martes, 25 de julio de 2023

¿Quo vadis socialismo democrático?

En El Mostrador

Las ideas y soluciones socialistas a los problemas de Chile ya no se impulsan demasiado por quienes debieran hacerlo. ¿De qué hablamos? De las soluciones orientadas a la satisfacción racional de necesidades humanas mediante diversas formas de acción colectiva, la estatal y la multiforme de la sociedad civil. Son las que no se limitan a ofrecer bienes y servicios a ser comprados por consumidores individuales según su poder adquisitivo y ofrecidos por empresas que solo buscan maximizar utilidades.


No obstante, en muchos temas actuales son las soluciones con mayor potencialidad para avanzar a un bienestar equitativo y sostenible, compatible con una economía dinámica. Hay que constatar que en el socialismo democrático institucional (el PS, el PPD, el PR y otros partidos que se reclaman de esa corriente de ideas) prevalece más bien desde hace ya lustros la discusión de parcelas de poder administrativo por sobre la discusión de ideas. No se conoce algún congreso programático reciente de ese sector, pues ya no parecen abundar los intelectuales, esas personas que tienen la manía de tratar de pensar los dilemas de la sociedad y que son siempre un tanto molestosos para las rutinas de las luchas de poder. Y lo son especialmente cuando ejercen el poder, porque se les ocurre nada menos que tratar de cambiar el curso de las cosas.


Por si a alguien le sirve, cito a Thomas Meyer, un intelectual de la socialdemocracia alemana: “Todas las teorías de un socialismo democrático representan un concepto igualitario de justicia, afirman el Estado constitucional democrático, luchan por la seguridad del estado de bienestar para todos los ciudadanos, quieren limitar la propiedad privada de una manera socialmente aceptable y socialmente integral, y regulan políticamente el sector económico”.


Agreguemos que ese espíritu igualitario implica una lucha frontal contra el patriarcado que corroe históricamente nuestras sociedades. Y que la regulación de la economía desde la esfera política implica proponerse, en beneficio de una economía mixta y de un Estado democrático y social de derecho, desplazar con rigor y persistencia el dominio del capitalismo sobre los mercados. El capitalismo financiarizado domina los mercados y concentra sistemáticamente los ingresos y la riqueza, subordina el trabajo y orienta el progreso tecnológico al servicio del lucro y el consumo no funcional, antes que a satisfacer de manera social y ecológicamente sostenible las necesidades humanas primordiales. Y por ello tiene al mundo inmerso en cada vez mayores desigualdades, así como incertidumbres y vigilancias tecnológicas y desarreglos climáticos y ambientales. Pero no hay que confundir capitalismo con mercados, que existen desde mucho antes que el capitalismo y que son indispensables para una asignación de recursos flexible y dinámica, siempre que sean debidamente regulados y no invadan, como quisiera el neoliberalismo rampante, las muchas esferas de la vida social en las que no deben existir.


Desplazar gradualmente el dominio capitalista hiperconcentrado de la economía requiere fortalecer una lógica de gobierno social y ecológico sobre los mercados. Y requiere reestructurarla, lo que debiera ser el consenso programático de todo socialismo democrático, mediante:

1) la reorientación de la producción hacia una mayor eficiencia y productividad pero con empleo decente y energías limpias;

2) la redistribución que asegure mínimos universales de condiciones de vida y límites a la desigualdad de ingresos y riqueza;

3) la protección social del riesgo de desempleo, enfermedad y vejez sin ingresos y el acceso universal a la educación de calidad;

4) la democracia económica, con participación de los trabajadores en la orientación y las utilidades de las empresas y una expansión de la economía social y solidaria en y al margen de los mercados;

5) La inversión en ciudades e infraestructuras verdes, en consumo saludable y en recuperación y resiliencia de los ecosistemas.


Las metas principales deben ser en Chile consagrar a la brevedad un orden democrático no intervenido por la oligarquía, disminuir la desigualdad al nivel de los países nórdicos en una década y alcanzar la carbono neutralidad hacia 2040. Y si alguien sostiene que eso no es realista, la respuesta es que el orden actual (una democracia no soberana y un régimen económico de carácter híbrido) no está basado en la naturaleza de las cosas sino en decisiones que resultan de las relaciones sociales de poder y moldean la historia de los países en un determinado sentido. Y que pueden ser modificadas por fuerzas que se lo propongan si construyen mayorías suficientes.


Muchos de los que se reclaman de la socialdemocracia o del socialismo democrático hoy día en Chile piensan que se debe hacer cualquier cosa menos concretar los objetivos citados. Algunos son derechamente liberales económicos y tal vez liberales políticos, de vez en cuando, porque esa es la ecuación que acomoda al poder oligárquico prevaleciente. Tienen bien poco que ver con los socialistas e izquierdistas democráticos, socialdemócratas, libertarios, cristianos progresistas, feministas y ecologistas que conforman la izquierda plural no ortodoxa de ayer y de hoy. Los de distintas generaciones debieran reagruparse poco a poco si es que privilegian objetivos comunes.

jueves, 20 de julio de 2023

La radicalización de la derecha

 En La Nueva Mirada

La oposición ha entrado en una espiral de radicalizaciones que le está haciendo daño a ella y al país. Excedió toda dimensión de sensatez básica la pretensión de que el presidente no viajara a la cumbre entre la Unión Europea y América Latina, como si el mundo no existiera (recordemos que somos apenas el 0,25% de la población del orbe) y una tarea primordial del presidente no fuera representar al país en el exterior precisamente en eventos como éste. La oposición roza aquí el intento puro y simple de inhabilitar la función presidencial, un despropósito en sí mismo, pero que además se hace en detrimento de los intereses nacionales.

¿El argumento?: los traspasos de recursos públicos a fundaciones que están bajo investigación, en las que el presidente no tiene nada que ver y que tienen encaminado su curso político, administrativo y judicial. La oposición busca mantener a toda costa sus focos de demolición de imagen sobre los ministros Jackson y Montes. Éstos, en el peor de los casos, no son responsables de nada distinto que una falta de supervisión suficiente en situaciones específicas, en una dimensión en que ninguna autoridad de ese nivel puede estar encima de todas las actuaciones de la administración. Por supuesto deben corregirse de inmediato los errores, faltas o delitos que se detecten y sancionar a los responsables. La responsabilidad administrativa la ejercen las subsecretarías y otras autoridades de menor jerarquía, que si fallan deben ser reemplazadas, como ha venido ocurriendo. Lo demás es tarea de los órganos de control, que no estuvieron muy diligentes, y del poder judicial, si es del caso. El presidente no puede estar cambiando a sus ministros cada cinco minutos por cada hecho reprochable de algún miembro de la administración, aunque debe actuar de manera rápida y firme, lo que ha sido el caso en la remoción de dos secretarios regionales ministeriales y de la subsecretaria de Vivienda.

La acusación constitucional contra el ministro de Educación, por su parte, no tenía ningún sentido, pues era una mera crítica a su gestión, que amerita una o varias interpelaciones parlamentarias, como es propio del debate democrático, pero no una destitución y prohibición de ejercer cargos públicos por 5 años. En cambio, se avizoraron rasgos de homofobia y discriminación en las justificaciones de la oposición, que debían rechazarse sin concesiones, como ocurrió, pues eso sí que está prohibido por la constitución (art. 19 nº2: «Ni la ley ni autoridad alguna podrán establecer diferencias arbitrarias«).

La acusación constitucional contra el ministro Ávila fracasó por una diferencia de 9 votos, en buena hora. Detrás estaba la estrategia de crear un ambiente de ingobernabilidad que anule la gestión del presidente Boric. Esto explica la actitud tan descalificadora de la UDI y RN respecto a los dos diputados de Evópoli que rechazaron la acusación porque no veían en qué el ministro de Educación había violado la constitución. También votó en contra el diputado UDI Joaquín Lavín. Esto sumó tres votos de Chile Vamos que no se alinearon con la derecha dura. Sin embargo, no definieron la votación.

El rechazo ocurrió porque a las por fin alineadas fuerzas de gobierno se sumaron la DC y sectores que han renunciado a ese partido, más algunos votos independientes, que mantienen sus críticas al ministro y al gobierno pero distinguen la crítica política legítima de una destitución con graves consecuencias. Es de lamentar, en cambio, que Pamela Jiles se haya alineado otra vez con la derecha, luego de rechazar en marzo la idea de legislar la reforma tributaria, por mera animadversión contra el presidente y el gobierno.

Pero es desconcertante que en el proceso el ministro de Educación sostuviera que «jamás los ministros firman convenios asociados a las alimentaciones«. Eso es verdad, pero nombran a quien lo hace. El ministerio de Educación debe ejercer una supervigilancia directa y cotidiana sobre un órgano como la JUNAEB, que administra un gran presupuesto a través de licitaciones a privados de muy altos montos. Ha parecido como que el ministro no tiene nada que ver con esta entidad, lo que es un error. Su política debe ser conducida bajo la responsabilidad del Ministerio de Educación. El ente funcionalmente descentralizado debe ejecutarla, con una responsabilidad administrativa que recae en la dirección de la JUNAEB. Pero no olvidemos que reparte millones de raciones de alimentación a los escolares todos los días y simplemente no puede manejarse por su cuenta, como, por lo demás, tampoco ningún otro órgano del Estado.

Las autonomías administrativas mal entendidas, carentes de conducción ex ante y de control ex post suficientes, son las que han llevado a desfalcos gigantescos en Carabineros, las Fuerzas Armadas y diversos órganos del Estado y ahora a convenios con fundaciones de reciente creación que han sido legítimamente cuestionados en su fundamento, discrecionalidad y falta de control.

Finalmente, las derechas, que dominan el Consejo Constitucional, se acercan a un pacto para proponer aumentar el cerrojo de los quórum constitucionales y de ley, volver al Tribunal Constitucional como tercera cámara que bloquee leyes aprobadas, retroceder respecto al acuerdo de 1989 sobre la prevalencia de los tratados internacionales de derechos humanos sobre la legislación interna, limitar el derecho a huelga, prohibir el aborto, reforzar la privatización de los sistemas de salud y de seguridad social y no permitir la derogación de leyes, entre otros temas. Tienen la mayoría necesaria en el Consejo Constitucional para aprobar estos temas.

Ya caben pocas dudas que las fuerzas de gobierno deben reaccionar frente a la ofensiva de la derecha y la extrema derecha y preparar el rechazo a la propuesta del Consejo Constitucional en diciembre. Tal como se avizora, será un retroceso democrático manifiesto respecto a lo existente. Lo importante es preservar el quórum más bajo posible de reforma constitucional, como el de 4/7 vigente desde agosto de 2022, para seguir avanzando, aunque sea mediante futuras reformas parciales, a un Estado social y democrático de derecho (ver https://www.revistas.usach.cl/…/article/view/6111/26004488) que haga posible que Chile avance hacia más libertad, justicia y sostenibilidad.

jueves, 13 de julio de 2023

La urgencia ambiental

 En El Mostrador

Aunque muchos países, sectores sociales y territorios requieren de crecimientos de sus bases productivas y de la generación y distribución equitativa de ingresos adicionales, el crecimiento como convergencia con los niveles de vida de los países industrializados de altos ingresos no es compatible con el carácter finito de los recursos naturales y de los componentes de la biosfera.

El carácter superdepredador de las sociedades humanas guiadas por la maximización del beneficio ha terminado por tener graves consecuencias. El orden económico-social dominante se organiza para la acumulación ilimitada de capital y el consumo no funcional, en base al uso extensivo de combustibles fósiles y de recursos extraídos de los ecosistemas, con fuertes consecuencias climáticas y de disminución de la biodiversidad que han sido advertidas por los científicos más calificados del mundo desde hace décadas.

Así, el modo de funcionamiento económico predominante ha llevado a una situación de transgresión de límites ecológicos planetarios y a la disminución de los servicios de una gran cantidad de ecosistemas en todas las zonas del mundo. De acuerdo a la recientemente publicada actualización de los trabajos de un amplio grupo de científicos encabezados por Johan Rockström, existen procesos biofísicos o sistemas que enfrentan límites planetarios crecientes y que requieren de una reversión en diversos grados en plazos breves. Estos son:

– el clima

– la integridad funcional de la biósfera

– los ecosistemas naturales

– el agua de superficie

– las aguas profundas

– los nutrientes (nitrógeno y fósforo)

– la contaminación por aerosoles

– nuevas entidades (microplásticos, químicos, antibióticos, desechos radioactivos, metales pesados) y otros contaminantes del agua y el aire.

El cambio climático y la integridad de la biosfera constituyen el “núcleo de los límites planetarios” y su alteración puede llevar a un nuevo estado del sistema tierra que dificulte considerablemente la satisfacción de necesidades de supervivencia en múltiples sociedades humanas.

La actualización de 2023 cuantifica los umbrales para cada uno de estos problemas que no deberían sobrepasarse para que el sistema terrestre sea seguro y justo para la humanidad actual y para las generaciones futuras. Siete de ellos ya han sido sobrepasados en todo o en amplias zonas del planeta. Pero es importante constatar que la acción colectiva correctora produce resultados: en el tema del “agujero en la capa de ozono troposférico” se diagnostica que la humanidad fue capaz de resolver el problema a tiempo.

Este no ha sido aún el caso de las emisiones de los seis gases que inducen un efecto invernadero en la atmósfera, el principal de los cuales es el dióxido de carbono que proviene de la quema de hidrocarburos. Estos están provocando un aumento de las temperaturas que puede llevar a frecuentes eventos climáticos catastróficos si se supera la temperatura promedio en 1,5º respecto al nivel preindustrial, lo que puede ser evitado si se avanza en la reducción de emisiones hasta el punto en que sean absorbidas por los ecosistemas (la llamada carbono neutralidad) antes de 2050.

El planeta se ha calentado ya en alrededor de 1,2°C por encima de los niveles preindustriales (la información actualizada sobre las afectaciones al medioambiente se encuentran en la World Environment Situation Room de Naciones Unidas). Esto está produciendo de modo visible olas de calor, incendios forestales y tormentas e inundaciones inusuales. En algunas regiones bajas, los niveles del mar ya están obligando a las poblaciones a desplazarse. Las recomendaciones de los científicos muestran que sigue habiendo una diferencia considerable entre 1,2 °C y 1,5 °C, y todavía más entre 1,5 °C y 2 °C. Todavía es posible llegar a fin de siglo con un aumento de la temperatura promedio en un nivel incluso por debajo de 1,5 °C, lo que exige reducir las emisiones a la mitad hacia 2030. Y supone que hacia esa fecha los países de la OCDE dejen de quemar carbón, y en 2040 el resto, y luego hacer lo propio con el gas hacia 2045.


El gobierno ha ido dando pasos para una meta ambiciosa: ponerse a la vanguardia del crecimiento de las energías verdes y sus nuevas tecnologías, incluyendo el hidrógeno verde. Chile puede transitar con más rapidez a la electrificación de la producción, las viviendas y oficinas y el transporte y el fin del uso del carbón. Esto supone resolver a la brevedad los problemas regulatorios que persisten y crear incentivos adicionales. No debe perderse un segundo en resolver el atraso acumulado en la inversión en los sistemas de transmisión y almacenamiento y en los sistemas local y domiciliarios distribuidos de generación eléctrica, que no pasan por los grandes sistemas de transmisión. Estos esfuerzos por el lado de la oferta no deben olvidar, a su vez,  la promoción de los cambios cívicos y culturales necesarios para transitar a consumos más austeros en el uso de energía y con menor carga sobre los ecosistemas.

jueves, 6 de julio de 2023

¿Está en crisis el proyecto de la izquierda?

 En la Mirada Semanal

Diversos comentaristas no muy sustantivos suelen declarar recurrentemente en crisis el proyecto de sociedad de la izquierda, en el mejor de los casos en situación “compleja”. Sumarse a una especie de espiral a la baja de la autoestima parece, además, ser la condición para obtener una repercusión mediática. Pero esa supuesta crisis es más que debatible. Cabe partir por despejar un equívoco y dos falacias.

El equívoco es que el proyecto de la izquierda es entendido por algunos como el diseño abstracto de la «mejor sociedad» por algún filósofo moral de gran valor intelectual, del que el resto debe constituirse en seguidor dogmático e incondicional (dicho sea de paso, Karl Marx, porque supongo los lectores estarán pensando en él, fue un pensador impresionante que se negó a tener seguidores dogmáticos y declaró expresamente que “lo único que sé es no soy marxista”, pues ningún pensamiento crítico puede aferrarse al sistema de ideas de una persona históricamente situada). Es, en cambio, un proyecto de construcción racional de «una sociedad mejor» en un sentido equitativo y libertario, y ahora también ecológico, en la que prevalece el interés social por sobre el interés particular, sin perjuicio de la garantía de derechos individuales, civiles y políticos universales, que es más o menos lo que se conoce como socialismo basado en la institucionalidad democrática. Los sujetos de ese proyecto son quienes se oponen a explotaciones y subordinaciones ilegítimas y suele incluir a una parte significativa de quienes viven de su trabajo o mantienen una integración precaria en la vida social, así como buena parte del mundo de la cultura, cuya creación no está sujeta a los “límites de lo posible”. Ese proyecto se expresa históricamente en movimientos que han demostrado tener durante más de dos siglos una gran persistencia y evolucionan de acuerdo a las condiciones históricas. Sus “puntos de llegada” u horizontes utópicos y sus derroteros son siempre diversos y no admiten ser dirigidos por algún centro. Tienen como fuente de riqueza, y en ocasiones de conflicto, la diversidad de visiones y opiniones entre las fuerzas que los anidan, sin perjuicio que es consustancial a la izquierda reconocer la universalidad de la condición y de la dignidad humanas y de los valores igualitarios y libertarios que la sustentan. Es, a ese título, internacionalista, lo que no le impide mantener y valorar sus raíces en cada sociedad y cultura.

Luego, la primera falacia a rebatir es que la izquierda estaría en crisis porque deriva inevitablemente hacia regímenes despóticos. El despotismo hunde sus raíces en la historia universal y acompaña a las sociedades desde que se estratificaron al salir de la etapa cazadora-recolectora. Y hoy hay efectivamente regímenes despóticos -un 54% de la población sigue viviendo bajo regímenes autoritarios o híbridos según el índice de The Economist– que se reclaman de las más diversas ideologías, incluyendo el socialismo.

Dar por válida esa auto-identificación -aunque no faltan los que llegan a considerar socialista la dinastía norcoreana o la configuración civil/militar rentista en el poder en Venezuela o la dictadura familiar de Ortega en Nicaragua – simplemente no involucra a los que siempre han considerado que el socialismo no es el Estado omnipresente, ni menos la dictadura de un partido, de un grupo o de una persona, sino la emancipación del trabajo asalariado de la explotación y la subordinación por el capital y la emancipación de la mujer del patriarcado, junto a la más amplia participación democrática y plural desde la base social hasta instituciones representativas elegidas. Esto es lo distintivo de la izquierda desde la primera socialdemocracia en Europa y luego diversos partidos laboristas, socialdemócratas, euro y latinocomunistas y nacional-populares que han hecho de la democracia su espacio de acción política. Y que sostienen que las sociedades burocrático-autoritarias son un modelo a rechazar de plano, pues mantienen explotaciones y subordinaciones bajo otra forma, en ocasiones más aguda, como ocurrió con la deriva estalinista de la revolución rusa. Aunque el récord de la Unión Soviética en materia de aumento de largo plazo del PIB fue positivo, a pesar de su estancamiento y derrumbe final, y la humanidad le debe buena parte de la derrota del nazismo en la segunda guerra mundial, la caída de la URSS no significó ninguna crisis para los que siempre han sido críticos de los despotismos. Esto incluye aquel basado en la estatización general de la economía y la asignación centralizada permanente de los recursos.

Paul Mattick (1969) afirmó que «hay naturalmente diferencias entre el capitalismo de empresas privadas y el capitalismo de Estado. Pero involucran a la clase dominante, y no a la clase dominada, cuya posición social permanece idéntica en los dos sistemas«. Para Charles Bettelheim (1974), “una serie de relaciones sociales características de la antigua Rusia no ha sido destruida. De ahí las sorprendentes semejanzas entre la Rusia de hoy y la ‘Santa Rusia’».  Cornelius Castoriadis (1981) concluye que "la presentación del régimen ruso como ‘socialista’ -o como teniendo alguna relación con el socialismo- es la mayor mistificación conocida de la historia".

En el caso de Chile, este es el enfoque existente desde el programa del Partido Socialista de 1947 redactado por Eugenio González (“la trágica experiencia soviética ha demostrado que no se puede llegar al socialismo sacrificando la libertad de los trabajadores, en cuanto instrumento genuino de toda creación revolucionaria y garantía indispensable para resistir las tendencias hacia la burocratización, la arbitrariedad y el totalitarismo (…) del todo ajenas al sentido humanista y libertario del socialismo”), los textos de Raúl Ampuero de los años 1960, la tesis de Salvador Allende de la vía chilena al socialismo y los postulados de la renovación socialista de los años 1980. Esta última -como se puede observar en mi libro de Conversaciones con Alfredo Joignant- se inspiró de los textos críticos de autores como Janos Kornaï, Marie Lavigne o Alec Nove. Para la ortodoxia estalinista, en cambio, esto ha supuesto un problema grande, pero le atañe solo a ella.

La segunda falacia a rebatir es que el mercado es el capitalismo y ha triunfado por doquier, mientras la supresión del mercado es el socialismo. En realidad, el capitalismo es aquel sistema económico basado en la acumulación ilimitada de capital (Immanuel Wallerstein). No es ser pro-capitalista sostener desde la izquierda que los mercados regulados deben ser parte de la asignación de recursos en una sociedad igualitaria y sostenible. La idea que el capitalismo es el mercado no da cuenta que existieron mercados milenios antes que existiera el capitalismo ni de distinciones como las del gran historiador Fernand Braudel. Un primer piso de la economía es el de los intercambios no mercantiles y de la esfera doméstica, local y comunitaria, de gran importancia en la vida cotidiana, que en muchos países se proyecta hacia la economía social y solidaria. Un segundo piso es el de los mercados de bienes y servicios competitivos, con intercambios monetarios descentralizados múltiples, que requieren de regulaciones estatales para su buen funcionamiento, pero son indispensables para la coordinación de miles de decisiones cotidianas de producción y consumo en cualquier economía compleja. El desafío no es su supresión, sino que la participación en ellos pueda hacerse sin asimetrías sustanciales de poder entre sus actores. Debe existir un amplio espacio para el funcionamiento de mercados regulados social y ecológicamente.

El tercer piso económico es el del capitalismo propiamente tal, el de la acumulación ilimitada y concentrada de capital, que opera con amplias economías de escala, se apropia del conocimiento y de la innovación tecnológica en cadenas globales de valor y de los excedentes de los asalariados y de los productores sin poder de mercado, apoyada en estructuras financieras y en barreras a la entrada de amplia magnitud y asimetrías de poder generalizadas. No es sumarse a neoliberalismo alguno y no forma parte de crisis alguna del proyecto de la izquierda afirmar que la economía no debe ser estatal en todos los pisos económicos, sino que debe serlo en aspectos regulatorios y en determinados ámbitos productivos y de provisión de bienes básicos para impedir el dominio del tercer piso capitalista.  Como tampoco lo es constatar que el capitalismo domina la economía mundial y que, por tanto, es insoslayable buscar espacios autónomos de política y articulaciones externas para obtener una inserción en la división internacional de la creación de valor con al menos aspectos mutuamente beneficiosos. En efecto, la especialización según ventajas comparativas que promueven los liberales no permite las sinergias productivas y tecnológicas indispensables para un crecimiento endógeno que no se limite a producir materias primas. Esto evidentemente no es tarea fácil para países pequeños y sin poder global como el nuestro (producimos apenas el 0,35% del PIB mundial con el 0,25% de la población), pero la dificultad no es lo mismo que la inviabilidad. 

Al mismo tiempo, la pretensión neoliberal de someter los bienes públicos al mercado, especialmente en materia de salud, pensiones, educación y urbanismo, debe seguir siendo rechazada de plano, lo que no hace la corriente social-liberal tan activa en la crítica a la izquierda. Debilitar el Estado de bienestar fue lo que sostuvo el social-liberalismo a la Giddens-Blair-Shroeder y sus discípulos chilenos, en nombre de la competitividad en la globalización a ser preservada flexibilizando las relaciones del trabajo y fortaleciendo la educación utilitaria. Esto traería más bienestar que el modelo socialdemócrata propiamente tal, el de tipo nórdico o europeo continental, lo que resultó ser una falacia con malos resultados productivos y distributivos. La evidencia muestra que los grupos sociales subordinados están en una mejor posición absoluta (niveles de ingreso y acceso a bienes y servicios) y relativa (nivel de desigualdad respecto a los grupos de altos ingresos) en la actualidad en economías de tipo mixto con sindicatos protagonistas de una negociación colectiva amplia de las condiciones de trabajo y elevados sistemas de tributación-transferencias, especialmente las nórdicas y otras europeas. Esto ha sido fruto de décadas de esfuerzos productivos y sociales y de avances, retrocesos y adaptaciones. Se trata de economías que han mantenido niveles salariales altos y sistemas de redistribución de ingresos y amplios servicios públicos sin que eso afecte su competitividad internacional. Esta articulación entre Estado, sociedad, mercados y economía mundial permite a los peor situados acceder a un mayor bienestar que el prevaleciente en los países del capitalismo salvaje, incluyendo una de las economías de más alto PIB por habitante como la de Estados Unidos (ver los indicadores de la OCDE y del PNUD).

Por su parte, la superación reciente más rápida y vasta de la condición de pobreza absoluta de la mayoría de la población es la experimentada por China desde la década de 1980, que es una economía híbrida con mercados enmarcados centralmente por el Estado.

¿Cuál es entonces el proyecto de la izquierda? Uno que articula una tríada: democracia (paritaria)/Estado social/producción con trabajo decente e igualdad de género y ambientalmente responsable, cuya meta es alcanzar un bienestar equitativo y sostenible en relaciones sociales sin dominación ni diferencias injustas. Y que lo hace con diferentes mediaciones entre Estado, mercados y sociedad civil y combinaciones de formas de propiedad y de asignación de recursos. ¿Ejemplos connotados en el siglo XX? Los países nórdicos, más allá de las alternancias políticas periódicas. ¿Ejemplos contemporáneos recientes de avances de la tríada de la izquierda? La España del PSOE-Podemos, la Nueva Zelandia de Ardern, el Uruguay del Frente Amplio y diversos otros casos, incluyendo avances autónomos de iniciativas sociales en los países dominados por la esfera capitalista, con ejemplos como Wikipedia o los sistemas informáticos cooperativos abiertos tipo Linux. ¿Modelos listos para armar? Ninguno.

La lenta construcción y consolidación de esa tríada es un proceso histórico de largo aliento. No proviene de crisis paroxísticas, sino que está llamado a marcar el funcionamiento de las sociedades cuando adquiere suficiente consistencia y amplitud, sin perjuicio de la permanente adaptación/conflicto con la esfera de la acumulación globalizada de capital. Muchas de las sociedades de mayores ingresos, incluyendo Estados Unidos, tienen componentes de esa tríada y un gasto público amplio (40% o más del PIB, ver OCDE), que incluye la socialización de una parte de los ingresos de las familias, lo que nada tiene que ver con el capitalismo de inicios del siglo XX (10% del PIB).

El debate actual en materia de Estado de bienestar subraya que debe ser un mecanismo crecientemente efectivo de redistribución de ingresos vía mejores sistemas de impuestos-transferencias, de preservación de la capacidad de negociación y protección de los trabajadores y de cobertura estatal de los riesgos de cesantía, vejez sin ingresos y enfermedad y accidentes, junto a una educación universal integradora. Nada sería más absurdo que dejar de plantearlo como parte sustancial de la plataforma de la izquierda, con un énfasis en la «predistribución» más que en la más clásica «redistribución» (ver Blanchet y otros).

La mirada larga nos indica que, siguiendo a Piketty (2021), «la marcha hacia la igualdad existe desde fines del siglo 18, con la revolución francesa y la revuelta de los esclavos de Santo Domingo que marcan el inicio del fin para las sociedades de privilegio y las sociedades esclavistas (…) El Estado social ha funcionado muy bien. El fortalecimiento del Estado social ha producido más igualdad y ha sido también una de las claves de la prosperidad«. El debate actual incluye el fortalecimiento de un Estado social que debe ser también más activamente orientador de la producción al servicio del bienestar equitativo y sostenible, que hace decrecer la depredación social y ambiental y expande los ingresos y el empleo decente de la mayoría social. Este requiere de otra tríada: 1) una economía mixta que incluya un sector de empresas de economía social y solidaria llamadas a ocupar espacios crecientes en la provisión de servicios y productos ecológicos de cercanía, empresas privadas de pequeña escala, empresas de mayor tamaño articuladas a los mercados mundiales pero reguladas y sujetas a fuertes medidas de desconcentración, a participación salarial en las utilidades y en la propiedad y a reglas de herencia limitada de las grandes fortunas, y empresas transnacionales sujetas a reglas sociales y al pago de regalías de acceso a recursos y operaciones de montos apropiados y con control público efectivo; 2) una tributación combinada a los ingresos, a la propiedad y a las transacciones al menos del nivel medio de la OCDE, que permita financiar los bienes públicos y servicios sociales que garanticen niveles y calidad de vida básicos y la expansión y preservación de los bienes comunes; 3) el uso de las rentas de los recursos naturales y de las rentas de monopolio para invertir en I+D y en diversificación productiva industrializadora. Esto deberá traducirse en Chile en usar esos recursos, eventualmente en asociación con privados, para invertir en producciones sanitarias frente a rupturas de las cadenas globales como las vividas con la pandemia de COVID-19, en fundiciones e industrias de transformación en el cobre, en usos industriales del litio, en las variadas energías renovables, en estimular la agricultura, la pesca y la explotación forestal desconcentradas y ecológicamente sostenibles, junto a servicios básicos y de transporte accesibles y una generación de energía distribuida y descentralizada. Esto no se logrará de un día para otro, pero un Estado de bienestar socialmente protector y productivamente activo estará en condiciones de transformar la economía chilena en una dirección más dinámica y con mayor productividad que la actual, estancada y sin perspectivas de no mediar un impulso inversor de gran escala. Estos elementos estuvieron presentes en los programas de Apruebo Dignidad y de la socialista Paula Narváez en 2021, pero la ausencia de mayoría parlamentaria del gobierno de Gabriel Boric y el ascenso de la extrema derecha y de la «agenda de seguridad» han bloqueado o retrasado los avances programados, a pesar de logros como la jornada de 40 horas y los aumentos del salario mínimo y de la pensión pública solidaria.

Una cosa son las dificultades políticas del actual gobierno y las circunstancias de su coalición, pero no se observa que las ideas de la tríada contemporánea de la izquierda de democracia/Estado social/producción sostenible estén en crisis. Responden mejor a los desafíos del país y a los desafíos ambientales globales, pues son mucho más poderosas y realistas que las de un libremercadismo sin norte en un mundo en cambio acelerado. El tiempo del neoliberalismo -asumido por convicción, adaptación o resignación en el pasado- ya terminó fruto de su propio agotamiento en la capacidad de resolver los desafíos actuales.

Y si, en el corto plazo, el capitalismo globalizado y los Estados débiles destruyen todavía más las identidades colectivas, aumentan las inseguridades que alimentan los miedos y el racismo y favorecen a la extrema derecha en la esfera política, lo que cabe es persistir en la idea que la tríada de la izquierda moderna garantiza muchas más seguridades básicas e integración social que las sociedades capitalistas neoliberales, en vez de declarar a la izquierda en una falsa crisis.

sábado, 1 de julio de 2023

Siempre los impuestos

 En La Tercera 


Desde 1990 se discute en Chile sobre impuestos. El gran empresariado y la derecha sostienen que aumentarlos lesionaría el crecimiento y que se podría terminar recaudando menos. Las centroizquierdas e izquierdas sostienen que impuestos bien aplicados y gastados no solo mejoran la situación de los más necesitados y la equidad general sino que no lesionan e incluso estimulan el crecimiento.  Este efecto positivo más que compensaría eventuales impactos negativos del impuesto a la renta o al patrimonio -que se supone son los impuestos que más desalientan la inversión o el trabajo- cuando los ingresos se emplean en mejorar bienes públicos como las infraestructuras, el desarrollo tecnológico, la educación, la salud o la cobertura social de riesgos, lo que además aumenta la cohesión social. 

Los dos tipos de argumentos se apoyan en una amplia literatura especializada y en los hechos históricos, en lo que las actuales fuerzas de gobierno llevan una amplia ventaja. En efecto, ni las bajas de impuestos han generado en ninguna parte más recaudación ni se ha producido un crecimiento adicional cuando se mantienen impuestos bajos.  Al revés, las etapas de más alto crecimiento se han producido en promedio en la OCDE con impuestos altos y crecientes, como han mostrado los trabajos de Piketty y otros, mientras algunos países han vivido secuencias rápidas de aumentos de los impuestos y contribuciones obligatorias sin efectos negativos sobre el crecimiento y con mejorías en el bienestar de las mayorías, en etapas en que su PIB por habitante era similar o inferior al de Chile. 

La postura reciente de la CPC, por su parte, no tiene asidero. El ministro Marcel ha recalcado que un crecimiento adicional del 1% en el PIB aportaría mayores ingresos fiscales de unos US$600 millones, mientras solo el aumento de la PGU, la reducción de listas de espera en los hospitales y la sala cuna universal sumarían unos US$7,5 mil millones, para lo que habría que crecer al menos al 12%. Por ello ha contestado a la cúpula empresarial que “el potencial de generación de mayores ingresos fiscales a través del crecimiento y ganancias de eficiencia no es suficiente para financiar dichos gastos en las magnitudes y plazos requeridos, lo que hace necesario que se complementen con una reforma tributaria, cuya magnitud y contenido debería resultar del mismo proceso de diálogo en torno al pacto fiscal.”

El tema se zanjó en el pasado con reformas pequeñas, centradas en impuestos indirectos, proporcionalmente pagados en mayor magnitud por los ingresos bajos, o en mayores tasas del impuesto a las utilidades. En realidad, Chile necesita que paguen más impuestos las personas de muy altos ingresos y patrimonios y que se paguen las regalías del cobre que corresponden (la ley aprobada terminó recaudando una quinta parte de lo que debiera haber sido). Esto no va a paralizar ni la inversión ni el empleo y permitiría ampliar la inversión pública, la construcción de vivienda, las pensiones, la atención de salud, el cuidado y la educación y la protección de la infancia, entre otras necesidades sociales urgentes. Cualquier otra cosa es esquivar la tarea de hacer más equitativa la sociedad chilena y la de no seguir regalando una parte importante de los ingresos de sus recursos naturales.


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