¿Se puede esperar resultados distintos haciendo lo mismo?


El 23 de octubre se realizarán las elecciones municipales e inmediatamente después comenzará a conformarse el escenario presidencial y parlamentario para las elecciones de 2017. El país va a definir un nuevo curso político, aunque la abstención masiva parece ser la tónica, luego de la crisis de legitimidad en que ha caído el sistema de representación con la puesta en evidencia de su captura por el poder económico, mediante –entre otros mecanismos– el financiamiento ilegal de campañas. Pero definición habrá, por amplia que llegue a ser la abstención este 2016 y el 2017.

Se puede discutir mucho sobre la transición iniciada en 1990, pero la alineación de fuerzas para salir de la dictadura y avanzar a la democracia en pasos sucesivos ya no tiene vigencia. Los desafíos de 1988 hace rato ya no son los mismos. Tampoco tienen ya vigencia, aunque hayan permitido avances parciales positivos para la sociedad chilena, gobiernos moderados encabezados por personalidades carismáticas de origen en la izquierda del espectro ideológico para volver a darle credibilidad gubernamental a este sector político.

Menos la puede tener una coalición como la Nueva Mayoría, convocada por la Presidenta Bachelet para dotar al país de una nueva Constitución y realizar reformas políticas, económicas y sociales que, entendía, debían ser profundas.

La mera suma de la ex Concertación más el Partido Comunista dio lugar a una coalición incoherente e ineficaz, en particular porque en su seno predominaron los conservadores activamente opuestos a toda reforma relevante y en especial a las reformas propuestas por el propio programa de Gobierno, junto a fuerzas políticas ocupadas primordialmente de la ocupación clientelística del aparato del Estado.

Una parte decisiva de la actual coalición de Gobierno no quiere una nueva Constitución –la vigente le acomoda perfectamente y combate con vehemencia una asamblea constituyente y toda descentralización efectiva del poder– y cree en “la teoría del derrame” en materia económica y social. En palabras de Jorge Burgos, entiende “el crecimiento como principal instrumento de mayor equidad”, lo que se saluda como clarificación, pero es una manifiesta falsedad: el principal instrumento de mayor equidad es un conjunto coherente de políticas redistributivas, que los conservadores combaten, políticas que de paso suelen contribuir al crecimiento si están bien concebidas y puestas en práctica. Para no hablar de las brutales consecuencias ambientales del crecimiento descontrolado que defienden los partidarios del actual modelo económico y a las que son indiferentes.

El dilema para 2017 es que habrá quienes reiterarán el propósito de dejar atrás el orden neoliberal y sus consecuencias directas, una de las más altas desigualdades del mundo y una depredación ambiental generalizada, y su soporte institucional en la Constitución de 1980. Y, por otro lado, habrá quienes querrán seguir conservando el orden existente o bien se acomodarán una vez más a él a cambio de granjerías burocráticas.

Chile requiere en la próxima etapa de una nueva democracia emanada de la soberanía popular, una economía que se expanda con mayor diversificación productiva e innovación para un mayor dinamismo con respeto al medio ambiente y disminución de la huella de carbono, junto a una reducción sustancial de la brecha distributiva, aquella que la encuesta CASEN 2015 muestra que persiste sin modificaciones significativas.

Decía Einstein que era una locura esperar resultados distintos haciendo lo mismo. Cualquier fórmula de coalición sin coherencia programática transformadora no hará sino mantener los privilegios existentes sin tocar las estructuras políticas y económico-sociales vigentes que reproducen desigualdad, depredación y concentración del poder.

Estructurar otra vez las decisiones políticas con las actuales coaliciones de Gobierno y oposición será evidentemente garantía de que nada cambie en Chile en materia de democracia, de innovación económica y ambiental y de equidad social y territorial. Las dos coaliciones predominantes mantendrán a Chile en un empate crecientemente catastrófico y profundizarán la peligrosa anomia social que avanza cotidianamente en nuestro país, en buena medida alimentada por la incoherencia entre dichos y hechos de demasiadas autoridades del Estado y del sistema de representación.

El desafío de los que queremos cambios será agruparse con amplitud, generosidad y sobre todo coherencia entre discurso y práctica, de modo de terminar con la actitud de señalizar para un lado y virar para el contrario. Acaso una nueva alternativa de cambio coherente y consistente, y por tanto diferente de la derecha y la Nueva Mayoría, contribuirá a disminuir el actual desprestigio generalizado de las instituciones políticas, sin cuyo fortalecimiento en todo caso no podrá haber mayor prosperidad compartida ni mayor bienestar para todos.

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