Ponerse creativos


Leo por curiosidad en un periódico de la plaza, en una sección de tipo autoayuda o algo así,  que una “profesora de creatividad empresarial”  que viene llegando nada menos que de Stanford (las especialidades con pergaminos de este tipo están proliferando en Chile, mientras decaen las ciencias sociales, claro) propone seis principios para fomentar la creatividad: “buscar siempre alternativas, probar  lo desconocido, asumir riesgos y estar dispuesto a equivocarse, convertir  problema en desafío', tomar la iniciativa y cuestionar las reglas y supuestos”. Si estas recomendaciones de sentido común para hacer avanzar cualquier cosa estuvieran siendo adoptadas en el mundo de la empresa, excelente. 
  Ciertamente no es el caso de la política. Al menos en el escenario más probable en el futuro próximo. Habrá, eso sí, un cambio de coalición política, pues la actualmente en el gobierno no logró sacar a la derecha de su condición secular de minoría y reafirmó lo que todos en Chile sabían: defienden los intereses de los privilegiados. Una mayoría corta de chilenos, fatigada del decaimiento y en algunos casos descomposición de la coalición que gobernó desde 1990, quiso darle a la derecha a partir de 2010 una oportunidad, que esta última desaprovechó irremediablemente. Esa percepción tal vez la simboliza una reciente actuación del presidente de Chile: va como gobernante a la intronización de un nuevo Papa en Roma, y lo que hace es pedirle en medio de la ceremonia oficial que le bendiga unos rosarios para los nietos y un amigo. Esa no es manera de representar a Chile. Contrasta con el papel jugado por una ex Presidenta que ha trabajado con capacidad, empeño y dignidad en los últimos años por la igualdad entre mujeres y hombres en el mundo, promoviendo valores y políticas, y hoy se apresta a retornar al país. 
  Pero el escenario más probable es que lo haga para hacer más de lo mismo con los mismos y para los mismos de siempre. Aquello de “cuestionar las reglas y supuestos” no está en los libros de la mayoría de los que la apoyan. Estos se aprestan a recuperar puestos en el Estado sin ninguna idea o propósito de cambio particular, manteniendo por supuesto una mínima retórica para mantener las formas. Desgraciadamente el impacto de los movimientos sociales de 2011, la voluntad de hacer emerger nuevas fuerzas y coaliciones y las elaboraciones programáticas desde la sociedad, centros independientes y universidades tendrán probablemente poco eco. Como también el llamado a cambiar las reglas del juego a través de un nuevo proceso constituyente que oxigene la alicaída y a veces maloliente esfera pública nacional. Cuando lo que se necesita como nunca es cuestionar una institucionalidad terriblemente condicionada por el poder económico, que financia las campañas electorales y no está dispuesto a permitir innovación alguna, el saliente presidente del Senado declara: “en Chile no hay riesgos para la institucionalidad”. Con ese tipo de representantes, que privilegian la estabilidad injusta por sobre la transformación y cuya motivación esencial es el reconocimiento por los poderosos,  la remendada y agotada constitución del 80 tiene para rato.
  ¿Y por qué no nos ponemos creativos e imaginamos y construimos otro escenario? Un escenario en que la ex presidenta Bachelet reitera lo que declaró al despedirse de la ONU en Nueva York parafraseando a Eleanor Roosevelt, la inspiradora de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 : “haz lo que tu corazón sienta que es correcto”. Un escenario en que la oposición se une sin personalismos y resuelve los asuntos de liderazgo en las urnas, e incorpora a Marcos Enríquez -Ominami y al PC para conquistar un parlamento con mayoría suficiente para iniciar un nuevo proceso constituyente en 2014. Efectivamente, es prioridad “cuestionar las reglas y supuestos”. Es urgente, cuando un 60% de los ciudadanos se niega a participar en unas instituciones obsoletas,  construir un nuevo régimen de libertades, que incluya el matrimonio igualitario y el aborto terapéutico, que redefina los derechos y deberes de los ciudadanos, que permita la representación paritaria de género y equitativa de las ideas y de los territorios, que descentralice y aumente la participación ciudadana en las decisiones públicas, que otorgue una amplia autonomía a los pueblos indígenas. Es urgente construir un escenario en que un gobierno de ancha base política deja de regalar la renta del cobre a muy pocas grandes empresas e inicia con esos recursos un vasto plan de inversión en  infraestructura económica y social (¿por qué no un tren de alta velocidad Santiago-Valparaíso, Santiago-Puerto Montt y Santiago-La Serena?). Un gobierno que realiza una reforma tributaria progresiva y con ella financia la gratuidad de la educación pública o sin fines de lucro, sin financiamiento escolar compartido y con becas para el 90% de los estudiantes de educación superior, terminando con la educación de mercado. Un gobierno que crea un Fondo Solidario de Salud para extender garantías uniformes a toda la población y termina con la discriminación propia de la salud de mercado. Un gobierno que acaba con el abuso de unas AFP que recogen cotizaciones obligatorias para su propio beneficio y que introduce un nuevo pilar de reparto en el sistema de pensiones para garantizar certezas básicas en la vejez. Un gobierno que protege el ambiente y cambia el modelo energético hacia uno que incorpora masivamente nuevas fuentes renovables no convencionales, con la meta de 40% en 2030. Un gobierno que estimula el empleo con derechos para los trabajadores, que fomenta el ahorro y la sobriedad en el consumo, que iguala el salario de hombres y mujeres, multiplica las salas cunas y el postnatal compartido. Un gobierno que en cuatro años abre una nueva etapa en Chile. ¿Por qué no?  

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