La hora de la xenofobia como arma política
Desde hace ya un tiempo, la alcaldesa y precandidata presidencial, Evelyn Matthei, encabeza, junto a José Kast, la degradación irresponsable de las posiciones de la derecha exacerbando la frustración y el miedo frente a la delincuencia y ahora buscando crear un falso nexo entre crímenes y extranjeros. La delincuencia es, desgraciadamente, una realidad que acompaña a todas las sociedades, especialmente a las más desiguales y con mayor marginalidad social, junto a instituciones integradoras débiles o directamente violentas. Actuar contra ella y contra sus causas es una tarea permanente y ardua, frente a la cual no caben las irresponsabilidades.
Ha declarado la alcaldesa Matthei: «hay crímenes que nosotros en Chile no veíamos, esas son personas extranjeras. ¿Por qué los tenemos que aguantar en Chile? Si cuando una persona delinque ‘pa’ afuera’, hay que deportarlo, si nuestras cárceles ya están llenas”. Como se observa, se busca de mala fe difundir la idea de que crímenes «que no veíamos» (¿cuáles?) son cometidos por extranjeros como si no hubiera delincuentes chilenos involucrados mayoritariamente en todos ellos. Lo que cabe es perseguir a la delincuencia, cualquiera sea su nacionalidad, especialmente las bandas violentas del crimen organizado y sus ajustes de cuentas. En materia de deportación de los delincuentes extranjeros, cabe recalcar que ya se aplica cada vez que es posible (237 casos en lo que va de año). Lo que no es posible es hacerlo sin más trámite: ¿hacia dónde? Tal vez la alcaldesa no sabe, o no le interesa saber, que el espacio aéreo venezolano, por ejemplo, está cerrado para vuelos con deportados desde Chile y que cada caso de expulsión supone superar trabas diversas con interlocutores de países soberanos.
Todo este ruido se inscribe en la disputa por el liderazgo de la derecha, que ya ha usado políticamente por largo tiempo la delincuencia sin escrúpulos, salvo cuando está en el gobierno, claro. Ahora ha llevado el tema al punto que pareciera que la hubiera inventado el presidente Boric y que la acción policial y judicial fuera inexistente. Y este sector político ha cruzado un umbral al empezar a mezclar delincuencia con inmigración y utilizar la xenofobia anti inmigración contra el gobierno, después de que Piñera en persona alentara abiertamente a la población venezolana a migrar a Chile.
Todo este ruido se inscribe en la disputa por el liderazgo de la derecha, que ya ha usado políticamente por largo tiempo la delincuencia sin escrúpulos, salvo cuando está en el gobierno, claro.
El problema es que se trata de una postura irresponsable, pues puede terminar por quebrantar artificialmente a la sociedad chilena. Hay del orden de 1,6 millones de extranjeros en Chile, de los cuales cerca de un millón ha llegado desde 2015 por las distintas circunstancias que atraviesan países de América Latina y el Caribe, especialmente el colapso social de Venezuela y de Haití. Los no nacidos en Chile son hoy un 8% de la población, cifra inferior a la de los países de altos ingresos: el promedio OCDE es de 14%, con 27% en Nueva Zelandia, 29% en Australia y 30% en Suiza. En el mundo moderno no hay solo globalización del comercio y de las inversiones, también hay inmigración. El difícil desafío es evitar una inmigración irregular masiva y sin derechos y encauzarla en magnitudes prudentes por la vía legal y con una integración adecuada. Recordemos que el presidente Boric solo lleva un año en el cargo y que su administración hace lo necesario con los medios de que dispone. La inmigración irregular ya cuenta con más instrumentos de control, incluyendo los patrullajes de las FF.AA. en la frontera norte.
La derecha parece haber olvidado el cero resultado con aquello de «narcos, tienen los días contados» y «a los delincuentes se les acabó la fiesta» de Piñera. Un poco de pudor debiera llevar a este sector político a moderar sus exigencias quiméricas de delincuencia e inmigración cero y dejar de mezclar ambos fenómenos. Y el resto debiera resistir con más claridad y decisión, aunque aparezca como impopular en lo inmediato, la carrera frenética para establecer un Estado militar-policial sin límites y con más y más populismo punitivo en materia legal y de acción de la fiscalía, con insospechadas consecuencias eventuales para el sistema penitenciario.
Mantener una inmigración ordenada en los tiempos actuales no es una tarea fácil sobre la que se pueda, además, especular alegremente. Lo que se puede y debe hacer, como ya ocurre, es mejorar el control de fronteras, establecer lugares de estadía temporal digna para los inmigrantes irregulares y trabajar por vías diplomáticas sobre la principal presión migratoria, la que se origina en la situación de Venezuela y que también presiona a otros países andinos. Y no olvidemos que si la inmigración es una realidad hoy en Chile, también lo ha sido en el pasado. ¿O no es de origen inmigrante Evelyn Matthei, como lo es José Kast, hijo de un oficial nazi refugiado en Chile luego de haber dejado Alemania con papeles falsos?
El desafío es que la política contribuya a valorar la idea que este es un país construido por inmigraciones sucesivas, desde las originarias de los primeros pueblos, que también vinieron ancestralmente de otros continentes, y de posteriores colonizaciones e inmigraciones europeas y latinoamericanas. Pese a quien le pese en su búsqueda irrisoria de inexistentes purezas étnicas, Chile es un país de mestizaje destinado a ser cada vez más igualitario, integrador y respetuoso de todas las diversidades, incluyendo las autonomías de los pueblos originarios en un Estado común, para riqueza y orgullo de los humanos que vivimos en esta tierra.
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