De nuevo el debate sobre Venezuela

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A los partidarios chilenos de Maduro les parece pésimo que vote menos del 50% de los ciudadanos en Chile. Que en Venezuela vote menos del 30%, no les parece un problema. Gran coherencia. En ambos casos, la democracia está en crisis, aunque por razones diferentes, claro. Y la tarea es fortalecer la democracia, no debilitarla, en las dos situaciones.
Pensar de ese modo supone tener la convicción que una democracia participativa y autónoma de los poderes oligárquicos internos y de la intervención externa es el espacio y límite de la transformación social para superar progresivamente la desigualdad y la falta de libertad real que atenta contra la dignidad humana. Es sostener, a la vez, que la democracia es la principal barrera de contención del intervencionismo norteamericano, en alianza con los progresismos latinoamericanos y de otras partes del mundo, incluyendo los de Estados Unidos. Y que no tiene sentido justificar alianzas con rusos, turcos e iraníes, como hace Maduro, que no se ve qué puedan tener que ver con progresismo alguno. A la vez, el voluminoso endeudamiento con China le permitió a Chávez y luego a Maduro paliar en parte la increíble destrucción de la industria petrolera (la gallina de los huevos de oro) por incapacidad de gestión y por corrupción en los últimos 20 años, no atribuible a nadie más que a su régimen. Pero no se puede saber qué estrategia de desarrollo nacional puede ser esa, mientras en paralelo la producción de alimentos ha sufrido un gran retroceso. Vivir del petróleo, aunque sin siquiera cuidar la solidez de la rama sobre la que se está sentado, y atrincherarse con los militares asociados a la gestión centralizada, inepta y corrupta de la economía (como desgraciadamente cualquier observador más o menos acucioso puede constatar, aunque también sea usado por la propaganda derechista) no es exactamente un proyecto de sociedad progresista, si se permite la ironía.
Y un colofón: la democracia supone aceptar la alternancia en el poder, incluso cuando una mayoría decide seguir una política pro-norteamericana y pro-oligárquica y burguesa. Si así ocurre, es por incapacidad de la izquierda y de los progresistas de representar a la mayoría social, por mucho que la CIA y los oligarcas hagan todo tipo de maniobras, como sabemos que siempre hacen, en defensa de sus intereses. Cuando estos factores de poder interrumpen los procesos democráticos con golpes y violencia dictatorial, la resistencia popular es el único camino. Pero impedir que la voluntad mayoritaria se exprese, aunque en algún momento favorezca intereses minoritarios, no veo qué pueda tener que ver con los valores y el proyecto histórico de la izquierda de mayor libertad a través de mayor igualdad. Al revés, suspender o limitar garantías democráticas favorece a la larga a las oligarquías y al intervencionismo externo al despojar a todo proyecto popular y nacional de su legitimidad fundamental: ser expresión de la mayoría social. Y, como demostró el caso del MAS en Bolivia, cuando una mayoría social es consistente y su conducción política organizada es adecuada, termina por imponerse a las maniobras antidemocráticas.
Pensar que regímenes burocrático-militares como los de Venezuela o Nicaragua, o incluso teocracias islamistas, son defendibles porque se confrontan con Estados Unidos, es simplemente un error binario y simplista en el que las izquierdas no deben caer. La transformación orientada a la emancipación social igualitaria y libertaria o bien es democrática en sus fines y en sus métodos o bien simplemente no es tal.

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