Mayol, o el intelectual comprometido

En La Tercera

La figura del intelectual comprometido con la acción política ha sido siempre controversial. La acción política se inclina con frecuencia hacia simplificaciones que repugnan al analista de la vida social, que, si es riguroso, suele poner en duda relaciones esquemáticas de causa a efecto, y señalar las eventuales consecuencias no buscadas de las acciones colectivas. Cuando las sociedades se hacen más complejas, el trabajo de comprensión de su dinámica adquiere mayor autonomía, primero de la religión y luego de la política, y reside en espacios como las universidades, centros de pensamiento o medios de comunicación. Pero en las sociedades latinoamericanas ese espacio de autonomía existe apenas, lo que incita a algunos intelectuales a intervenir en política, ya sea para controvertir a los que adecúan sus razonamientos a meros intereses o bien para procurar que los actores políticos mejoren la adecuación entre los fines declarados y los medios disponibles para alcanzarlos con mayores dosis de racionalidad estratégica.

Algo de eso hay en la decisión de Alberto Mayol de pasar desde el análisis de la realidad social chilena a la tribuna pública y, finalmente, a la condición de candidato a la candidatura presidencial del Frente Amplio. Ningún intelectual que sea mínimamente sensible a, por ejemplo, el hecho de que Chile sea una de las sociedades más desiguales del mundo, puede solo investigar sin experimentar algún grado de indignación moral que lo empuja a la acción.

No comparto todo de los diagnósticos de Mayol sobre un “derrumbe del modelo” o sobre la “autopsia de la muerte de la elite chilena”, ni algunos de sus juicios políticos, como el que emitió sobre Allende como conductor político o sobre los actores de la transición calificados como homogéneamente cuasimaldadosos, sin considerar suficientemente las circunstancias históricas en las que estos actores se desenvolvieron, y en especial el conflicto político que ha vivido Chile por décadas al enfrentar la mayoría social -y sus fragmentadas representaciones políticas- el concentrado poder que las oligarquías económicas han tenido históricamente.

Muchas de sus propuestas son, además, bastante discutibles. Como la de los trenes de alta velocidad, que requieren de un análisis costo-beneficio más preciso. O como la expropiación de El Mercurio, dado el financiamiento público recibido en el pasado, pues la batalla contra las ideas autoritarias y neoliberales se gana ampliando el derecho a la información y no cerrando medios, por mucho que su línea editorial sea desde siempre la de la tergiversación interesada. O como la idea de socializar de manera imprecisa los fondos de las AFP, cuando la prioridad debe ser establecer un pilar de pensiones de reparto. Y así sucesivamente.

Pero existe un mérito incuestionable en Alberto Mayol: la voluntad de pensar un futuro para Chile en “base cero”, sin las ataduras del mediocre pensamiento convencional que hoy prevalece, subordinado a los intereses dominantes. Y generar debates desde el análisis de las realidades que enfrentan las mayorías, con la voluntad de reconstruir una izquierda que se diluyó en los recovecos de la transición y cuya incidencia constructiva tanta falta le hace a Chile.

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