Razones para un gobierno y un parlamento de transformación
Para salir de la crisis en que la derecha ha dejado sumido al país, se requiere avanzar a más democracia, más libertades y más derechos en el proceso de creación de la nueva Constitución. Gobernar y legislar con el método del diálogo persistente y paciente para acercarse a una igualdad efectiva de oportunidades y un nuevo modelo de bienestar.
Contribuir a reunificar a la izquierda y a las fuerzas de cambio para empujar con más fuerza las transformaciones institucionales y estructurales que quedaron pendientes del ciclo abierto en 1990 (cuya aspiración era, no lo olvidemos, “la plena democracia” y el “crecimiento con equidad“) no es ninguna aventura, sino mantener convicciones y luchar por ellas. Al abrirse inevitablemente un nuevo ciclo bajo el empuje de una nueva generación y de la protesta social, que llegó a ser generalizada en 2019, debía estructurarse una nueva expresión política de las izquierdas, la que ha avanzado bastante y debe terminar de incluir al mundo socialista. La tarea para ellas no es ahora salir de una dictadura y de una institucionalidad tramposa y desarrollar políticas sociales contra la pobreza, sino derechamente salir de un modelo económico que reproduce estructuras estables de desigualdad. Esto merece ser plenamente apoyado, entre otras cosas porque evitará que el país siga por el camino de la confrontación frente a la persistencia de la precariedad de la mayoría (sobre este tema ver https://gonzalomartner.blogspot.com/2019/11/lo-que-entro-en-crisis-una-mirada.html).
Hay quienes piensan que esa tarea de cambiar el modelo económico solo llevará a detener la inversión y el crecimiento y a una situación como de la Venezuela. Despejemos que sobre la Venezuela de Chávez y Maduro solo cabe una completa distancia por sus prácticas reñidas con la democracia y por su prolongación del rentismo petrolero más tradicional, pero además mal administrado (se puede leer al respecto https://gonzalomartner.blogspot.com/2019/03/de-nuevo-sobre-la-izquierda-y-venezuela.html ).
Lo que hay que considerar primordialmente es que para que haya inversión tiene que haber quién compre lo que se produce, lo que el enfoque económico convencional de la economía de la oferta considera se generaría automáticamente. En realidad, tiene que haber quién compre lo que se va a producir adicionalmente en el futuro. En condiciones como las chilenas, más allá de la coyuntura, esto supone crear una senda de aumento de los salarios directos al menos según los incrementos de productividad, junto a la redistribución a las familias de menos ingresos para que haya una demanda suficiente y estable. Tender al pleno empleo y a utilizar todas las capacidades instaladas, con el límite de no provocar excesos de demanda que generen inflación, deberá volver a ser la prioridad de la política macroeconómica (ver https://www.facebook.com/gonzalo.martner/posts/10224173115489988).
Habrá mejores condiciones para crear trabajos decentes con una baja tasa de desempleo que mejore la capacidad negociadora del trabajo frente al capital y con una legislación que permita relaciones laborales pactadas con sindicatos fuertes. Esto será, aunque la ortodoxia postule lo contrario, un estímulo a la inversión, pues aumentará los flujos futuros de ingresos provenientes de un mayor consumo, flujos que son decisivos para gatillar las decisiones de inversión. La mera contención del costo salarial sirve de bastante poco si no hay a quién vender lo que se produce. Y si no se provee suficientes bienes públicos, no habrá estabilidad social alguna, lo que requiere una tributación justa. Esto supone cobrar impuestos significativos sobre los altos ingresos, sobre las ganancias de capital, sobre las transacciones financieras y sobre el patrimonio acumulado de los super ricos, y redistribuirlos y recircularlos desde la clase rentista hacia el resto de la economía, especialmente a través de la inversión pública sustentable y en infraestructuras sociales y de salud (sobre este enfoque postkeynesiano ver http://ilo.org/…/documents/publication/wcms_218886.pdf y https://www.ineteconomics.org/…/WP-152-Storm-Age-of….)
Nuevos motores de crecimiento empujados por una política industrial selectiva (ver https://www.wto.org/…/opinionpiece_by-mariana-mazzucato…) permitirán incrementos de productividad y vender más en el exterior, con una especialización pertinente en las cadenas globales de valor, lo que requiere más educación apropiada, formación continua, incorporación de la mujer y cuidados sanitarios. La competitividad no supone, por otro lado, en absoluto regalar nuestros recursos naturales sino hacer sostenible su uso y cobrar por él, en su caso, para diversificar la economía (ver https://www.ciperchile.cl/…/el-royalty-como-eje-de-una…/).
Este enfoque económico postneoliberal es más consistente -y decente- que solo postular que para que la economía funcione hay que mantener salarios bajos, altas utilidades para la acumulación de unos pocos, impuestos bajos con servicios públicos mínimos y la depredación generalizada del ambiente.
En resumen, necesitamos no volver al pasado ni mantener el presente de autoritarismo, represión, dominio patriarcal y concentración aguda del ingreso y de las decisiones en una minoría oligárquica. Lo que necesitamos es avanzar a más democracia, más libertades, más derechos y más dispersión del poder en una nueva Constitución. Y gobernar y legislar con el método del diálogo persistente y paciente para lograr más igualdad efectiva de oportunidades, más equidad de ingresos y de género, más redistribución social y territorial del poder y la riqueza, más salud y educación públicas. Estos son requisitos para lograr progresivamente un mejoramiento sustancial de la calidad de vida cotidiana en barrios y ciudades verdes y seguras. El desafío es avanzar con confianza a un nuevo orden y una nueva estabilidad equitativa y sostenible en el marco de las naturales incertidumbres que son propias de la democracia y de la vida humana.
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