domingo, 20 de diciembre de 2009

Nuevas etapas, nuevos desafíos

La Concertación, al menos tal como la hemos conocido desde que se fundó en 1988, ha dejado de existir en la reciente elección. Ya no está en condiciones de reunir bajo una misma opción al electorado de centro y de izquierda progresista en primera vuelta y en el plano parlamentario constituye listas solo instrumentales, acogiendo con éxito candidaturas comunistas en tanto respuesta a la negativa de la derecha de que todas las fuerzas relevantes estén en el parlamento.

La manera sensata de abordar el tema hacia el futuro es tomar nota que, más allá de los deseos de cualquier directiva de partido, una candidatura presidencial democratacristiana tiende a hacer crecer candidaturas a su izquierda. Ocurriría lo mismo a la inversa: una candidatura encabezada por la izquierda progresista estimularía otras más o menos vinculadas al centro. Todo esto no es sino la constatación de las dinámicas de la actual vida política del país. No hay que darle la espalda a esa realidad, hay que darle un nuevo cauce.

Las voces de centro tienen razón cuando señalan que no pueden quedar subsumidas en la izquierda progresista. A su vez, la izquierda progresista no puede ya permitir que desaparezca su agenda. Ese pacto implícito no puede seguir. Hablemos con claridad: lo que no puede seguir es una alianza en que se veta lisa y llanamente abordar el aborto y las uniones homosexuales, en que no se respeta los símbolos históricos de cada cual y se rehúye temas económico-sociales esenciales. Quedan fuera las reformas laborales y tributarias, no se apoya como se debe la educación pública, no se regula el poder omnímodo de los seguros privados de salud, no se descentraliza más el país, no se evita suficientemente la captura del sistema político por intereses empresariales. Frente a semejante situación, y a prácticas clientelísticas crecientes, no podía sino ocurrir que la agenda progresista buscara cauces nuevos de representación, aunque fuera de manera imperfecta y en muchos sentidos improvisada. Ahí está, conquistado en nueve meses, el 20% de adhesión a Marcos Enríquez-Ominami, atacado por doquier, hasta en la dignidad de su nombre.

De aquí para adelante, resulta verosímil que se consagre que el centro y la izquierda progresista ofrezcan su propia alternativa en primera instancia frente a los ciudadanos, favoreciendo el debate sobre las opciones de país. Para que sea eficaz, este esquema supondría un pacto previo de apoyo mutuo en segunda vuelta que tome en cuenta en la definición final de un programa común de gobierno los pesos ciudadanos obtenidos por cada cual. Asimismo, supondría un acuerdo parlamentario instrumental global mientras permanezca el sistema binominal. A su vez, maximizar la diversidad local supondrá no una sino varias listas a los consejos municipales, con candidaturas únicas a alcalde de todas las fuerzas no derechistas, mientras no se introduzca la segunda vuelta en ese nivel. Un nuevo esquema de autonomía y convergencia podría darle opciones y al mismo tiempo gobernabilidad al país, con un pacto democrático que sea alternativa frente a una derecha que sigue siendo la de los privilegios y el autoritarismo.

Sigamos siendo claros: si la agenda progresista está actualmente bloqueada con el aval de los partidos de la Concertación, en todo caso ni un ápice de ella podrá avanzar con un gobierno de derecha. Los progresistas deben contribuir fervorosamente a derrotar a la derecha, a lo que ayudaría mucho que las burocracias de partido asuman que la preservación de sus intereses no puede hacerse al costo de una derrota general. La lógica de las cosas parece ser hoy la siguiente: el candidato de centro en la segunda vuelta tiene en sus manos la posibilidad de constatar la votación de la izquierda progresista y de la izquierda tradicional e integrar por propia iniciativa a su programa de gobierno aquello que sea representativo de estas fuerzas y que le resulte asumible para su propia identidad. Y éstas debieran, en virtud de ese esfuerzo positivo, y en la medida que les resulte suficientemente creíble, convocar a votar por el candidato que esté en condiciones de derrotar a la derecha. Quien no quiera que gobiernen los dueños de fundo, que se amnistíe a los criminales pinochetistas, que se privatice CODELCO, el Banco del Estado, la salud y la educación más de lo que están, que pase la Dirección del Trabajo a manos de los empresarios, que el medioambiente se deteriore todavía más frente a los intereses del dinero, tiene solo una opción. Ni la abstención ni el voto nulo derrotarán a Piñera. Lo hará marcar el 17 de enero una preferencia en el voto por Eduardo Frei Ruiz-Tagle y seguir movilizados a favor de la agenda progresista. Converger en el nombre de Frei en la segunda vuelta se facilitará con lo que será sin duda su llamado a trabajar firmemente durante cuatro años como una alternativa serena y eficaz frente a la derecha, comprometida con una propuesta de gobierno que combinará lo mejor del centro y del progresismo.

domingo, 13 de diciembre de 2009

La primera vuelta en perspectiva

En las dos elecciones presidenciales anteriores a la de diciembre de 2009 la derecha obtuvo en primera vuelta un muy buen resultado. En 1999, con Joaquín Lavín como único candidato, alcanzó el 47,5% de los sufragios válidamente emitidos (sin contabilizar los votos nulos y blancos), situándose a menos de medio punto porcentual de Ricardo Lagos, con apenas unos 31 mil votos de desventaja. En 2005, las candidaturas de Sebastián Piñera y de Joaquín Lavín sumaron juntas el 48,6%, lo que en esta ocasión implicó superar el 46,0% de Michelle Bachelet, con una diferencia a favor de la derecha de nada menos que 186 mil votos, lo que a veces se olvida. En efecto, hace ya una década que quedaron atrás las victorias holgadas de la Concertación en primera vuelta, dirimiéndose desde entonces la contienda presidencial en la segunda vuelta electoral que prevé nuestro sistema institucional.

En enero de 2000, Joaquín Lavín incrementó su votación de primera vuelta en 143 mil votos, pero Ricardo Lagos lo hizo en 300 mil votos, sellando su victoria por una diferencia porcentual de 2,6 puntos (51,3% contra 48,7 %). Se produjo probablemente el apoyo de buena parte de los 291 mil votantes de Gladys Marín, Tomás Hirsch y Sara Larraín, mientras unos 123 mil ciudadanos se sumaron al proceso electoral en comparación a los que sufragaron en primera vuelta.

En cambio, en enero de 2006 el comportamiento fue diferente: no se incrementó mayormente la participación electoral (con solo 17 mil votos más), mientras Sebastián Piñera no logró reunir tras su nombre los votos que se habían expresado a favor de la derecha en la primera vuelta presidencial, con una pérdida de 140 mil votos. En cambio, Michelle Bachelet logró un espectacular repunte en la mencionada ocasión, sumando 532 mil votos adicionales, es decir 7,5 puntos porcentuales de votación, una cifra bastante mayor a los 375 mil votos que había obtenido el candidato del Juntos Podemos, Tomás Hirsch. Así, una parte del voto de Joaquín Lavín se transfirió hacia la primera mujer que ha llegado a la primera magistratura del país, que logró ser electa con una importante diferencia de sufragios respecto a la derecha ( 53,5% contra 46,5%).

Como vemos, la primera y la segunda vuelta tienen sus propias dinámicas, en donde la fortaleza inicial de la derecha hasta acá no se ha traducido en un crecimiento suficiente en la segunda vuelta. Pero naturalmente, cada elección es distinta, y la de hoy 13 de diciembre deparará seguramente más de alguna sorpresa, como es propio de la democracia, en la que nada está escrito hasta que los ciudadanos de pronuncian.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Las incógnitas de las elecciones en Chile

Columna publicada en el diario El Mundo.

En los últimos años un conjunto de gobiernos han recibido en Sudamérica el apelativo de progresistas. Esta es una denominación genérica que esconde realidades muy diversas, aunque se puede distinguir dos variantes principales: la de los gobiernos del cono sur (Brasil, Chile, Uruguay), más o menos asimilables a la corriente socialdemócrata en un sentido muy amplio, siguiendo categorías más bien europeas, y los de sello refundacional que han emergido con fuerza en el espacio andino (Venezuela, Bolivia, Ecuador), mientras Argentina mantiene su sello “peronista progresista” no siempre clasificable.

Varios de esos gobiernos están recibiendo o recibirán el juicio ciudadano en elecciones democráticas. Luego de las que han tenido lugar recientemente en Uruguay (25 de octubre- 29 de noviembre) y Bolivia (6 de diciembre) este domingo 13 de diciembre se realizarán en Chile elecciones presidenciales y parlamentarias, ocasión en la que se renueva la totalidad de la Cámara de Diputados y la mitad del Senado. Más adelante tendrán lugar las elecciones de Brasil (octubre 2010) y Argentina (octubre 2011).

Mientras en Uruguay y en Bolivia se ha renovado la confianza de los ciudadanos en los gobiernos respectivos -en un caso en la coalición que gobierna desde marzo de 2005 encabezada por Tabaré Vásquez y ahora por el ex Tupamaro José Mujica y en el otro en el líder indígena Evo Morales y su partido, en el gobierno desde enero de 2006- en Chile permanece una cierta incógnita sobre el signo político de la próxima administración.

Y esto a pesar de que todos califican al gobierno que termina como exitoso y que la popularidad alcanzada por la presidenta Michelle Bachelet – señalemos que la constitución prohíbe la reelección inmediata de los presidentes, de acuerdo a la tradición del país desde 1925, cuando se eliminó la reelección por un período permitida por la constitución de 1833- es excepcionalmente elevada. Las razones de la incógnita son varias.

No debe olvidarse que la Concertación de Partidos por la Democracia, que reúne a fuerzas políticas de centro e izquierda que hasta 1973 se confrontaron agudamente y luego supieron colaborar a partir de los años ochenta para recuperar la democracia y darle un gobierno estable y mayoritario al país, va a cumplir 20 años gobernando.

Esto no se había producido nunca en la historia de Chile. En el siglo XX, ningún gobierno se sucedió a sí mismo en términos de orientación política, con excepción de los gobiernos del partido radical de los años cuarenta, en que dos presidentes fallecieron prematuramente.

La larga duración de la actual coalición se explica por la también prolongada y compleja transición a la democracia, que cohesionó a la coalición gobernante en su compromiso con la consolidación de las instituciones y el Estado de derecho, frente a una fuerte oposición de la derecha política y empresarial anclada en su apoyo al antiguo régimen, representada en el parlamento más allá de su apoyo real mediante herencias institucionales no democráticas, además de un fuerte predominio en los medios de comunicación.

Hoy, en que por primera vez se celebran elecciones con el ex dictador Pinochet ya fallecido y sin que nadie reivindique su herencia política, las razones iniciales de unidad en la coalición han perdido parte de su vigencia. Chile ya recorrió con éxito una primera etapa de recuperación de las libertades políticas que le permite contar con instituciones democráticas en funcionamiento y con el ingreso por habitante más alto de América Latina.

Admiración de las políticas fiscales

Después de un largo período de crecimiento muy superior al del período autoritario, las políticas fiscales son admiradas por su solvencia y carácter anticíclico y le permiten enfrentar en buen pie la actual crisis global. La sociedad se ha vuelto más próspera, compleja y plural y las diferencias en materia de extensión de la protección social para atacar las persistentes desigualdades de ingreso –entre las más altas del mundo- y de las libertades individuales –en Chile se penaliza severamente el aborto y no existe reconocimiento de las parejas homosexuales- se han hecho mayores.

Están en debate las vías para establecer una nueva constitución, pues la legitimidad de la constitución vigente, aunque ampliamente reformada, sigue estando en cuestión, especialmente un sistema electoral que no permite reflejar las mayorías y minorías ciudadanas ni autoriza a votar a los chilenos en el exterior. Y sigue suscitando polémicas el difícil paso de una economía sustentada en la exportación de materias primas y relaciones laborales no cooperativas a una economía basada en el conocimiento y en el diálogo social, con además menor huella de carbono y destrucción del ambiente.

Se debate como relanzar un crecimiento más dinámico, capaz de ofrecer más protección a los más pobres y más movilidad y seguridad a las clases medias en expansión, antes que pensiones, educación y salud todavía ampliamente privatizadas y con acceso determinado por el nivel de ingreso. Esto provoca un explicable malestar, a pesar de los cambios de énfasis y de las exitosas políticas de los presidentes Lagos y Bachelet y de los anteriores gobiernos, especialmente en la ampliación de derechos sociales. La sociedad se ha hecho mucho más exigente y es especialmente crítica frente a todo brote de clientelismo o de mal manejo de los recursos públicos, mientras la capacidad de respuesta de las élites y del sistema político no necesariamente ha seguido el ritmo.

La Concertación cuenta con un candidato oficial, apoyado por las directivas de los partidos de la coalición, el ex presidente Eduardo Frei (1994-2000). Pero también ha emergido con inusitada fuerza, especialmente en el electorado juvenil y menos alineado en términos partidistas, un candidato disidente, el hasta hace poco diputado socialista Marco Enríquez-Ominami. En esta ocasión, el candidato de la izquierda extraparlamentaria, el ex ministro y ex embajador socialista Jorge Arrate, proviene también del oficialismo.

Frente a estas candidaturas, se erige la del único representante de la oposición de derecha, Sebastián Piñera, que probablemente, por primera vez desde 1990, obtendrá la primera mayoría relativa, aunque sin superar a la suma de las otras tres candidaturas. Es muy probable, de acuerdo a los sondeos de opinión, que la contienda democrática no se dirima este domingo, sino un mes después, en una segunda vuelta presidencial a realizarse en enero para dirimir entre las dos primeras mayorías que emerjan en la primera vuelta.

Proceso en el que las incógnitas principales serán si el contendor no derechista logrará o no reunir los votos de los dos candidatos que habrán quedado en el camino en primera vuelta y prevalecer sobre el candidato opositor y, a la inversa, si este logra o no atraer nuevos electores, sin lo cual solo habrá podido celebrar una victoria efímera.

domingo, 29 de noviembre de 2009

Entrevista en El Mercurio

Gonzalo Martner (PS), embajador en España, a dos semanas de las elecciones:
"ME-O también podría ser un gran continuador de la Presidenta Bachelet"

Crítico de la dirección actual del PS, analiza las causas que impiden que Eduardo Frei supere el 30%. Habla de desgaste de la Concertación, de falta de sintonía con la gente, de ausencia de proyectos y rechaza las acusaciones de traición contra los que apoyan a ME-O. "Marco Enríquez-Ominami claramente puede ser uno de los liderazgos jóvenes que la Concertación necesita para renovarse", señala tras un año de silencio.

ROCÍO MONTES R. Desde Madrid

El socialista Gonzalo Martner Fanta (Santiago, 1957) asumió como embajador en España en diciembre de 2008, hace casi un año. Durante este tiempo, ha procurado guardar un cuidadoso silencio sobre los vaivenes de la política local, aunque desde su oficina de calle Lagasca, en uno de los sectores más exclusivos de Madrid, sigue al dedillo a través de internet hasta los pequeños detalles de este convulsionado año electoral.

La discreción de Martner no es algo habitual: durante su larga vida política -debutó a los 15 años en el MIR- se ha caracterizado por ser un dirigente controvertido, rebelde. En 2003 logró la presidencia del PS con amplia mayoría, convirtiéndose en el primer socialista no histórico en ocupar tal cargo. Dos años más tarde, sin embargo, en enero de 2005, fue removido de la mesa tras una maniobra de Camilo Escalona. Entonces asumió como líder de la disidencia, papel que desempeñó férrea y a veces solitariamente.

En eso estaba cuando cruzó el Atlántico para encabezar la delegación chilena en España. Aunque el cargo se lo ofreció la propia Presidenta Bachelet, no pocos leyeron en este gesto una jugada de la dirección socialista para alejarlo de la política coyuntural.

Martner cita muy temprano, antes del inicio de la jornada laboral. A dos semanas de las elecciones, quiere poner fin a su silencio y hablar en su calidad de ciudadano y no de diplomático: "Estando fuera del país no me corresponde involucrarme en la campaña. Sin embargo, yo he tenido un rol político antes y lo tendré después de esta función de embajador".

-¿Cómo ha visto la campaña?

-A uno le preguntan con frecuencia cómo se explica que una coalición que tiene a una Presidenta con una popularidad tan alta, tenga una candidatura presidencial que no supera el 30%. Es un dato nuevo y esta situación hay que constatarla, no rehuirla.

-¿Por qué cree que la Concertación llegó a esta situación catastrófica que usted describe?

-No soy catastrofista, simplemente constato una situación. Y uno escucha cuatro explicaciones para haber llegado a ello: desgaste de la Concertación, pérdida de sintonía con las aspiraciones de la opinión pública, ausencia de proyectos de futuro que entusiasmen y la supuesta traición que se les adjudica a algunos de los "malvados" que piensan distinto. De esas cuatro, yo me quedo con las tres primeras y, definitivamente, rechazo la cuarta, porque es la manera estalinista de ver la política.

-¿Cree que tiene futuro una coalición desgastada?

-La solución es simple: innovar. Lo que se desgasta hay que oxigenarlo, renovarlo y darle nuevas características sin renunciar a una identidad política. La coalición, sin embargo, con todo el respeto del mundo que merece el ex Presidente Frei, decidió poner por delante a un ex Mandatario antes que a una figura nueva. Figura nueva, por ejemplo, es Marco Enríquez-Ominami, u otras que pudieran haber emergido. No se hizo y ahora se pagan los costos.

-¿ME-O hubiese sido mejor candidato que Eduardo Frei para representar a la Concertación?

-Creo que deberían haber sido los dos candidatos, sin que ello significase ruptura, descalificaciones como ha habido, ni la creación de un clima de división. Nos podríamos haber ahorrado todo eso con unas primarias auténticas, o bien con la participación desdramatizada de una candidatura de centro y otra candidatura de centroizquierda laica en primera vuelta, con compromiso de apoyo mutuo en segunda. Había dos mecanismos posibles. No se usó ninguno de los dos y lo que tenemos es un desequilibrio.

-¿Le parece que las primarias no fueron auténticas?

-Cuando se hacen en dos regiones y no se puede escuchar el debate en televisión, me parece que no son las que corresponden. Primaria fue aquello que se realizó entre Ricardo Lagos y Andrés Zaldívar, eso fue una primaria. Hoy en día el electorado de la Concertación está claramente dividido. Hay que asumir la situación y reafirmar la pluralidad del conglomerado, al mismo tiempo que desterrar todas las prácticas de descalificación y clientelismo político.

-Usted no estará en Chile el próximo 13 de diciembre y, por lo tanto, no votará. ¿Pero está con ME-O?

-Estando fuera del país, no creo que me corresponda pronunciarme. Si me pronuncio, sería para ir y participar. Pero sí constato que el electorado de la Concertación está al menos en dos candidaturas distintas. Y yo hubiese preferido que eso se hubiera asumido desde el principio y no sofocado artificialmente. Yo soy partidario de que los jóvenes, los que tienen 40 o menos años, tomen la conducción de la Concertación en la etapa que viene.

-¿Marco Enríquez-Ominami?

-Marco Enríquez-Ominami tiene menos de 40 años, él verá cuáles son sus opciones, pero claramente puede ser uno de los liderazgos jóvenes que la Concertación necesita para renovarse. Sólo los que están obsesionados por el sectarismo y la descalificación pueden no decir que Enríquez-Ominami es hoy en día uno de los liderazgos de la centroizquierda chilena.

-El Gobierno y la Concertación han manifestado que la única candidatura que es capaz de dar continuismo al gobierno de la Presidenta Bachelet es la de Eduardo Frei.

-Aquí no hay nadie que sea el único en representar nada. El que pretenda actuar a nombre de los demás, sin considerar a los demás, y aplastando a los demás, no tiene nada que ver con el espíritu de la Concertación.

-¿Marco Enríquez-Ominami puede ser continuador de la Presidenta Bachelet?

-Por supuesto que sí. Marco Enríquez-Ominami también podría ser un gran continuador de la Presidenta Bachelet. No sé si quiera, pero claro que puede serlo.

-¿Le ve posibilidades a la candidatura de la Concertación?

-Chile no es un país de derecha, y los que no somos de derecha creo que nos vamos a jugar a fondo por cualquiera sea el que pase a segunda vuelta para que gane la elección, y sin duda si es el ex Presidente Frei.

-Usted conoce a ME-O desde 1973, cuando el diputado tenía tres meses de vida, es amigo de sus padres y, oyéndolo, no cuesta imaginar que, si estuviera en Chile el 13 de diciembre, votaría por él y no por Frei.

-Estaré fuera de Chile.

-¿Cree que Frei es el mejor candidato que la Concertación pudo tener?

-Es público y notorio que fui una de las personas que pensaron otra cosa, que pensaron que el ex Presidente Lagos era quien debía ser el candidato. No fue así, pero no hay que llorar sobre la leche derramada.

-Usted habla de una falta de sintonía entre la Concertación y la sociedad. ¿A qué se refiere? ¿A una agenda más progresista?

-La sociedad chilena fue evolucionando hacia una doble demanda: equilibrar la economía de mercado con una fuerte protección social y discutir sobre los temas de las libertades personales, que tienen que ver, por ejemplo, con el derecho de la mujer en materia de aborto (al menos cuando hay violación, cuando hay incesto, cuando hay peligro para la salud física y psíquica de la madre). La evolución de la Concertación en estos temas fue exactamente igual a cero porque hay una parte de la coalición que se niega a discutirlos y los veta, ésa es la verdad.

-Según usted, la Concertación carece de un proyecto.

-La colonización del neoliberalismo en las filas de los distintos partidos de la Concertación ha inviabilizado que tengamos una mínima credibilidad respecto a que tenemos un proyecto de sociedad por delante. La apreciación de oportunidades de ocupación de espacios burocráticos en el Estado es lo que se ha constituido como proyecto político.

-¿Ha visto el programa del candidato de la Concertación?

-Yo leo que desde la candidatura de Eduardo Frei se propone fortalecer la educación municipal, pero entregando recursos sólo a aquellas escuelas que demuestren buenos resultados. Y a mí eso simplemente me eriza. ¿Y a la escuelas municipales con malos resultados les vamos a quitar recursos, vamos a dejar de darles recursos adicionales? Tiene que ser exactamente todo lo contrario. La Concertación que yo he conocido hubiera sido incapaz de hacer una propuesta tan neoliberal y reaccionaria.

"A lo mejor me van a echar del PS"
Análisis de la situación interna del partido


-¿Qué responsabilidad le cabe al socialismo en la situación actual que enfrenta la Concertación?

-Es una situación bastante curiosa: el partido del que salen tres candidaturas termina apoyando a un presidenciable que no forma parte de la izquierda laica y democrática de Chile. La dirección política del PS se dedicó a boicotear de manera poco elegante la candidatura presidencial eventual de Ricardo Lagos y no le prestó ningún apoyo político real a la de José Miguel Insulza.

-Pero la dirección del PS ahora es una de las máximas defensoras de la candidatura de Frei.

-Llama la atención la oferta de lealtad e incondicionalidad a un candidato, pero no así a otros dos que son de las propias filas, pero que terminan partiendo a otro lado. Estimo además que es completamente contradictorio pedirle al electorado socialista que adhiera a una candidatura que tiene palabras más bien desdorosas respecto de la figura histórica del socialismo que es Salvador Allende.

-¿Se refiere a la nota 4 que le puso Eduardo Frei al gobierno de Allende en el último debate televisivo?

-Efectivamente.

-Usted habla de descalificaciones y de clientelismo político. ¿A quién se refiere?

-Ernesto Águila escribe en el Instituto Igualdad, por ejemplo, que la canditatura de Enríquez-Ominami es oligárquica. Escalona ha dicho cosas tan sutiles como que Enríquez-Ominami es el jefe de campaña de Piñera y así sucesivamente. El clientelismo se ha expresado en las conductas de intendentes que ha debido destituir la Presidenta, que en esto de combatir el clientelismo, como en lo demás, ha estado impecable.

-De quién se siente más cerca, ¿de los socialistas que han dejado el partido o de los que hoy en día ejercen el liderazgo del PS?

-Mi afecto incondicional a Jorge Arrate, de toda una vida, lo mantengo; mi afecto y admiración por lo que ha hecho Marco Enríquez-Ominami es total; mi amistad con Alejandro Navarro es muy fuerte, y debo decir que no tengo afectos hacia quienes han querido reducir la política hacia un afán de control personal.

-Si estuviera en Chile, ¿sería uno de los renunciados del PS?

-Nunca voy a renunciar al PS. A lo mejor me van a echar, pero eso es otra cosa.

-¿Qué espera de las elecciones internas de abril? Todo indica que Osvaldo Andrade concitará la mayoría de los apoyos sin dejar mucha opción a los rostros de recambio.

-Sería un poco como la escena de la orquesta del Titanic, que sigue tocando cuando al barco le entra agua por todos lados.

domingo, 4 de octubre de 2009

El Mercurio, Domingo 4 de Octubre de 2009

Gutenberg Martínez (DC), Andrés Allamand (RN) y Gonzalo Martner (PS) dimensionan el nuevo panorama político en Europa:

La crisis de la izquierda europea vista desde Chile

Apenas seis de los 27 estados de la Unión Europea tienen gobiernos de izquierda. La derecha controla países claves como Italia, Francia y Polonia. La victoria de Angela Merkel en Alemania es vista como un nuevo traspié para la socialdemocracia en el Viejo Continente.

Gonzalo Martner:

En las elecciones europeas de junio pasado se produjo un retroceso para los socialdemócratas, aunque no para otras expresiones de izquierda. Este se ha visto agravado por el peor resultado en décadas del SPD alemán el domingo 27 de septiembre, que resultó en su salida del gobierno, aunque aumentó el caudal del Partido de Izquierda. Los socialdemócratas sólo gobiernan hoy en el Reino Unido, España y Portugal, además de Noruega.

Este retroceso parece deberse en primer lugar a que algunos partidos socialdemócratas se diferencian poco del liberalismo social que han asumido los partidos de centro o de derecha en Europa. La socialdemocracia ha sido víctima de su propio éxito: sus propuestas de Estado social, de servicios públicos y de libertades civiles son asumidas por el resto del espectro político, y constituyen el núcleo del "modelo europeo". También lo han sido las políticas fiscales keynesianas frente a la crisis. No obstante, los socialdemócratas no han sabido o podido dar respuesta a los temores que resultan de la precariedad del trabajo en el contexto de la globalización, del envejecimiento demográfico y del aumento de la percepción de inseguridad urbana, que las derechas suelen asociar injustamente a la inmigración. Sus propuestas de más mano dura y rebajas de impuestos rinden frutos.

Pero no es tan cierto que Europa se haya movido a la derecha. Se ha movido a la abstención. La mayoría sigue pensando que las desigualdades son demasiado grandes y debieran aumentarse la progresividad fiscal, los derechos sociales y los laborales. Para Mario Soares, cabe "reformular el socialismo democrático -que en muchos casos se dejó 'colonizar' por el neoliberalismo-, dignificando el trabajo, profundizando en las políticas sociales y luchando con mayor seriedad en defensa del planeta, muy amenazado, y por la solidaridad entre los seres humanos, sin exclusiones". La resistencia del socialismo español, la reciente victoria del portugués y la próxima del griego pueden augurar un nuevo ciclo de expansión de las izquierdas en Europa, que están en plena reformulación frente a los desafíos de la crisis.

Las lecciones para Chile son, tal vez, las de que es necesario sumarse a este debate programático y tomar el toro por las astas: las fuerzas de orientación socialista democrática en Chile no pueden seguir dispersas en parroquias que se suman a agendas ajenas y a intereses de grupos de presión, en nombre de una "transversalidad" cada vez más espuria. Por ese camino, van a la división y al colapso. Debieran, más bien, unificarse en una federación amplia que aspire a representar a no menos de un tercio del país, sin romper su alianza con el centro, en base a su propia agenda de libertades y de gobierno social y ecológico de los mercados, sustentada en un Estado activo y una sociedad civil fuerte y participativa.

Certifica.com

domingo, 20 de septiembre de 2009

Winnipeg


    Intervención en el homenaje a los españoles del Winnipeg, en Casa América de Madrid, el 10 de septiembre de 2009
    Chile es un país de poetas y de encuentros suscitados por la poesía. Esto se debe a muchas herencias. Aunque los pueblos originarios no poseían un alfabeto, mantenían, y lo hacen hasta hoy, una rica tradición oral. Agreguemos que a los primeros conquistadores se sumó el joven Alonso de Ercilla, que supo trasladar a una poesía épica trascendente, y cuyo poema La Araucana desarrolló a lo largo de su vida, parte de los episodios que le tocó vivir y conocer de la conquista y de la resistencia mapuche. Se produjo así no solo la presencia de la espada y la cruz y de la resistencia al invasor, sino también de la palabra poética, la que tal vez mejor estaba en condiciones, al tener la vocación de transmitir y articular las pulsaciones más variadas y soterradas del ser humano, de reconocer al distinto y construir poco a poco puentes que pudieran trascender la violencia inicial y abrir cauce a través de un tiempo que aún perdura, y que atravesó por la necesaria independencia republicana, los posibles entendimientos cimentados en el lenguaje, en el mestizaje y en nuevas señas de identidad plurales.
    El siglo XX, lo sabemos, superó los horrores hasta entonces conocidos en la historia, que no fueron pocos. Y si en los albores del siglo XX se encontraron una vez más Chile y España en la palabra poética – con Huidobro primero con las nacientes vanguardias madrileñas y Neruda luego con la impresionante generación del 27- el encuentro hubo de pasar con rapidez de los territorios de la creación poética a la historia viva, luego de la alerta de Rafael Alberti a su amigo chileno, aunque la adhesión poética a la República incluyó las memorables páginas comprometidas de “España en el Corazón” de Neruda y los poemas de César Vallejo, de Rafael Alberti, de Miguel Hernández, de Antonio Machado, y también de Vicente Huidobro, que en el verano de 1936 ponía en sordina su creacionismo sin raigambre y evocaba así la aspiración a la derrota del alzamiento: “Cuando aparezca el sol de los hermanos / Cuando el aire se acerque renovado / Regalando poemas y corazones llenos de hombre / Espíritus sin muro capaces de todo viaje”.
    Y es Neruda el que por antonomasia puso, como otros creadores, por delante las urgencias de la historia. “Que la crítica borre toda mi poesía, si le parece. Pero este poema, que hoy recuerdo, no podrá borrarlo nadie.” Con esta frase Pablo Neruda resume en sus memorias sus sentimientos respecto a la tarea que, además de la palabra poética, optó por realizar como cónsul especial para la emigración española nombrado por el Presidente Pedro Aguirre Cerda. Este poema hizo posible la llegada de más de dos mil españoles a Chile en un barco, y muchos otros por diversas vías, incluyendo los barcos Formosa y Florida que recalaron en Buenos Aires con españoles con visas otorgadas por Neruda, en busca de paz después de la guerra civil y sin refugio posible en Europa. Que se borre la poseía si se quiere, diría nuestro poeta, pero no los poemas que son historia humana solidaria.
    Para la República de Chile es siempre un honor recordar sus tradiciones de tierra de “asilo contra la opresión”, como reza nuestro himno nacional. En el caso de la España convulsionada por la guerra civil, primero nuestra embajada en Madrid otorgó a cerca de dos mil partidarios del que se instalaría como régimen de facto por décadas un refugio que fue respetado por el Gobierno de la República. En el caso que nos reúne hoy, fue por inspiración de un poeta y decisión de un Presidente democrático que españoles y chilenos pudimos escribir juntos en un contexto muy difícil una nueva página, signada ahora por la solidaridad hacia los derrotados que sufrían el desamparo en tierras de exilio, como lo vivió por lo demás después una parte de los chilenos, más de tres decenios después, y encontramos la mano extendida de la democracia española.
    Neruda recibió, para aminorar la crítica interna, la instrucción de acoger a españoles del exilio en Francia que contaran con oficios que pudieran aportar al desarrollo nacional y escribió así su desafío: “El mar chileno me había pedido pescadores. Las minas me pedían ingenieros. Los campos, tractoristas. Los primeros motores Diesel me habían encargado mecánicos de precisión. Recoger a estos seres desperdigados, escogerlos en los más remotos campamentos y llevarlos hasta aquel día azul, frente al mar de Francia, donde suavemente se mecía el barco Winnipeg, fue cosa grave, fue asunto enredado, fue trabajo de devoción y desesperación”. También había entre nosotros, chilenos, en la prensa y el parlamento, algunos portadores de pequeñez e inhumanidad, a los que el Cónsul Neruda y el Presidente Aguirre Cerda lograron poner en su sitio para dar curso al espíritu de acogida que es ya sello imperecedero del mejor Chile. Muchos refugiados, sin embargo, quedaron sin poder subirse al barco que les ofrecía un destino lejano, especialmente si eran anarquistas o trotskistas, aunque también los hubo en el Winnipeg, pero sobre todo porque su capacidad no permitía hacer más.
    Llegó así a Valparaíso, un 3 de septiembre de 1939, cuando estallaba la segunda guerra mundial luego de la invasión a Polonia, el barco Winnipeg, ex Jacques Cartier, construido en 1918, parte por entonces de la flota de la empresa France Navigation y que ya había prestado servicios diversos de suministro a la República Española. El “barco de la esperanza” había zarpado el 4 de agosto desde Trompeloup-Pauillac, cerca de Toulouse, en el sur de Francia, y su travesía fue financiada con los recursos republicanos y anónimamente por los cuáqueros, defensores de la justicia y el pacifismo a los que Neruda aproximó a su gesta y agradeció de por vida. El barco había sido diseñado para el transporte de carga y admitía solo 97 pasajeros, pero llegó a Chile luego de un viaje azaroso con cerca de 2 400 españoles de toda condición, en el que nació un niño y murió otro y en el que el capitán francés Poupin quiso por momentos volver a Europa ante el inminente estallido de la guerra. El barco fue requisado por la marina nacional francesa cinco días después de llegar a Chile, amarrado como estaba junto a tres vapores alemanes, y parte de su tripulación fue encarcelada antes de ser repatriada en la nave Aconcagua, encontrándose en Bordeaux con un concejo de guerra por “amotinamiento”, del que fueron rápidamente absueltos. El Winnipeg terminó primero en manos de la Francia de Vichy, luego de las fuerzas aliadas, para terminar hundido frente a las costas canadienses, de donde provenía la inspiración de su nombre, por un submarino alemán el 22 de octubre de 1942, poniendo fin a una historia un tanto peculiar para un barco de carga.
    Después de ser recibidos en Valparaíso y en la estación Mapocho de Santiago, la mayoría de los viajeros del Winnipeg se estableció en su nueva patria, otros quisieron y pudieron retornar con el tiempo a su patria de origen. Incluso más de tres décadas más tarde algunos, al caer de nuevo sobre ellos la persecución, tuvieron que vivir en diversos lugares un segundo o tercer exilio, después del de Francia y el de Chile. Mucho para una vida humana, y pocos pudieron sobrevivirlo. También hubo quienes pudieron volver a la España que renacía a la democracia, pero en la paradojal situación de refugiados, si pudiera decirse así, en la madre patria que décadas atrás tuvieron que dejar, porque tocaba ahora salir de la patria de adopción que los expulsaba.
    Todos los que llegaron en el Winnipeg y por otras vías contribuyeron a engrandecer Chile. Mencionemos, aunque siempre toda selección es injusta, al historiador Leopoldo Castedo y su colaboración con Francisco Encina en el resumen de la Historia de Chile más célebre hasta nuestros días; a los escritores catalanes Francesc Trabal, Joan Oliver, Cesar-August Jordana, Xabier Benguerel y Domenec Guansé, a los editores Joaquín Almendrós, Jesús del Prado y Arturo Soria (refugiado en nuestra embajada en Madrid, "discrepante y antimultitudinario" como gustaba autodefinirse, cuyo hermano menor Carmelo fue asesinado por la DINA en 1974); al diseñador gráfico Mauricio Amster, polaco españolizado que fue parte de la fundación de la escuela de periodismo; a los pintores José Balmes y Roser Bru y su aporte decisivo a nuestra plástica; al arquitecto Rodríguez Arias, creador del Café Miraflores; al dramaturgo Luis Fernandez Turbica, al ingeniero Victor Pey y sus hermanos y su labor en la construcción de muchos de nuestros puertos, a Cristián Aguadé y sus emprendimientos; y así tantos y tantos que se insertaron creadoramente en las más diversas actividades, como unos nuevos chilenos que nunca dejaron de representar, eso sí, a mucho de lo mejor de España.
    Setenta exactos años después, la Presidenta Bachelet ha recibido este 3 de septiembre en La Moneda a sobrevivientes y descendientes para expresarles lo que cabe: el agradecimiento de la nación chilena al aporte de los españoles del Winnipeg. También lo hacemos hoy aquí, en la patria que los vio nacer.

lunes, 10 de agosto de 2009

La discusión tributaria

En los procesos electorales se discute sobre los tributos, pero con alguna frecuencia sin atenerse mucho a los hechos ni a la experiencia internacional. Por ejemplo, ¿será cierto que no es bueno subir la carga tributaria porque "la actual correspondería al nivel de desarrollo de Chile"? Es respetable que haya quienes no quieran aumentar la carga tributaria o quienes quieran disminuirla, o que en general a ningún ciudadano le guste pagar impuestos, sobre todo si percibe que se despilfarran en corruptelas y privilegios. Es parte del debate. Pero el hecho es que no hay una relación causal mecánica entre desarrollo económico de un país y nivel de tributos.

Los países desarrollados tienen cargas tributarias que van desde el 27% del PIB (EE.UU., Japón) hasta más del 50% (Suecia, Dinamarca). Los niveles de tributación se explican más bien por las opciones de sociedad a propósito de más o menos bienes provistos por el Estado como educación, salud, pensiones, ayudas sociales, infraestructura, investigación, cobertura de riesgos y más o menos eficiencia en el gasto. En promedio, eso si, la carga tributaria total de los países de la OCDE ha aumentado sustancialmente en los últimos 40 años, pasando de 26% del PIB en 1965 a 30% en 1975 y a 36% en 2005. Esto ha ocurrido no solo porque se han hecho más desarrollados sino que para hacerse más desarrollados: los países que no invierten en bienes públicos se quedan atrás.

En América Latina, países como Brasil y Argentina, con un PIB por habitante a paridad de poder de compra inferior al de Chile en 2009 (Chile: 14 461; Argentina: 14 188; Brasil: 10 154 dólares por habitante, según el FMI) tienen niveles de tributación bastante más altos que los de Chile (Chile: 18,6%; Argentina: 26,8% y Brasil: 33,4% del PIB). La relación entre estos tres países es la inversa de la que se menciona: mientras más bajo el PIB, más alta la carga tributaria, lo que viene a subrayar que este tipo de relaciones mecánicas carece de sentido. Por tanto el nivel de tributos actual en Chile no es el equivalente mecánico a tal o cual nivel de desarrollo, sino a la opción por tener un Estado aún poco desarrollado, aunque recordemos que la presión tributaria (sin cobre) fue llevada a fines de la dictadura a un nivel bajísimo (13,8% del PIB en 1990), que los sucesivos gobiernos democráticos la fueron aumentando (en promedio con Aylwin esta fue de 15,6% del PIB, con Frei de 16,1% y con Lagos de 16,3%), mientras el actual gobierno la ha incrementado desde el 17.0% de 2006 al 18,6% del PIB registrado en 2008.

¿Qué se debe hacer si la opción es avanzar al desarrollo con más educación, salud, seguridad social y también más infraestructura, desarrollo tecnológico y protección del ambiente? Para no poner a nadie nervioso con metas que nos asemejen a los modelos europeos y sus Estados de bienestar (que sin embargo han probado ser hasta acá la mejor combinación entre eficiencia y equidad), o ni siquiera para ambicionar la menos importante protección social de Estados Unidos, ¿no será razonable que Chile avance a mediano plazo al menos a una tasa como la de Corea (25,5% del PIB), que es un país que gasta masivamente en educación y en nuevas tecnologías? Llegar a ser un país moderno simplemente no se puede hacer con el nivel actual de ingresos permanentes del Estado en Chile. Mantener el actual esfuerzo de gasto público y de tributación es mantener, a pesar de los avances, un sistema aún en ciernes de protección social e insuficientes esfuerzos de innovación productiva y desarrollo tecnológico. Es mantener el subdesarrollo.

Existe un conjunto de impuestos que no sólo no dañan la asignación eficiente de los recursos sino que la incrementan. Este es especialmente el caso de los impuestos correctores de externalidades negativas, que transforman en costo privado el costo social en que incurren en sus actividades algunos entes privados. Los impuestos sobre actividades que provocan daño directo a la salud (tabaco, alcohol) o que son contaminantes e intensivas en emisiones de carbono y los que se aplican a la renta de la extracción de recursos naturales corresponden a esta categoría.

Pero la tributación puede tener costos económicos negativos y provocar eventuales distorsiones en los incentivos a los productores y los consumidores. Se suele sobreestimar, sin embargo, estos efectos y postular que un país que posee un mayor nivel relativo de impuestos tendría un menor crecimiento económico. ¿Cuan importantes son estos costos? Para los economistas liberales que se han hecho tan influyentes en base a afirmaciones infundadas -pero bien recibidas por los poderes económicos- serían muy altos, lo que explica su recomendación recurrente y unívoca: el mejor Estado es el residual, que financia pocas actividades para mantener el orden con pocos impuestos. Pero existe suficiente evidencia para afirmar que las economías con mayor expansión en las últimas décadas son las que tienen tributos menos desincentivadores y más gastos públicos que contribuyen al crecimiento, especialmente en infraestructura y recursos humanos, y no los de Estados de menor peso en la economía y tributos más bajos. De hecho, los casos exitosos de países con bajos impuestos que se citan, como Irlanda y los países bálticos, son pequeños y se encuentran hoy en crisis profunda.

Sin duda, no todo gasto público se justifica ni todo impuesto está exento de efectos desincentivantes sobre la actividad económica. Pero la experiencia indica que estos pueden ser disminuidos y compensados por incrementos de eficiencia provenientes de las externalidades positivas que financian. Además, pueden ser asumidos como los costos razonables a pagar por tener mayores grados de equidad. Y el hecho probado es que el gasto público que incrementa el capital físico y humano y las transferencias que disminuyen las desigualdades de ingresos tienen efectos positivos sobre el crecimiento, o en todo caso no lo impiden. Y está probado que la tributación progresiva no impide el crecimiento. Joel B. Slemrod y Jon Bakija, con datos de 1950 a 2002, demuestran que los períodos de fuerte incremento de la productividad coexistieron con las tasas marginales superiores más altas en el impuesto a la renta en la posguerra y que, en promedio, los países de más altos impuestos son los países más ricos.

La afirmación liberal según la cual los impuestos hieren el desempeño económico no tiene entonces base empírica que la sustente. En palabras de Peter Lindert: “Desde hace algunos años, ha habido una creciente brecha entre el registro empírico y una historia que es contada una y otra vez con insistencia creciente. No solo escuchamos que existe el peligro de que redes de seguridad y programas antipobreza basados en impuestos pueden tener altos costos económicos. Nótese cuan frecuentemente se nos dice que los economistas han “demostrado” y “encontrado” que esto es cierto. Estas afirmaciones son frecuentemente un bluf (...). Antes que demostrar o encontrar este resultado, han escogido imaginarlo".

viernes, 3 de julio de 2009

Embajador responde a críticas

Con extrañeza tomó el embajador de Chile en España, Gonzalo Martner, las críticas surgidas tras acompañar ayer al candidato presidencial de la derecha, Sebastián Piñera, en su visita al Presidente del gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero.

"Lo cortés no quita lo valiente. No veo porque alguien se pueda extrañar que personas que pensamos distinto no podamos tener relaciones de cortesía. Razón por la cual el presidente Rodríguez Zapatero accedió por cortesía y por amistad con Chile a recibir al líder de la oposición. Creo que aquí hay una cierta incultura democrática en todas estas expresiones", declaró a radio Cooperativa.

El ex presidente del Partido Socialista agregó que "con Sebastián Piñera tenemos ideas completamente diferentes. Estoy seguro de que si llega a gobernar, y espero que eso no ocurra, en materia de DDHH lo más probable es que tengamos a (Manuel) Contreras fuera de la cárcel, por ejemplo. Estoy muy seguro que Piñera privatizaría Codelco y eso a mí no me gustaría. Estoy seguro que tendría una política respecto al medio ambiente no muy cuidadosa. También una política de confusión de los negocios y los asuntos públicos".

Martner aclaró que tuvo con Piñera la misma actitud que tuvo con Eduardo Frei, abanderado de la Concertación, al que acompañó en su visita a Rodríguez Zapatero.

"Un embajador de Chile es un cargo que se tiene mientras se cuente con la confianza de la Presidenta, pero soy un embajador de la República, de la diversidad de Chile, de la persona más sencilla hasta la persona más pudiente, de la gente del Gobierno como de la gente de la oposición", aclaró Martner.

"Mi tarea aquí es proyectar la imagen de Chile en toda su diversidad lo mejor posible y que exista el mejor entendimiento en todos los planos posibles", finalizó.

viernes, 26 de junio de 2009

Sobre la progresividad de los impuestos

Publicado como columna de opinión en el diario La Nación.

Han aparecido en Chile en los últimos tiempos, y desde donde aparentemente no debieran, diversas propuestas para eliminar la progresividad del impuesto a la renta. Mientras, en el Reino Unido el primer ministro Gordon Brown ha decidido el incremento de la tasa más alta de este impuesto desde el 40% al 50%. El gobierno del Presidente Rodríguez Zapatero se ha manifestado dispuesto a aplicar una medida de este tipo en su diálogo con otras fuerzas políticas en el parlamento para la aprobación de la próxima ley de presupuestos. El nuevo presupuesto del Presidente Obama incluye, por su parte, retrotraer las rebajas de impuestos a los más ricos realizadas por la anterior administración. A su vez, el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) acudirá a las elecciones generales de septiembre con un programa que incluirá un incremento de la tasa máxima máxima del impuesto a la renta del 45% al 47%. Este gravamen, conocido popularmente como "el impuesto de los ricos", se aplica a todos los ingresos anuales superiores a 125.000 euros.

Y es que es el propio Adam Smith (“no es poco razonable que los ricos deban contribuir al gasto público no solo en proporción a su ingreso, sino en algo más que en esa proporción”) el que fundamentó el principio de la progresividad del impuesto en una fecha tan lejana como 1776. El principio de equidad tributaria establecido desde entonces solo se ha puesto en cuestión, en nombre de la eficiencia, en las economías recientemente reconvertidas al capitalismo en diversos países este-europeos.

Así, los ultraliberales modernos buscan una completa “neutralidad tributaria” y la reducción de la política económica y fiscal a su mínima expresión, para dejar al mercado las decisiones económicas fundamentales. Esto fue expuesto, por ejemplo, por Milton Friedman en el marco de su esquema de impuesto negativo como alternativa al Estado de Bienestar en 1962 en su libro "Capitalism and Freedom". Este tipo de ideas han sido rechazadas tanto en Estados Unidos como en Europa Occidental y América Latina, pues, en palabras de Gordon Brown no cabe que “el millonario pague exactamente la misma tasa que una joven enfermera, una trabajadora del hogar o un obrero remunerado con el salario mínimo”. Abandonar la idea de la tributación progresiva a la renta es abandonar una idea central del progresismo (en este caso la redundancia no es casual): que paguen proporcionalmente más impuestos los que tienen más.

Hagamos un poco de historia. El impuesto a la renta se introdujo en la mayoría de los países en los albores del siglo XX. En Chile esto ocurrió a partir de los años treinta. Los que inventaron las tasas altas fueron los anglosajones. En Estado Unidos, entre 1932 y 1980, la tasa aplicable a los muy altos ingresos tuvo un promedio de 80,2%, con cifras comparables en Gran Bretaña. En Europa continental las tasas no han excedido el 60%, lo mismo que en Chile. La ola neoliberal de la era Pinochet, Reagan, Thatcher rebajó por doquier estas tasas. La mayoría de los economistas sigue considerando un instrumento efectivo, o en todo caso mejor que intervenir empresas o fijar precios, la aplicación de tasas altas a los muy altos ingresos como instrumento base de las políticas redistributivas, junto a la progresividad del gasto. En EE.UU, el 81% de los economistas está a favor de la progresividad del impuesto. El economista Thomas Picketty, reputado experto en el tema, propone gravar con altas tasas los ingresos superiores a 1,4 millones de dólares anuales, lo que excluye al 99,5% de la población, pues sostiene que el mercado de trabajo no está funcionando bien para asignar remuneraciones correspondientes a la productividad en el caso de los altos directivos de empresas. Esto se ha puesto de manifiesto en la reciente crisis mundial y en las remuneraciones y primas desmedidas de cuerpos directivos que llevaron a decenas de entidades financieras a la quiebra.

En Chile se señala con razón que las empresas tributan poco y que sus dueños descuentan esos pagos de sus impuestos personales. La idea de incrementar la tasa del impuesto a las empresas tiene fundamento si se considera las necesidades de financiamiento de nuevos esfuerzos sociales en educación, salud, vivienda, pensiones. Pero tiene más fundamento mantener y eventualmente incrementar los impuestos de los ingresos de las personas que son dueñas de las empresas y no de las empresas propiamente tales, pues estas deben poder invertir, innovar, crear empleo y distribuir mejores salarios. El esquema más apropiado debiera ser más bien el de no permitir a los dueños de las empresas descontar (global complementario) sus pagos de impuesto a las utilidades (primera categoría) si las empresas respectivas no cumplen con obligaciones de gasto en capacitación de los trabajadores, despiden más que el promedio, no cumplen metas de reducción de emisiones de carbono o no realizan gastos en investigación y desarrollo. Así se sustituiría múltiples exenciones tributarias poco eficaces y se promovería activamente conductas empresariales socialmente deseables y al mismo tiempo socialmente rentables, mediante el uso inteligente de la política tributaria. La política tributaria no debe ser neutral ni en términos de equidad – y por tanto debe mantenerse una escala de progresividad de al menos 0 a 40% en el impuesto a la renta personal- ni en términos de eficiencia empresarial y de asignación de recursos. Así lo demuestra la experiencia de los países exitosos.

domingo, 14 de junio de 2009

Ética de la convicción y ética de la responsabilidad


En estos días hay quienes han relanzado el debate sobre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad, para descalificar una vez más a la primera en nombre de la segunda. Tal vez puede ser de interés transcribir un extracto de mi libro "Remodelar el modelo" de 2007, de LOM Ediciones.

Desde 1990 hay quienes han manifestado su preferencia por la llamada ética de la responsabilidad por sobre la ética de la convicción, siguiendo la distinción weberiana. La primera ha dado justificación a una especie de pragmatismo blando que ha devenido en una práctica política crecientemente conservadora. Sin la segunda, no hay posibilidades de realizar cambios modernizadores que sean un auténtico avance para quienes están en una posición subordinada en la sociedad. El más elemental realismo indica que las posibilidades de modificación de las situaciones de subordinación dependen de convicciones que inspiren acciones colectivas persistentes.

La dialéctica entre el realismo y el sueño, la moderación y la audacia, ha estado siempre presente en los procesos sociales de “alta intensidad”, como han sido los del Chile contemporáneo. Pero la referencia extendida en algunas élites a la distinción weberiana es un síntoma del conformismo que se ha instalado en Chile.

Esto requiere de algunas explicaciones. Decía Max Weber en una de sus conferencias de 1919: “Toda actividad orientada según la ética puede ser subordinada a dos máximas totalmente diferentes e irreductiblemente opuestas. Puede orientarse según la ética de la responsabilidad o según la ética de la convicción. Esto no quiere decir que la ética de convicción es idéntica a la ausencia de responsabilidad y la ética de responsabilidad a la ausencia de convicción. No se trata por supuesto de eso. Sin embargo, hay una oposición abismal entre la actitud del que actúa según las máximas de la ética de convicción- en un lenguaje religioso diríamos : "El cristiano hace su deber y respecto del resultado de la acción se remite a Dios"-, y la actitud del que actúa según la ética de responsabilidad que dice: "Debemos responder de las consecuencias previsibles de nuestros actos".

La pertinencia de la complejidad inicial de este enunciado pierde fuerza a poco andar cuando el argumento se inclina hacia la defensa de la ética de responsabilidad por sobre aquella de convicción cuando a esta última la asimila a la irresponsabilidad de no tomar en cuenta las consecuencias de los actos inspirados en ella. Insinúa además que la ética de convicción tendría un carácter mesiánico. Incluso, al acudir a ejemplos más laicos, argumenta injustamente contra sindicalistas y promotores de la justicia social: “perderán el tiempo exponiendo, de la manera más persuasiva posible, a un sindicalista convencido de la verdad de la ética de convicción que su acción no tendrá otro efecto que el de aumentar las oportunidades de la reacción, de retardar el ascenso de su clase y de oprimirlo aún más, no les creerá”. Y agrega: “el partidario de la ética de convicción no se sentirá responsable sino de la necesidad de cautelar la llama de la pura doctrina para que no se apague”, en lo que puede parecer una razonable invocación en contra de los dogmatismos (aunque no pertinente en tanto no ser irresponsable en sus actos es parte esencial de las convicciones de muchos de los que promueven cambios al orden existente precisamente porque los grupos sociales subordinados tienen mucho que perder en sus fracasos), pero que acto seguido revela su aversión por el cambio social al afirmar: “por ejemplo la llama que anima la protesta contra la injusticia social”.

En suma, la defensa weberiana de la ética de responsabilidad es propia del discurso conservador que siempre ha visto en las convicciones transformadoras un peligro y siempre ha apelado al realismo para defender el statu quo. La ética de la convicción, que defendemos, no excluye la cautela que deben mantener los promotores del cambio social frente a los peligros de involución en la consecución de sus objetivos por conductas maximalistas irreflexivas. Pero la cautela y la flexibilidad en la defensa de una convicción son una cosa, no conducirse con arreglo a convicciones en nombre de la responsabilidad es otra muy distinta. La ética de responsabilidad opuesta a la de convicción se parece mucho a la resignación de los que honesta o interesadamente consideran que poco puede hacerse para alterar “el curso natural de las cosas” o “la jerarquización natural de la sociedad”.

Continuaba Max Weber en su célebre texto sobre El sabio y el político: “Pero este análisis no agota aún el tema. No existe ninguna ética en el mundo que pueda no considerar lo siguiente: para alcanzar fines "buenos", estamos la mayor parte del tiempo obligados a contar con, por una parte, medios moralmente deshonestos o por lo menos peligrosos y, por otro lado, con la posibilidad o la eventualidad de consecuencias enojosas”. Este “relativismo ético”, acompañado de un pesimismo profundo sobre las consecuencias no deseadas de las acciones colectivas, puede explicarse por el curso sulfuroso de la historia en el tiempo en que escribía Max Weber estas consideraciones, pero resulta chocante frente al posterior drama provocado por el nazismo en Alemania y frente a una época y en un país que como Chile ha tenido ocasión de experimentar “medios moralmente deshonestos” y sus “consecuencias enojosas” como los puestos en práctica por la dictadura de 1973-1989.

En cambio, nuestra inspiración puede resumirse en palabras de Michel Onfray: “querer una política libertaria es invertir las perspectivas: someter la economía a la política, pero poner la política al servicio de la ética, hacer que prime la ética de la convicción sobre la ética de la responsabilidad, luego reducir las estructuras a la única función de máquinas al servicio de los individuos y no a la inversa”.

Se trata de una perspectiva que no tiene problemas en convivir con elementos de la tradición socialdemócrata (gradualismo, representación de los intereses de los asalariados en las instituciones democráticas, mantención del mercado a cambio de protección social), pero que reivindica la tradición libertaria de la izquierda y su búsqueda constante de una combinación virtuosa entre libertad e igualdad. Esta perspectiva busca definir una acción que sea éticamente responsable con un objetivo: disminuir los sufrimientos humanos evitables y obtener equitativamente el mayor bienestar posible para el mayor número posible de personas. Esta tarea está al alcance de las sociedades democráticas en que al menos grupos sociales suficientemente decididos son, o logran ser, representativos de la mayoría y se proponen realizarla de manera persistente, construyendo valores compartidos, conductas sociales y normas e instituciones acordes con ella.

¿Será posible caminar en esta dirección en las circunstancias actuales de Chile y el mundo, aprender consistentemente de los aciertos y dramas nacionales y universales del siglo 20 para dejarlos atrás de manera creativa y reconocer en profundidad los cambios en curso? ¿Será posible hacer emerger desde una democracia política en consolidación una democracia social moderna que promueva, además de la consagración de derechos de amplio espectro, la celebración de la vida humana que merecen los chilenos del siglo 21?Convengamos a este propósito que los avances civilizatorios de la humanidad no habrían existido con la sola consideración de las dificultades para conquistarlos, que siempre fueron inmensas frente a los poderes constituidos, ya sea que se trate de la eliminación de la esclavitud, de la emergencia de la democracia, de la emancipación de las colonias, de la consagración de sistemas de derechos civiles y políticos, de la expansión de derechos sociales, económicos y culturales capaces de evitar las discriminaciones de clase, género, raza y orientación sexual y así sucesivamente.

Optamos entonces por el “pesimismo de la inteligencia”, siempre necesario para no perder la lucidez frente a los hechos y la capacidad de reconocer las dificultades a la que debe aspirar el uso de la razón, pero sin perder el “optimismo de la voluntad”, indispensable para mantener el principio de esperanza propio de la vitalidad de la condición humana. De esta combinación nos hablaba Romain Rolland al iniciarse el siglo 20, la que gustaba de citar Antonio Gramsci, un insigne luchador contra las dificultades de toda índole, incluyendo las del dogmatismo.

O en palabras muy actuales de Fernando Savater: “Dice una milonga que ‘muchas veces la esperanza son ganas de descansar’. Pero también está comprobado que acogerse a la desesperación suele ser una coartada para no mover ni un dedo ante los males del mundo. Puestas así las cosas, soy decididamente de los que prefieren abrigar esperanzas..., aunque siempre tomando la precaución de no considerarlas una especie de piloto automático que nos transportará al paraíso sin esfuerzo alguno por nuestra parte. Es decir, creo que la esperanza puede ser un tónico para los rebeldes y un estupefaciente para los oportunistas y acomodaticios”.

Oportunistas y acomodaticios son un dato de la causa, especialmente en sociedades poco estructuradas y débiles como las latinoamericanas. En Chile, el obstáculo aún decisivo es el peso de los conservadores y del poder económico que mantienen. Estos han cambiado en que tal vez reivindican menos los valores del integrismo religioso, pero se cohesionan en la defensa acérrima de los privilegios económicos de las minorías propietarias de las que forman parte, o de las que son servidores, privilegios de los cuales siguen pensando deben emanar un reconocimiento social y una influencia política decisiva. Procuran capturar el poder político con métodos variados, incluyendo influir con el poder del dinero sobre “oportunistas y acomodaticios” ...y todos los demás.

El neoliberalismo académico ha dado consistencia en Chile desde los años setenta al mundo conservador, parte del cual desarrolla además un programa sistemático de cooptación de una parte de la centroizquierda, entre otras cosas por realismo pues esta gobierna desde 1990. En este proceso ha encontrado relativo éxito en la domesticación de aquella izquierda que confundió renovación con conversión al neoliberalismo y de aquella neoizquierda que sufre del “síndrome esteoriental” (en referencia a la caída del muro de Berlín, que implicó una rápida transición de los dogmas marxista-leninistas a la religión del libre mercado y al atlantismo pro-occidental, en tanto ahí estaban las nuevas fuentes de poder) y que busca estabilizar vínculos con los poderes constituidos, no sin al mismo tiempo mantener un lenguaje y una identidad populistas destinados a mantener su clientela electoral.

En este proceso también se ha promovido con bastante éxito un automatismo intelectualmente equívoco: los que no se inscriben en la lógica neoliberal y que proponen políticas públicas activas y consistentes son tachados de populistas o no modernos, las más de las veces por quienes derrochan ignorancia de las realidades del mundo y de cómo funcionan en él muchas cosas muy bien aunque contradigan su miopía y sus simplistas dogmas decimonónicos. En especial, los economistas ortodoxos de dentro y fuera de la coalición gobernante han logrado en Chile mantener por mucho tiempo la senda de crecimiento efectivo por debajo del crecimiento potencial, lo que debiera llevarlos a más modestia, en vez de seguir exponiendo con arrogancia injustificada una combinación de rechazo irracional a políticas expansivas desde el lado de la demanda como a políticas estimuladoras de la oferta que no sean la clásica desregulación y privatización de todo (que no han demostrado en parte alguna que estimulen establemente el crecimiento y si se ha demostrado que incrementan las desigualdades). El populismo (es decir el halago retórico del sentimiento inmediato de colectivos determinados o el apoyo a una u otra categoría de intereses particulares con efectos contradictorios entre sí) es peligroso porque no permite la articulación de intereses y voluntades en una dirección de manera consistente en el tiempo. Suele además terminar acomodándose frente a los poderes constituidos que dice controvertir o bien en algunos casos deriva a formas dictatoriales de ejercicio del poder. En cambio, lo “socialmente responsable” no es otra cosa que proponer consistentemente una dirección y un horizonte de cambios de las situaciones de poder en la sociedad, en este caso inevitablemente afectando, con los medios de la democracia, intereses ilegítimos de minorías privilegiadas.
         
El “optimismo de la voluntad” de inspiración libertaria e igualitaria ha tenido y tiene entonces una gama de huesos duros de roer y muchos esfuerzos que realizar.

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