Sobre acuerdos y desacuerdos



Frente al diálogo convocado por el gobierno de Sebastián Piñera con la oposición “con presencia en las comisiones de Hacienda”, en estos días alguien ha escrito que “el desacuerdo no tiene perdón”. Esta extraña frase es expresiva de que reaparece en Chile con alguna frecuencia una distorsión sobre los fundamentos de la vida colectiva. Se trata de la pretensión de algunos de descalificar las legítimas diferencias y la deliberación plural sobre ellas, así como el procedimiento de decisión mayoritaria para resolver esas diferencias.

Lo que es inadecuado (no llegaremos a decir que no tiene perdón, porque es caer en la misma descalificación que cabe criticar) es pretender que la diversidad de ideas e intereses no existe, especialmente en sociedades desiguales como la chilena. La idea de forzar acuerdos donde no los hay es la expresión de una pulsión autoritaria y de una carencia de cultura democrática.

En democracia se debe aspirar a un amplio consenso sobre las reglas del juego, especialmente en la protección de los derechos fundamentales de las personas (nótese que la mayor parte de la derecha no concuerda con esto y sigue justificando las violaciones a los derechos humanos en dictadura y durante la reciente rebelión social). En el resto de dimensiones de la esfera pública, cabe la diversidad de opiniones y posiciones y utilizar la regla de la deliberación sobre las opciones en presencia, seguida de la decisión mayoritaria -procedimiento que es un acervo de la humanidad formalizado al menos desde la Grecia antigua y en los medios eclesiásticos desde la tardía edad media- para zanjar periódicamente las diferencias en los diversos espacios institucionales. No cabe sino citar una vez más a Montesquieu, que escribió en 1748: “es una experiencia eterna que todo hombre que tiene poder es llevado a abusar de él, hasta que encuentra límites (...) Para que no se pueda abusar del poder, se debe lograr que, por la disposición de las cosas, el poder detenga al poder”.

Todas las apelaciones de estos días a los consensos y a los acuerdos se remiten en realidad al hecho de que el gobierno de Sebastián Piñera no dispone de una mayoría parlamentaria propia y ha llevado una política que fracasó en el control de la pandemia, desde la reticencia inicial a declarar las primeras cuarentenas y cierres de actividades, el "retorno seguro" en plena expansión de la pandemia, las insólitas críticas del ministro de Salud Mañalich a su colega ministro de Educación Figueroa respecto a la suspensión de clases, las cajas de alimentos para hacer propaganda que provocan problemas logísticos y sanitarios, y tantas otras actitudes de privilegio de lo económico y de un estilo vertical y poco abierto al diálogo. Además, el gobierno ha tardado de manera bastante poco explicable en adoptar medidas suficientes para evitar una depresión económica. Ojalá los errores del gobierno no se hubieran producido, porque han costado vidas.

El fondo del asunto es que el gobierno necesita concordar sus legislaciones con al menos una parte de la oposición, lo que ha logrado en lo principal en los últimos dos años en base a un enfoque inestable del caso a caso, aunque se le ha ido haciendo cada vez más difícil. Entonces, ahora apela a los acuerdos, pero siempre con el estilo perentorio del dueño del poder, acuerdos que no se buscaron al poner en marcha las políticas hoy cuestionadas, pese a las advertencias de personas y entidades calificadas y representativas.

Por eso la oposición ha expresado con creciente firmeza su desacuerdo frente a políticas que se van demostrando equivocadas y con las prioridades cambiadas. La oposición debiera exigir una rectificación profunda de la política sanitaria y económico-social del gobierno. Lo que cabe es constatar que sin protección sistemática de la población para la contención de la pandemia y sin ingresos de emergencia consistentes para abordar las cuarentenas (hoy financiables con las reservas fiscales y un endeudamiento a bajo costo como es ya más o menos unánime) no hay recuperación económica posible. En esa rectificación podrían surgir concordancias. Pero presionar para un acuerdo sin cambiar un enfoque y un estilo que ha dado malos resultados no parece tener mucho sentido.

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