Hace 37 años
Hay días como hoy 11 de septiembre que, aunque uno trate de soslayarlos, simplemente son de un peso demasiado grande. Para el país, que no solo vio caer destruida su democracia sino, mucho más que eso, vio reestablecido en medio del dolor el poder de sus oligarquías de siempre. Ese poder que largas luchas habían hecho retroceder. Las consecuencias hasta el día de hoy han sido enormes no solo para la izquierda y sus organizaciones, sino para el pueblo llano, el ciudadano de a pie, los excluìdos que se identificaban con sueños de dignidad. Retroceso histórico y conquistas aplastadas, muertos, desaparecidos, torturados, exiliados han sido un costo para varias generaciones. Y para todos los chilenos, más allá de sus posturas políticas, es un día finalmente triste. Incluso para los que descorcharon champaña, porque fue el día en que se llegó por algunos a aplaudir la muerte trágica de un Presidente y el inicio de horrores infligidos a compatriotas. Esas degradaciones nunca han dignificado a nadie, y así va quedando registrado en nuestra historia para las nuevas generaciones.
Y es un día indeleble en la memoria personal de muchos de nosotros. Desde donde escribo estas líneas siento ruido de aviones, banales, sin significado particular. Pero que evocan aquel día, que amaneció despejado y que luego quedó signado por los ruidos de bombardeos y balazos y también más tarde por una lluvia tenue y triste. Ese día nos juntamos un grupo que terminó reducido a una veintena, en el Pedagógico, luego en las industrias aledañas, en la noche en los barrios cercanos. Eramos universitarios y secundarios, trabajadores jóvenes, ninguno con mucho más de 20 años, el mayor si acaso 25, yo el menor con 16. Intentamos resistir, defender el gobierno legítimo del Presidente Allende. Unas pocas armas de las que disponíamos nada podían hacer frente al poder de fuego militar. Nosotros teníamos arrojo y mucho susto. Ellos tenían miedo y recibían órdenes de matar. Después de tres días nos dispersamos. Algunos partimos al exilio, otros siguieron resitiendo en Chile, como pudieron. Cuatro están desaparecidos. Treinta y siete años después, solo cabe rendir honor a su memoria de jóvenes ejemplares y valientes que querían un país libertario y justo.
Y es un día indeleble en la memoria personal de muchos de nosotros. Desde donde escribo estas líneas siento ruido de aviones, banales, sin significado particular. Pero que evocan aquel día, que amaneció despejado y que luego quedó signado por los ruidos de bombardeos y balazos y también más tarde por una lluvia tenue y triste. Ese día nos juntamos un grupo que terminó reducido a una veintena, en el Pedagógico, luego en las industrias aledañas, en la noche en los barrios cercanos. Eramos universitarios y secundarios, trabajadores jóvenes, ninguno con mucho más de 20 años, el mayor si acaso 25, yo el menor con 16. Intentamos resistir, defender el gobierno legítimo del Presidente Allende. Unas pocas armas de las que disponíamos nada podían hacer frente al poder de fuego militar. Nosotros teníamos arrojo y mucho susto. Ellos tenían miedo y recibían órdenes de matar. Después de tres días nos dispersamos. Algunos partimos al exilio, otros siguieron resitiendo en Chile, como pudieron. Cuatro están desaparecidos. Treinta y siete años después, solo cabe rendir honor a su memoria de jóvenes ejemplares y valientes que querían un país libertario y justo.
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