Soñar no cuesta nada

 En La Mirada Semanal

Durante este 2021 Chile va a elegir representantes para elaborar una nueva constitución, para dirigir regiones y comunas, para legislar y para dirigir el gobierno. Pocas veces la ciudadanía ha estado confrontada en la historia del país a una secuencia de decisiones tan densa.

El 25 de octubre se realizó un ejercicio de democracia directa, en el que la voluntad ciudadana decidió sin mediaciones y con una mayoría contundente que quería una nueva constitución. Los problemas empezaron inmediatamente después, con los arduos caminos de la representación. Millones de mayores de 18 años no están en condiciones de redactar en conjunto una constitución, o redactar leyes (a lo más provocar su elaboración mediante el mecanismo de la iniciativa popular de ley o aprobar o rechazar su resultado final mediante referendum) o dirigir cotidianamente los destinos de una comuna, de una región o del país en su conjunto, aunque se multipliquen creativamente los mecanismos de participación. Tampoco el ciudadano de a pie está en condiciones de dedicar el tiempo y la energía que muchas veces la reflexión, deliberación y acción política cotidiana requieren, especialmente mientras muchos y muchas tengan que asegurar sus medios de vida o realizar tareas de cuidado por largas horas cotidianamente, sin la opción de dedicar mayor tiempo a otra cosa.

La representación es, mientras no se invente otro mecanismo, inevitable. El problema es que es básicamente frustrante. Primero, porque el representante de la propia preferencia puede no salir elegido y los que si lo logran pueden ser muy distantes de los valores, ideas e intereses que inspiran esa preferencia. Segundo, porque el representante de la propia preferencia que resultó elegido no siempre va a representar completamente a cada representado, el que hasta se puede arrepentir de su voto en el camino. Tercero, porque el representante puede estar en minoría o sometido a vetos de minorías y el que votó por él se va a molestar con su incapacidad de avanzar a los objetivos que propuso y que el representado apoyó. Y cuarto, porque la escena pública es siempre una de controversias, idealmente poblada por deliberaciones racionales, pero las más de las veces por exabruptos y descalificaciones. La sociedad mediática de hoy es una sociedad del espectáculo. El que no hace gestos estridentes o halaga las pasiones del momento, o incluso el que no insulta en algunas redes sociales, suele no concitar mayor atención ni tener repercusión. El resultado es la distancia sistemática entre representantes y representados. Estos últimos muchas veces no quieren siquiera enterarse de lo que pasa en la esfera pública o en el mejor de los casos la observan con distancia y solo ocasionalmente. La distancia puede, si la esfera pública funciona mal, aumentarse con la renuncia a toda participación, como hemos observado en Chile con los jóvenes desde fines de la década de 1990.

La actividad política tiene, además, un sustrato complejo (aquí utilizamos el concepto de complejidad no como sinónimo de dificultad, como suele hacerse en la actualidad, sino en su sentido original de una situación en que factores múltiples concurren a explicar un fenómeno con variadas interacciones), desde la cultura prevaleciente hasta la evolución de las estructuras económicas y sociales, además de los condicionamientos e influencias internacionales.  Cuando se juntan crisis económicas y sociales (y agreguemos una grave crisis de orden sanitario en la actualidad) y la esfera política ha evolucionado hacia una exacerbación de los individualismos y la fragmentación de los agrupaciones políticas, entonces se multiplica la desconfianza hacia toda representación

De lo anterior ha resultado en Chile el paso en pocas semanas desde un entusiasmo colectivo para producir cambios institucionales de fondo luego de un proceso de rebelión social particularmente intenso, a un cuadro de nuevo descrédito de la política. Hay que reconocer que la mayoría de las direcciones políticas no han ayudado mucho, aunque caso aparte es el de la derecha. Ésta, como siempre, termina por agruparse (incluyendo a la extrema derecha de simpatías nazis) alrededor del factor que la define: la defensa de sus intereses de orden económico. Como se sabe, esos intereses son los de una minoría, por lo que la derecha se cuida de no dispersar su representación, lo que en ocasiones incluso le permite ser mayoría. Y, en todo caso, construye y defiende “seguros de vida” en la esfera política a través de mecanismos institucionales de veto minoritario a las preferencias mayoritarias y alentando la falta de participación.

En cambio, la representación del mundo que vive de su trabajo asalariado (por definición subordinado) o por cuenta propia (las más de las veces en condiciones desfavorables), así como del mundo de la cultura y la creación (cuyos intereses no son los del empresariado), es siempre problemática por las razones expuestas, agravada por la realidad de partidos tradicionales con proyectos de cambio que se clientelizaron y burocratizaron. Esto ocurre aunque esos mundos sean ampliamente mayoritarios en la sociedad.

Frente a ese diagnóstico pesimista, queda expresar el optimismo de la voluntad. ¿Será posible que los dos grandes bloques políticos opositores que se han delineado se afiancen y transmitan serenamente el mensaje de que consideran mejor ofrecer a los ciudadanos la posibilidad de optar entre ellos y así permitir mandatos claros para el futuro? ¿Y que ese enfoque puede ampliar su convocatoria conjunta a más votantes y permitir que su número total de convencionales electos sea mayor, a pesar de que la cifra repartidora podría favorecer en teoría a la lista unificada de la derecha? ¿Y que expliquen sus propuestas constitucionales, las que se verá son en muchos puntos coincidentes, lo que permitirá colaborar en la Convención Constituyente? ¿Y que señalen con respeto pero con firmeza que votar por independientes fuera de lista es muy válido, pero que con los distritos pequeños y el sistema electoral existente va a ser un voto perdido? ¿Y que ser parte de la política organizada es una voluntad de actuar con otros y con persistencia en el tiempo, y que eso es un valor positivo y necesario para una sociedad que quiere progresar? ¿Y que ambos bloques se darán un apoyo mutuo en las eventuales segundas vueltas el 9 de mayo para elegir gobernadores? ¿Y que harán lo propio en la segunda vuelta presidencial, aunque tendrán listas distintas a constituyentes, concejales, parlamentarios y consejeros regionales para que los ciudadanos opten? ¿Y que tienen la voluntad de constituir un gobierno de coalición en marzo de 2022, porque nadie puede gobernar nuestra sociedad fragmentada y polarizada desde trincheras sino que transformando y tendiendo puentes para construir mayorías? Soñar sigue no costando nada.


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