El PPD

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Hace ya tiempo que observo con consternación lo que ocurre con el PPD. Formé parte del pequeño grupo que tomó la decisión de impulsarlo en la etapa final de la lucha contra la dictadura, no sin dudas, y se instaló en un vieja casona en Bellavista para ese propósito. Para derrotar a Pinochet en el plebiscito de 1988, junto a llamar a la inscripción masiva en los registros electorales, se debía legalizar un partido instrumental que permitiera controlar los resultados en las mesas de votación, junto al PH que había hecho lo propio con la recordada Laura Rodríguez, y al PDC, que también lo hizo por su cuenta. Nuestra idea original en el PS dirigido por Ricardo Núñez era inscribir un solo partido instrumental de toda la oposición. De ahí el nombre de Partido por la Democracia. El PS no podía legalizarse, pues fue declarado inconstitucional y Clodomiro Almeyda fue proscrito, lo que incluso no le permitió posteriormente ser candidato presidencial o parlamentario. Aunque nuestro diseño original amplio había fracasado, en diciembre de 1987 decidimos inscribir contra viento y manera una opción propia que expresara, con presencia significativa de fuerzas de izquierda, nuestra voluntad de provocar una salida política a la dictadura, pues la opción militar no tenía en nuestra opinión ninguna viabilidad, en el contexto de buscar la más amplia unidad opositora. Un equipo que encabecé con Didier de St Pierre terminó de revisar una por una las miles de fichas de inscripción de ese partido en el verano de 1988 (un 10% venía con problemas), recolectadas en plena dictadura en muy breve tiempo en todo Chile por diversos colectivos, y las llevó al Servicio Electoral. Culminó así su nacimiento en un esfuerzo épico. 

En ese proceso estuvo, junto al Mapu y sectores ex radicales y ex comunistas, el liderazgo creciente de Ricardo Lagos, que nunca se sintió cómodo en partido alguno pero entonces expresaba una voluntad de lucha contra la dictadura de la que algunos siempre le estaremos agradecidos, mientras sus ideas provenían entonces con más frecuencia desde su hemisferio izquierdo. Y el soporte organizado fue el PS dirigido por Núñez y Alvarado, y Arrate en el exterior, y al que también pertenecía Lagos, no sin tensiones.  Ese conjunto estuvo en el origen de la idea de intentar derrotar a la dictadura en el plebiscito de 1988, después que las protestas de 1983-86 y el atentado a Pinochet en 1986 no lo lograron. Como se sabe, esa estrategia rompió la cadena del miedo, movilizó y unificó al pueblo tras la bandera de la democracia y fue exitosa, con un recuento paralelo de votos mesa por mesa que nos habilitó a disputar hasta el último rincón de Chile el triunfo que Pinochet no anticipaba, quiso desconocer y finalmente tuvo que reconocer, pues no hacerlo implicaba para él riesgos aún mayores. Se iniciaba así una azarosa transición, con sus luces y sombras.

En 1989, el PS se reunificó (en diálogos finales muy cordiales entre Clodomiro Almeyda y Jorge Arrate de los que fui testigo) e ingresó de lleno al gobierno, al caer el muro de Berlín e iniciarse la transición democrática, luego de haber estado dividido entre un sector que reivindicaba su carácter nacional-popular y democrático y otro que se alineó con el Partido Comunista, la lucha armada y el bloque soviético, con sede en Berlín Oriental. Ricardo Lagos, Erich Schnake, Victor Barrueto, Jorge Schaulsohn, Carolina Tohá, Guido Girardi, María Antonieta Saa, Sergio Bitar, entre otros, decidieron transformar al PPD de partido instrumental en un partido, digamos, de centro con guiños a la izquierda, que no se hiciera cargo sobre todo de lo que entendían era el peso negativo de la izquierda histórica. Ricardo Lagos propuso que el PS se disolviera en el PPD, lo que éste no aceptó, dada su larga historia y su voluntad de reivindicar al allendismo. Pero se mantuvo una bancada parlamentaria PS-PPD. 

A algunos desde el PS unificado, por el que optamos, nos pareció que este proceso fue mal resuelto y que dividía a una izquierda que debía ser plural pero tenía que actuar en conjunto ante los grandes desafíos de la sociedad chilena, a lo que se agregaba la fractura con el PC de Gladys Marín, que estaba en posiciones rupturistas, a pesar del acuerdo presidencial y parlamentario de 1989. La década DC de 1990 estuvo, entonces, marcada por la ausencia de capacidad de alteración del statu quo, a pesar de muchos esfuerzos diversos. Procuramos una unificación progresiva entre el PS y el PPD, por la vía de una federación, que no resultó, pero que logró elegir a Ricardo Lagos presidente sin romper la coalición con la DC, lo que se hizo ganando una primaria y una estrecha segunda vuelta presidencial frente a la derecha. Después de haber estado inicialmente en el Ministerio de la Presidencia, salí al descampado y bajo mi conducción el PS en 2003-2005 constituyó una comisión política conjunta con el PPD, dirigido por Victor Barrueto. Actuamos de manera estrechamente coordinada (con Schaulsohn y Tarud incluidos), junto a rearmar, lo que no fue nada de fácil, una alianza con el PDC dirigido por Adolfo Zaldívar.  Y procuramos, por otro lado, abrir poco a poco el campo de entendimiento hacia el PC. Un proyecto más a la izquierda no tenía todavía espacio en el escenario político y fui derrotado en el intento de conformar una fuerza coherente e institucional que lo apoyara, saliendo de la lógica de corrientes, de lo que no me arrepiento para nada, pues en la actualidad ese proyecto está, aunque con 25 mil problemas, en desarrollo.

En suma, la dispersión PS-PPD y la fractura con el PC hizo débil a las izquierdas en la larga transición. Esta última recién se logró superar en 2014 y dio lugar al gobierno de Bachelet II, lo que es un mérito de la ex presidenta. Su lucha por reconquistar el principio de mayoría, disminuir la desigualdad, aumentar los derechos sociales y obtener el control nacional de los recursos naturales, no tuvo fuerza suficiente desde 1990 frente a la derecha y la mayoría institucional que forzó por décadas, con un centro dubitativo en sus opciones y cada vez más debilitado en la sociedad. 

Más aún, una parte del PPD y del PS no mantuvo una postura firme en materia de derechos humanos, aunque si lo hizo la mayoría del PS y sus líderes, y otra parte fue cooptada tempranamente por los intereses del gran empresariado, con propuestas como privatizar las empresas sanitarias, entregar Codelco a las AFP y flexibilizar aún más las relaciones laborales. Ambos partidos perdieron todo interés activo por los temas económico-sociales propios de la izquierda, aunque pugnaron por hacer avanzar, con éxito, los derechos civiles. 

La dispersión política, con sus respectivas ambiciones personales,  creció y obtuvo respuestas autoritarias, lo que dio lugar al fenómeno de los díscolos de diversa índole. Con el tiempo, en algunos sectores urbanos, caudillos comunales se asociaron con el narcotráfico local para obtener recursos y aumentar su influencia interna en los partidos, mostrando signos de corrupción, los que también ocurrieron con los financiamientos irregulares de campañas y la gestión de algunos servicios públicos. Esto afectó el ethos del PS y el PPD y su imagen ante la sociedad. La falta de convicción de parte de su dirigencia actual en el combate a estos flagelos nos llevó a muchos a alejarnos, en mi caso del PS en 2016 después de más de 30 años de militancia y de haber sido su presidente. Pero hay momentos en que subjetivamente no se puede más, y se privilegia los valores fundamentales y la independencia de acción. El impacto de estos fenómenos en la sociedad dio lugar al nacimiento del Frente Amplio, que es sociológicamente y en las ideas principales muy similar al PS-PPD, pero de una generación de jóvenes que no quiso sumarse, con razón, a la historia narrada.

El PS ha disminuido a la mitad su influencia electoral, pero ha seguido un camino favorecido por la fuerza de su historia y se ha sumado a la tarea del actual gobierno. El PPD se fue transformando, en cambio, en una organización clientelar meramente adaptativa (una expresión más suave que la de, digamos, orientada por el oportunismo político, que también le sería aplicable) que fue de crisis en crisis por su gestión interna altamente vertical y con un liderazgo clientelar dominante encabezado por el ex senador Girardi. Su líder natural,  Ricardo Lagos, se disoció de su suerte y ha terminado promoviendo partidos  de derecha como Amarillos o haciendo gestos a ex DC de derecha como Jaime Ravinet, en un curioso abandono tardío de su crítica  a los intereses que representa esa parte del espectro político. 

Pero lo peor ha sido la hostilidad de una parte del PPD con la ministra Carolina Tohá, que no tiene otra explicación que una cruda falta de solidaridad entre los miembros de un mismo partido, algunos de los cuales ya solo están en política para disputar espacios de poder descalificando y buscando derribar al resto, por lo demás en espacios cada vez más menguados. Esto se ha traducido en los ataques al gobierno y a la ministra jefa de gabinete del Presidente Boric. La motivación de quienes cuestionan a Tohá carece de lógica: se trata de alejarse del gobierno para "no pagar costos", pero al mismo tiempo ser parte de él (vaya uno a entender), y reivindicar una identidad de "centroizquierda" tal vez más "distinguida", como diría Bourdieu, que la de los "monos peludos" (¿el mundo popular?) y de los que asumen "la agenda de identidad sexogenérica y todas esas leseras" (¿el feminismo y la diversidad sexual?), que nadie sabe muy bien en qué consiste. Salvo, tal vez, en acercarse a los intereses dominantes y a simpatizar con el statu quo institucional vigente. Como si terminar siendo solo el 3% del electorado, sin que nadie se tome la molestia de asumir responsabilidades políticas, no indicara que más vale compartir la suerte del gobierno, de su coalición bastante más amplia y, sobre todo, de sus objetivos de transformación de la sociedad, por los que vale la pena trabajar, aunque sea en medio de grandes dificultades. 

Salvo que se quiera compartir la suerte de la derecha, ahora dominada por la extrema derecha. Pero eso si que ya no tiene nada que ver con lo que inspiró la fundación del PPD, en momentos dramáticos y decisivos de la historia de Chile.


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