Buena y mala política económica

Tribuna publicada en El Mercurio el 15 de junio de 2010
Las discusiones sobre política económica están en la plaza pública, como por lo demás otros temas controvertidos en nuestra sociedad. En buena hora nuestra democracia va madurando. En el tema que nos ocupa, una determinada visión económica, la liberal, intentó hacer creer que la política económica debía remitirse a unos bancos centrales autónomos y a unas autoridades económicas gubernamentales a las que se les otorga el monopolio del manejo de temas considerados demasiado complejos y delicados. Pero detrás de las políticas económicas suelen estar opciones de sociedad, las que en democracia se dirimen en la esfera pública si se quiere evitar, precisamente, los populismos de uno u otro signo.

Véase lo que ocurre en el mundo de la OCDE: arrecia la controversia sobre apretarse el cinturón para reducir los grandes déficits públicos o perseverar en las políticas de estímulo hasta que el crecimiento económico vuelva a ser lo suficientemente robusto, y contribuya al equilibrio de las cuentas fiscales. Alemania ha optado por lo primero, arrastrando a los europeos más débiles bajo la férula de Merkel-Trichet y su culto calvinista por la austeridad, que sumirá a Europa en un bajo crecimiento prolongado. En Estados Unidos se ha optado por mantener los estímulos, monetizando incluso masivamente los bonos gubernamentales, con la inspiración más o menos lejana de la dupla de premios nobeles neokeynesianos Stiglitz-Krugman. Se sigue apostando por reanimar el crecimiento, hasta aquí con cierto éxito.
En Chile se ha abierto una controversia entre ex ministros en donde las buenas formas, que siempre se deben agradecer, no parecen estar a la orden del día. Sin embargo, el tema de fondo es relevante, y ojalá no termine en caricaturas. ¿Será que por un lado están los que no entienden de economía y en general de no muchas cosas y por el otro los que sí entienden y han hecho una adecuada política económica basada en la disciplina fiscal y son hoy injustamente atacados?

Pongamos las cosas en perspectiva. No olvidemos que el razonamiento durante el gobierno de Lagos fue que la crisis asiática puso una vez más a Chile frente a una restricción de liquidez externa que llevó a subir drásticamente las tasas de interés internas y a la recesión. Debía construirse paso a paso una mayor autonomía financiera con una especie de “autoseguro” frente a los ciclos externos. El Presidente Lagos aprobó una política fiscal de desendeudamiento y contracíclica —que poco tiene que ver con la “disciplina fiscal” ortodoxa marcadamente procíclica— para poder reaccionar ante las crisis. Tuvo razón la Presidenta Bachelet en reafirmar esa política.
Parece haber en esto un consenso generalizado en los que apoyaron a la anterior administración, aunque es debatible la tardanza de los encargados de la macroeconomía en bajar las tasas de interés, en aplicar el plan de estímulo y en pasar de un superávit estructural, ya obsoleto, a un balance estructural del presupuesto. Esta tardanza del Banco Central y de Hacienda se tradujo en una recesión evitable. ¿Por qué, según el FMI, en Argentina, Perú, Bolivia, Uruguay, Ecuador y Colombia la economía creció en 2009 y en Brasil prácticamente no hubo recesión? Chile compartió números negativos solo con Paraguay y Venezuela, entre sus vecinos. Un buen enfoque puede ser mal y tardíamente aplicado, y este parece ser el caso.

Una discusión distinta es el nivel de gasto fiscal que se estima necesario para proveer bienes públicos a la población, y especialmente a los más pobres y vulnerables, y promover la innovación productiva. Eso no tiene que ver con la política fiscal contracíclica, que puede funcionar con impuestos y gastos estructurales altos o bajos. Y sí tiene que ver con una conducción económica que redujo impuestos en diversos proyectos de ley (¿no es eso populismo?). Y que fue la primera desde 1990 en negarse a toda reforma tributaria, recomendación que hizo extensiva al candidato Frei, en circunstancias en que se hacía crecientemente evidente que el país ha perdido enormes recursos por no realizar una tributación inteligente a sus recursos naturales, como la que hace, por ejemplo, Noruega. La equivocada opción por rebajar impuestos y por transferir casi gratis la renta minera nada tiene que ver con la política de bajo endeudamiento fiscal y de protección frente a los vaivenes financieros. Esa fue una política adecuada.

Lo equivocado fue apostar a una política liberal de reducción de impuestos (en 2009 la recaudación tributaria disminuyó a uno de sus niveles más precarios, y no solo por la caída del precio del cobre) que se tradujo en no incrementar como se debía el gasto para hacer una reforma educacional consistente, insuflar dinamismo a la investigación y desarrollo, y hacer una reforma previsional con un pilar solidario más amplio que rebajara claramente la pobreza en las personas de edad avanzada (en el actual se gastará menos que en pensiones militares; es decir, 1% versus 1,4% del PIB), para no hablar de la oposición liberal a toda reforma laboral que permita un nivel decente de negociación colectiva en Chile.

Las políticas de empleo privilegiaron subsidiar contrataciones, lo que está demostrado en todo el mundo que sustituye empleo y no lo crea, mientras se sobredimensionó fondos de ahorro como el de becas en el exterior, improvisado, mal gestionado y que complica el desarrollo de los posgrados nacionales. Macroeconomía, pensiones, empleo, educación, entre otros temas: el verdadero debate, ojalá con altura de miras, entre liberales y progresistas debe seguir, por lealtad con los ciudadanos y para la buena salud de nuestra democracia.

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