Nuevas etapas, nuevos desafíos

La Concertación, al menos tal como la hemos conocido desde que se fundó en 1988, ha dejado de existir en la reciente elección. Ya no está en condiciones de reunir bajo una misma opción al electorado de centro y de izquierda progresista en primera vuelta y en el plano parlamentario constituye listas solo instrumentales, acogiendo con éxito candidaturas comunistas en tanto respuesta a la negativa de la derecha de que todas las fuerzas relevantes estén en el parlamento.

La manera sensata de abordar el tema hacia el futuro es tomar nota que, más allá de los deseos de cualquier directiva de partido, una candidatura presidencial democratacristiana tiende a hacer crecer candidaturas a su izquierda. Ocurriría lo mismo a la inversa: una candidatura encabezada por la izquierda progresista estimularía otras más o menos vinculadas al centro. Todo esto no es sino la constatación de las dinámicas de la actual vida política del país. No hay que darle la espalda a esa realidad, hay que darle un nuevo cauce.

Las voces de centro tienen razón cuando señalan que no pueden quedar subsumidas en la izquierda progresista. A su vez, la izquierda progresista no puede ya permitir que desaparezca su agenda. Ese pacto implícito no puede seguir. Hablemos con claridad: lo que no puede seguir es una alianza en que se veta lisa y llanamente abordar el aborto y las uniones homosexuales, en que no se respeta los símbolos históricos de cada cual y se rehúye temas económico-sociales esenciales. Quedan fuera las reformas laborales y tributarias, no se apoya como se debe la educación pública, no se regula el poder omnímodo de los seguros privados de salud, no se descentraliza más el país, no se evita suficientemente la captura del sistema político por intereses empresariales. Frente a semejante situación, y a prácticas clientelísticas crecientes, no podía sino ocurrir que la agenda progresista buscara cauces nuevos de representación, aunque fuera de manera imperfecta y en muchos sentidos improvisada. Ahí está, conquistado en nueve meses, el 20% de adhesión a Marcos Enríquez-Ominami, atacado por doquier, hasta en la dignidad de su nombre.

De aquí para adelante, resulta verosímil que se consagre que el centro y la izquierda progresista ofrezcan su propia alternativa en primera instancia frente a los ciudadanos, favoreciendo el debate sobre las opciones de país. Para que sea eficaz, este esquema supondría un pacto previo de apoyo mutuo en segunda vuelta que tome en cuenta en la definición final de un programa común de gobierno los pesos ciudadanos obtenidos por cada cual. Asimismo, supondría un acuerdo parlamentario instrumental global mientras permanezca el sistema binominal. A su vez, maximizar la diversidad local supondrá no una sino varias listas a los consejos municipales, con candidaturas únicas a alcalde de todas las fuerzas no derechistas, mientras no se introduzca la segunda vuelta en ese nivel. Un nuevo esquema de autonomía y convergencia podría darle opciones y al mismo tiempo gobernabilidad al país, con un pacto democrático que sea alternativa frente a una derecha que sigue siendo la de los privilegios y el autoritarismo.

Sigamos siendo claros: si la agenda progresista está actualmente bloqueada con el aval de los partidos de la Concertación, en todo caso ni un ápice de ella podrá avanzar con un gobierno de derecha. Los progresistas deben contribuir fervorosamente a derrotar a la derecha, a lo que ayudaría mucho que las burocracias de partido asuman que la preservación de sus intereses no puede hacerse al costo de una derrota general. La lógica de las cosas parece ser hoy la siguiente: el candidato de centro en la segunda vuelta tiene en sus manos la posibilidad de constatar la votación de la izquierda progresista y de la izquierda tradicional e integrar por propia iniciativa a su programa de gobierno aquello que sea representativo de estas fuerzas y que le resulte asumible para su propia identidad. Y éstas debieran, en virtud de ese esfuerzo positivo, y en la medida que les resulte suficientemente creíble, convocar a votar por el candidato que esté en condiciones de derrotar a la derecha. Quien no quiera que gobiernen los dueños de fundo, que se amnistíe a los criminales pinochetistas, que se privatice CODELCO, el Banco del Estado, la salud y la educación más de lo que están, que pase la Dirección del Trabajo a manos de los empresarios, que el medioambiente se deteriore todavía más frente a los intereses del dinero, tiene solo una opción. Ni la abstención ni el voto nulo derrotarán a Piñera. Lo hará marcar el 17 de enero una preferencia en el voto por Eduardo Frei Ruiz-Tagle y seguir movilizados a favor de la agenda progresista. Converger en el nombre de Frei en la segunda vuelta se facilitará con lo que será sin duda su llamado a trabajar firmemente durante cuatro años como una alternativa serena y eficaz frente a la derecha, comprometida con una propuesta de gobierno que combinará lo mejor del centro y del progresismo.

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