Nuevas ideas y destino común

La etapa que vive el país es una de expresión de aspiraciones de la mayoría a transformaciones en su calidad de vida que considera posibles y legítimas. Y que choca con un gobierno en vías de fracasar, cada vez más acantonado en su ideología libremercadista y antiestatal y en su defensa de intereses de una minoría privilegiada. La oposición social ha abierto nuevas esperanzas de cambio y se ha manifestado con una gran actividad. La oposición política vive todavía una secuencia de  reconfiguración, con cierto grado de confusión y polémica, como hemos visto desgraciadamente con las descalificaciones que recibió la creación de un modesto foro entre representantes parlamentarios, académicos y sociales para debatir ideas para el futuro desde una perspectiva progresista y de izquierda.
       En esto de plantear nuevas ideas y propuestas para el futuro están involucrados temas de método y de contenido. En materia de ideas hay que preferir sistemas de pensamiento complejo, dar cuenta de los avances de la ciencia que requieren de límites éticos y de las transformaciones tecnológicas, de las amenazas sobre el clima, los ecosistemas y la biodiversidad en el planeta, de la crisis económica global, de los cambios culturales y de las nuevas formas que adquieren las opresiones sociales y de género ancestrales. Pero como nunca antes los temas de método tienen un peso gravitante: excelentes ideas y su traducción programática fundada terminaron entre 1990 y 2010 en la podadora de la tecnocracia y del bloqueo político. La tecnocracia adquirió un peso inaceptable desde el punto de vista de los cánones democráticos, probablemente por el temor de una parte de la esfera política a enfrentarse con los poderes fácticos o por la directa connivencia con ellos,  como pude observarlo en diversas ocasiones, lo que dio ínfulas indebidas a la burocracia conservadora y a las ideas de derecha en las administraciones de centroizquierda. El parlamento se instaló sin reaccionar en demasía en el sistema de veto de la mayoría por la minoría, dado  el sistema electoral y los quorum antidemocráticos en la aprobación de leyes.
      La consecuencia del inmovilismo político fue a la larga la de provocar un amplio descrédito de la deliberación y de la competencia democrática entre partidos, proyectos y programas, a pesar del esfuerzo de muchos y de los que fracasamos en el intento. La mayoría, y en especial los más jóvenes, simplemente constató que se decía una cosa y luego, en muchos aspectos cruciales, las promesas no se concretaban –sin mediar explicación sobre los bloqueos institucionales que las inviabilizaban ni llamar a romperlos- o derechamente se hacía lo contrario. Por otra parte, muchos ciudadanos le reclamaron a los gobiernos post-dictatoriales el cumplimiento de promesas que no habían hecho, pero que entendían les era dable esperar que fueran asumidas por éstos, en tanto existían como expectativas aunque no hubieran sido formuladas como tales por responsables políticos que postulaban ser sus representantes.
     El paradigma de este tipo de procesos fue la revolución secundaria de 2006, que fue acogida por el gobierno, canalizada en una gran comisión técnico-social, y con un  resultado paupérrimo en transformaciones del sistema escolar en materia de equidad y calidad una vez completada la etapa parlamentaria, manos alzadas mediante. No es de extrañar el sentimiento de abandono cuando no de traición por el sistema político de muchos jóvenes que hoy están en las universidades, animando las actuales movilizaciones estudiantiles, y que tienden a ser fuertemente críticos del sistema imperante. En muy buena hora: la sociedad chilena ha cambiado y avanzado, pero acumula desigualdades intolerables y se ha sumido en una cultura del individualismo que los jóvenes cuestionan a su manera, expresando una vitalidad transformadora que debe ser siempre bienvenida.
     Todos estos factores acumularon diversos sedimentos de frustración y de enojo colectivo más o menos amplio, que dieron impulso a la alternancia política en el gobierno en 2010. Y luego a movilizaciones en oposición a la administración de derecha, pero al margen, cuando no en contra, de los partidos de centro e izquierda.
    Un movimiento social puede tener un impacto notable en determinados momentos en la historia, pero en pocas ocasiones triunfa en sus demandas sin un soporte político, por la sencilla razón de que los tiempos de elaboración y puesta en práctica de  las políticas públicas son distintos de los de los movimientos sociales, especialmente los estudiantiles. Dicho sea de paso, en sociedades como la chilena estos son los que tienen mayor posibilidad de expresarse con contundencia, pues no ponen en juego la subsistencia familiar, como ocurre con las movilizaciones sindicales o de minorías discriminadas. El hecho es que hoy los activos y variados movimientos sociales o temáticos, propios de una sociedad crecientemente exigente y plural, no quieren escuchar  hablar de estructuras políticas ni de representación.  Ni de programas hechos por otros para otros.
    Por tanto esta no es solo una etapa de elaboración de ideas, especialmente para enfrentar las desigualdades de derechos y de oportunidades que ya se hicieron socialmente inaceptables (lo que es un enorme progreso respecto a la etapa de primacía de la gobernabilidad), sino de debate de ellas en el contexto de la sociedad y sus actores. Ningún partido político o agrupación podrá estructurar un nuevo programa creíble de cambios en sus oficinas, con sus técnicos, su personal tradicional y su lenguaje de iniciados. Primero se deberá recuperar la credibilidad de los liderazgos, antiguos o nuevos,  elaborar proyectos, en plural, porque es hora de transparentar los falsos consensos, que ojalá enuncien valores y voluntad de reforma de las instituciones, de la política económica, de los sistemas de protección social y ambiental, de tratamiento de los recursos naturales y de, como no, la educación. Proyectos a ser dirimidos por los ciudadanos en primarias y primeras y segundas vueltas. El programa de gobierno específico de una nueva alternativa a la derecha habrá de venir después, una vez recuperadas las confianzas, establecidos los grandes compromisos con la sociedad y validados los liderazgos por los ciudadanos. Sin vetos ni inhibiciones que conduzcan a nuevas frustraciones, reuniendo a todos lo que quieran una sociedad distinta a la de mercado que nos ofrece la derecha, es decir más justa, más libre y más responsable con el destino común.

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