La degradación de la economía mundial y sus consecuencias

En La Mirada Semanal

De acuerdo al más reciente informe del Banco Mundial, los efectos de la invasión de Rusia a Ucrania están aumentando la desaceleración del crecimiento mundial, que alcanzará al 2,9 % en 2022, luego de una expansión de  5,7% en 2021 y de una caída en 2020 por la pandemia de  -3,3%. 

La guerra iniciada en febrero de este año en los flancos de Europa ha provocado un aumento adicional de los precios de los productos básicos, lo que se suma al producido por las perturbaciones en los suministros en diversas cadenas de producción y transporte desde 2021, exacerbando la inflación en todo el mundo. El aumento de los riesgos en las zonas emergentes y periféricas, incluido América Latina, junto al aumento de tasas en Estados Unidos, ha provocado un fortalecimiento general del dólar como valor refugio y un redestino de inversiones financieras de corto plazo, lo que contribuye a aumentar la inflación importada en dichas zonas a través de la devaluación de sus monedas. 

Cabe hacer notar que, según la Agencia Bloomberg, Jerome Powell, presidente de la Fed (banco central de Estados Unidos) sostuvo el 29 de junio que “no estamos intentando provocar, y no creo que necesitemos provocar, una recesión. Esperamos que el crecimiento siga siendo positivo”. Por eso los aumentos de la tasa de interés de refinanciamiento en Estados Unidos frente al brote mundial de inflación han sido moderados, en contraste con el enfoque diametralmente opuesto del Banco Central de Chile.

En todo caso, las condiciones más restrictivas alimentan la vulnerabilidad financiera, mientras la situación se agrava con los impactos en el comercio y la producción mundiales. Los efectos de la guerra serán más graves en Europa y Asia central, donde se prevé que la producción se contraerá este año. La ralentización del crecimiento de la producción ocurrirá en todas las regiones, excepto en Oriente Medio y Norte de África, donde los beneficios de los mayores precios de la energía superarán los impactos contractivos.

Se prevé por el Banco Mundial que el crecimiento en América Latina se desacelerará hasta llegar al 2,5 % en 2022, luego de un repunte posterior a la pandemia del 6,7 % en 2021. Las cifras para Chile son de 11,7% y 1,7%, respectivamente. El crecimiento regional llegará a solo un 1,9% en 2023. Esta desaceleración refleja el endurecimiento financiero, el debilitamiento del crecimiento de la demanda externa, la mayor inflación y el aumento de la incertidumbre y la inseguridad alimentaria y mayor pobreza. Se espera que el PIB per cápita de la región aumente solo un 0,6 % en el quinquenio 2019 y 2023.

La escasez global de fertilizantes vinculada a la guerra de Ucrania influirá en menores producciones y aumentos de los precios de los alimentos. En un contexto de crecimiento lento e incremento de las tasas de interés en Estados Unidos, la tensión financiera y los desórdenes cambiarios estarán a la orden del día en lo que resta del año.

Para la economía chilena estas condiciones externas, dado el grado de apertura comercial y financiera existente, tienen evidentes impactos negativos. Es el caso de la tendencia global al fortalecimiento del dólar y el menor crecimiento en China, que se ha expresado con especial fuerza en Chile desde marzo por la caída del precio del cobre. En este contexto, las exportaciones no podrán sustituir como locomotora de la economía a las desfallecientes dinámicas de la inversión y el consumo de los hogares, que el Banco Central se empeña equivocadamente en deprimir para combatir una inflación de origen externo, como hemos venido subrayando desde hace meses.

Los datos más recientes indican, desgraciadamente, que la economía cayó en abril y en mayo. Según el Índice de Actividad Económica Mensual, la producción disminuyó en términos desestacionalizados en -0,1% en mayo respecto al mes previo, mientras lo hizo en -0,3% en abril. Esto ocurre luego de un positivo aumento de 1,4% en marzo, por un buen resultado minero e industrial en el mes, antecedido de caídas sucesivas entre noviembre y febrero. Se viene registrando un comportamiento de montaña rusa desde el segundo trimestre de 2021 en materia de crecimiento de la producción, mientras la inflación externa mantendrá sus impactos en alimentos y combustibles en los próximos meses.




Cayeron en mayo de 2022 el comercio (-2,3%) y los servicios (-0,1%), reflejando la atonía del consumo de los hogares, el principal componente de la demanda que alimenta el circuito de la producción y la generación de ingresos. Esta atonía se explica por una creación de empleo que ha perdido dinamismo y la caída de los salarios reales mes a mes desde febrero, así como de las transferencias públicas a los hogares desde diciembre pasado. El plato está servido para una “estanflación” prolongada, dada una equivocada mezcla de política monetaria y fiscal interna que no evita la inflación importada (no está en condiciones de hacerlo, salvo mediante transferencias fiscales parciales que hasta ahora han sido de monto bajo y estabilizaciones de algunos precios como el del transporte y de la electricidad), pero si genera factores recesivos internos que se agregan a los que vienen del exterior.

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