La economía en problemas

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Según los datos de cuentas nacionales recientemente publicados por el Banco Central, la economía se estancó en el primer trimestre y creció en 0,9% en el segundo trimestre, cerrando un primer semestre con un crecimiento de 1,8%. Recordemos que la previsión de crecimiento contenida en la ley de presupuestos de 2019 es de 3,8%.

¿Mejorará la economía en el segundo semestre, como augura el gobierno, aunque cada vez más tímidamente? Varios datos indican que eso será bastante difícil.

En materia de actividad y empleo, en el corto plazo todo es cuestión de qué ocurre con la demanda agregada y sus tres principales componentes: el consumo, la inversión y las exportaciones netas.

El principal componente de la demanda agregada, el consumo de los hogares, creció en 0,9 y 0,3% en el primer y segundo trimestre respectivamente. El consumo de gobierno lo hizo en 1,2 y 0,6%. Nada indica que los hogares vayan a consumir más o que el gobierno se decida a activar el gasto público corriente.

Por su parte, la inversión cayó en -0,5% en el primer trimestre y creció en 2,6% en el segundo. Esta variable, contrariamente a lo que diagnosticaron el gobierno y el Banco Central, no está teniendo el dinamismo que esperaban y no está empujando el carro de la economía.

Las exportaciones han caído tanto en el primer (-1,9%) como en el segundo trimestre (-1,7%) de 2019, a lo que han contribuido tanto el sector silvoagropecuario como el minero y el industrial, con solo un incremento de 0,8% en las exportaciones de servicios (de tecnologías de información y otros). Las importaciones también han caído (-1,8% y -1,4% en los dos primeros trimestres), pero no lo suficiente como para anular el efecto neto contractivo en la demanda agregada del sector externo. Los mecanismos de transmisión desde el exterior tienen efectos multiplicadores, los que en la actual coyuntura están operando para incrementar las tendencias recesivas existentes en la economía chilena.

La tardía y mínima baja en la tasa de interés del Banco Central en junio (de 3% a 2,5%) no tendrá mayores efectos reactivadores de la inversión y el consumo. La rebaja debió ser más significativa frente a la evidencia de tendencias recesivas. Y el adelanto y aumento de inversiones públicas anunciadas por el gobierno en tres ocasiones sucesivas no ayudará mucho, por su magnitud insuficiente. La falta de reacción contracíclica a la altura del problema a la postre redundará en una más lenta recaudación tributaria y un mayor déficit fiscal por la desaceleración de la actividad.

La economía se reactivó entre el tercer trimestre de 2017 y el segundo trimestre de 2108 (para el consumo) y el cuarto de 2018 (para la inversión), después de cuatro años languideciendo. Pero, como se observa, este rebote no duró mucho.

Si la economía chilena quiere volver a crecer a más de 2% al año, se requiere en primer lugar de una reactivación de corto plazo por las vías monetaria (bajando la tasa de interés y ampliando las opciones de crédito) y fiscal (con un mayor gasto en obras públicas y aumentando las pensiones). La fuerte devaluación del peso de las últimas semanas tendrá efectos recesivos que deben ser contrarrestados adicionalmente a la brevedad.

En segundo lugar, se requiere ampliar el producto potencial con fuertes inversiones públicas y privadas. La inversión minera del ciclo alto de precios del cobre ya no volverá con la misma intensidad. Se debe privilegiar ahora la reconversión energética sostenible, en la que Chile tiene enormes ventajas, y el avance rápido hacia una economía circular, para lo que se debe reorientar los mecanismos de apoyo a la innovación. Las erres de reducción del consumo no funcional, de reparación, reutilización y reciclaje de los objetos que se producen en nuestros territorios deben estar presentes en todas las decisiones económicas futuras, junto a mejorar la educación inclusiva, la capacitación y la formación continua de los jóvenes y los trabajadores. El gran cambio debe ser el de optar por fuertes inversiones en infraestructura sostenible y apoyo crediticio para una diversificación productiva sistemática capaz de lograr un nuevo “big push” de inversiones. En palabras de Paul Krugman (1991): “la voluntad de invertir de las empresas depende de sus percepciones que otras empresas harán inversiones, así que el papel de una política de desarrollo es crear la convergencia de expectativas acerca de (que habrá) un alto nivel de inversiones”.

Pero ese es un tipo de política que los tecnócratas de gobierno y los dos últimos presidentes no han estado dispuestos a realizar. Requiere de un cambio político que apoye una estrategia social-ecológica neodesarrollista, de la que las actuales élites empresariales y económicas dominantes no quieren escuchar hablar, porque cuestiona sus certezas. El problema es que esas certezas ya no funcionan, si es que alguna vez lo hicieron. Certezas libremercadistas o de acomodo seudopragmático que, de paso, han dejado la herencia de un país extremadamente desigual y que ha aumentado más que ningún otro de América Latina su huella de carbono. El trasfondo de esta evolución es político: el continuo debilitamiento desde 1990 de las fuerzas dispuestas a trabajar por el “crecimiento con equidad” y por el decrecimiento de la actividad ambientalmente dañina. Por ahí pasó el exitoso copamiento del sistema político por los intereses de la gran empresa.

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