Viejos temas, nuevos temas

 En La Mirada Semanal

El actual momento de cambios políticos requiere seguir abordando los temas no resueltos o no bien resueltos en la sociedad con proyectos consistentes y movilizadores. Los grandes dilemas que enfrenta la vida social siguen vigentes, lo que los mesianismos de distinta inspiración y la lógica del yo por sobre la historia muestran ser eternamente -o bien interesadamente- refractarios a asumir.

Uno de los lugares comunes más difundidos -y más absurdos- es aquel según el cual los cambios del mundo actual son de tal magnitud que toda visión de mundo hasta ahora constituida estaría obsoleta. Hay quienes han procurado construir sus plataformas políticas con este enfoque, algunos de buena fe y otros simplemente para esquivar definiciones sobre los grandes problemas actuales de la sociedad.

Los cambios en el mundo contemporáneo se presentan bajo el signo de la aceleración y son, en efecto, impresionantes. Entre ellos se cuentan los efectos ya perceptibles del cambio climático de origen antropogénico y la consecuente amenaza para la biosfera; la emergencia de nuevas tecnologías que permiten concebir el rápido reemplazo de las energías fósiles por las energías renovables; un gran aumento de la capacidad de transmisión y procesamiento de datos que circulan por redes digitales usando inteligencia artificial con una concentración de la información en gigantescos monopolios privados; la creciente robotización de la producción y del transporte; la manufactura aditiva; las biotecnologías y los nuevos desafíos de la reproducción humana; el internet de las cosas; la criptoeconomía y así sucesivamente, incluyendo las nuevas pandemias. Dominar el futuro plantea, entonces, desafíos enormes para la propia supervivencia de la especie humana.

Para ese fin, en medio de cambios culturales y mediáticos y de una crisis generalizada de la representación en las sociedades democráticas, se requiere partir por lograr mejoras sustanciales del orden social actual y seguir abordando los temas de la vida social no resueltos, o no bien resueltos históricamente, con proyectos de futuro consistentes y movilizadores. Esto requiere fuertes innovaciones y también consolidaciones y difusiones de la acumulación de conocimientos y de prácticas rescatables en el devenir de las sociedades humanas. Los grandes temas de la vida en sociedad siguen y seguirán asociados a la propia condición humana, vienen de su historia y no desaparecerán sino con ella, lo que los mesianismos y narcisismos de distinta inspiración son eternamente refractarios a asumir.

El primer tema de debate persistente y recurrente en toda sociedad es el de la convivencia en condiciones no violentas y de no dominación de personas y grupos por minorías que concentran el poder de coerción. Es absurdo que pueda ser considerado obsoleto o no pertinente el abordaje central y continuo del tema de la democracia y de los derechos individuales y colectivos, así como el del Estado nación y de la vida autogobernada de los territorios. La descentralización del poder como demanda de los pueblos y la necesidad de desplazar del poder a las oligarquías mediante mecanismos democráticos no nació ayer en la mañana. Esto es, por lo demás, precisamente lo que le toca hacer a la gran innovación política del Chile actual, la Convención Constitucional, que sin embargo está realizando algo muy antiguo: el ejercicio de la soberanía popular a través de la representación. Que en Chile históricamente la oligarquía económica haya logrado prevalecer sobre la mayoría social no es exactamente un tema que haya nacido hoy, pero cuya superación tiene ahora una gran oportunidad de ser resuelta positivamente. Pero esto no impedirá que en el futuro persistan los intentos de recuperar todo poder perdido por las minorías dominantes y reproduzca formas recurrentes de conflicto político.

El segundo gran tema, directamente vinculado al primero, es el todavía más antiguo y crucial asunto de la emancipación de la mujer del patriarcado. Se mantiene vigente el debate que lleva dos siglos sobre la necesidad, para que esa superación del patriarcado sea efectiva, de dejar atrás toda discriminación de la mujer, lo que incluye salir de la lógica capitalista que no remunera el trabajo doméstico y, por tanto, no crea las condiciones para eliminar la división sexual del trabajo.

El tercer gran tema es el de las desigualdades de clase y de posición social, que se traduce en crecientes inequidades de ingresos y de riqueza en los últimos dos siglos, con algunos paréntesis. Esto se ha agravado desde los años 1980 en casi todas partes del mundo y ha reforzado el dominio oligárquico sobre las mayorías, y también sobre los sistemas políticos a través del financiamiento de la política y de la concentración de los medios de comunicación, lo que condiciona la democracia. Este es el gran tema que con bastante frecuencia desaparece cada vez que los cultores del “mundo- nuevo-que-todo-lo-cambió- y- que-hace-obsoletos-todos-los paradigmas- existentes-salvo-el-mío” ponen sus argumentos de novedad por delante, o bien por quienes diluyen el rol central en las estructuras de dominación de las oligarquías económicas mediante el concepto de “élite” que mezcla alegremente peras con manzanas. Esto levanta las suspicacias de quienes consideramos inaceptable esa desigualdad por razones éticas y que, por estar social e históricamente construida, es perfectamente modificable, a condición de que exista un sujeto histórico suficientemente fuerte como para que el poder de las oligarquías económicas tenga como límite el interés colectivo a través de un poder social y estatal democrático más fuerte y consistente.

La variante más reciente del intento pueril de evacuación de los temas del orden económico capitalista vigente es “para qué nos preocupamos del poder económico existente y de sus contrapesos posibles, como los sindicatos, si el trabajo va a desaparecer en beneficio de la automatización; son batallas perdidas de los que no entienden que todo cambió”.

Ocurre que, si bien esta nueva etapa tecnológica tiene un impacto en el volumen del empleo (como viene ocurriendo desde la primera revolución industrial a principios del siglo XIX), se sobre- estima con frecuencia por los promotores de los miedos a un futuro más igualitario y sostenible. Cabe reiterar una y otra vez que el tema central sigue siendo no “cuánto empleo habrá” sino “el tipo de empleo que hay hoy y que habrá en el futuro”, y qué magnitudes de empleo remunerado directamente social serán deseables y necesarias, además de qué mejoramientos en las relaciones laborales permitirían terminar con la asimetría de poder en las empresas.

En materia económica, el tema sigue siendo si el cambio tecnológico puede y debe dejar de ser un mero impulso adicional de acumulación y concentración privada de capital o bien es posible ponerlo -mediante acciones públicas y sociales colectivas de entidad suficiente- al servicio de un bienestar equitativo y sostenible basado en el trabajo decente. No es exactamente un tema destinado a desaparecer de la agenda pública. Hay quienes, claro está, quisieran que estos temas ojalá nunca estén presentes en agenda alguna, para así poder prolongar sus privilegios ilegítimos sin demasiados cuestionamientos desde el sistema político y desde la sociedad. Pero los actuales desarreglos de la vida política y social, con el trasfondo del desarreglo sanitario, productivo y ambiental del insostenible actual modelo de crecimiento, no les harán la tarea fácil.


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