Evasión y reforma tributaria

En El Clarín de Chile

La derecha sigue bloqueando la reforma tributaria. Se agrega ahora desde personeros de gobierno la idea que más vale concentrarse en la evasión. Esto puede ser del orden del realismo político, dada la ausencia de mayoría parlamentaria. Pero lo que no cabe es hacer de necesidad virtud.

Es cierto que la evasión de impuestos, según las cifras del Servicio de Impuestos Internos, es de una enorme magnitud, nada menos que un 6,5% del PIB si se suma la brecha de cumplimiento en el IVA y en el impuesto a las empresas. Se trata de cerca de un cuarto de los ingresos tributarios potenciales determinados por ley.

Como es muy difícil llegar a una evasión cero, la meta de capturar a corto plazo la mitad estaría muy bien, lo que requeriría al menos mejorar la norma sobre evasión, ampliar el personal de los servicios fiscalizadores y sus capacidades y hacer más dura la ley, en particular levantando el secreto bancario, a lo que la oposición también se niega. Si se lograra algún acuerdo en este sentido, sería de todos modos un avance, aunque no suficiente.

Los impuestos recaudados sobre PIB representaron en Chile un 24% según la OCDE en 2022 (los ingresos del gobierno general llegaron a 25% del PIB en 2023, según los datos nacionales). Recordemos que el promedio de la presión tributaria en los países de la OCDE fue de 34% en 2022. Se requiere del orden de un 10% más de tributos sobre PIB para llegar al nivel, por ejemplo, de la presión tributaria de Nueva Zelandia (34% en 2022), o de al menos 3% del PIB sin considerar las cotizaciones obligatorias más la disminución eventual de la evasión. Siempre que se quiera, claro, que en Chile se realicen gastos en salud, educación, infraestructuras, investigación y desarrollo tecnológico, pensiones y ayudas sociales que guarden alguna relación con los existentes en los países intermedios de la OCDE en relación al tamaño de la economía, empezando por la urgencia de disminuir las listas de espera en los hospitales, aumentar la pensión garantizada y dotar más ampliamente la seguridad pública.

En esto no hay milagros. De ahí la necesidad de una reforma tributaria, además de la lucha contra la evasión, aunque su horizonte sea progresivo y se despliegue sin precipitación a lo largo de la próxima década. mientras las cifras más altas son las de 46% en Francia, 44% en Dinamarca y 43% en Austria, países en los que la desigualdad es menor que en los países con bajos impuestos, sus economías están entre las más prósperas y el bienestar comparativo de la población es elevado.

Por otro lado, se sigue insistiendo en que bastaría con aumentar el crecimiento para recaudar más, como si alguien tuviera una varita mágica para lograrlo. La leyenda neoliberal de que basta con desregularlo todo para crecer más es eso, una leyenda. Un informe encargado por el ministro de Hacienda concluyó recientemente que “por cada punto de crecimiento adicional, los ingresos fiscales aumentarían en 0,24 puntos del PIB, pero la holgura fiscal sólo lo haría en 0,16 puntos, dado el aumento que tendrían los gastos asociados a remuneraciones”. Dado que el crecimiento del PIB de largo plazo es estimado actualmente en una cifra del orden de 2% anual, si se supusiera de manera muy hipotética que un paquete de medidas de desregulación ultraliberal llegara a duplicar esa cifra, entonces habría una recaudación adicional de solo 0,3% del PIB, que no puede calificarse sino de marginal para abordar las tareas públicas mencionadas.

Lo que recalca buena parte de la literatura especializada es que más impuestos no necesariamente afectan el crecimiento, pues depende del tipo de impuestos y en qué se gastan. Algunos no modifican o muy poco la conducta de los agentes económicos (como el IVA y los impuestos indirectos) y otros lo hacen en cierta magnitud (como impuestos marginales muy altos a los ingresos del capital y del trabajo), afectando eventualmente los incentivos al ahorro y al trabajo. El tema es su magnitud, que no es inexistente, pero es abordable en una lógica de costo-beneficio.

En efecto, el impacto de los impuestos depende mucho del uso que se dé a los recursos nuevos: si se gastan primordialmente en innovación, infraestructuras, salud y educación, contribuirán al crecimiento en una magnitud mayor que el costo en crecimiento que pudieran tener los impuestos con los que se financian. Cabe además considerar que aquellos gastos públicos que cubren emergencias y la vida en la vejez aumentan la disposición a arriesgar e innovar en la vida activa, y que los gastos en redistribución progresiva de ingresos aumentan la cohesión social, lo que en ambos casos estimula el crecimiento. El argumento de que todo esto va a la burocracia no aplica por definición, desde luego, a las transferencias de ingresos, que llegan directamente a los usuarios.

Se puede afirmar con bastante certeza que los efectos balanceados anteriores son los que explican que el período de crecimiento más alto de las economías occidentales haya sido el de 1945-1975, cuando los impuestos aumentaron sustancialmente, con tasas marginales a los tramos de ingresos más altos de hasta 90%. Y que luego crecieron menos, al empezar la baja a los impuestos a los más ricos y a limitarse el Estado de bienestar en la era Reagan-Thatcher. El PIB por habitante de Estados Unidos (US$76,3 mil en 2022), con 27% sobre PIB de carga tributaria, es hoy inferior al de Noruega (US$ 78 mil, a paridad de poder de compra, mientras sin esa corrección es mucho mayor), con 42% sobre PIB de carga tributaria. En los países con altos impuestos, amplios servicios públicos y menor desigualdad, la economía y la inversión no están bloqueadas por el peso de la tributación, ni menos están llenos de desempleados que deambulan por las calles por falta de actividad privada: son aquellos con mejores resultados (ver los Índices de Desarrollo Humano respectivos).

La conclusión es que si no hay avances tributarios, simplemente el tema seguirá pendiente con alta relevancia en la agenda política futura.


 

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