¿Es posible construir una nueva normalidad?

En La Mirada Semanal

La victoria de Boric permitirá dejar atrás una etapa muy difícil para la sociedad chilena, en la que la polarización social y política llegó a niveles extremos, pues se ha terminado por configurar una nueva opción de cambio, con un soporte de largo plazo en la nueva Constitución y en una nueva coalición de izquierda.

Gabriel Boric ganó holgadamente, después de muchas tensiones e incertidumbres, la elección presidencial de 2021 y con la mayor participación desde que existe voto voluntario. El de Boric es un logro impresionante: supo pasar del 26% al 56% de los votos entre una y otra vuelta presidencial. Son unos 2,8 millones adicionales a los 1,8 millones obtenidos en primera vuelta. Solo una parte de ellos vinieron de Provoste, Enríquez-Ominami y Artés, cuyas candidaturas sumaron 1,4 millones en noviembre.

La primera vuelta había sido un balde de agua fría. La suma de Kast, Sichel y Parisi daba una ventaja teórica a Kast de 500 mil votos sobre Boric. En principio, una situación irremontable. La victoria de Boric parece haberse debido a una intensa e inédita movilización de todas las generaciones opuestas al pinochetismo, aunque en especial a la de una nueva generación, con fuerte presencia de mujeres, que quería cambios y no estaba dispuesta a retroceder a lo peor del pasado. Salió a votar desde el mundo popular y de clases medias como nunca antes, junto al aporte de base de las fuerzas democráticas y de izquierda tradicionales y de buena parte del voto DC. Se produjo una combinación de la adhesión a un perfil personal y a un programa de cambios y sobre todo el rechazo activo al retroceso a tiempos oscuros.

La victoria de Boric permitirá dejar atrás una etapa muy difícil para la sociedad chilena, en la que la polarización social y política llegó a niveles extremos. Piñera logró ganar por segunda vez la mayoría en 2017 con el apoyo de solo el 27% de los votantes habilitados, en medio de una gran abstención de los jóvenes y de una parte sustancial del mundo popular, que consideró que, a esas alturas, daba lo mismo quien gobernara. Primó en la mayoría social una percepción según la cual se había impuesto en la centro- izquierda política la lógica de “hacer de necesidad virtud” y consagrado la resignación y la incapacidad para realizar cambios. Pero el gobierno de Piñera II, que no olvidemos intentó en su primer año una reforma tributaria regresiva, una aún mayor flexibilización laboral y una reforma previsional que consolidaba a las AFP, terminó de condensar los malestares y de precipitar una rebelión popular de una envergadura inédita, y luego mostrar una incapacidad para gestionar la pandemia y otorgar los apoyos sociales necesarios, aunque terminó con un buen récord en vacunaciones y con un gasto público sobredimensionado en 2021.

Esto llevó inevitablemente a una recomposición del paisaje político y a la emergencia de nuevas fuerzas y coaliciones y, a la postre, a un camino de ruptura con la inercia neoliberal y la mercantilización generalizada de la sociedad y con su soporte institucional, la democracia restringida. Del fracaso de la derecha debía surgir una nueva alternativa de izquierda amplia y plural, que dejara atrás las connivencias con el gran empresariado de la combinación de centro- izquierda y que no siguiera poniendo su destino en manos de un centro que boicoteaba los cambios desde adentro. Lo que ocurrió no sin dificultades, como toda construcción de una nueva alternativa política, y se consolidó en la primaria Boric-Jadue y en la candidatura presidencial de Gabriel Boric a la cabeza de Apruebo Dignidad.

Entretanto, terminó de derrumbarse la ex-Concertación, con un PS en 5%, una DC y un PPD en 4% y un PR en 2%, aunque estas fuerzas conservan un poder parlamentario y territorial importante. Apruebo Dignidad obtuvo el 21% de los votos en diputados y el Nuevo Pacto Social un 17%, pero ambas coaliciones eligieron 37 diputados cada una, por lo que una alianza estable de gobierno entre ellas, dadas las realidades parlamentarias, no deberá excluirse, junto a acuerdos puntuales con otras fuerzas.

No se debe dejar de subrayar que también reemergió, frente a la persistencia de una minoría destructiva asimilable a las barras bravas, la suma del fantasma del pinochetismo y una extendida demanda por orden desde el trasfondo autoritario y conservador de una parte de la sociedad chilena. Esta ola de opinión desplazó a la derecha tradicional en la primera vuelta. En realidad, detrás de Kast estuvo en lo principal la propia UDI, la que promovió un recambio hacia la ultraderecha ante el fracaso de Piñera (y de los poco creíbles acercamientos al centro de Lavín). La derecha fue de fracaso en fracaso electoral, pero las divisiones de la izquierda le permitieron empatar el Senado en noviembre pasado. Cuando la derecha junta el segmento autoritario-conservador de la sociedad con el segmento aspiracional-libremercadista tipo Parisi, logra mayorías. O muy buenas votaciones, como de la de Kast.

Así, se ha terminado por configurar trabajosamente una nueva opción de cambio, con un soporte de largo plazo en la nueva Constitución a partir de septiembre y en una nueva coalición de izquierda que debiera consolidarse y proyectarse en el tiempo como una opción estable, plural y democrática de representación popular con capacidad de gobierno. Con el resultado de la elección presidencial, el país reafirmó el camino de la refundación institucional. Esta palabra horripila a unos cuantos. En efecto, connota la idea de cambiar de fundaciones y de fundamentos, que es precisamente lo que hay que hacer. Esta refundación, expresada en una nueva Constitución que ya no estará sujeta al veto oligárquico y que debiera obtener la validación popular mayoritaria el próximo año en el plebiscito de salida, permitirá inaugurar un régimen político democrático propiamente tal y consagrar un Estado social de derecho. Es decir, permitirá avanzar a la también necesaria refundación socioeconómica, es decir a una nueva articulación de Estado/mercado/sociedad, de capital/trabajo asalariado/trabajo doméstico y de crecimiento/redistribución/sostenibilidad, aunque muy gradualmente a raíz del resultado parlamentario de noviembre.  Y en un contexto en que la mayoría de la Convención no reivindica un horizonte de estatización generalizada de la economía, sino el de consolidar una economía mixta moderna y dinámica, con regulaciones desconcentradoras y redistributivas y una protección efectiva del trabajo, de las mujeres y de los ecosistemas.

Gabriel Boric, en su discurso del 19 de diciembre, terminó de delinear el proyecto de consagrar una institucionalidad plenamente democrática, más participativa y descentralizada y que respete la autonomía de los pueblos originarios; el de un progreso social persistente en el que los frutos del esfuerzo productivo se comparten más equitativamente mediante un sistema tributario más progresivo y relaciones laborales más simétricas, con un esfuerzo sustancial para que nadie se quede atrás y carezca de un nivel básico de ingresos y de protección; el de un creciente espacio para la diversificación productiva innovadora y para un mayor rol de las pequeñas empresas y de la economía social y solidaria; el de una sociedad que no solo cuida mejor a sus segmentos más vulnerables sino que también respeta a la naturaleza y al mundo animal, cambiando el modelo de producción y de consumo hacia la circularidad y las bajas emisiones.

Aunque nada esté garantizado, Boric está expresando una voluntad política de avanzar a que las alternancias políticas en el gobierno no destruyan los progresos previos ni la convivencia en la diversidad, lo que intentó la extrema derecha y por lo que, en buena hora, fue derrotada el 19 de diciembre. Una gestión gubernamental responsable pero sistemática en las transformaciones tiene una buena posibilidad de mantener a raya por un largo tiempo a esa extrema derecha y construir una nueva normalidad democrática.

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