Una visita oficial de más


Poco edificante fue la presencia de Jair Bolsonaro en Chile. El presidente Piñera ha justificado su empatía con un gobernante que, en rigor, no se puede calificar sino de… inaceptablemente extremo. Lo inaceptable proviene de que incluso no todas las extremas derechas son tan sistemáticamente contrarias a los elementos básicos del respeto a la dignidad humana. Aunque soy de los que cree que adjetivar no es de gran ayuda en el análisis político, no se puede considerar de otro modo a un actor público que en su prolongada carrera reivindica golpes de Estado, asesinatos, violaciones y discriminaciones contra las mujeres, los homosexuales, los afro-descendientes y los indígenas.

El presidente Piñera ha aludido para justificar su actitud de invitar en visita oficial a Bolsonaro un vínculo estratégico con Brasil que ya existe desde hace mucho tiempo. Lo que cabe es mantenerlo, pues es muy importante, pero con relaciones con el actual gobierno objetivas y parcas, sin piruetas de consumo interno. Pero, en este caso, la sobre actuación de agregar a la asistencia a la reunión de de diversos gobernantes una invitación especial a Bolsonaro para realizar una visita oficial fue innecesaria y conflictiva. Parece provenir de la necesidad de contar con Brasil para el nuevo esquema de Pro-sur, del que muchos gobiernos sudamericanos no son muy entusiastas. Esto es explicable, pues de partida excluye a un país muy importante como Venezuela (no se invitó ni al gobierno en ejercicio ni se intentó seguir con la ficción del gobierno “encargado”), mientras es muy difícil que la necesaria articulación de los gobiernos sudamericanos se proyecte en este esquema, dadas sus débiles bases. Convengamos que la parálisis de UNASUR como órgano político provino de su proceso de decisiones por unanimidad en un contexto de abierta hostilidad entre sus miembros de derecha cada vez más numerosos y los de carácter refundacional agrupados en el ALBA. Los gobiernos progresistas no refundacionales como Uruguay y en su momento Chile y Brasil, siempre mantuvieron una actitud constructiva, que permitió hacer coincidir a un Uribe y un Chávez.

La cooperación sudamericana tiene serios temas subregionales específicos que abordar, como los de seguridad, migraciones, medio ambiente, por mencionar los principales, admitiendo que los económicos tienen otros foros de más amplio espectro y que debieran sumar en particular a México y actuar en escala latinoamericana. Por ejemplo, no existen aún siquiera consultas periódicas latinoamericanas para abordar las reuniones del G20, principal espacio de coordinación económica mundial al que pertenecen Brasil, Argentina y México. Por su parte, el tratamiento más estable y más sereno de la cooperación sudamericana probablemente provendrá de algún esquema de consultas y acciones conjuntas sobre estos temas antes que de organismos de propaganda, que si se conciben como tales no podrán superar el vivir en y del conflicto permanente en su seno y con otros.

El hecho es que el presidente Piñera decidió convertir a Colombia y a Brasil en aliados ideológicos preferentes para impulsar su Pro-Sur y, probablemente, también para contentar las escabrosas alineaciones ideológicas de uno de los componentes de su coalición, la UDI, que compite con la todavía más extrema derecha que se desgajó de ella para ver quien es más amigo del inadmisible Bolsonaro. La falta de compostura aparece por todas partes en este lamentable episodio.

A raiz del repudio de las mesas del Congreso y de diversos representantes a sumarse a los homenajes al personaje de marras, en virtud de una defensa de valores humanos básicos, se planteó que estarían de por medio problemas de protocolo y de política exterior “de Estado”. Cabe afirmar que nunca ha habido tal cosa como una política exterior “de Estado”. Ninguna política exterior está por encima del bien y del mal, todas buscan proteger intereses y están inspiradas por unos u otros principios y valores. Está claro que los de Piñera son los propios de su sector (que logró ser mayoritario en la elección presidencial) y que no son los mismos del resto del país (que logró ser mayoritario en la elección parlamentaria). Lo mínimo en esta situación hubiera sido consultar a la oposición sobre la visita de Bolsonaro, lo que el gobierno no hizo, y tal vez le hubiera permitido atenuar los efectos de una visita oficial inútil y controversial. En los países democráticos existe colaboración interpartidaria en ciertos temas, siempre que se delibere y llegue a ciertos consensos de forma y fondo, pero en el contexto de un debate contradictorio sobre todos los asuntos públicos (si alguien tiene una duda, tal vez las controversias británicas sobre el Brexit pueden ilustrarle al respecto).

Alguien dirá que la política exterior se rige solo por intereses. Entonces quien lo sostenga debería criticar lo hecho por el actual gobierno en nombre de valores democráticos contra el gobierno de Maduro, dejando secuelas que van más allá del actual régimen con el país que tiene las principales reservas petroleras del mundo y con todos los países que observaron que Chile se sumaba al intento de derrocamiento de un gobierno instigado desde Washington. Conclusión: la política exterior es siempre una mezcla de defensa de valores e intereses (lo que en la literatura especializada se conoce como el debate entre idealistas y realistas).

Para Chile, la mejor defensa de sus intereses nacionales en tanto país pequeño y austral es proyectar una política exterior mesurada, de acompañamiento de los valores democráticos en todos los casos y en la defensa del derecho internacional y de los tratados. Es decir no haciendo gesticulaciones en un sentido u otro, que están totalmente de más, acogiendo “amigos” que atentan contra la dignidad humana o actuando y trasladándose de manera beligerante a fronteras para derrocar “enemigos” ideológicos, por condenables que sean. Lo que una política exterior sensata debe tratar de hacer es buscar la cooperación regional sud y latinoamericana, y no ser un factor de conflicto y división. Y menos alinearse con los halcones que hoy gobiernan Estados Unidos. Frente a los intereses no siempre convergentes, por decir lo menos, y en todo caso asimétricos de los países de la región en relación a los de las grandes potencias en materia militar, financiera, comercial, de inversiones y de propiedad intelectual, no tiene sentido subordinarse a ninguna de ellas ni menos servir sus intereses, sino cooperar frente a los temas que conforman una comunidad latino y sudamericana de destino, además de nutrirse de un pasado común.

En definitiva, el gobierno se expuso a un episodio altamente controversial con costos internos y externos, que se agrega a la insólita visita a Cúcuta para intentar derrocar a un gobierno. ¿Es mucho esperar que la política exterior deje de ser un campo de experimentos riesgosos que en nada sirven a Chile?

Entradas populares