miércoles, 30 de mayo de 2018

Venezuela y la izquierda

¿Qué diríamos en Chile sí al lado de los lugares de votación hubiera puestos de control del partido de gobierno de tarjetas que permiten acceder a bienes básicos, en medio de una grave escasez? ¿No lo llamaríamos cohecho? Sí, es cohecho y manipulación y debe criticarse, aunque también lo hagan los conservadores. Criticable ha sido también que un parlamento ganado por la oposición haya sido desconocido y sustituido por una asamblea constituyente conformada de un modo no representativo. Criticable es una conducción económica basada en las rentas del petróleo y en el endeudamiento, especialmente con China, que según los vaivenes de la coyuntura permite distribuir más o menos subsidios sin una estructura productiva coherente, y, máxima paradoja, con una producción petrolera que decae. Esto no es atribuible primordialmente al boicot externo sino que a la gestión clientelista interna. Lo reprochable en la conducta de Maduro es su voluntad de mantener el poder a toda costa para él y su casta burocrática y militar y no aceptar ninguna alternancia democrática, aunque sea al precio del sacrificio cotidiano de la mayoría social en medio de la hiperinflación, la escasez y el desorden productivo, con un 20% de desempleo y sin ninguna perspectiva de futuro que no sea un eventual y mágico aumento estable del precio del petróleo.

Que el régimen de Maduro sea confrontado por Estados Unidos -teniendo como sustrato el interés por sus recursos petroleros- no lo transforma en un régimen progresista, como tampoco ocurre con el régimen sirio de Al Assad, con los ayatollas en Irán o la Rusia de Putin. Es en este caso un bonapartismo basado en una casta de poder que tolera la corrupción, dominada crecientemente por militares y dispuesta a prolongarse en el control del Estado por cualquier medio, como también es hoy el caso de la Nicaragua de Ortega. El bonapartismo latinoamericano -el concepto de populismo nos parece en exceso vago para el análisis- se opone a las derechas tradicionales pues se construye contra las oligarquías históricamente dominantes y las élites que las sirven. Busca el poder para apoyarse en estructuras estatales clientelares y en la fusión de una nueva elite con una parte del mundo popular. Pero se distingue de las izquierdas republicanas, a pesar de sus políticas que favorecen políticas sociales hacia el mundo popular, por el ejercicio autoritario y caudillista del poder, la restricción de las libertades públicas, el no respeto de la separación de poderes, el rechazo de la alternancia y el uso frecuente de mecanismos plebiscitarios de legitimación. Las izquierdas republicanas, en cambio, se definen por su adhesión a proyectos y no a personas y su cautela de las reglas democráticas y a la voluntad mayoritaria, respetando el derecho de las minorías a transformarse en mayoría, sin perjuicio de reivindicar en determinadas circunstancias el derecho a la defensa propia o a la rebelión frente a la tiranía, el que debe ejercerse en un marco ético y siempre respetando los derechos fundamentales. Para las izquierdas republicanas la transformación social igualitaria y libertaria debe ser consistente, previsible, no crear percepciones de amenaza inútiles y realizarse siempre en democracia para no desnaturalizar sus fines. Su estrategia de transformación de la sociedad es la consolidación de derechos sociales que no sean desmontables por las derechas en contextos de alternancia, manteniendo siempre la legitimidad e integridad de la democracia como un fin en sí mismo y para evitar que las oligarquías tradicionales logren desbordes autoritarios para favorecer sus intereses, como en Chile en 1973-1989.

Mucha gente de izquierda, aunque no le gusta el régimen de Maduro, hace la vista gorda frente a su accionar porque asimila su situación a las feroces agresiones internas y norteamericanas que sufrió Salvador Allende en 1970-1973 y considera legítimo su derecho “a defenderse por cualquier medio”. Pero, aunque sería muy largo detallarlo, la situación se parece bastante poco, entre otras cosas porque la guerra fría terminó, incluyendo la “amenaza soviética”, y Estados Unidos se sitúa estratégicamente frente a América Latina con otras prioridades en el mundo. Chávez y luego Maduro han gobernado desde 1999 comerciando y vendiendo petróleo a Estados Unidos. La nacionalización del petróleo ocurrió en 1976 con Carlos Andrés Pérez (junto a la del hierro en 1975). El régimen mantiene incluso acuerdos con una parte del gran empresariado, aunque ha tomado el control militar de la distribución y de buena parte de la industria y la agricultura, con malos resultados productivos que fueron compensados durante una década con altos precios del petróleo. La muerte de Chávez en 2013 y la caída del precio del petróleo iniciaron la crisis del modelo “bonapartista” venezolano.

Eso no quiere decir que no sean muy condenables las sanciones financieras norteamericanas desde agosto de 2017 a la capacidad de endeudamiento de Venezuela, que en nada ayuda a la democracia y que aplauden los conservadores, cuyo record a favor de la democracia en todas partes y en particular en Chile no es especialmente notorio. Y agudiza una crisis humanitaria de vastas proporciones que se va resolviendo día a día con la emigración de centenares de miles de personas a los más variados países, incluyendo Chile.

Absurda ha sido también la actitud de la oposición venezolana, que luego de haber llegado en febrero en Santo Domingo a un acuerdo razonable con el gobierno para obtener garantías en el proceso electoral, terminó por no estar dispuesta a concordar una fecha de elección, dejando la confrontación como única perspectiva y permitiendo a Maduro realizar todas las maniobras de manipulación electoral que quiso. Venezuela está llegando al extremo de la insensatez política, que solo augura más catástrofes.  Algunos, como el economista Ricardo Haussman, incluso llegan a promover una invasión “humanitaria”. ¡Como si Venezuela no tuviera 115 mil soldados, tanques y aviones de combate y no fuera un país de 30 millones de habitantes, con al menos un tercio que el domingo apoyó a Maduro!

Tomar distancia desde la izquierda en Chile, por coherencia básica con su propio proyecto de cambio, con la conducta de Maduro y la militarización de su régimen, condenando al mismo tiempo las sanciones externas, no supone tener la pretensión de poner como ejemplo la muy imperfecta democracia post 1989. Aquí quien nos gobierna obtuvo el voto de un 27% del padrón electoral, menos que Maduro. El principio de mayoría sigue siendo inefectivo para aprobar leyes fundamentales y los grupos económicos que controlan la economía han legislado en materia tributaria, pesquera y minera de la mano de parlamentarios que defendieron desembozadamente sus intereses, haciendo perder fuertemente -a pesar de avances económicos, sociales y culturales, aunque sin lograr un cambio distributivo de importancia- la legimitad de los actores históricos de la democracia. Se debilitó la participación hasta muy bajos niveles. En Chile no podemos hablar hoy desde ninguna ejemplaridad. Pero si podemos hacerlo desde nuestras convicciones, que incluyen rechazar todo intento de golpe militar en Venezuela y por supuesto cualquier invasión extranjera. Cuando Vargas Llosa dijo hace poco que apoyaría una acción militar “no como algo definitivo sino como algo transitorio” ya sabemos lo que pasó en Chile con esa tesis, que fue la de Frei Montalva: 17 años de dictadura sangrienta que, entre otros horrores, lanzaba al mar a prisioneros vivos desde helicópteros mientras se declaraban tiempos para callar.

Y en Venezuela la solución a la crisis, en la que se ha empeñado como llanero solitario el ex presidente español Rodríguez Zapatero, y aunque allí muy pocos crean en ella, deberá ser política y mediante el diálogo como única alternativa a la confrontación violenta, la que solo conducirá a nuevas tragedias en nuestro continente.


viernes, 18 de mayo de 2018

Vieja y nueva izquierda

En Voces La Tercera


Se siguen readecuando las fuerzas políticas no gobernantes ante la nueva administración. La confluencia que produjo la elección de mesas del parlamento se ha desdibujado con las comisiones de diálogo convocadas unilateralmente por el gobierno y con la eventual acusación constitucional contra el ministro de Salud, aunque existe una común posición sobre la objeción a discriminar a los migrantes según el país de origen.

Permanece pendiente una evaluación más amplia en las fuerzas de oposición, que salieron fracturadas de la elección de 2017, especialmente las de centro. Y también en las izquierdas, que se fracturaron antes, en ese espacio que desde distintas tradiciones tiene un particular modo de ver el mundo al privilegiar el valor universal de la dignidad y la igualdad humanas, proponerse dotar a todos/as de derechos fundamentales y representar los intereses del mundo del trabajo y la cultura por sobre los de los dueños históricos del poder y la riqueza. No es posible en ese espacio, para empezar, no dar cuenta y tomar radical distancia de las transgresiones producidas a importantes principios, como la aceptación por algunos de la injerencia indebida del dinero de los grandes grupos económicos en campañas, las connivencias con actos de corrupción y las que se han denunciado con narcotraficantes en espacios locales, así como las inaceptables posturas chauvinistas frente a Bolivia.

¿Y qué sería lo de izquierda en la construcción de una nueva opción de alternancia frente a la derecha que ha vuelto al gobierno? Desde luego no la opción de agrupar en tal o cual partido con tradiciones de izquierda o en frentes nuevos a personas cuyo fin es obtener o mantener cargos públicos o de representación sin mayor proyecto político. Y tampoco la de volver a una ortodoxia que propugne medios de producción estatizados o en vías de serlo, gestionados por una burocracia con algún hálito de discurso anti-elitista y de reivindicación de “los de abajo” con granjerías presupuestarias.

Aunque parezca mirar en exceso hacia el pasado, las distintas izquierdas no perderían el tiempo si volvieran a examinar las ideas de Eugenio González consignadas en el programa del PS de 1947. Vale la pena recordarles lo planteado ya hace 70 años respecto al modelo soviético, del que algunos son aún nostálgicos: “la política inicial de socialización del poder económico se fue convirtiendo en una mera estatización que condujo progresivamente a un régimen de capitalismo de Estado, dirigido por una burocracia que ejerce el poder de forma despótica, sometiendo a una verdadera servidumbre a la clase trabajadora. Dentro del régimen soviético se encuentra suprimida, en general, la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio; pero la forma de capitalismo de Estado, bajo el control de una burocracia política de carácter totalitario, ha invalidado los objetivos esenciales de la revolución socialista(…). El socialismo revolucionario lucha fundamentalmente por el establecimiento de un nuevo régimen de vida y de trabajo en el que se den las mayores posibilidades de expansión de la personalidad humana. Medio indispensable para alcanzarlo es la socialización de los instrumentos de producción, de cambio. Pero en ningún caso acepta la estatización burocrática del poder económico, porque ello conduce necesariamente a la esclavitud política de la clase trabajadora”. Decía González que “el socialismo es la continuidad orgánica de la cultura” y es socializar la economía. Por tanto, sus fines son revolucionarios (“revolucionan”, transforman diríamos hoy, la sociedad capitalista) y democráticos sus métodos.

Las propuestas concretas en el programa de 1947 son poco precisas, pero siempre con la advertencia de que el proceso de socialización del poder económico “deberá evitar cuanto conduzca a una centralización burocrática que esterilizaría las iniciativas creadoras de los trabajadores y abriría paso a nuevas formas de opresión estatal”. Un programa contemporáneo de socialización económica a ser debatido por las izquierdas debería en este sentido apuntar a una organización mixta de la economía que incluya al menos:
  • una estrategia de diversificación productiva de largo plazo con vocación de integración latinoamericana mediante un fuerte salto en la investigación y desarrollo en las universidades y empresas, con prioridad a la transición energética hacia renovables y la reconversión a la electromovilidad y la agroalimentación sustentable, y mediante una ampliación sustancial de la inversión en infraestructuras, en tecnologías de la información y en renovación urbana;
  • el fortalecimiento del dominio estatal de los recursos del subsuelo y del mar (sin excluir concesiones temporales de explotación cuando convenga al interés general por razones tecnológicas y de eficiencia) y de más zonas territoriales de preservación ecológica y de autonomía indígena;
  • un rol mayor del Banco del Estado y CORFO para desconcentrar la economía, junto a un más intenso rol de los tribunales de la competencia;
  • una mejor regulación de los precios fundamentales (salarios mínimos, tarifas de servicios básicos; tasa de interés, tipo de cambio) para estabilizar equitativamente la economía frente a los ciclos;
  • una mejor provisión estatal de bienes públicos de consumo colectivo (o concesionada temporalmente a terceros cuando convenga al interés general) especialmente en salud pública, transporte, equipamientos urbanos, recreación y cultura, junto a fortalecer la provisión básica estatal de educación y seguridad social (en salud, desempleo, vejez y sobrevivencia).
  • la redistribución de ingresos a través de más impuestos progresivos y su transferencia como ingreso universal básico a todos los miembros de la sociedad o a los de menores ingresos o condición desmedrada (pensión solidaria y otras transferencias) mientras persista la desigualdad inequitativa o la economía no genere ingresos suficientes.
  • la expansión de la economía social y solidaria (de producción, de intermediación y de consumo), sin fines de lucro o con fines de interés general (que persiguen una cierta rentabilidad pero también otros fines);
  • una mejor regulación de las empresas privadas con fines de lucro, en base a reglas laborales con negociación colectiva supra empresa generalizada (salarios, jornadas y otras condiciones mínimas) entre sindicatos y empleadores; a reglas de producción de bienes saludables, durables y reciclables; a reglas de uso sustentable del territorio y a reglas sanitarias y con límites estrictos de emisiones contaminantes, y también con fondos salariales que emanen de la negociación colectiva y que aseguren la participación de los trabajadores en la propiedad y gestión de la empresa.
El programa político de largo plazo de la izquierda debe ser más que nunca la profundización democrática en una nueva institucionalidad de libertades y derechos. Citando de nuevo a González, “no se puede llegar al socialismo sacrificando la libertad de los trabajadores, en cuanto instrumento genuino de toda creación revolucionaria y garantía indispensable para resistir las tendencias hacia la burocratización, la arbitrariedad y el totalitarismo”. Por tanto sus métodos deben ser democráticos, incluyendo, diríamos hoy, actuar en la democracia representativa pluralista y ampliándola a formas de democracia directa y descentralizada con capacidad de disminuir todas las discriminaciones (empezando por las que se originan en el género, la etnia, la orientación sexual o la diferencia física). Pero nunca suprimiendo las libertades, pues “ningún fin puede obtenerse a través de medios que lo niegan: la educación de los trabajadores para el ejercicio de la libertad tiene que hacerse en un ambiente de libertad”. Eso incluye nunca poner en cuestión la alternancia en el poder si así lo decide la mayoría ciudadana, sino realizar transformaciones que no sean reversibles por la derecha en un contexto democrático. Esa es la razón por la que la izquierda, si es democrática, no puede apoyar el inmovilismo en Cuba y la voluntad de perpetuarse en el poder al margen de la ley de Daniel Ortega, Nicolás Maduro o Evo Morales, condenando eso si siempre la intervención externa ilegítima. Los José Antonio Kast deben poder expresarse y organizarse, con el límite de no promover el odio contra terceros o la violencia para subvertir el orden democrático, o bien practicar la apología del crimen. La defensa de la democracia como espacio y límite de la acción política debe ser consistente y sistemática.

Más democracia, socialización estratégica en una economía mixta y sustentable, cultura y medios de subsistencia para todos: ¿no son éstas banderas suficientemente poderosas como para sostener y proyectar las ideas básicas de las izquierdas en el siglo XXI en una nueva síntesis y volver a estructurar una convocatoria mayoritaria de cambio social desde la pluralidad y la diversidad?

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