Cambio climático: ya están en marcha los lobbies


Ya se está poniendo en marcha el lobby anti-estrategias contra el cambio climático. Primero fue la descalificación del trabajo de miles de científicos, cuando  emergió, al iniciarse el siglo XXI, un consenso sobre el origen humano del cambio climático en curso —que ya ha alcanzado cerca de 1 °C sobre el nivel preindustrial— y sobre los peligros de la mantención del ritmo actual de emisión de gases con efecto invernadero. Y ahora los intereses empresariales (en Chile la CPC) ya iniciaron su oposición a la meta de neutralidad carbono en 2050.

La magnitud del problema del cambio climático

El factor principal es la concentración de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera, el principal gas de efecto invernadero (de entre seis), que en su mayor parte procede de los combustibles fósiles. Esta concentración pasó de un valor preindustrial de 270-275 partes por millón (ppm) a cerca de 310 ppm hacia 1950, y 380 ppm al iniciarse el siglo XXI, con la mitad del incremento desde la Revolución Industrial habiendo ocurrido en las últimas tres décadas. La información para mayo de 2019 indica que la concentración en la atmósfera ha alcanzado niveles récord, con 410 ppm, lo que representa cerca del 150% de los niveles preindustriales anteriores a 1750. La Organización Metereológica Mundial (OMM) ha alertado que “la última vez que la Tierra conoció una cantidad de CO2 comparable fue hace entre tres y cinco millones de años: la temperatura era entre 2 y 3 grados más alta y el nivel del mar era 10 o 20 metros mayor que el actual”. 

Las emisiones de CO2 por la actividad humana se estancaron durante 2014 y 2016, lo que no ha supuesto que dejara de aumentar la concentración de CO2 equivalente en la atmósfera, pues no existe una relación exactamente lineal entre emisiones y concentración. Sin embargo, en 2017 aumentaron en 1.6% y en 2018 en más de 2%. La OMM concluye que “el constante aumento en las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera durante el periodo de observación, a partir de 1970 y hasta la actualidad, es consistente con el observado aumento de las temperaturas globales promedio en el mismo periodo”. En 2017, según el Global Carbon Project, los principales emisores de CO2 fueron China (9 839 toneladas métricas), Estados Unidos (5 270), la Unión Europea (3 544), la India (2 467), la Federación Rusa (1 693) y Japón (1 205). En América Latina, los principales emisores fueron siete países: México (490), Brasil (476), Argentina (204), Venezuela (160), Chile (85), Colombia (81) y Perú (65).

Los datos son lapidarios. Los años 2015 a 2018 han sido los más cálidos jamás registrados. En el conjunto de las superficies terrestres y oceánicas mundiales, la temperatura de enero a junio de 2019 fue, junto con la registrada durante el mismo período de 2017, la segunda más alta de los últimos 140 años y la del mes de julio la más alta jamás registrada. La realidad del fenómeno ya no es puesta en duda. El tema es ahora la magnitud de los efectos y de las acciones remediales a realizar.

Según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), el efecto del cambio climático sobre la biosfera sería incrementar la desestabilización del clima, con épocas de lluvias y sequías más prolongadas, huracanes más intensos y otros impactos como consecuencia del daño a los ecosistemas, incluyendo la deforestación, la desertificación y un sustancial incremento en la tasa de extinciones de especies. Esto daría lugar a que la actual ola de extinciones de especies provocada por las sociedades humanas se transforme en el sexto gran evento de extinción que ha conocido la tierra. A su vez, se aumentaría la acidificación de los océanos, incidiendo en la calcificación de organismos como los corales y arrecifes, aunque su respuesta biológica es compleja. Este único factor puede cambiar sustancialmente los ecosistemas marinos.

El informe del IPCC de octubre de 2018 advierte que las políticas actuales de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero llevarían el calentamiento global a 3 °C hacia finales del siglo y que es probable que se alcance un aumento de 1.5 °C entre 2030 y 2052 si se mantiene el ritmo actual de emisiones. En el periodo de enero de 1993 a diciembre de 2018, la velocidad media de subida del nivel del mar fue de 3.15 ± 0.3 mm año y la aceleración estimada de 0.1 mm año. La pérdida acelerada de masa de hielo es la principal causa del incremento en el ritmo de elevación del nivel medio del mar a escala mundial. El aumento de entre 2 y 5 °C en las temperaturas tendría efectos más agudos aún sobre el aumento del nivel del mar y sobre la migración de especies en la tierra y los mares, con consecuencias en cascada en ecosistemas completos, en particular por la cadena alimentaria de las especies. 

Si ya en la actualidad se constata que, a pesar de los esfuerzos de protección de las plantas, se pierde un tercio de la producción de granos por pestes de insectos, patógenos y malezas, un estudio (Deutsch et al., 2018) pronostica que el aumento de las temperaturas provocará una pérdida —especialmente en las regiones de clima templado— de los rendimientos en la producción de maíz, trigo y arroz de entre 10% y 25% por grado adicional de aumento de la temperatura. La pérdida de rendimiento en el caso de dos grados de aumento sería de 31% para el maíz, de 19% para el arroz y de 46% para el trigo, respectivamente unos 62, 92 y 59 millones de toneladas menos disponibles para alimentar a unos 4 000 millones de personas que reciben de estos granos dos tercios de sus aportes energéticos. Matthew Smith y Samuel Myers (2018) estiman, además, que se produciría una pérdida de entre el 3% y el 17% del contenido nutricional del arroz, las papas y el trigo, al absorber menos nutrientes del suelo, como zinc, hierro y proteínas por la presencia adicional de dióxido de carbono en la atmósfera. 

El Acuerdo de París de 2015 busca limitar el calentamiento global a menos de 2 °C sobre la etapa preindustrial y se ha planteado el objetivo más ambicioso de limitarlo a 1.5 °C. No obstante, el Acuerdo promete sólo un tercio de lo que se necesita para evitar los peores impactos del cambio climático. De los 195 países que tomaron parte del Acuerdo de París, 169 lo han ratificado, pero Estados Unidos se retiró de él en 2017. Este país representa el 15% de las emisiones actuales y una proporción mucho mayor de las emisiones acumuladas. Incluso con la plena aplicación de los planes nacionales —condicionales e incondicionales— es muy probable un aumento de la temperatura de al menos 3 °C para el año 2100, lo que significa que los Gobiernos deberán hacer una sustancial revisión (está programada para 2020). 

El IPCC sostiene que las emisiones netas (la suma de las emisiones menos la absorbida por sumideros naturales y tecnológicos) de CO2 deben reducirse a cero en 2050 para limitar el aumento de la temperatura a 1,5 grados.  Esto supone una disminución para el 2030 del 45% de las emisiones de CO2 respecto al nivel de 2010. En  2050, esas emisiones  deben mantenerse por debajo de lo que se pueda retirar de la atmósfera. Según ONU Ambiente, debe  dejarse atrás las energías fósiles y mantener en el subsuelo entre el 80% y el 90% de las reservas conocidas de carbón, un tercio de las de petróleo y la mitad de las de gas natural. Éstas son las fuentes de 4/5 de la producción mundial de energía primaria y de 9/10 de las emisiones de dióxido de carbono.

El IPCC sostiene que para poder cumplir la meta de 1.5 grados adicionales hacia el 2100, se requiere que en 2050 entre el 70% y el 85% de la electricidad sea de origen renovable y libre de emisiones de gases de efecto invernadero. En el transporte, el informe apunta a que la cuota de energías bajas en emisiones debe pasar del 5% previsto en 2020 a entre el 35% y el 65% en 2050. En la industria, las emisiones de CO2 deberán ser entre un 75% y un 90% inferiores en 2050 respecto a los niveles de 2010. Según  ONU Medio Ambiente (2018), las emisiones de todos los gases con efecto invernadero no deberían superar las 40 gigatoneladas (Gt) de CO2  equivalentes en 2030 para tener un 66% de probabilidades de cumplir la meta de los 2 °C. Para mantener el calentamiento del planeta por debajo de 1,8 °C con una probabilidad de en torno al 66%, las emisiones mundiales de GEI en 2030 no deberían superar las 34 Gt CO2. Finalmente, para tener un 66% de probabilidades de contener el incremento de la temperatura por debajo de 1,5 °C en 2100 (sin rebasar los objetivos o solo levemente), las emisiones mundiales de GEI en 2030 no deberían superar las 24 Gt CO2.

El consumo individual es responsable del 64% de las emisiones mundiales de gases con efecto invernadero, mientras que el 36% restante se atribuye al consumo de los Gobiernos, las inversiones (por ejemplo, en infraestructura) y el transporte internacional. Una estimación de la magnitud del desafío indica que, si se pretende mantener el calentamiento global por debajo de 2 °C hacia 2050, las emisiones per cápita no deberían superar 2.1 tCO2 al año (Seth Wynes y Kimberly Nicholas, 2017). Pero un individuo que come carne y realiza un viaje aéreo transatlántico al año emite 2.4 tCO2. Las estimaciones disponibles indican que las emisiones per cápita de la población mundial son del orden de 3.4 toneladas de CO2, pero que las del 10% más rico son de 17.6 toneladas de CO2 y las del 50% más pobre de la población mundial de 1.6 toneladas de CO2. Las emisiones totales del 10% más rico son casi cinco veces superiores al total de emisiones del 50% más pobre (Oxfam, 2015). La población con más carencias emite sustancialmente menos CO2 que la de altos ingresos, de la que debe provenir el principal esfuerzo de responsabilidad en el consumo.

La urgencia de una rápida transformación

Lo que se requiere, entonces, es una rápida transición para sacar a la humanidad de la actual era de la combustión, y esa transformación no se debe hacer porque se agoten los combustibles fósiles —el carbón, el petróleo y el gas natural—, sino porque esa alternativa permitirá evitar el cambio climático a costos cada vez más alcanzables. El gran salto dependerá del cambio en los hábitos de consumo, del uso masivo de energías renovables no convencionales y del desarrollo de baterías que permitan almacenar electricidad cuando no sople el viento o no haya sol o suficiente agua en los embalses. Por ello Chile se ha sumado poco a poco a la meta de la neutralidad carbono hacia 2050.

Pero ya se observan las reacciones de los intereses privados. La Confederación de la Producción y el Comercio, sin ir más lejos, asegura en nuestro país que el proyecto de ley pondría un acento exclusivo en la mitigación y no en la adaptación y que la meta de carbono neutralidad en 2050 no consideraría las condiciones necesarias para asegurar el resultado en el tiempo. Estos son los mismo debates que se están dando en otras partes, como en Gran Bretaña, país que recientemente se ha comprometido con el mencionado objetivo.

Como subraya el experto británico Adair Turner (2019),”los detractores en el Parlamento solicitaron un mayor análisis de costos y beneficios antes de asumir semejante compromiso; y el economista y premio Nobel William Nordhaus sostiene que este análisis demuestra un ritmo óptimo de reducción mucho más lento”. El modelo de Nordhaus sugiere limitar el calentamiento a 3,5°C en 2100, situando el objetivo de emisiones netas de carbono cero para mucho después de 2050. Turner indica que “es imposible modelar muchos de los riesgos más importantes. El calentamiento global producirá cambios importantes en los ciclos hidrológicos: habrá lluvias más extremas y sequías mucho más severas. Esto tendrá serios efectos adversos en la agricultura y el sustento en lugares específicos, pero los modelos climáticos no nos pueden decir con anticipación y de manera precisa dónde serán más agudos los efectos regionales. Los efectos adversos iniciales a su vez podrían producir una inestabilidad política que se retroalimenta e intentos de migración en gran escala”. Un calentamiento de 3,5°C por encima de los niveles preindustriales nos llevaría a temperaturas globales nunca vistas durante más de dos millones de años, mucho antes de que hubieran evolucionado los seres humanos modernos, lo que crea un gran riesgo de amenazas catastróficas para la vida humana en la Tierra. Sería simplemente una irresponsabilidad con los jóvenes de hoy y con las nuevas generaciones, pues cuánto más alta sea la temperatura alcanzada, mayor será la probabilidad de un calentamiento incontrolable. Sigue Turner: “los costos económicos de alcanzar una neutralidad de carbono para mediados de siglo también son inciertos. Pero podemos estimar su orden máximo de magnitud con mucha más confianza de la que se tiene cuando se evalúan los costos de los efectos adversos del cambio climático”. Sin considerar las mejoras tecnológicas, el costo total de descarbonizar la economía global no excedería el 1-2% del PIB mundial. En las licitaciones de energía competitivas del mundo real, los proveedores de energía solar y eólica ya están suministrando electricidad a precios inferiores al costo de la generación con combustibles fósiles. Los costos bajarán con compromisos significativos para reducir las emisiones, pues impulsarán el progreso tecnológico y acelerarán los efectos de curva de aprendizaje. 

Concluye Turner, y muchos otros economistas, que Emisiones Cero en 2050 es un objetivo económicamente racional. No debe abandonarse, como ya proponen los representantes de la gran empresa, en la ley marco que normará el tema en Chile, teniendo a la vista la próxima reunión entre el 2 y 13 de diciembre de la Conferencia de las Partes (COP 25) de Naciones Unidas, cumbre sobre el cambio climático que reúne periódicamente a los representantes de alto nivel de 197 países. De lo contrario, quedará probado que no vivimos en una democracia, sino en una plutocracia, es decir bajo un régimen de gobierno de y para los más ricos.



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