nueva fórmula.

Esta nueva fórmula está encabezada por jóvenes que se proponen realizar cambios en el país, muchos de los cuales fueron ofrecidos por la Concertación y la Nueva Mayoría, pero no fueron realizados por carecer de mayorías parlamentarias o bien de voluntad de llevarlas a cabo, según los casos y las interpretaciones. 

Es un hecho cierto, por su parte, que un gobierno de extrema derecha implicaría aumentar la represión de la protesta social y el autoritarismo político, lo que es explícito en su programa. Y es aún más cierto porque conecta con esa parte del país que percibe una falta de autoridad suficiente frente al narcotráfico, la delincuencia, la mantención del orden público y la inmigración. No se trata de descalificarla, sino de constatar una subjetividad sensible a los discursos del miedo que se inclina hacia la extrema derecha fruto de un aún persistente conservadurismo y a lógicas discriminadoras y menos adaptables a la incertidumbre y al cambio. El reforzamiento de la extrema derecha ocurre en el Chile de hoy por mucho que implique una gran regresión para los derechos de las mujeres y de las diversidades, que los resultados del plebiscito constitucional y la elección de la Convención nos hicieron pensar habían avanzado para quedarse. Y por mucho que refuerce un liberalismo económico explícito consistente en bajar impuestos a los más ricos, debilitar las políticas sociales (incluyendo mantener el sistema de AFP), privatizar las pocas empresas públicas existentes (incluyendo CODELCO), desregular la legislación del trabajo en favor de los empleadores y hacer caso omiso de la lucha contra el cambio climático o la protección del ambiente y los animales. Una parte de la población que vota a favor de la extrema derecha o simpatiza con ella no comparte ese programa, pero se deja convencer por el discurso del orden, ancestralmente inscrito en la cultura jerárquica heredada de la colonia y de la hacienda. 

No por casualidad Kast ganó en el mundo rural y en las ciudades más pequeñas, mientras pierde lejos en las grandes ciudades, incluso más expuestas a la delincuencia y al narcotráfico, pero con mayor capacidad de no dejarse arrastrar por el discurso conservador y de optar por el cambio social. El éxito creciente de la apelación al orden de Kast es una gran paradoja, pues es portador de un proyecto de abierta polarización política, cultural y social (basta con leer su programa y declaraciones previas o enterarse, como está ocurriendo a través de las redes sociales, de lo que opinan los parlamentarios electos de su partido para constatarlo) que, de triunfar, incrementaría el desorden y los conflictos sociales y territoriales de toda índole en el país. 

Esa gran paradoja es la que seguramente subrayarán Gabriel Boric y las fuerzas que lo apoyan. Pondrán por delante su opción por un cambio que construye un nuevo orden mucho más estable porque es más equitativo. La capacidad de articulación, con algunos tropiezos, se está expresando en que está recibiendo el apoyo incondicional de partidos como el socialista, el por la democracia y el radical, y aquel de la candidata y de la dirigencia de la democracia cristiana, aunque no aún en un eventual acuerdo de gobierno. Boric deberá seguir buscando apoyos políticos para su elección en diciembre, pero también para disponer de una mayoría parlamentaria estable. 

Construir una narrativa alrededor de la idea de transversalidad requiere de algunas precisiones. Si se entiende por transversalidad la capacidad de diálogo con el distinto, de acercamiento a las personas de otras condiciones y trayectorias sociales y culturales, de escucha del que piensa diferente, de búsqueda de puntos comunes con interlocutores diversos a partir de las ideas y visiones de cada cual, con el debido respeto por las del otro en tanto sean éticamente aceptables, bienvenida sea. Si se entiende por transversalidad la relativización de esas visiones e ideas (a lo Groucho Marx: tengo unas ideas, pero si no te gustan aquí tengo otras), entonces se contribuye al estado líquido de la opinión y al acortamiento de los horizontes de reflexión y conducta a las emociones del día a día. 

La opinión líquida actual oscila con facilidad entre opciones contradictorias según los vaivenes de los impulsos cotidianos y del ruido mediático. Y lo hará con mayor intensidad si quienes tienen valores y proyectos que identifican una postura ceden al mero afán de seducción. Incluso hay un cierto progresismo al que le gusta coquetear con el conservadurismo para buscar aceptación en el mundo dominante. El problema es que el que relativiza sus propios valores y los aparca para buscar adhesiones o asimilarse al discurso dominante en vez de convencer sobre su sentido, mal va a poder lograr adhesiones adicionales. Al revés, puede validar aquellas posturas que se supone contradice, y terminar por aumentar el apoyo a ellas, mientras los potenciales nuevos adherentes van a preferir al portador original de esos valores. El resultado de ese tipo de transversalidad en la acción política puede terminar siendo perder el apoyo de los propios y no ganar el de mucha gente. 

Hay personas en posturas ambivalentes o dubitativas que tienen en sus percepciones y esquemas de pensamiento elementos que pueden llevar a una adhesión a la opción de cambio y/o a salir de la abstención. Boric tiene todo que ganar y nada que perder al insistir en la necesidad de evitar un nuevo gobierno de derecha porque sería una versión aún más represiva y con aún menor capacidad de gobernar que el de Piñera. Kast se centrará todavía más en la defensa de los intereses oligárquicos y se confrontará con la Convención, buscando su fracaso y promover el rechazo a una nueva Constitución. 

Y Boric ganará en credibilidad al reiterar que la concentración económica, la desigualdad y los privilegios son la causa de la actual inestabilidad. En insistir que las relaciones del trabajo que se traducen en bajos salarios y que no aumentan con la productividad no contribuyen, sino que dañan el crecimiento. En que el acceso a la salud debe estar al alcance de todos con dignidad. En que la educación universal y pública debe ser el gran factor de igualación de oportunidades frente al reino de la discriminación. En que retroceder en los derechos de las mujeres y de la diversidad sexual es inaceptable. En que la cultura debe ser apoyada en su pluralidad porque nos enriquece a todos. En que la delincuencia y el narcotráfico hay que combatirlos de manera implacable en sus efectos y sus causas, empezando por actuar con los poderes locales para reforzar los espacios comunitarios, cuidando a los jóvenes con más oportunidades creativas de inserción y de desarrollo de proyectos de vida valiosos, junto a reformar drásticamente las policías para hacerlas próximas a las comunidades y aumentar su eficacia contra el delito organizado. En que legalizar el cannabis de manera regulada va a contribuir a sacar de las plazas y esquinas a los traficantes. En que hay que llegar a un arreglo pacífico y dialogado de la histórica reivindicación mapuche. En que la inmigración es un gran aporte si es ordenada y con derechos. Y así sucesivamente en los temas de la construcción progresiva de una sociedad que protege a las personas y a la naturaleza, en la que no todo se deja al mercado y a la competencia, en la que hay espacios sólidos de solidaridad y de provisión de bienes públicos que garantizan derechos y en la que la prosperidad es mayor porque es compartida. Insistir en convencer sobre el carácter positivo de un proyecto de cambio democrático y social como alternativa a la desigualdad y a la regresión autoritaria y conservadora, tiene harto más sentido y efectividad electoral que mostrar poca convicción en las propias ideas. 

El tema no es girar al centro político, sino al centro de las preocupaciones de la mayoría social, con la reiteración de propuestas adecuadas y concretas de mejoramiento de sus condiciones de vida.


Entradas populares