jueves, 25 de agosto de 2022

Manipulación y decencia

 En La Mirada Semanal 

En la campaña plebiscitaria, en algunos no se evidencian mayores escrúpulos a la hora de recurrir a la manipulación y faltar expresamente a la verdad para llevar agua al molino del rechazo al cambio. Chile tendrá que hacer ingentes esfuerzos para recuperar una dosis al menos básica de juego limpio en la acción política democrática si queremos ser un país viable y mínimamente decente.

A las simples mentiras orientadas a producir temor al cambio, en una sociedad de mercado en que las reglas son débiles y las personas comunes y corrientes viven con muchas inseguridades cotidianas a cuestas, se agregan manipulaciones desde los mensajes mediáticos y los rumores. El principio lógico básico de congruencia entre premisas y conclusiones simplemente se pasa por alto. No se trata de una práctica muy novedosa. Por ejemplo, en su texto de 1896, "El Arte de Tener Siempre la Razón", Schopenhauer ya describía nada menos que 38 estratagemas para tratar de demostrar "que se tiene razón cuando se sabe que se está equivocado". 

Utilizar el simbolismo del NO de 1988 en la franja del Rechazo a la nueva Constitución ha sido uno de los puntos más reprobables de la falta de escrúpulos. Es, además, una ofensa para los que participamos en esa gran gesta democratizadora, cuya conclusión histórica es precisamente el Apruebo a una Constitución gestada democráticamente por primera vez desde la fundación del país. Quedarse o no con la constitución de 1980 y sus remiendos, porque no otra cosa es lo que se vota, es evidentemente dar la espalda a esa gesta y mantener el veto de la derecha sobre los destinos de la sociedad chilena

Estamos, en realidad, en presencia de la más primitiva de las campañas, basada en inventar cosas que están expresamente excluidas de las futuras normas. Los que se declaran "amarillos" son la punta de lanza de la propaganda cada día más indecorosa contra el Apruebo, detrás de la cual se esconde la derecha más dura que defiende los intereses de los privilegiados y la mantención de su derecho a veto en las instituciones. La reciente rebaja a 4/7 de los quórum de las reformas constitucionales (hasta ahora de hasta 2/3) implica que se requiere el voto de tres senadores de derecha para cualquier cambio, por ejemplo un nuevo proceso constituyente si ganara el Rechazo. Pero ya hay voceros de la derecha descalificando la paridad y los escaños indígenas. A buen entendedor, pocas palabras. 

El destino del plebiscito se juega en cuán vasto sea el voto urbano en las grandes ciudades que se inclina a favor de los nuevos derechos sociales y la protección ambiental incluidos en la propuesta constitucional, pues la campaña de la derecha -por infundada que sea- según la cual las personas van a perder la vivienda y el agua y el país estará en manos de los indígenas, ha calado fuerte en el mundo rural y ciudades pequeñas, y bastante menos en el resto del país. Los temas institucionales y del sistema político no son un clivaje importante en el grueso público, en contraste con los derechos económicos y sociales en el mundo trabajador y las protecciones y deberes ambientales entre los más jóvenes). 

Entre los nuevos derechos sociales se cuenta un sistema integrado de salud, con un funcionamiento mixto de las prestaciones  por operadores públicos y privados. Los voceros del Rechazo difunden la falacia según la cual si las cotizaciones van a un solo sistema sanitario, implicaría que las personas que se atienden en el sector privado van a tener que integrarse al sistema nacional aumentando la demanda y las listas de espera. Aunque todo esto es materia de ley, es evidente que si hay una cotización universal, la citada definición de la nueva Constitución contempla que los prestadores privados también concurrirán a la oferta de servicios con su financiamiento respectivo y topes de precios (como se hizo durante la pandemia de COVID-19 en el gobierno de Piñera, por lo demás, incluyendo la fijación del precio de los exámenes PCR en el sector privado) con lo que el argumento se cae por completo.

De aprobarse la nueva Constitución, en cambio, se integrará las cotizaciones obligatorias complementadas con los impuestos para asegurar prestaciones universales (los seguros complementarios quedarán en manos del mercado), mientras la rectoría nacional de los prestadores estará orientada a la igualdad de acceso, pues no hay nada que iguale más a un ser humano con otros seres humanos que los problemas de salud que enfrentan. Así nos podremos acercar, con esfuerzos colectivos que no durarán menos de una década, a los sistemas de salud como el de Canadá y los europeos, en que los ingresos personales no determinan la calidad y oportunidad de la atención frente a la enfermedad. En esos sistemas de salud la nación determina estos factores en proporción a la recaudación de cotizaciones y a la asignación presupuestaria de impuestos. La eficacia de los prestadores de servicios sanitarios se logra con el sector público como articulador del acceso en todo el territorio. Por eso los defensores de la privatización de la salud necesitan desprestigiar la idea de un sistema de prestaciones universales en Chile.

Pero es en materia de vivienda en donde la tergiversación ha sido más burda. En la nueva Constitución se garantiza el derecho de propiedad sobre toda clase de bienes. Esto incluye, desde luego, la propiedad de la vivienda y de terrenos, los que son todos heredables. No hay modificación relevante en la materia respecto a la situación actual, incluyendo que en caso excepcional de expropiación por necesidad pública (para hacer un camino, por ejemplo) se establece una indemnización justa previa a la expropiación y se garantiza el reclamo ante los tribunales. La indemnización justa es un concepto que equivale al valor de mercado según la jurisprudencia.

Por eso es tan mezquino afirmar, como la derecha y la senadora Rincón, que al establecerse en la nueva Constitución el derecho a "la vivienda digna", se excluye "la vivienda propia" y por tanto a la gente le "podrían quitar la casa". Eso es un sin sentido lógico que esconde una falsedad del porte de una catedral, dicho a sabiendas para infundir temor y rechazo. Cuando se retruca que el derecho de propiedad establecido en la nueva Constitución protege plenamente la vivienda propia, la senadora declara "que eso no tiene nada que ver". En realidad tiene precisamente todo que ver, incluso lingüísticamente (propia/propiedad). 

La propiedad de las casas y terrenos de cada cual seguirá estando plenamente protegida. Y si alguien sostiene que "a uno le pueden tomar la casa o un terreno y esto estará permitido por la nueva constitución y favorecido por las autoridades", basta tanto recalcar que el derecho de propiedad personal será expresamente resguardado a nivel constitucional y legal y observar la actitud de las actuales autoridades al demoler, por ejemplo, las viviendas ilegales de terrenos costeros en Antofagasta. Está claro que no se permitirá ni tomas de terrenos públicos ni privados ni ocupaciones arbitrarias ni robos de activos en ningún gobierno progresista. Esto, además, no lo ampara la nueva Constitución en absoluto, ni de cerca ni de lejos

Los que propugnamos que se proteja el trabajo, se redistribuya recursos con progresividad a los más desfavorecidos y se promueva la solidaridad y cooperación económicas, dejando el acceso a los derechos fundamentales fuera del mercado ("el mercado es cruel", decía Patricio Aylwin), lo hacemos en el marco de las normas constitucionales y legales y del respeto de la propiedad personal legítima. 

Para evitar una regresión, consolidar los logros ya obtenidos por la sociedad chilena y seguir avanzando hacia un país más democrático e inclusivo, solo cabe derrotar a la derecha y sus aliados y corregir más adelante todo lo que haya que corregir en la nuevas normas constitucionales. Como toda obra humana, no son perfectas. La nueva Constitución será dinámica y objeto de ajustes periódicos en los términos en los que se habilita su reforma. Esto incluye, contrariamente a la situación actual, la participación ciudadana en plebiscitos cuando el parlamento no logre 2/3 de aprobación a una propuesta de modificación constitucional y si cuenta con un mínimo de 4/7 de apoyo. Por ejemplo, los que no estamos de acuerdo con la reelección presidencial inmediata, de aprobarse el proyecto tendremos tiempo hasta la etapa previa a la elección de 2029 para apoyar un cambio, que seguramente obtendrá un acuerdo de 2/3 del parlamento, o si no irá a plebiscito. Y así sucesivamente, pero con la constitución democrática ya aprobada y en medio de una nueva lógica de habilitación de los cambios indispensables, salvo que se quiera mantener a toda costa una tensión política y social de alto voltaje.

La nueva Constitución tiene históricos méritos en el establecimiento de la paridad de género, nuevos derechos civiles y sociales, la protección del ambiente, la pluralidad económica, la descentralización del Estado y el reconocimiento de derechos colectivos de los pueblos indígenas, entre otras materias decisivas para la vida futura del país. Frustra constatar que frente a este cambio promisorio haya quienes lleven su pasión política en defensa de intereses y privilegios minoritarios al grado cero de la ecuanimidad y de la honestidad. Aunque estén siempre presentes en la esfera pública, lo republicano es que las pasiones políticas sean mantenidas dentro de los límites que hacen posible la convivencia colectiva.


jueves, 18 de agosto de 2022

¿Mal texto o falacias?

En La Mirada Semanal

Sigue la carga contra la nueva Constitución con el argumento central que el sistema político del proyecto sería peligroso para la democracia y atentaría contra el crecimiento. Estas afirmaciones no se sostienen, como tampoco el mantra promovido por el gran empresariado según el cual la nueva carta magna sería un “mal texto”.

“De ganar el Rechazo se evita la implementación de un mal texto" afirmó en efecto en la semana una vez más el presidente de la CPC, Juan Sutil. Esta consigna es repetida por los medios del gran empresariado y los que trabajan para ellos con gran despliegue de recursos. Sus intereses están evidentemente bien cautelados con la actual constitución, redactada a su medida en lo económico y en lo político para impedir los cambios estructurales que el país necesita en materia de control de los recursos naturales, equidad distributiva, desconcentración económica y protección del ambiente. El país requiere una nueva cultura del emprendimiento responsable, no la persistencia del rentismo oligárquico.

Los argumentos más versados en materia de sistema político (lo económico fue tratado en mi columna anterior) señalan que podría haber una mayoría homogénea en el gobierno y parlamento que arrase con el resto de fuerzas políticas. Esto provendría de una supuesta capacidad de control de los otros poderes de tipo chavista. En el gobierno, el nuevo Congreso y en la Cámara de Regiones podrá o no haber una mayoría simultánea de un signo político, pero esos poderes son independientes y están sujetos a renovación periódica y a alternancia con pleno respeto de las minorías. Es un argumento particularmente absurdo, puesto que es propio de las democracias hacer emerger mayorías que gobiernen y legislen según lo que han comprometido ante la ciudadanía o según lo que pacten diversas fuerzas políticas para conformar esas mayorías.  Esto es por definición así en los regímenes políticos parlamentarios, en los que debe coincidir el gobierno y una mayoría en el Congreso del mismo signo (en vez de la curiosa teoría de los “contrapesos”), y ocurre con alguna frecuencia en regímenes presidenciales como el de Estados Unidos. Cuando no es el caso, en ese país se producen bloqueos legislativos que impiden gobernar con coherencia, por lo que no constituye exactamente un ejemplo edificante de sistema político. En el proyecto constitucional que se votará el 4 de septiembre se complementa el principio de mayoría, propio de toda democracia (cuando este principio no existe, estamos en presencia de un régimen de veto de minorías, frecuentemente oligárquicas) con la protección de las minorías, incluyendo su derecho a concursar periódicamente para transformarse en mayoría con plenas garantías.

Lo que en realidad defienden los críticos es la idea que las mayorías no deben poder hacerse efectivas en el ejercicio del gobierno. Este es un planteamiento reaccionario, en el sentido de una lógica pre-revolución francesa de mantención de privilegios en el sistema político. Y lo que definitivamente no es democrático es el sistema actual de vetos de la derecha a través de altos quórum y del Tribunal Constitucional, que ejerce como tercera cámara en el proceso de formación de la ley.

Se argumenta, asimismo, que un mayor rol del parlamento sería nocivo. El nuevo texto constitucional establecería, de aprobarse, un régimen presidencial atenuado y un "bicameralismo asimétrico". Este esquema, como otros más presidencialistas o más parlamentaristas, ha sido planteado por personas de todos los colores políticos, incluyendo la defensa de un régimen semipresidencial por, entre otros, Andrés Allamand y Gutemberg Martínez. Se entiende que no son exactamente personalidades que quieren poner en el poder al chavismo. Un parlamento con más roles llevaría probablemente a más responsabilidad a representantes que hoy halagan la opinión del día y lo que indican las encuestas, pero sin hacerse cargo de las consecuencias para la gobernanza del país.

Y se vuelve una y otra vez sobre la independencia de la justicia. Separar la carrera judicial -junto a la administración del sistema- a través de un nuevo Consejo Judicial del rol los tribunales, que es primordialmente el de emitir fallos de manera independiente, tiene por finalidad evitar el corporativismo en la carrera los jueces y ascensos por afinidades antes que de orden profesional. El proyecto de nueva constitución respeta la independencia del poder judicial y corrige el corporativismo. Agreguemos que la intervención política a través del actual nombramiento de miembros de la Corte Suprema por el Senado ofrece muchas más posibilidades de influir sobre la justicia que el nuevo sistema que se propone. 

Incluso se argumenta que la nueva arquitectura rompería la igualdad del voto. Para evitar la sobre representación de regiones pequeñas  (en que Santiago, Valparaíso y Bío-bío pesan lo mismo que Arica, Iquique, Coyhaique o Magallanes) es que se propuso terminar con el Senado. Se pactó finalmente disminuir sus roles colegisladores para que prevalezca en la mayoría de materias la decisión que preserva mejor la igualdad del voto, que debe mantenerse en el Congreso y ser precisado mediante la ley. Alterar en alguna medida la igualdad del voto es el precio a pagar por una representación de las entidades regionales en los temas que les afectan. Dicho sea de paso, el Senado rompe hoy de manera no muy distinta la igualdad del voto que se cuestiona para el futuro en la Cámara de Regiones, pero con plena potestad co-legisladora

La pregunta de fondo sigue siendo: ¿por qué negarse a avanzar hacia una constitución emanada por primera vez de la soberanía popular, que es plenamente democrática y que es reformable mucho más fácilmente que la vigente, reuniendo 4/7 del parlamento y dirimiendo las propuestas mediante plebiscito (salvo que haya un acuerdo de 2/3)? Nuestra conjetura es que lo que ocurre con los que se niegan al cambio es la confluencia con intereses creados en la mantención del orden oligárquico actual, que se resiste a perder el poder de veto sobre la voluntad colectiva. O bien una suerte de regresión a los tiempos del antiguo fantasma del comunismo en la guerra fría. Hay quienes insisten en que habría en Chile "un peligro comunista" ¡con un PC que representa menos del 10% y se atiene sistemáticamente a las reglas vigentes! 

Sigue habiendo quienes piensan que este peligro fantasmagórico debiera llevar a impedir que se exprese la soberanía popular y el principio de mayoría con respeto de las minorías, Y eso evidentemente no es parte de los principios democráticos, los que se consagran con claridad meridiana en el proyecto de nuevo texto constitucional, empezando por la plena vigencia de las libertades civiles y políticas junto a mayores derechos económicos, sociales, culturales y ambientales. Es decir, nada que se asemeje a un “peligro” para la democracia, sino, antes bien, su fortalecimiento


jueves, 11 de agosto de 2022

El costo de la nueva Constitución y el déficit de derechos sociales en Chile

 En La Mirada Semanal

Sigue la difusión de lugares comunes sobre el proyecto constitucional que supuestamente atentaría contra el crecimiento económico. Esto no está basado en evidencia sólida. Lo que hace el proyecto es poner énfasis en normas que fortalezcan un bienestar equitativo y sostenible. Cabe agregar que si la legislación posterior se inclina por una mejor redistribución de los ingresos a través de impuestos progresivos y reglas laborales más simétricas, la evidencia efectivamente disponible indica que en la mayoría de los casos son políticas positivas para el crecimiento o no lo afectan.

Los economistas convencionales siguen como siempre haciendo afirmaciones genéricas basadas en juicios propios de la vulgata liberal. Para este enfoque, el crecimiento solo provendría de políticas que aseguren altas rentabilidades del capital, lo que supone mantener reglas tributarias, laborales y ambientales leves y laxas. Las políticas de remuneración privilegiada del capital serían las únicas que permitirían altas tasas de inversión y la ampliación de las capacidades productivas, así como del empleo y los ingresos. Esta visión es la que Keynes cuestionó de raíz hace ya un siglo, subrayando que la inversión depende sobre todo del horizonte futuro de la demanda efectiva, que es la que alimenta el circuito económico: si esta no se presenta en volúmenes suficientes en las expectativas de los agentes económicos, se produce un “equilibrio de subempleo” y se pierden oportunidades de uso de los recursos disponibles, debilitándose el crecimiento.

Por su parte, Betancor y otros han publicado una estimación del costo de hacer efectivos los derechos y regulaciones enunciados en la nueva constitución, que alcanzaría entre 9 y 14% del PIB de 2021. Se trata de un trabajo bien hecho, hasta dónde se puede hacer este tipo de estimaciones, que tienen un componente siempre discrecional en la fijación de parámetros y la elaboración de supuestos. La principal crítica que se le puede hacer es que contrasta la estimación de los gastos adicionales en régimen (es decir a mediano y largo plazo) con el PIB de 2021, como si no fuera a crecer nunca más. Y el trabajo parece tener un implícito: mientras más bajo el gasto público, mejor. Este es evidentemente un juicio de valor a lo Milton Friedman muy cuestionable. 

En efecto, los países cuyos sistemas públicos más invierten en las personas (en salud, educación, pensiones, vivienda, ayudas sociales) y en la innovación y bienes públicos (infraestructura, conocimiento) son los más prósperos y estables en el mundo contemporáneo. Los datos de la OCDE indican que los gastos sociales representaban en Chile en 2019 (último dato disponible) un 11% del PIB, situados en el rango más bajo entre los países miembros. En el rango más alto, llegaban a 31% del PIB en Francia y en Finlandia y Bélgica alcanzaban a 29% del PIB. En el rango medio, en Nueva Zelandia y Estados Unidos llegaban a 19% del PIB. Como se observa, Chile está lejos de las democracias maduras en materia de redistribución e inversión en las que, según la leyenda neoliberal, la gente debiera estar muriendo de hambre por las calles ahogada por los impuestos y regulaciones del malvado Estado. Esta es una leyenda desmentida contundentemente por los hechos económicos del siglo XX y XXI.

El trabajo de economistas del FMI como Berg y Ostry (2011) o de Gründler y Scheuermeyer (2015), no controvertidos, concluyen que una menor desigualdad neta se correlaciona  con un crecimiento más rápido y más durable y que el impacto de la redistribución sobre el crecimiento parece ser benigno, pues hay evidencia de que solo en casos extremos puede tener efectos negativos. Sus efectos conjuntos, directos e indirectos –incluidos los efectos de la menor desigualdad resultante– son favorables al crecimiento. Estos autores concluyen que no se puede suponer que hay una gran disyuntiva entre redistribución y crecimiento, pues los mejores datos macroeconómicos disponibles para un gran número de países no respaldan esa hipótesis.

El hecho es que la comentada estimación de gastos adicionales que implicaría aprobar la nueva Constitución tiene un rango (siempre es bueno en estos temas establecer rangos antes que cifras absolutas) que va desde los mencionados 9% a 14% del PIB de 2021. Como este es un coeficiente en el que el gasto adicional es el numerador y el PIB es el denominador, un crecimiento de 2% al año del PIB en 10 años, manteniéndose constante o creciendo levemente el costo adicional estimado, sería más que suficiente para costear los nuevos derechos que se podrían consagrar universalmente en ese horizonte. Por tanto, del estudio no aparece nada que se asemeje a un desborde fiscal en perspectiva. 

Mientras, constatemos que la brecha existente para que esos derechos se satisfagan es hoy considerable. Por eso establecer garantías que mejoren el bienestar colectivo con un costo abordable es una razón más para votar Apruebo a la nueva Constitución. Se trata de iniciar un nuevo camino hacia un país más equitativo y cohesionado, en el que los derechos fundamentales de las personas se hagan progresivamente efectivos y en el que el crecimiento sea sustentable y llegue a toda la población. Ya no es sostenible que siga en los actuales niveles de concentración en una minoría oligárquica, sino que debe ser puesto al servicio de una prosperidad compartida.

jueves, 4 de agosto de 2022

Desconfiar de la lectura, otra pasión triste

En La Mirada Semanal

En estos días dos comentaristas de El Mercurio (uno de los cuales se refirió alguna vez públicamente sobre su fallecido dueño como "don Agustín", lo que retrata su talante) han llegado al extremo de insinuar que la lectura del proyecto de nueva Constitución podría confundir a quienes la acometan. No estarían en condiciones de "descubrir las falencias y errores que este texto incluye" (Warnken) y su "sectarismo e intolerancia" (Lucía Santa Cruz). 

Desde luego, sin caer en el positivismo jurídico, lo primero que cabe recalcar es que no hay nada más literal que las normas constitucionales y legales, cuya interpretación debe considerar en primer lugar ese tenor, como enseñara Andrés Bello. Para pronunciarse el 4 de septiembre de manera cívica, la lectura del proyecto no puede ser sino recomendable. Ver en muchas partes a personas leyendo el proyecto constitucional es ilustrativo de las virtudes cívicas que permanecen como legado de la historia política nacional.

¿Qué ha pasado en Chile, por contraste, como para que seudo intelectuales hayan terminado escribiendo semejantes afirmaciones feudales desconfiando de la lectura? ¿O que desde la política la derecha cuestione al gobierno por imprimir el texto que se va a votar? ¿Y que el contralor se haya permitido insólitamente prohibir al Presidente de la República expresar su opinión sobre el proyecto de nueva Constitución, violando un derecho fundamental de cualquier persona en una sociedad democrática, que en este caso es, además, la máxima autoridad política del Estado?

La discusión constitucional remite en definitiva a la sociedad en que queremos vivir y a su estructura instituida de derechos, deberes y funcionamientos de los órganos públicos. Desconfiar de la capacidad de la ciudadanía común para leer y discernir lo que se propone -cada cual libremente, pues no hay nada más libre que la lectura, en circunstancias que los asalariados mercuriales de marras son los que han mostrado los mayores problemas de comprensión de lectura- es a estas alturas parte de una de las peores pasiones tristes presentes en nuestra sociedad: el clasismo. 

Esta es la pulsión de quienes se sienten superiores y llamados a enunciar lo "verdadero" y lo "correcto" sin que nadie les haya otorgado semejante título, salvo ellos mismos por sentirse parte de algún grupo privilegiado. En una democracia soberana y laica, en la que existe la libre circulación de ideas -aunque con un aplastante predominio de los medios conservadores financiados por el gran empresariado- no hay tal cosa como una separación entre "los que saben" y "el vulgo" para decidir cómo queremos vivir y qué suerte le reservamos a las nuevas generaciones. La autodeterminación de la opinión, con todos sus problemas cognitivos y presencia de prejuicios y emociones, es consustancial a las sociedades modernas y democráticas y Chile, a su manera, lo es. 

Hasta aquí este clasismo había permanecido relativamente en retroceso en la esfera pública, probablemente por la lenta construcción cultural desde el siglo de las luces y su influencia en nuestro continente, que fue disolviendo el paternalismo rural tradicional y su fuente primordial, el analfabetismo. Tal vez no ha sido ajeno a ese lento caminar el que nuestras principales figuras culturales, Gabriela Mistral y Pablo Neruda, provengan de las raíces de la tierra y de su gente y no de las minorías dominantes, cuya pachorra de clase tiene harto poco fundamento. De paso, mencionemos que Vicente Huidobro, que provenía de una familia de terratenientes, lo primero que hizo fue romper de por vida con su medio de origen, al que despreciaba. También es posible conjeturar que las vergonzosas escenas de quema de libros de septiembre de 1973 podían haberse procesado como expresiones primitivas inexcusables. 

Pero no, el debate constitucional ha vuelto a desencadenar las pulsiones más descalificadoras y despectivas hacia la gente común por parte de seudo ilustrados, que ahora se espantan porque la ciudadanía quiere leer lo que va a votar, a favor o en contra. Se trata de un momento de resquebrajamiento del muro cultural que contiene las pulsiones más agresivas de una parte de las categorías sociales privilegiadas (o de quienes aspiran a pertenecer a ellas) que temen perder cualquier parcela de poder -o expectativa de poder- en una sociedad hiperjerarquizada como la chilena. Esto no impedirá seguir el camino establecido por el proceso constituyente, a pesar de todos los intentos (incluyendo un tardío diseño de acuerdo para reescribir la propuesta constitucional de la Convención desde el actual parlamento), es decir el del libre pronunciamiento del pueblo el próximo 4 de septiembre, día simbólico de la República.

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