Las izquierdas entre crisis y futuros posibles


Voces La Tercera

¿Podrá la actual oposición ser una alternativa a la continuidad de la derecha en el gobierno después de 2022? El pronóstico es reservado y los tiempos son cortos, pero no es imposible. Y en ese desafío el rol de las izquierdas  y de los progresistas de diversa inspiración es crucial. Por mucho que los partidos de izquierda estén hoy en crisis por causas diversas, siguen siendo la base de una amplia alternativa posible al neoliberalismo -el de la acción colectiva mínima y el del individualismo máximo- y a la sociedad desigual, discriminadora y depredadora en que vivimos.

La fuerte derrota presidencial de Alejandro Guillier en 2017 (probablemente explicada por la suma de la falta de suficiente imagen gubernamental del candidato y por el pasivo del último período de gestión de Michelle Bachelet), se acompañó de un muy buen resultado parlamentario de las izquierdas. Estas obtuvieron un 47% de los votos en las elecciones parlamentarias de 2017, si se suma la izquierda cercana al centro (PR-PS-PPD, con 20% de los votos), la nueva izquierda emergente (Frente Amplio, con 17%) y la más ecléctica actual alianza PC-PRO-Regionalistas (con 10%). Este resultado pone a estas fuerzas como opción eventual para disputar el gobierno en 2022, incluso si la DC (con 10% de los votos en 2017) mantiene el camino propio o privilegia una alianza hacia la derecha. Pero también la derrota presidencial ha provocado, como era esperable, un largo proceso de decantación de posiciones y de crisis variadas en los partidos, y en especial el fin de la Nueva Mayoría, que sumó para gobernar sin coherencia a la Concertación y al PC, en el contexto de la emergencia de nuevas fuerzas y alianzas que reconfiguran el cuadro político tradicional.

El resultado de este proceso es aún incierto. Una hipótesis es que el PR, PPD y PS consoliden un bloque que busque recomponer la Concertación, como si no hubieran pasado 30 años, y privilegien la relación con una DC que ahora pacta con la derecha y veta toda articulación hacia su izquierda. Si a esta conducta política se sumara la de un Frente Amplio que persistiera en no articularse con nadie, como parece ser su principal reflejo identitario,  entonces habría un escenario político y electoral en el que una derecha básicamente unida enfrentaría a tres bloques separados y confrontados (la ex Concertación, el Frente Amplio y la Unidad por el cambio del PC, Pro y Frevs). El resultado sería muy simple: la derecha podría seguir gobernando por largo tiempo en beneficio de las minorías económicamente privilegiadas que representa.

Un punto de partida para un escenario distinto podría ser un diálogo entre el Frente Amplio y la Unidad para el Cambio (coaliciones que seguramente tendrán listas distintas a concejales pero tal vez puedan ponerse de acuerdo en apoyos mutuos en precandidaturas a Alcaldes y Gobernadores Regionales). A partir de ahí, estas dos agrupaciones podrían pactar con el PR, PPD y PS candidaturas de apoyo mutuo o simplemente omisiones en las candidaturas territoriales para sumar fuerzas para que la derecha no arrase en la elección de Alcaldes y Gobernadores Regionales y consolide una nueva opción presidencial. En una última etapa, esto podría llevar a acuerdos por omisión con la DC, si esta acepta salir de su camino propio y reunir fuerzas contra la derecha. En diversos casos, recurrir a primarias podría dirimir las controversias.

Pero evidentemente este no es un tema de sumatorias abstractas, sino de una clarificación política de más largo plazo.

El gran desafío para una parte de la izquierda es tomar distancia de manera perentoria con el tradicional clientelismo, tan arraigado en el sistema político chileno desde el siglo XIX. A este jamás hay que mimetizarse, aunque pudiera reportar ventajas de poder de corto plazo. Y ser tajantes con cualquier tipo de práctica corrupta de los pillos que desgraciadamente nunca faltan en toda organización inserta en la sociedad. En el bloque del PC, Pro y Regionalistas, si los dos primeros partidos no cambian o morigeran sus alineaciones internacionales que en ocasiones los llevan a defender lo indefendible, dificilmente podrán ser un factor de articulación contra las políticas neoliberales, aunque la dirección del PC ha sido clara en condenar las violaciones a los derechos humanos en todas partes y se ha abierto a un saludable debate sobre estos temas en una fuerza política tradicionalmente jerárquica. En el Frente Amplio, el desafío parece ser mantener el frescor de su irrupción innovadora original y no seguir por el camino de ir replicando la mayoría de los defectos de sus predecesores en la izquierda y muy pocas de sus virtudes.

Sin un debate de fondo y sin clarificaciones sustanciales, las izquierdas y los progresismos -nunca ha habido una sola izquierda desde su nacimiento en el siglo XIX- no podrán expandir su capacidad de defender con diversidad y tolerancia en su seno proyectos de sociedad asociados a alguna idea del interés general y del interés de la mayoría social. Su mundo no debe ser el de sus estructuras internas y los conflictos de poder, hoy ensimismadas con la ayuda de la cultura de las redes sociales que encierran en vez de oxigenar, sino el amplio mundo constituido por las clases trabajadoras, los sectores medios subordinados, el mundo de la cultura y los diversos grupos excluidos y discriminados. Y poner por delante fines colectivos en medio de la sociedad narcisista del Yo y mis circunstancias, como la prevalencia del Estado de derecho contra la arbitrariedad, la democratización del poder político y la socialización de al menos una parte sustancial del poder económico para fines de reducción de la desigualdad, de expansión del bienestar social y de preservación ecológica y de la calidad de vida en los territorios. Esto requiere del difícil ejercicio político cotidiano de subordinar los intereses privados y específicos al interés público y de articular las acciones del presente con los posibles horizontes futuros.

Algunos insisten en que nada de esto tiene sentido, y menos buscar articulaciones de las izquierdas. Repiten aquello de dar por superada a las izquierdas y a los progresismos dado que serían anticuados. Cabe preguntarles si lo serían porque proponen una nueva constitución que establezca derechos más allá del mercado. O porque proponen mantener Codelco y los recursos naturales bajo dominio del Estado. O porque proponen no desregular el (aún excesivamente informal) mercado de trabajo ni la (escasa) protección del ambiente, sino al revés, potenciar regulaciones apropiadas que provean flexibilidad en ciertos casos pero sobre todo seguridad y apoyo a la mayoría que vive de su trabajo. O porque proponen un sistema público de educación, salud y pensiones al margen del mercado, es decir un significativo “salario indirecto” para las mayorías de bajos ingresos. O porque debaten  sobre una necesaria reconversión productiva en la que prevalezcan la diversificación y  la economía circular, guiadas por el Estado frente al cambio tecnológico y la automatización en gran escala en un mundo cada vez más incierto dominado por la pugna de largo plazo  entre Estados Unidos y China y en la que se expanda la economía social y solidaria y las articulaciones latinoamericanas de cadenas de producción y de infraestructura. Y que debaten sobre la pertinencia y la extensión posible de un ingreso básico universal que garantice derechos frente a las antiguas y nuevas realidades del trabajo.

La recurrida letanía  de situarse por encima de izquierdas y derechas, en particular  porque las izquierdas estarían obsoletas, es un camino intentado históricamente por muchos y en Chile recientemente por actores políticos autodenominados liberales. Tienen todo el derecho a hacerlo, aunque con frecuencia terminan aliados de la derecha, pero eso no los constituye en salvadores de la patria por obsolescencia de los demás. Son una opción más y punto. Pero lo que a Chile le hace verdaderamente falta es una reagrupación de las izquierdas y los progresismos, incluyendo los de que vienen del mundo popular de raigambre cristiana, con nuevas ideas pero con lealtad a muchas de sus viejas y honorables banderas, y en especial la de privilegiar el principio de la igualdad para hacer posible la libertad real de todos y no solo de minorías privilegiadas. Y que defienda con eficacia los intereses del mundo del trabajo y de la cultura y el derecho de las nuevas generaciones a vivir en un ambiente resiliente. Esos intereses y principios, por mucho que el mundo haya cambiado sustancialmente y su propia sobrevida esté en cuestión, siguen siendo básicamente los mismos de siempre, porque tienen que ver, en nuevas circunstancias, con la condición humana y sus dilemas.



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