Entre el enfriamiento y la recesión
Columna publicada en el diario La Nación el 13 de noviembre de 2007
Desde que estalló en agosto de 2007 la crisis del subprime, el crédito hipotecario de alto riesgo, se reveló no sólo la depresión del mercado inmobiliario residencial en EE.UU., sino también la fragilización de la economia mundial, que hasta aquí había podido absorber una tendencia impresionante de incremento del precio del petróleo. Hacia mediados de agosto, la Federal Reserve (FED, banco central de EE.UU.) constató los efectos negativos de la coyuntura financiera sobre su economía bajando sus tasas, en un contexto en que la actividad y los precios del petróleo y de los alimentos alimentaban un incremento de la inflación, demostrando una conducta pragmática. Esa misma conducta de la que carece nuestro banco central, que sufre del síndrome deflacionista y que va acentuando las diferencias entre las tasas de interés en Chile y en el mundo, presionando a la baja el tipo de cambio y agregando un nuevo factor de desaceleración de una economía chilena que podría crecer mucho más rápido.
Se consolida entonces una perspectiva de crecimiento en 2007 y 2008 solo del orden de 2% al año para EE.UU., la mitad de los desempeños habituales de los últimos años. Incluso los más optimistas admiten que una recesión -dos trimestres consecutivos de disminución del producto- no se puede excluir.
No obstante, los "factores de resiliencia" de la economía norteamericana siguen siendo fuertes. No escasean los argumentos que alimentan la tesis de un simple enfriamiento. El crecimiento de los salarios debiera mantener un ritmo sólido, mientras el poder de compra de los hogares debiera beneficiarse de una inflación más baja. Las instituciones financieras habían acumulado antes de la crisis utilidades sustanciales que debieran permitirles absorber el golpe. Las empresas norteamericanas presentan balances satisfactorios y la depreciación del dólar debiera ayudarles en su capacidad exportadora: el comercio exterior sostendría el crecimiento en un 0,7% en 2008. En fin, permanecen márgenes de maniobra presupuestarios y monetarios para enfrentar un eventual inicio de recesión.
En sentido inverso, la desaceleración del consumo y sobre todo la gravedad de la crisis inmobiliaria alimentan las inquietudes. Y según el Nacional Bureau of Economic Research, la economía norteamericana registró diez recesiones desde 1945 y diez de ellas fueron precedidas de una corrección de la actividad inmobiliaria. Probablemente en base a consideraciones de este tipo la Reserva Federal disminuyó nuevamente a fines de octubre la tasa de los Fed Funds.
La disminución de tasas en EE.UU. agravará la caída del dólar contribuyendo a su empuje comercial, pero afectará a Europa. La subida del petróleo tiene sus propios efectos colaterales sobre el crecimiento económico y sobre los precios. La inflación en los países de la eurozona experimentó un aumento interanual del 2,1% en septiembre, cuatro décimas más que en agosto. La inflación supera así el objetivo del 2% anual que se ha fijado el Banco Central Europeo. Las exportaciones europeas están respondiendo bien hasta ahora porque la industria ha hecho un gran esfuerzo de reconversión en los últimos años, pero el nivel actual del euro planteará problemas de competitividad en diversos mercados. Crece la preocupación por la elevada cotización del euro con respecto al dólar estadounidense, el yuan chino y el yen japonés y los europeos invitan a las autoridades estadounidenses a que sigan manteniendo que están a favor de un dólar fuerte; a las japonesas, para que el yen recoja los fundamentos de su economía; y a las chinas, para que fomenten el aumento del consumo interno y mejoren la flexibilidad del yuan, todos hechos que muy probablemente no ocurrirán.
Por su parte, el crecimiento de la economía china supera el 11% al año, contra poco más de 2% en los países desarrollados previsto para 2007-2008. Los ingresos de los hogares chinos se incrementan fuertemente, y la mayor parte de los nuevos recursos los invierten en la bolsa, generando una burbuja financiera que no debiera estallar antes de 2011 o 2002.
En suma, no debiera terminar aún en crisis el reciente quinquenio de oro, que se ha traducido en una aceleración del precio de las materias primas y en la irrupción de China e India como nuevos motores de la economía mundial, precisamente porque están en situación de compensar con su dinamismo en buena medida los resfríos de EE.UU y las dificultades de Europa.
Se consolida entonces una perspectiva de crecimiento en 2007 y 2008 solo del orden de 2% al año para EE.UU., la mitad de los desempeños habituales de los últimos años. Incluso los más optimistas admiten que una recesión -dos trimestres consecutivos de disminución del producto- no se puede excluir.
No obstante, los "factores de resiliencia" de la economía norteamericana siguen siendo fuertes. No escasean los argumentos que alimentan la tesis de un simple enfriamiento. El crecimiento de los salarios debiera mantener un ritmo sólido, mientras el poder de compra de los hogares debiera beneficiarse de una inflación más baja. Las instituciones financieras habían acumulado antes de la crisis utilidades sustanciales que debieran permitirles absorber el golpe. Las empresas norteamericanas presentan balances satisfactorios y la depreciación del dólar debiera ayudarles en su capacidad exportadora: el comercio exterior sostendría el crecimiento en un 0,7% en 2008. En fin, permanecen márgenes de maniobra presupuestarios y monetarios para enfrentar un eventual inicio de recesión.
En sentido inverso, la desaceleración del consumo y sobre todo la gravedad de la crisis inmobiliaria alimentan las inquietudes. Y según el Nacional Bureau of Economic Research, la economía norteamericana registró diez recesiones desde 1945 y diez de ellas fueron precedidas de una corrección de la actividad inmobiliaria. Probablemente en base a consideraciones de este tipo la Reserva Federal disminuyó nuevamente a fines de octubre la tasa de los Fed Funds.
La disminución de tasas en EE.UU. agravará la caída del dólar contribuyendo a su empuje comercial, pero afectará a Europa. La subida del petróleo tiene sus propios efectos colaterales sobre el crecimiento económico y sobre los precios. La inflación en los países de la eurozona experimentó un aumento interanual del 2,1% en septiembre, cuatro décimas más que en agosto. La inflación supera así el objetivo del 2% anual que se ha fijado el Banco Central Europeo. Las exportaciones europeas están respondiendo bien hasta ahora porque la industria ha hecho un gran esfuerzo de reconversión en los últimos años, pero el nivel actual del euro planteará problemas de competitividad en diversos mercados. Crece la preocupación por la elevada cotización del euro con respecto al dólar estadounidense, el yuan chino y el yen japonés y los europeos invitan a las autoridades estadounidenses a que sigan manteniendo que están a favor de un dólar fuerte; a las japonesas, para que el yen recoja los fundamentos de su economía; y a las chinas, para que fomenten el aumento del consumo interno y mejoren la flexibilidad del yuan, todos hechos que muy probablemente no ocurrirán.
Por su parte, el crecimiento de la economía china supera el 11% al año, contra poco más de 2% en los países desarrollados previsto para 2007-2008. Los ingresos de los hogares chinos se incrementan fuertemente, y la mayor parte de los nuevos recursos los invierten en la bolsa, generando una burbuja financiera que no debiera estallar antes de 2011 o 2002.
En suma, no debiera terminar aún en crisis el reciente quinquenio de oro, que se ha traducido en una aceleración del precio de las materias primas y en la irrupción de China e India como nuevos motores de la economía mundial, precisamente porque están en situación de compensar con su dinamismo en buena medida los resfríos de EE.UU y las dificultades de Europa.
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