PIB,¿recesión a la vista?
Columna en El Mostrador
Al conocerse las cuentas nacionales del segundo trimestre del año 2016, muchos medios titularon “PIB acumula un alza de 1,6% en 2016”. Pero entre líneas se lee en la información que “en términos desestacionalizados, el producto interno bruto anotó una caída trimestral de 0,4%”. El lector se preguntará ¿cómo es la cosa?, ¿este ascensor sube o baja?
La serie desestacionalizada del Índice Mensual de Actividad Económica del Banco Central y la serie desestacionalizada del PIB trimestral (que es la información a retener en definitiva), ayudan de manera importante a los analistas a evaluar la coyuntura, pues permiten una apreciación de la evolución de la economía respecto del mes (o trimestre) inmediatamente anterior, pero descontando los efectos estacionales en la actividad. Estos son especialmente notorios en la agricultura y la construcción.
Esto no quiere decir que no tenga sentido comparar el Imacec mensual o el PIB trimestral con su valor de un año atrás para una apreciación de tendencia más larga. Pero esa tendencia puede ser al alza, mientras en el corto plazo la situación puede ir a la baja. Por esta razón es que convencionalmente en las evaluaciones internacionales de coyuntura económica se suele tomar el indicador trimestral desestacionalizado (y además anualizado) del PIB como indicador fundamental, a la vez que se define que una economía está en recesión cuando se constatan dos trimestres consecutivos de caída respecto del trimestre anterior.
El hecho es que cabe hacer notar que el PIB trimestral desestacionalizado de abril-junio muestra una caída del PIB de -0,4% (-1,6% en ritmo anualizado). Esto no ocurría desde marzo de 2010, luego del gran terremoto de febrero de ese año, y desde los dos últimos trimestres de 2008 y el primer trimestre de 2009, que fue cuando arreció la recesión internacional más grande desde la crisis de 1929.
Las autoridades del Ministerio de Hacienda y del Banco Central de la época esperaron dos trimestres de caída antes de hacer nada y finalmente lanzaron su plan de estímulo fiscal y monetario, que tuvo buenos resultados, pero tardíos. Ya había ocurrido otro enorme error en la gestión macroeconómica en 1999, cuando el Banco Central, frente a la llamada “crisis asiática”, subió fuertemente la tasa de interés y el Ministerio de Hacienda hizo tres ajustes a la baja del gasto público, consiguiendo un cóctel recesivo que puso en serias dificultades injustificadas al Gobierno de la época.
En suma, en 1999 y en 2009, Chile experimentó caídas anuales de -1% del PIB, con el consiguiente efecto negativo en el empleo y enormes secuelas económicas y sociales posteriores, contrariamente a nuestros vecinos, que no sufrieron recesión. Se trató de errores manifiestos de los conductores de la política económica en Chile, respecto de lo cual, por lo demás, nunca han dado mayor cuenta. Más bien suelen seguir pontificando alegremente acerca de su supuesta idoneidad técnica puesta a prueba por los hechos que sus equivocaciones provocaron.
Desgraciadamente, se puede temer ahora que esté por producirse lo mismo. Tendremos, con una alta probabilidad, una nueva recesión en el futuro cercano si no se reorienta la política económica.
Los factores de riesgo en los meses próximos están vinculados a la eventual acentuación del decaimiento del consumo –influido por una menor creación de empleo y un estancamiento de las remuneraciones reales– y mayores deterioros de la economía internacional. Veamos los temas del contexto internacional: existen incertidumbres en Europa y China y un cierto dinamismo en Estados Unidos. Francia e Italia, las mayores economías de la zona euro tras Alemania, que mantiene una buena salud y sigue creciendo, tuvieron un crecimiento cero entre abril y junio. El Fondo Monetario Internacional (FMI) reconoce que las perspectivas de crecimiento de China a corto plazo han mejorado gracias a las políticas de estímulo, tanto en materia fiscal como monetaria, pero emitió el 12 de agosto una nueva alerta sobre el rápido ascenso de la deuda, especialmente la corporativa. China, nuestro principal destino exportador, está inmersa en una transición estructural basada en aumentar el peso del sector servicios en detrimento de la industria, reducir la importancia de la inversión pública para dar más protagonismo al consumo interno y bajar la dependencia del crecimiento basado en el crédito.
Si el entorno externo es de incertidumbres pero con crecimiento (las exportaciones crecieron de hecho en 1,2% en ritmo anual en el segundo trimestre, más que en el primer trimestre), estamos en cambio en presencia de una fuerte debilidad de la demanda interna, que creció un 0,9% en términos desestacionalizados respecto del trimestre anterior y en 1,4% en ritmo anual en el segundo trimestre. Pero lo grave es que el consumo de los hogares, que constituye la parte principal de la demanda interna, cayó en -0,4% en términos desestacionalizados en el segundo trimestre, mientras la inversión cayó en -0,8%. Las remuneraciones reales disminuyeron un -0,1% en junio y registraron un crecimiento nulo en el primer semestre.
Con el empleo creciendo cada vez más lentamente (especialmente en la construcción y con pérdidas sustanciales de empleo industrial y minero), junto a remuneraciones reales estancadas, el consumo de los hogares cae. Es el principal componente de la demanda agregada, mientras sus otros componentes, la inversión y las exportaciones netas, no muestran capacidad endógena de compensar esa caída. La probabilidad, en este contexto, de que la economía entre en recesión en los próximos meses es alta. En todo caso, si crece lo hará a un nivel muy por debajo de su potencial oficial (3,7% anual, según el panel de expertos convocados por el Ministerio de Hacienda en 2015 para un horizonte de cinco años, fuertemente ajustado a la baja respecto de años anteriores) y la economía chilena completará tres años creciendo por debajo de su nivel de tendencia.
El Banco Central debiera bajar a la brevedad la tasa de interés de referencia y el Gobierno debiera estimular el crecimiento de las remuneraciones reales, aumentar el consumo gubernamental y la inversión pública, que inexplicablemente está programada para caer un -5% en 2016. Un aumento en un punto de PIB del déficit nominal no debiera provocar problemas mayores en la calificación del riesgo país y, si los hubiera, parcialmente deben contrastarse con un sustancial aumento del desempleo si se sigue con la política ortodoxa de no utilizar reservas fiscales que se acumularon para eso, para usarlas en los momentos de dificultad.
Entonces, hoy por hoy, los problemas no vienen desde fuera sino desde dentro, en buena medida provocados por la religión de la política fiscal y de remuneraciones (recuérdese el marginal incremento reciente del salario mínimo) restrictiva antes que contracíclica. El ministro de Hacienda argumenta que, si no se mantiene una política fiscal restrictiva, en vez de hacer operar una lógica contracíclica que no se ajusta a sus convicciones ideológicas ortodoxas, podríamos caer en una situación recesiva como la de Brasil. Pero ocurre que es exactamente lo que está haciendo.
Si el error técnico de Eyzaguirre-Valdés es evidente, no mencionemos la magnitud del error político que significa someter al Gobierno y a la Presidenta a una recesión evitable en el preciso momento en que enfrenta importantes dificultades en su gestión.
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