jueves, 31 de octubre de 2013

¿Sin la sociedad?

Columna en Cooperativa
http://www.elmostrador.cl/opinion/2013/10/30/bachelet-sin-la-sociedad.
En medio de una campaña electoral bastante confusa, parece ser que somos mayoritarios los que preferimos que en 2014-2018 el país sea gobernado por Bachelet antes que por Matthei y su derecha dura o bien por las expresiones políticas neocaudillistas que hoy proliferan. La ex Presidenta tiene méritos incuestionables: honestidad y compromiso con grandes causas, como la de la democracia, los derechos humanos y la igualdad de género, lo que no es poca cosa. Pero algunos somos más exigentes en otros temas y queremos que se gobierne para disminuir las desigualdades, y no para entregar, como en su primera administración, estos temas a tecnocracias con ideas económicas de derecha que bloquearon sin ruborizarse las necesarias reformas progresivas en materias tributarias y de royalty minero, laborales, sociales y educacionales; queremos que se gobierne para producir una transición a energías limpias, y no para dejar hacer a las empresas que han carbonizado la matriz energética sin por ello bajar los costos de la electricidad y que, además, llegaron al absurdo de pretender instalar plantas nucleares en el ultrasísmico Chile y megarrepresas destructoras de ecosistemas dignos de ser preservados para las nuevas generaciones; queremos que se gobierne para ampliar la democracia política y buscar al menos alcanzar estándares mínimos en materia de representación de la voluntad popular, y no que el liderazgo se incline ante los que no quieren reformas políticas serias sino cosméticas, con el efecto de preservar la falta de representación adecuada y la actual extrema subordinación del sistema político al poder económico.

Los enfoques poco complacientes respecto al canon hoy en boga y promovido verticalmente de adhesión entusiasta e incondicional a personas, ¿representan a muchos o a pocos en la esfera política opositora? No lo sabemos, pero los con espíritu crítico seguiremos en lo nuestro, aunque nunca llegaremos a ser muy populares entre los que privilegian el acceso al poder por sobre el sentido a dar a ese acceso y que no quieren adquirir demasiados compromisos ante los ciudadanos en nombre del pragmatismo y del “manejo de expectativas”. Estas suelen ser fantasías de su propia cosecha, basadas en una idea prejuiciada sobre los comportamientos colectivos, siempre considerados llenos de peligros, y en todo caso contrarios a la religión de la eficiencia, como si ésta fuera el único valor que debiera existir en la sociedad y el único modo de alcanzarla fuese el recetario neoliberal que ha probado ser no sólo inequitativo, sino también altamente ineficaz. Esta desconfianza en el pueblo se ancla en la antigua tradición autoritaria de la oligarquía chilena y es adoptada por la tecnocracia postmoderna que domina la gestión de gobierno, mientras los que provienen del autoritarismo de izquierda se amoldan a ella con fluidez y, por ejemplo, rehuyen las primarias o descalifican las expresiones de soberanía popular dignas de ser conquistadas.


Este rasgo cultural, en una época de ampliación de la sociedad de masas, es acompañado por la incapacidad de una parte de las nuevas elites post 90 para construir conductas de autonomía frente al poder conservador, que es la única fuente de innovación social posible, y mientras al mismo tiempo prolifera en la sociedad de mercado el afán de lucro y en la política la conducta de buscar espacios burocráticos para fines personales a cualquier precio, fenómenos propios del individualismo negativo que es la moral de nuestro tiempo.

No obstante, el autoritarismo y el individualismo negativo no son los únicos rasgos culturales de Chile. Como parte de una noble tradición, desde siempre en nuestra historia se han alzado voces libertarias y convocatorias a realizar acciones colectivas. Estas voces seguramente serán persistentes, aunque se procuren disciplinamientos irreflexivos en nombre del orden, que costaron a la ex Presidenta, sin ir más lejos, el alejamiento de toda una generación de jóvenes estudiantes o bien la pérdida de la mayoría en ambas cámaras en su primer gobierno. Lo razonable en política es siempre sumar antes que restar, buscar convencer y pactar honorablemente con el distinto antes que procurar aplastarlo, representar lealmente intereses colectivos antes que actuar con sumisión en nombre del orden para defender parcelas de poder. Pero la racionalidad y la consistencia parecen no estar demasiado cerca del horizonte político actual, en el que se valoriza más la imagen, la fórmula fácil, la promesa o los gestos que recogen emociones, la pequeña o gran ventaja inmediata, antes que la construcción de perspectivas y proyectos de largo plazo. Esta es, sin embargo, la tarea primordial de la política o, en todo caso, de la política democrática, especialmente en un mundo que cambia aceleradamente y en el que es cada vez más peligroso improvisar o seguir irreflexivamente la corriente del presente o del que habla más fuerte.

La esfera política enfrenta por añadidura una situación nueva. Los movimientos sociales son hoy actores que han ganado presencia y autonomía. Esta autonomía, y más ampliamente la de la sociedad civil, ha aumentado en el gobierno de Piñera y probablemente para quedarse. Estos movimientos son diversos y plurales y se han expresado en el ámbito laboral y estudiantil, pero también han aumentado su escala en el terreno más ignoto de las reivindicaciones étnicas, culturales, territoriales y ambientales. La ausencia de respuesta desde la esfera política, y de comprensión de su naturaleza, ha incrementado una profunda desconfianza mutua. Esto incluye a la izquierda tradicional, que hasta un pasado no tan lejano mantenía un vínculo fluido y de mutua influencia con el mundo social y con las minorías activas, incluyendo las juveniles, que esperemos no desaparezca del todo.

Hoy esa dinámica ha sido desplazada por la idea de que la articulación con lo social es hacerse parte de meros intereses corporativos, de los que hay que alejarse como la peste o, en el mejor de los casos, atender porque no hay otra opción, pero para mantenerlos en cintura. Esta idea es expresada por una tecnocracia que se pretende representante del interés general por arrogante e inútil autodefinición, presta, eso sí, a descalificar la expresión de los más débiles y a tratar con manga ancha en la política pública a las grandes corporaciones empresariales, en nombre de la inversión y el empleo. Este enfoque ha encontrado cobijo en un sistema político y burocrático con fuerzas democráticas degradadas, que dejaron de entender las reivindicaciones de derechos por los oprimidos como legítimas en el marco democrático, generalmente poseedoras de capacidades para resituarse y reformularse en función de un interés general construido y articulado en interacción con la esfera política. Al revés, confinar los intereses populares en reivindicaciones especificas a ser tratadas en el día a día, aumenta su dimensión particularista y al final las multiplica, reproduciendo la dinámica del desencanto y de las peticiones y las dádivas carentes de inscripción en sueños y aspiraciones colectivas.

La tecnocracia neoliberal tomó el poder en la Concertación, al terminar subordinándose ésta a los intereses del poder económico dominante, como se vio en el royalty minero y la ley de pesca, y al parecer lo conservará, gracias a oídos políticos complacientes, en medio de una acción tan audaz como ilegítima. Pero no se gobierna exitosamente, al menos en democracia en el mundo de hoy, al margen de la sociedad. Y menos contra la sociedad. El desafío para un nuevo gobierno progresista de trabajar inmerso en sus aspiraciones permanecerá abierto. Su incapacidad de hacerlo sería el derrotero inevitable de un fracaso anunciado.

miércoles, 30 de octubre de 2013

Entrevista en revista COSAS

La visión de Gonzalo Martner es clara: Bachelet ganó la primaria y con ello triunfaron sus ideas de reformas y de nueva Constitución. Además, ve a la derecha fracturada completamente y por mucho tiempo más.
Por: Ignacio Ossa / Fotos: Ronny Belmar
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Hace rato que Gonzalo Martner es un observador de la política. Sus años en la primera línea están en el pasado, lo que no quiere decir que su opinión haya quedado guardada en el cajón de los recuerdos. Para nada. Cada vez que habla, aflora su análisis crítico hacia lo que fue el fin de la Concertación y sus partidos políticos. Se mantiene como socialista y no dejará de serlo, pero de todas maneras no pierde oportunidad para mostrar su descontento hacia las autoridades del PS y el rol que éste juega en la política de hoy, donde Martner le atribuye la mayoría del crédito por un lado a la figura de Michelle Bachelet y, por otro, a los movimientos sociales. Desde su punto de vista, son estos últimos los que han pavimentado el camino para que la centroizquierda retorne al poder luego de los cuatro años de Piñera en La Moneda.
Con unas encuestas demoledoras, Martner se aventura a analizar lo que sería un próximo gobierno de Bachelet, donde el escenario internacional podría ser un factor “bien poco agradable”, dada la situación europea complicada, con Estados Unidos mejorando en lo económico, pero con problemas políticos, y con China creciendo menos. “La situación no va a ser tan holgada, pero tampoco será como la crisis de 2009”, comenta. En cuanto a la situación interna, ve a la sociedad civil más estructurada y la autorrepresentación de intereses en niveles muy superiores que hace cuatro años, lo que califica como una paradoja para el gobierno de Piñera. “Va a ser complicado gobernar pero, al mismo tiempo, positivo. Lo que me preocupa es un sistema de partidos y de representación política tradicional muy destrozado. La democracia sin partidos sólidos entra en problemas”.
–No hay duda de la popularidad de Michelle Bachelet en la gente ni de su arrastre electoral demostrado en las primarias. ¿Por qué no es ella la líder que ordene los partidos y genere las condiciones para llevar adelante esa visión clara, como la que plantea usted?
–Poner orden en los partidos supone una potestad que nadie tiene. Los partidos están en transformación. Esta Nueva Mayoría hoy incluye al Partido Comunista y a la DC que fueron grandes contendores en la Guerra Fría chilena, que fue muy dura. Eso es un acierto de Michelle Bachelet. Si quieres una expresión de esta nueva etapa, se refleja en eso. La DC ha tenido una evolución compleja y no encuentra un espacio en la etapa pos Guerra Fría. El PS ha perdido su capacidad de articulación, el PPD es una suma de figuras sin un proyecto político y el PRSD no se sabe en qué lógica se sitúa. La campaña de Gómez fue muy a la izquierda, pero hoy apoya a Soledad Alvear. Es una realidad incoherente e inadecuada la que viven los partidos. Por esto es que quizás Michelle Bachelet prefiere vincularse directamente con la opinión pública. 
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–¿Cuál es el pronóstico para un gobierno que no tiene partidos ordenados y un Parlamento que puede no estar alineado con el Ejecutivo?
–Ese es un desafío no sólo para el Presidente, sino para los políticos y la sociedad en su conjunto. Los 40 años del golpe y los 25 del “No” han permitido hacer una retrospectiva interesante, pero junto con mejorar el vínculo con el pasado, tenemos que avanzar. Nadie tiene la razón, pero hay que crear un mensaje. Yo le creo cuando Bachelet dice que los principales problemas en Chile son la desigualdad y que se debe atacar el origen. Cuando dice nueva Constitución, está en lo correcto, no se puede avanzar sin nuevas instituciones. Hay que hacer un reforma educacional y tributaria, está bien esa línea. Hay que mejorar el sistema de pensiones y las Isapres. La creación de sentido de esto es el factor que impulsa el liderazgo de Bachelet y a la vez puede ser el puente con los partidos y los parlamentarios. Hay que tener una agenda y no dejarse llevar por el día a día.
–¿No hay autocomplacencia de los partidos al saber que Bachelet tiene la elección fácil y ellos con su foto se suman a este impulso, sin hacer cambios de fondo en sus políticas partidistas?
–Es un diagnóstico correcto. Los partidos no hicieron nunca un balance serio del porqué se perdió la elección presidencial pasada. Tampoco se hizo una reflexión seria sobre los desafíos de la sociedad, por lo que están en el límite de la destrucción. No les interesa mejorar sus métodos. Me impresiona que el PS haya roto todo vínculo con el movimiento estudiantil. Cuando escuché al presidente de mi partido decir que Bachelet no necesitaba comandos juveniles… está completamente equivocado. Uno necesita vínculos con las aspiraciones de los jóvenes. No veo diálogo con los ambientalistas y los regionalistas. Tampoco están abiertos con las opciones sexuales. No veo diálogos. Si Bachelet logra poner una agenda de transformación de la sociedad y establecer un método para vincularse con las nuevas expresiones de la sociedad civil, podría recomponerse el sistema político.
–Asamblea Constituyente, reforma tributaria y educacional fueron los ejes que planteó Bachelet al llegar. ¿Por qué se ha ido diluyendo ese mensaje?
–Creo que el punto es muy simple: hay un desacuerdo entre los que creen que se debe hacer una Asamblea Constituyente y los que prefieren un par de reformas. En política, si se es democrático, hay que apelar a los ciudadanos. Eso se hizo en las primarias, donde compitieron todas las expresiones y ganó el planteamiento de Bachelet. Y cuando se gana con el 70 por ciento de los votos uno supone que se valida esa opción y los que no estén de acuerdo tendrían que mirar los números. Los ciudadanos se pronunciaron.
–Los ciudadanos se aburrieron de aceptar esas prácticas donde, aunque ganen en las urnas, los partidos los bypasean.
–Entiendo que eso quedó resuelto con las primarias, por lo que no entiendo la presión mediática y subterránea de los perdedores que no se resignan a estos cambios. ¿Quieren ganar por secretaría lo que no ganaron en la cancha electoral?
–Pero de alguna manera ya están ganando por secretaría, ya que la Asamblea Constituyente ha perdido fuerza.
–Hay que ser justos y decir que ella nunca lo planteó como única opción. Pero ha habido un retroceso.
–¿Qué pasaría con la Nueva Mayoría si se quedan sólo con un par de reformas y no se profundiza como ha sido prometido?
–Esa es la historia de la Concertación. Los que tuvimos posiciones de izquierda dentro de este arco iris fuimos perdiendo; los autoflagelantes fuimos derrotados. Se comenzó a señalizar para un lado y a doblar para el otro. A formular planteamientos y a hacer lo contrario, y terminaron con políticas conservadoras. Por eso entramos en crisis y por eso las primarias fueron importantes. Si a Velasco no le gusta la Asamblea Constituyente, resulta que perdió y no tiene pito que tocar. Si hubiese tenido un 50 por ciento, te creo, pero no lo tuvo y problema resuelto.
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La derecha fracturada
–¿Qué le ha pareció la experiencia de la derecha como gobierno democrático?
–Estos cuatro años han transcurrido con mucha mayor continuidad política de lo que uno podría haber pensado. La figura de Sebastián Piñera no es la misma de Jovino Novoa. Aquí no gobernó la derecha dura. El ministro de Hacienda Felipe Larraín no es Sergio de Castro y lo que hemos tenido es una gestión política sin fuertes aristas como las que la derecha ha tenido tradicionalmente, en especial durante la transformación económica de la dictadura. Cuando Sebastián Piñera puso el eje de sus promesas no en hacer cosas, sino que hacerlas mejor, probablemente generó la propia palanca para su descrédito y final fracaso. No en el sentido que el país se esté cayendo a pedazos, sino en su baja popularidad. La idea de gestionar el país eficientemente, como en el sector privado, fracasó rotundamente. Hay que mantener ponderaciones y pensar que ésta no fue una derecha catastrófica. Piñera no escuchó en 2011 a los movimientos estudiantiles y sociales, de lo contrario podría haber sostenido su gobierno y haber encaminado a la derecha.
–¿Piñera estuvo preso de la derecha conservadora? Porque recién al final del mandato hizo un real desmarque del pinochetismo.
–Consideremos que es normal que una persona que dirige una derecha que emerge del pinochetismo y con un origen antidemocrático, tenga que considerar a ese sector. Es parte de la democracia. Pero la conversación debería haber sido sencilla por parte de Piñera: ¿Vamos a representar a los dueños de la universidades que han ganado de manera ilegítima o vamos a defender una educación democrática e inclusiva? Eso le faltó. No es un tema de desmarque, sino de liderazgo político, que su ministro del Interior llamó la Nueva Derecha, pero que el resultado fue acallarlo y terminó en Defensa.
–Pero ahora lo están reflotando.
–Pero es muy tarde.
–¿Cree que hoy el referente para la derecha sea Sebastián Piñera y no Pinochet?
–No. No lo es para la UDI, que es el principal partido político de Chile. Detrás de eso hay una sociología, el mundo popular conservador, y es importante en Chile, pero ha ido bajando y cada vez se desconecta más de las evoluciones de la sociedad. Lo que vamos a tener es una derecha fracturada. Ya hay diputados de la UDI que han dicho públicamente que no volverán a votar por Piñera. No veo cómo se solucionaría esto, lo que da paso a una evolución democrática y progresista de la sociedad chilena. La derecha en estos cuatro años se desgastó y va a estar fuera mucho tiempo.
–¿Con esta fractura de la derecha existe una posibilidad de que el sector conservador quede aislado y la nueva derecha se acerque al centro y pueda llegar a un entendimiento con la centroizquierda?
–No nos olvidemos que Sebastián Piñera invitó formalmente a la DC para que fuera parte de su gobierno. Piñera perseguía mañana, tarde y noche a Ignacio Walker para procurar un acercamiento político. Incluso Jaime Ravinet aceptó ser parte del gabinete. Si lo vuelven a intentar va a pasar lo mismo. La DC, luego de la dictadura, es un partido que no puede tolerar, por muy conveniente que pueda ser, un maridaje político con la derecha, porque hay una distancia grande en la concepción democrática de la sociedad.
–¿Ni siquiera con esta fractura y nueva derecha desapegada de Pinochet, que pide perdón, que condena a un sector de cómplices pasivos, que condena las violaciones a los derechos humanos…?
–En el terreno de las conjeturas y eso supondría una reestructuración del sistema político, pero no sé si el señor Carlos Larraín sería parte de esta nueva derecha y resulta que es el presidente del partido del Presidente de la República. Luego hay que tener un interlocutor que esté dispuesto. La DC y RN pactaron por el binominal y eso terminó en cero. No veo eso en corto plazo. Lo que veo es una derecha más minoritaria que nunca y un centro desconectado. También debe recomponerse una izquierda que no se subordine al conservadurismo. La recomposición política vendrá de los movimientos sociales, no creo que venga desde mi partido.

viernes, 4 de octubre de 2013

El 5 de octubre de 1988: ¿qué se puede pensar 25 años después?

La jornada del 5 de octubre de 1988 fue el momento fundacional de un camino que llevó a la transición y al tipo de democracia actualmente vigente. A ese título es vista hoy con frecuencia con la lógica del desencanto. No obstante, su evaluación debe ser más compleja.Declaremos desde ya que “la alegría vino”, pues derrotar a Pinochet en un plebiscito convocado por él mismo le provocó sonrisas hasta a los más indiferentes. Y ciertamente a los millones que se jugaron por dejar atrás a la dictadura y votaron por la opción NO y decididamente a las más de 60 mil personas que organizaron el control de los resultados del plebiscito, con alma y pasión, y que pudieron contar más del 90% de los votos de manera independiente del Estado. Esa movilización social y civil convocada por los partidos democráticos, sin parangón en los procesos electorales modernos, contribuyó a disuadir a todos los que quisieron esa noche desconocer el resultado. Sabemos hoy que eso incluyó el intento de declaración de Estado de Sitio por Pinochet y su Ministro del Interior Fernández (una vez más la sombra de la UDI), que fue rechazado por el resto de la junta militar y de la derecha política, que intuía que el camino del desconocimiento podía terminar mal para ellos, al estilo de Ferdinand Marcos en Filipinas.

Pero para quienes esperaban superar a breve plazo todos los dolores individuales y sociales acumulados en 16 años de dictadura, ciertamente la alegría no vino ni, agrego por mi parte, difícilmente podía llegar, pues la heridas humanas eran demasiado profundas y la regresión social demasiado severa. Es obvio, además, que la alegría simplemente no es un estado permanente. Convengamos, entonces, que la ironía amarga del tipo “¿no era que iba a venir la alegría?” frente a cada problema de los últimos 25 años, es no saber apreciar una victoria democrática colectiva que merece ser celebrada y recordada como uno de los grandes momentos de la historia contemporánea de Chile. 

En la configuración de la arena del 5 de octubre de 1988 confluyeron los que querían una nueva legitimación de la dictadura, los que querían un tránsito a una democracia doblemente tutelada militarmente y por las oligarquías económicas y los que queríamos derrotar y desbordar políticamente a la dictadura desde la oposición de centro y de izquierda para construir una democracia moderna y progresista.

Los que en la izquierda promovimos la llamada “renovación socialista” fuimos tempranos y activos partidarios de configurar esa arena de lucha política, y fuimos denostados por la izquierda sectaria (“inscripción=traición” escribían en los muros, incluidos algunos de los hoy organizadores de las celebraciones de los 25 años que nunca se identificaron con el arco-iris). Apreciábamos entonces que debía construirse una línea de derrota política de la dictadura a través de un proceso de desobediencia civil generalizada y de alianzas partidarias amplias (incluso con quienes habían contribuido decisivamente a derrocar al Presidente Allende en 1973 y colaborado inicialmente con la dictadura en una actitud que no los enaltece históricamente) y no una línea de acciones militares sin viabilidad en las condiciones de la dictadura chilena, y que en caso de éxito prefiguraría, habíamos concluido después de amargas experiencias, un autoritarismo contrario a los propósitos democratizadores. Además, se trataba de definir sin equívocos, y no como una cuestión táctica en la vena leninista, que la democracia sería el espacio y límite de la acción política futura, en un contexto de plena autonomía de la sociedad civil y con una ruptura clara con cualquier alineación con los llamados “socialismos reales”. El proyecto de cambio debía ser progresivo y estar sujeto a la obtención de las mayorías populares y ciudadanas suficientes.

La opción alternativa era prolongar los intentos de lucha armada, legítimos frente a una tiranía, pero ahora en una escala mucho mayor, y confrontar a la dictadura donde ésta era más fuerte, en el terreno militar, y no en el terreno del desborde social y político, donde era más débil, como terminó demostrándose. Mi compañero de colegio Raúl Pellegrin, no lo entendió así, y quiso relanzar con su FPMR la lucha armada apenas dos semanas después del 5 de octubre. Pagó con su vida en manos de una represión inhumana el postrer intento de replicar la revolución cubana y nicaragüense en Chile.

Así, entre la continuidad de la dictadura y los sufrimientos de una lucha armada prolongada con miles de muertos adicionales, o bien abrir un proceso incierto de transición a la democracia, hubimos quienes pensamos que más valía lo segundo. Y así actuamos. Pero era una tarea exigente, si el objetivo era el horizonte de la democracia política y social, que implicaba luchar (“la política es lucha” decía Max Weber) contra el doble condicionamiento constituido por la tutela militar y la tutela de las oligarquías económicas sobre la soberanía popular, ambas contenidas en la constitución de 1980. Se trataba de acumular fuerza política, social y cultural a partir de una situación adversa, y con una derecha y un pinochetismo electoralmente fuertes.


En materia de tutela militar, después de sinuosos e inesperados caminos, como la detención de Pinochet en Londres, el proceso fue definitivamente exitoso, lo que terminó de consagrarse en el gobierno de Ricardo Lagos, lo que la historia alguna vez le reconocerá, pese a sus detractores altisonantes, así como a los mandos que cambiaron la doctrina del Ejército. Quien no quiera admitirlo, simplemente comete un error de hecho: los militares no determinan el curso político en el Chile de hoy y son probablemente menos intervencionistas que en cualquier otra etapa de la vida republicana. Decenas de oficiales detenidos en Punta Peuco están para demostrarlo (dicho sea de paso, una cárcel sin privilegios pero segmentada es una opción que defendí y sigo defendiendo, aunque las voces de los tiempos digan otra cosa). En todo caso, es una curiosa discusión sobre la impunidad militar la que consiste en deliberar acerca de dónde deben estar prisioneros los violadores a los derechos humanos condenados por la justicia. Los tribunales, desde inicios de este siglo, aluden la prevalencia de los tratados internacionales firmados por Chile en materia de derechos humanos para declarar los crímenes contra la humanidad inamnistiables e imprescriptibles. Esto se debe a la reforma constitucional pactada y plebiscitada en 1989, que consagró el actual artículo 5ª de la constitución vigente. No es poca cosa. 


La segunda gran tarea, levantar la tutela de las oligarquías económicas sobre la democracia, ha sido, en cambio, un resonante fracaso. La economía está más concentrada que nunca, los ingresos permanecen distribuidos de manera escandalosamente desigual y la explotación de los recursos naturales y sus frutos está como nunca en manos de privados y transnacionales rentistas y no de la Nación chilena. Esto se debe a la mantención de senadores designados durante 16 años y, todavía, del sistema binominal y los quorum antidemocráticos de leyes orgánicas, muy equivocadamente concedidos estos últimos en 1989. Y a dos fenómenos adicionales. Primero, en la esfera intelectual, al proceso de personas influyentes que fueron primero doctrinarios ortodoxos marxistas-leninistas o bien humanistas cristianos y que se adscribieron luego a la visión neoliberal. Segundo, a la reconversión de una parte significativa de la dirigencia política de centro y de izquierda al pragmatismo puro y simple y el abandono del impulso reformador original en beneficio de una conducta meramente adaptativa para ocupar espacios de poder burocrático, o simple y tristemente para obtener un reconocimiento por los factores de poder existentes en la sociedad chilena.


Asumir que la transición a la democracia y el establecimiento en Chile de un Estado fuerte capaz de gobernar el mercado y ganar derechos sociales extendidos resultó ser mucho más complejo y largo que lo que preveía el diseño inicial, no implicaba, al menos para algunos de nosotros, abandonar la vocación de transformación radical de la sociedad desigual, excluyente y polarizada que construyó la dictadura.

El proyecto político de “crecimiento con equidad” que tuvo origen en la Concertación, dio un fuerte giro hacia políticas de subordinación al mercado y a los intereses de las grandes corporaciones, dejando de lado las reformas estructurales igualitarias que eran el núcleo crítico que debía acompañar el cambio de régimen político. Se terminó pactando con la derecha en temas esenciales, como la privatización del cobre, del litio, de las aguas y las sanitarias, contra la opinión de algunos de nosotros, los “autoflagelantes”, que fuimos derrotados. Se autorizó el financiamiento de las empresas a las campañas electorales. Incluso en la oposición se hizo concesiones inaceptables, como en materia de sistema escolar y de royalty minero en 2010 y 2011, con la consecuencia de ceder espacios a la privatización educacional y la pérdida de soberanía sobre las rentas del cobre hasta 2024. Estas conductas no fueron congruentes con el espíritu del 5 de octubre. 

¿Cuál es la agenda pendiente? Desarrollar la democracia para hacer efectivo el rol de los poderes públicos en la vida económica, con un Estado Social de Derecho capaz de organizar la cohesión de la vida colectiva y el respeto del ambiente, así como consagrar un rol igualmente decisivo para la auto-organización de la sociedad civil. Esto requiere de una nueva constitución, cuya elaboración históricamente más civilizada e institucional es la que puede realizar una asamblea constituyente elegida especialmente para el efecto, en base a un pronunciamiento de los ciudadanos en un plebiscito convocado por el gobierno con el aval del parlamento. Los que descalifican el camino de la asamblea constituyente como un desvarío chavista no se detienen a pensar que ha sido el gran factor de estabilidad democrática en países como Brasil y Colombia.

La izquierda democrática chilena debe en definitiva recuperar su rol histórico sobre la base de plantearse viabilizar cinco grandes temas: 
- una nueva institucionalidad democrática para nuevos derechos civiles, participación política equitativa y descentralización; 
- una política económica desarrollista, con énfasis en infraestructura, I+D, política industrial, expansión de energías no convencionales, con desconcentración de mercados, diálogo social, derechos laborales que incluyan negociación colectiva inter-empresas y participación en las utilidades, acceso al crédito para las pymes, derechos colectivos de los consumidores, reforma tributaria progresiva, el control nacional de la renta minera y una política monetaria con tarea antiinflacionaria y además de promoción del empleo en el manejo del ciclo económico; 
- una nueva política social contra la desigualdad que a) sustraiga la educación y la cultura del mercado, b) sustituya la mercantilización de la protección social en salud, pensiones y desempleo por sistemas públicos y sociales universales, es decir una propuesta hacia las clases medias y populares y c) elimine el "clientelismo bonista y de subsidios", con integración por el empleo en formas de economía social y cooperativa local y por derechos de ingreso de ciudadanía para las personas en condición de precariedad y marginación;
- una nueva política de desarrollo territorial, con programas de intervención urbana que amplíen el espacio público y mitiguen la fractura social espacial y la privatización de la vida cotidiana, junto al ecodesarrollo de los espacios urbanos y rurales y la protección de los recursos naturales.
- una política exterior autónoma, que promueva la integración vecinal activa (con ampliación de nexos con Argentina, acuerdo equitativo de salida al mar para Bolivia y mejoría de relaciones con Perú, incluyendo un proceso de desarme compensado), una mayor integración política en seguridad colectiva, económica y migratoria sudamericana y una articulación latinoamericana en la gobernabilidad global.

En vías de terminar el corto ciclo gubernamental de la derecha, incapaz de ofrecer un proyecto inclusivo de país, es de esperar que no vuelva por sus fueros la continuidad del método político de no analizar las causas de las derrotas, señalizar para un lado y virar para el otro, no plantear temas controversiales en las campañas porque alejan electores ni aplicar luego los programas en el gobierno porque afectan la estabilidad. Esa es, a estas alturas, la mayor garantía de inestabilidad futura, de deterioro de la democracia y de alejamiento de la esperanza abierta el 5 de octubre de 1988.

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