jueves, 23 de agosto de 2018

Sobre desigualdad e impuestos

A partir de tres mensajes breves del 23 de agosto

Justo cuando la CASEN revela un aumento de la desigualdad en 2015-17 (¿qué dicen Valdés y Eyzaguirre?), Piñera baja el impuesto a las empresas y el impuesto a la renta vía reintegración. Varios cientos de millones de dólares regalados a los más ricos. Así va Chile.

El índice de desigualdad que mejor mide el fenómeno es el 10-40 (cuantas veces representa el ingreso del 10% más rico aquel del 40% más pobre). Bajó a 2,1 veces en 2017 desde 2,4 veces en 2006 (en una década) y 2,2 veces en 2013 (durante Bachelet II). Apenas se avanza y en el último bienio se retrocedió. En la OCDE la relación 10-40 es de 1,2 veces en promedio (y de 0,9 veces en Dinamarca y Finlandia). Falta un cambio laboral y tributario estructural. No hay más.

Para bajar la desigualdad a niveles OCDE, falta una mayor participación del trabajo en el ingreso con negociación colectiva real y salario mínimo más alto, mayores impuestos sobre recursos naturales y sobre emisión de contaminantes e impuestos a la renta más progresivos, volviendo al 50% en el tramo más alto de ingresos de 1990 y separando los impuestos a las utilidades de las empresas y a los ingresos de las personas.

Agrego que la literatura reciente (ver por ejemplo Rethinking Capitalism: Economics and Policy for Sustainable and Inclusive Growth, Mariana Mazzucato y Michael Jacobs, 2016) indica que un sistema laboral y tributario que induce menos rotación laboral, más formación y educación, mejor salud, más protección ante el desempleo y la vejez, más investigación y desarrollo para la innovación y más protección del consumidor, aumenta la productividad más que los mercados ilimitados y no gobernados por los poderes públicos y la sociedad. 

La innovación debe ponerse al servicio del desafío ambiental. Este es de vida o muerte para las nuevas generaciones, lo que nos obliga a transitar con celeridad a una economía descarbonizada y circular, en la que se haga durar y se recicle lo que se produce, con un consumo reorientado a lo funcional para no derrochar recursos y evitar el sobre-endeudamiento. Es decir, avanzar hacia una economía que crea empleos y genera ingresos para el bienestar social-ecológico y no solo para la expansión ilimitada de la acumulación de capital y de los mercados, que redundan cíclicamente en aumentos del consumo, pero también sistemáticamente en una gran concentración del ingreso, la precarización del trabajo, el endeudamiento de los hogares y el deterioro insostenible de los ecosistemas. De estos últimos temas trata mi último libro, que se presenta hoy en la editorial LOM.

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