Sobre la renovación socialista
Extracto del libro de conversaciones con Alfredo Joignant, El socialismo y los tiempos de la historia, 2003.
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El punto de partida era que debía trabajarse una línea de derrota política de la dictadura a través de un proceso de desobediencia civil generalizada y de alianzas partidarias amplias y no una línea de acciones militares sin viabilidad en las condiciones de la dictadura chilena y que en caso de éxito prefiguraría un autoritarismo contrario a nuestros propósitos democratizadores. Además, se trataba de definir sin equívocos que la democracia sería el espacio y límite de nuestra acción política futura, en un contexto de plena autonomía de la sociedad civil y con, además, una ruptura clara con cualquier alineación con los llamados «socialismos reales”. Se produce, primero, la reflexión de intelectuales de la izquierda que pudieron permanecer en el país, como Enzo Faletto, Manuel Antonio Garretón, Tomás Moulián, luego la conformación de la Convergencia Socialista, que contaba con la activa participación de Ricardo Lagos que ya perfilaba su liderazgo, y más tarde los eventos de Ariccia, en Italia, que organiza Raúl Ampuero en 1979 y 1980, en el que se llama a abrir esta reflexión muy a fondo, y de Chantilly en las afueras de Paris a inicios de los años ochenta. En esto influyeron por cierto las dificultades en las que nos encontrábamos en Chile y también el debate de la izquierda europea de la época. Estamos hablando de la etapa del eurocomunismo, especialmente de los procesos del Partido Comunista italiano, de la Unión de la Izquierda en Francia y del rol que jugaba el modelo de la social democracia nórdica, que mantenía con el liderazo de Olaf Palme en Suecia un gran prestigio, así como los que encarnaban Willy Brandt y Bruno Kreitsky en las socialdemocracias alemana y austríaca. Ante el terrible impacto de la derrota de la izquierda en 1973, cabía entonces al socialismo chileno autónomamente llevar a cabo una identificación a fondo de qué se había hecho mal y a la larga una revisión de los fundamentos de su proyecto de sociedad. Ese proceso, en medio de dificultades y tragedias, llevó a fuertes tensiones. ¿Cuáles fueron los tópicos del proceso de renovación? En primer lugar, la relación entre socialismo y democracia. En su fundación en 1933 el PS declaró su escepticismo frente a la posibilidad de llevar a cabo su proyecto de cambio social en el marco democrático y parlamentario, aunque su práctica política se desarrollara desde el inicio en ese marco, con la exitosa candidatura presidencial, desde la relegación, de Marmaduke Grove. En 1947, su programa enunció una fuerte crítica al estalinismo y a la ausencia de libertades en la URSS. Visionariamente, el entonces senador Eugenio González proclamó que los fines igualitarios libertarios del socialismo no podían realizarse, sin desnaturalizarlos, por medios que no fueran los democráticos.
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La intervención estatal no debería convertir al Estado en empresario ni generar burocracia ni tiranía. No hay que estatizar la economía sino socializarla, es decir, humanizarla. Es bien sabido que cuando el Estado se hace cargo de determinados servicios se comporta frente a los trabajadores como un empresario cualquiera, y los trabajadores, a su vez, se mantienen frente al Estado en virtual actitud de lucha, como si se tratara de un empresario particular. De ahí que se produzcan los mismos conflictos sociales en las empresas privadas y en las empresas «nacionalizadas», es decir estatizadas. Huelgan los ejemplos. La administración directa de empresas por parte del Estado a través de la burocracia tramitadora y lenta por esencia, es una forma casi siempre dispendiosa y, generalmente, ineficaz de capitalismo público.El socialismo es otra cosa. No aspira el socialismo a reforzar el poder político del Estado con el manejo del poder económico. No pretende el socialismo que sea el Estado quien planifique, regule y dirija los complejos procesos de la producción y distribución de bienes y servicios. No se propone el socialismo levantar sobre las ruinas de las empresas privadas a un especie de gran empresario que sería el Estado burocrático y policial. Por el contrario, quiere el socialismo que los propios trabajadores y técnicos, a través de sus organizaciones, planifiquen, regulen y dirijan, directa y democráticamente, los procesos económicos en beneficio de ellos mismos, de su seguridad, de la sociedad real y viviente. Para el socialismo es tan imperativa la defensa de los intereses y los valores humanos frente a las tendencias absorbentes del totalitarismo estatal como frente al poder económico del capitalismo monopolista."
Eugenio González, Discurso en el Senado, 20 de octubre de 1953.
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No obstante, en los años cincuenta y siguientes la tesis de la República Democrática de Trabajadores mantuvo una cierta distancia con la democracia parlamentaria, aunque no era contradictoria con ella. El impacto de la revolución cubana extendió luego en el socialismo la idea de que la lucha armada frente a la resistencia de los poderosos era inevitable para llevar a cabo su proyecto, lo que se consagra en el famoso congreso de Chillán de 1967, aunque, como te señalé, en la práctica elige para dirigirla a un insigne parlamentario moderado y al año siguiente proclama a Salvador Allende como candidato a presidente de una coalición amplia.
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"Una vez más, la historia permite romper con el pasado y construir un nuevo modelo de sociedad, no sólo donde teóricamente era más previsible, sino donde se crearon condiciones concretas más favorables para su logro. Chile es hoy la primera nación de la tierra llamada a conformar el segundo modelo de transición a la sociedad socialista (...) democrático, pluralista y libertario (...). Para nosotros, representantes de las fuerzas populares, las libertades políticas son una conquista del pueblo en el penoso camino por su emancipación. Son parte de lo que hay de positivo en el período histórico que dejamos atrás. Y, por lo tanto, deben permanecer. De ahí también nuestro respeto por la libertad de conciencia y de todos los credos (...) Pero no seríamos revolucionarios si nos limitáramos a mantener las libertades políticas (...) Las haremos reales, tangibles y concretas, ejercitables en la medida en que conquistemos la libertad económica(...) Nuestro camino es instaurar las libertades sociales mediante el ejercido de las libertades políticas, lo que requiere como base establecer la igualdad económica. Este es el camino que el pueblo se ha trazado porque reconoce que la transformación revolucionaria de un sistema social exige secuencias intermedias. Una revolución simplemente política puede consumarse en pocas semanas. Una revolución social y económica exige años. Los indispensables para penetrar en la conciencia de las masas. Para organizar las nuevas estructuras, hacerlas operantes y ajustarlas a las otras. Imaginar que se pueden saltar las etapas intermedias es utópico. No es posible destruir una estructura social y económica, una institución social preexistente, sin antes haber desarrollado mínimamente la de reemplazo. Si no se reconoce esta exigencia natural del cambio histórico, la realidad se encargará de recordarla (...) El camino que mi gobierno se ha trazado es consciente de estos hechos. Sabemos que cambiar el sistema capitalista respetando la legalidad, institucionalidad y libertades políticas, exige adecuar nuestra acción en lo económico, político y social a ciertos límites."
Salvador Allende, Mensaje al Congreso Pleno, 21 de mayo de 1971.
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Lo primero que cabía al socialismo en su proceso de rescate y renovación era afirmar con claridad sus definiciones y reconocer la pertinencia del enfoque de González y Allende. El socialismo chileno reunificado y ampliado consagró formalmente desde 1989 que la democracia es el espacio y el límite en que se desenvuelve su acción política y que su proyecto de cambio es progresivo y está sujeto a la obtención de las mayorías populares y ciudadanas suficientes.
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"Establecer uno o más centros donde podamos cerrar la brecha entre la elaboración intelectual y la praxis, entre la búsqueda teórica y las exigencias de la acción, ha pasado a ser una exigencia prioritaria. En seis años el país ha sufrido una mutación profunda. Las fuerzas que aspiran a protagonizar el futuro de Chile lo lograrán únicamente si son capaces de comprender esos cambios en toda su hondura. La izquierda socialista está en óptimas condiciones para lograrlo. Aún con graves carencias teóricas, demostró en el pasado una aguda receptividad para interpretar y guiar los impulsos históricos de las masas populares y dispuso siempre de la independencia necesaria para juzgar con cabeza propia el complejo proceso de emancipación de los pueblos, rehusando someterse a modelos sagrados o a cálculos hegemónicos. Hoy tiene la oportunidad de romper de nuevo la inercia si opera con unidad y con audacia, porque son muchos y muy grandes los errores que se deben corregir y vivimos un tiempo en que los viejos mitos -paz, libertad, internacionalismo, liberación, autogobierno- adquieren vigencia concreta y, en su contenido real, no pasarán a ser palabras muertas incapaces de movilizar las inagotables esperanzas de los hombres."
Raúl Ampuero, Informe a la segunda reunión de Ariccia, enero de 1980.
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En segundo lugar, la inspiración ideológica. El PS fue desde sus orígenes un partido de izquierda no dogmático y fuertemente confrontado con la ortodoxia comunista. Se declaró en 1933 inspirado por el marxismo, pero «enriquecido y rectificado por el constante devenir social», y en su seno nunca prevaleció un modo doctrinario de hacer política. En 1965 se declaró, sin deliberación mayor, “marxista-leninista», en medio de la radicalización política de la época. El proceso de renovación debía dar cuenta de esa regresión y de hecho la unificación de 1989 consagró el pluralismo de las inspiraciones ideológicas del socialismo chileno, que incluye este marxismo enriquecido y rectificado, pero que también incluye al cristianismo popular y al racionalismo laico y a todas las expresiones de las ciencias sociales modernas que permiten interpretar racionalmente el mundo tal como es para mejor transformarlo.
En tercer lugar, la visión económica. El PS siempre fue un partido anticapitalista, pero no un defensor de la estatización de la economía, y esto bastante antes, por ejemplo, que el programa de Bad-Godesberg de la socialdemocracia alemana. El programa de 1947, bajo la inspiración y la pluma de Eugenio González, contiene vehementes críticas a la planificación central de tipo soviético y oponía la estatización una socialización autogestionaria, en sintonía con la crítica contemporánea desde la izquierda al esquema de planificación central y propiedad estatal generalizada. Ampuero fue en este sentido un admirador de la autogestión yugoslava. Sin embargo, en los años 1960 y 1970 volvió por sus fueros la identificación del socialismo con la estatización generalizada de la producción. La renovación del socialismo supuso reactualizar progresivamente su visión económica, optando por sustentar su proyecto igualitario en una economía plural con una estructura de propiedad mixta (pública, social y privada), con soportes de mercado en la asignación descentralizada de recursos pero con regulaciones públicas fuertes para gobernarlos social y ecológicamente en beneficio del interés general y de las futuras generaciones. La idea de estatizar todos los medios de producción fue reemplazada por la de construir un sistema económico con capacidad de garantizar a todos ingresos básicos para una vida digna a través de la distribución de la renta de los recursos naturales y la de acumulación tecnológica que pertenece todos, junto a derechos laborales consagrados y eficaces en las empresas, una amplia protección frente a los riesgos sociales, una fuerte redistribución de las capacidades de inserción social y sólidos servicios públicos proveedores de bienes colectivos, todo lo cual con orden en las cuentas fiscales y externas e inflación controlada. Se entendía que debían existir las empresas y servicios públicos que fueran necesarias al desarrollo y a la cohesión social, y promover también a la economía social y cooperativa y a la pequeña y mediana empresa, desarrollando una política antimonopólica de cautela de la competencia, con promoción de la innovación y la eficiencia productiva. Se debía consagrar políticas redistributivas para ampliar el consumo popular y el mercado interno, pero al mismo tiempo reconocer que esa no era una base suficiente para sostener el dinamismo económico y se debía buscar una inserción externa activa para aumentar el crecimiento mediante el acceso a los mercados más significativos del mundo, con privilegio estratégico de la integración latinoamericana.
Se trataba de replantearse, con una nueva visión adaptada a una sociedad cada vez más compleja, el propósito de superar el capitalismo en tanto sistema que se sustenta en la acumulación ilimitada de capital en pocas manos, concentra monopólicamente el poder económico, multiplica las asimetrías de información y la ineficiencia en la asignación de recursos, que es contradictorio con la existencia de derechos sociales y económicos al margen del mercado y con la ampliación de la base productiva del emprendimiento de pequeña escala. Si además el capitalismo crecientemente mundializado promueve mantener en la impotencia a los Estados-Nación y al poder político representativo de las aspiraciones de los ciudadanos a disponer de derechos, y que relega la democracia a ritos electorales sin importancia, influidos decisivamente por el poder económico del gran capital, entonces la alternativa democrática y socialista había de mantener su plena vigencia. Y así con diversos otros temas (sindicalismo, género, medio ambiente, poder local), y que han oxigenado la propuesta socialista a la sociedad chilena. Se entendió la renovación socialista como un proceso siempre abierto, siempre dinámico, en el que un espíritu no dogmático y crítico alimentara la reafirmación del proyecto igualitario y libertario que, desde Arcos, Bilbao, Recabarren, Grove, Schnake y Matte dio origen al socialismo chileno y del que los socialistas de hoy, con orgullo, nos sentimos los activos herederos. Nos consideramos legítimos portadores de la modernidad que siempre hemos encarnado y adversarios tenaces de todas las derechas. La lógica en la cual se desenvolvía nuestra izquierda en aquella época estaba agotada. Especialmente, debía rechazarse toda reafirmación ortodoxa y pro-soviética, que por entonces apoyó la invasión soviética a Afganistán y más tarde apoyó el golpe de Jaruzelsky en Polonia. En consecuencia, la matriz ortodoxa siguió su curso y el resto de la izquierda abrió un gran debate.
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El socialismo y los tiempos de la historia. Diálogos exigentes, Santiago: Prensa Latinoamericana, 2003. https://www.researchgate.net/publication/259041705_El_socialismo_y_los_tiempos_de_la_historia_Dialogos_exigentes_Santiago_Prensa_Latinoamericana_2003.
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