Columna en Voces La Tercera
Estamos sin duda frente a la mayor expresión de mal humor frente a las instituciones políticas de la historia democrática reciente, lo que tiene una causa que parece ser clara e inequívoca: el fuerte rechazo a la corrupción y la percepción de que es generalizada entre la dirigencia política y también entre los funcionarios.
No obstante, sólo una minoría ha escuchado hablar de coimas en su entorno. Una amplia mayoría se encuentra satisfecha con su vida, aunque exprese preocupación en materia de delincuencia, salud, educación y sueldos (curiosamente la encuesta no pregunta sobre las pensiones que reciben los jubilados). Además, una mayoría, aunque menos amplia, expresa satisfacción con la gestión de su alcalde. Esto indica, semanas antes de una nueva elección municipal, que esta dimensión de la vida pública, la administración pública local, no sufre el mismo grado de desprestigio que el parlamento y los partidos políticos.
¿Podrá pensarse en un nuevo comienzo y en el inicio de una recuperación del prestigio de los actores principales de la esfera pública con la próxima elección presidencial y parlamentaria? Por el momento, a poco más de un año de esa elección, se observa un impresionante vacío. El expresidente Piñera encabeza la lista de preferencias presidenciales, pero reúne sólo un 14%, sólo la mitad que en la misma época en la etapa previa de su elección en 2009. El ex presidente Lagos reúne sólo un 5% de preferencias. Y Marco Enríquez-Ominami iguala al repartidor de banderitas, granjerías y billetes Farkas, con apenas un 3%.
No se había visto en la historia política reciente de Chile una tal desconfiguración del escenario político electoral en una fecha tan próxima a la definición presidencial. Como nunca las opciones presidenciales para 2017 se encuentran abiertas, pues no aparecen aún los candidatos que satisfagan el atributo de honestidad y confiabilidad que hoy privilegian los ciudadanos por sobre todas las cosas, incluso por sobre la preocupación por los problemas del país. Es el precio que se está pagando por la generalizada mercantilización de la sociedad y específicamente la captura, en buena hora puesta en evidencia, del poder político por el poder económico, como nunca concentrado en tan pocas manos. Costará mucho tiempo, esfuerzo y signos de renovación, y desde luego generacional, para que los dirigentes políticos vuelvan a ser percibidos como personas que no están sometidas a la tentación o al poder del dinero y que se proponen defender intereses colectivos.