Incitación al odio


Gabriel Zaliasnik contraviene el espíritu de concordia entre comunidades intentando descalificar a un candidato presidencial motejándolo de antisemita. No es ser antisemita rechazar la ocupación ilegal de los territorios palestinos y condenar la violencia sistémica que allí de ejerce por los gobernantes del Estado de Israel.

Sobre la candidatura de Daniel Jadue se han vertido todo tipo de descalificaciones. Pero tal vez la más grave es la reiterada por Gabriel Zaliasnik, que le imputa a Daniel Jadue padecer de “judeofobia”. Argumenta de manera falaz del siguiente modo en una columna: “pero envuelve una enseñanza sobre el absurdo del antisemitismo, atingente en momentos que se conoce la biografía de Daniel Jadue elaborada por sus compañeros del Liceo Alemán (…) Lo anterior no pasaría de una racista y discriminadora burla si lo que los amigos advertían, no hubiera sido luego una constante en la vida pública de Jadue. En efecto, era un afinado prólogo de su trayectoria vital. El anuario ha sido actualizado recientemente por la organización internacional de Derechos Humanos Centro Simón Wiesenthal (…). Pero ¿qué impide a muchos distinguir los claros trazos de judeofobia que ya manifestaba Daniel Jadue al egresar del Liceo Alemán? La apatía general no puede explicarse solo en el paso del tiempo ni tampoco relativizarse a la luz de las características propias de un anuario juvenil. En palabras de Magris, la ambigüedad es un pretexto de los débiles para disimular su incapacidad de discernir, tal como un daltónico que ve en la hierba y en las amapolas colores indistinguibles”.

Se trata de una injuria y una calumnia construida por el defensor de Penta, SQM, Moreira y Fujimori con la peor mala fe, usando un anuario escolar escrito por terceros y los infundios de un centro que fue admirable pero que hoy está al servicio de la ultraderecha israelí. Es una abierta incitación al odio hacia una persona que juega hoy un rol público relevante y que, entre muchas otras cosas, defiende los derechos conculcados de su comunidad de origen. ¿O esos derechos no están conculcados de manera dramática? Y es una crítica falaz a los que no lo seguimos en su odiosidad, y que somos calificados de “débiles” sin “capacidad de discernir”.

Es importante consignar lo que un grupo de su propia comunidad ha declarado: “como judías y judíos, rechazamos tajantemente las acusaciones de antisemitismo/judeofobia que ha hecho en contra de Daniel Jadue la dirigencia de la Comunidad Judía «oficial» – asociada hoy en día a los sectores de derecha y extrema derecha de Chile – las que provienen claramente del interés político de obstaculizar los grandes cambios que requiere nuestro país”.

Los dirigentes o ex dirigentes de la comunidad judía oficial no debieran jugar con algo que muchos aspiramos sea un consenso en la sociedad chilena: el rechazo a todo racismo y discriminación, y especialmente a todo antisemitismo. Este ha sido una lacra terrible en la historia de la humanidad. El antisemitismo (que algunos autores han preferido denominar “judeofobia”) concentra las pulsiones de odio hacia el distinto y el extranjero. Pero no se encuentra en Daniel Jadue nada que se parezca a, por ejemplo, la definición de antisemitismo que el Parlamento Europeo (junio de 2017) pide compartir a sus Estados miembros: “el antisemitismo es una cierta percepción de los judíos que puede manifestarse por un odio a su respecto. Las manifestaciones retóricas y físicas del antisemitismo apuntan a individuos judíos o no y/o sus bienes, a instituciones comunitarias y a lugares de culto.”

Pero por las mismas razones que cabe rechazar el antisemitismo, no se puede justificar la opresión sobre el pueblo palestino que hoy ejerce el Estado israelí, contraviniendo de manera reiterada y sistemática las resoluciones de Naciones Unidas. Y recordemos la posición oficial chilena fijada al reconocer el Estado Palestino en 2011: “El Estado de Chile ha apoyado en forma permanente y consistente el derecho del pueblo palestino a constituirse como un Estado independiente, coexistiendo en paz con el Estado de Israel. Asimismo, ha respaldado plenamente el derecho del Estado de Israel a existir dentro de fronteras seguras e internacionalmente reconocidas. Para el logro de estos objetivos, el Gobierno de Chile apoya resueltamente y considera indispensable reimpulsar el proceso de negociaciones entre ambas partes, con el apoyo de la Comunidad Internacional, con miras a alcanzar un acuerdo de paz pleno, definitivo y satisfactorio, conforme con las Resoluciones adoptadas por la Organización de las Naciones Unidas. En este contexto, el Gobierno de Chile ha decidido hoy otorgar su reconocimiento a la existencia del Estado de Palestina, como un Estado libre, independiente y soberano“.

Gabriel Zaliasnik contraviene el espíritu de esta postura intentando descalificar a un candidato presidencial motejándolo de antisemita. No es ser antisemita rechazar la ocupación ilegal de los territorios palestinos y condenar la violencia sistemática que allí se ejerce por los gobernantes del Estado de Israel, así como su reiterada negativa a permitir la existencia de un Estado Palestino viable, como se estableció en la creación de Israel por las Naciones Unidas en 1948. En ese caso seríamos muchos los antisemitas, lo que es un absurdo y debilita la propia causa que dice defender.

Agrego que los que formamos parte de las culturas de izquierda mal podríamos ser antisemitas, dado que entre sus filas se encuentran tan connotados judíos como Carlos Marx, Rosa Luxemburgo, León Trotsky, Georg Lukács y tantos otros, como en Chile el fundador del PS Natalio Berman o el dirigente comunista Volodia Teitelboim. Y así sucesivamente. Nunca debemos olvidar que hay 20 chilenos judíos desaparecidos o ejecutados por la dictadura de Pinochet, como Diana Arón, Carlos Berger, David Silberman, Luis Guendelman, Juan Carlos Perelman o Raul Pellegrín, los que merecen nuestro reconocimiento por su consecuencia y sacrificio.

Gabriel Zaliasnik merece, en cambio, un profundo repudio. Esperemos que su pasión ultraderechista y la de los que lo siguen no termine por oradar la convivencia entre las comunidades chilenas de palestinos y judíos. Estas han entregado mucho a Chile y han sido un ejemplo en innumerables ocasiones de concordia y de buena convivencia. Es de esperar que sus representantes sigan siendo un aporte al espíritu de tolerancia y de respeto por la diferencia, aquella que los conservadores ultramontanos de distintas obediencias se empeñan todos los días en oradar en su afán irredento de considerarse dueños de Chile.

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