Sobre el pueblo y las élites
No se debe descalificar a nadie por sus percepciones, enojos y reproches a la política tal como existe hoy. Al contrario, se debe acoger a todo el que quiera un cambio sobre la base de convicciones democráticas y libertarias.
Se ha producido un cierto debate sobre las razones del voto popular hacia la extrema derecha, que con Kast expresa lo peor del dominio oligárquico de hoy y de las violencias de la dictadura en el pasado. Y hacia un candidato como Franco Parisi, que no estuvo en el territorio nacional en la campaña, pidió asilo político en Estados Unidos y debe enfrentar impagos por paternidad y una querella por asuntos inmobiliarios nada edificantes.
Hay un voto popular conservador, anclado en tradiciones religiosas de distinto tipo o bien en la adhesión al autoritarismo y a la dictadura militar, que persiste en el tiempo y que Kast recompuso. Tiene más relevancia en ciudades pequeñas y entornos rurales, especialmente en el sur. Y hay un voto de protesta, predominantemente masculino y del norte, que adhiere al discurso anti-partidos y a un cierto desenfado antisocial, que ha canalizado Parisi.
Cada cual tiene el legítimo derecho a hacer los juicios morales que le parezca al respecto. Personalmente me atengo al principio de Vox Populi, Vox Dei. Si muchos votantes adhirieron a la derecha o a opciones volátiles, es porque en la izquierda no logramos/pudimos/supimos llegar a ellos, representar sus esperanzas y conectarlas con nuestro proyecto de sociedad.
Lo que cabe es hacer, eso si, una referencia a las consecuencias de la conducta de una parte de las élites de izquierda, que se supone representan los anhelos populares por mayor justicia e igualdad en una sociedad fuertemente desigual. ¿Qué se puede pensar cuando una parte minoritaria pero significativa de ellas simplemente se cambió de bando en nombre de los cambios efectivamente exprimentados por la sociedad y que harían que ahora todo fuera distinto y que la izquierda es un concepto obsoleto? ¿O cuando otra parte se acomodó al poder del dinero y se transformó en su servidor y/o buscó financiamientos electorales o medios de vida en la gran empresa, aún cuando se estableciera el financiamiento público de las campañas? ¿O cuando otra parte de ellas pasó de ideas progresistas a ideas neoliberales y a la defensa del orden existente, calificando los cambios necesarios como “fumar opio“? ¿O cuando hay partidos que fueron condescendientes con la influencia local del narcotráfico? ¿O cuando se observa una sobrecarga de narcisismo que se acomoda a las posturas e impulsos emocionales del momento con tal de estar en la escena mediática y política?
Parte del distanciamiento del pueblo con las élites y las representaciones de la izquierda y su refugio en el abstencionismo o en fórmulas rayanas en el desparpajo se explica por el comportamiento descrito.
Por supuesto han permanecido fieles a sus convicciones y honorables en sus conductas la gran mayoría de las elites y militancias políticas, sociales y culturales de la izquierda en su amplio sentido, es decir el de individuos y grupos sociales que consideran que la sociedad debe ser más justa y no basarse en la preservación de privilegios oligárquicos, en el sometimiento de los que viven de su trabajo, en el patriarcado y en la expoliación de la naturaleza. Pero su tarea se ha visto cuestionada por las conductas mencionadas. La apelación a la memoria de las luchas de otras épocas y a un proyecto de cambio con otros valores que los del mercado y el individualismo sigue presente, con nuevas identidades colectivas y otras estructuras sociales subyacentes. Pero siempre postulando que la solidaridad y la justicia, plasmadas en instituciones y prácticas sociales que hagan posible reproducirlas establemente, son indispensables en toda sociedad decente.
«No fundamos el Estado con el objetivo de que una sola clase de ciudadanos sea excepcionalmente feliz, sino de que lo sea al máximo toda la sociedad.» ¿Es esta otra frase polémica más para situar lo que está en juego en la segunda vuelta del 19 de diciembre? No, es una cita de Platón en su texto “La República”, en el año 370 antes de nuestra era. Las sociedades desde siempre enfrentan el dilema de una acción pública destinada a favorecer el dominio de oligarquías, casi siempre patriarcales, recubierto de tradición y orden, o bien el interés general, que incluye el de la mayoría social y el de las mujeres. También es hoy, efectivamente, el dilema crucial de Chile.
No hay sociedades perfectas, pero si unas más justas que otras, o al menos unas más decentes que otras. La nuestra definitivamente debe encaminarse a ser más justa y más decente, es decir una en la que las retribuciones para vivir provengan del trabajo y no de los privilegios o del abuso, en que nadie quede desprotegido en el camino y se respeten universalmente los derechos, por difícil que sea la tarea en cada etapa.
Una vasta alianza plural se está ahora conformando, en buena medida auto- organizada, para que triunfe Gabriel Boric frente a Kast en la elección crucial del 19 de diciembre, es decir la continuidad democrática sobre una extrema derecha desenfadada, que busca hacer regresar al país al autoritarismo para mantener los privilegios, las discriminaciones y el dominio oligárquico sobre los intereses de la mayoría. Luego se verá como esa alianza se tranforma en capacidad de gobernar de manera seria, responsable y dialogada los cambios indispensables que el país requiere.
Pero esa acción colectiva no debe descalificar a nadie por sus percepciones, enojos y reproches a la política tal como existe hoy. Al contrario, debe acoger a todo el que quiera un cambio sobre la base de convicciones democráticas y libertarias, liderado ahora por una nueva generación.
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